Soy de la opinión de que la autohomofobia surge una y otra vez porque está grabada a fuego en el disco duro de las personas LGTB desde su infancia por el sentimiento de vergüenza, por la percepción de que son merecedores de menos respeto o de ser tratados de peor forma y por la sensación de que ellos necesitan trabajar más duro que los heteros para alcanzar la perfección. Sólo hace falta echar un vistazo a las aplicaciones de contactos para comprobar que la vergüenza por ser gay sigue viva y coleando –incluso en ciudades cosmopolitas hay innumerables hombres que ocultan su rostro y exigen “discreción.” Como hombre gay tuve un desarrollo precoz, con amigos gays en mi adolescencia y con una familia que no me rechazaba abiertamente. Sin embargo, mi sexualidad nunca fue reconocida ni discutida, y un pertinaz sentido de incomodidad, de vergüenza incluso, me causó un terrible eczema que me duró hasta que finalmente salí de la casa familiar para ir a la universidad. Fue esa carga de disgusto amoroso lo que quise explorar en la serie Looking, mi ficción situada en el siglo XXI, que es la historia de un hombre gay que parece funcionar en la sociedad gay, y, sin embargo, apenas funciona a nivel emocional porque hay tantos asuntos en su vida a los que no se ha enfrentado y por ello tiene tanto pavor a la intimidad y al compromiso.
Al escribir la serie no me interesaba hacerlo como celebración de lo gay. Deseaba retar tanto a gays como a heteros, y construí un segundo episodio que fuera profundamente incómodo de ver para cualquiera que piense que haber logrado la igualdad ante la ley es el final del camino. Efectivamente, hay miles de hombres gays normales y bien adaptados ahí fuera, que gozan del amor y del apoyo de sus familias, y que pueden hacer partícipes a sus compañeros de trabajo de su vida emocional. Pero también hay muchos que no se sienten capaces de ser ellos mismos en su centro de trabajo o ante sus padres, y que, con un gran coste para su estabilidad mental, se autoengañan a sí mismos creyendo que eso es perfectamente asumible.
Patrick Gale on Discretion and Homo Shame
I feel strongly that homophobia is enabled, time and again, by a sense of shame hardwired in childhood into most LGBT people, a sense that they are somehow deserving of less respect or of worse treatment and a sense that they need to work harder than straight people at being perfect. You need only glance at a gay dating app to see that gay shame is alive and well – even in a sophisticated metropolis there are countless men hiding their faces and asking for “discretion”. As gay men go, I was an early developer, with gay friends in my teens and a lucky one, with a family who didn’t overtly reject me. Yet my sexuality was never acknowledged or discussed and the abiding sense of discomfort, embarrassment even, caused me to develop terrible eczema which lasted until I finally left home for university. It was that burden of loving disgust that I wanted to explore in Looking, my 21st-century series, which is the story of a gay man who appears to be functioning in the gay world, and yet is barely functioning on an emotional level because there are so many things in his life that are going unacknowledged and he has such a terror of intimacy and commitment.
When writing Looking I wasn’t interested in writing anything straightforwardly celebratory. I wanted to challenge gay viewers as much as straight ones and I designed episode two to be profoundly uncomfortable watching for anyone tempted to believe that equality under the law is the end of the story. Yes, there are hundreds of well-adjusted gay people out there, truly loved and supported by their families and with emotional lives that are integrated into their work lives and so on. But there are also still a great many people who don’t feel able to be out at work, or to their parents and who – at great cost to their mental health – tell themselves that this is perfectly okay.
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