23 abril 2020

Lea El Quijote

Un grupo de 100 escritores de 54 países han elegido El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha como la mejor obra de ficción de la historia de la humanidad, según una encuesta realizada en su día por el Instituto Nobel y el Club del Libro Noruego.

La novela que Miguel de Cervantes escribió en el siglo XVII se colocó cómodamente por delante, con un 50% más de votos, de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que fue la segunda más votada, y eclipsó a obras maestras que van desde las grandes clásicas de Homero a las novelas de Tólstoi, Dostoievski, Kafka, William Faulkner o García Márquez.

Cada uno de los cien escritores encuestados, entre los que están el español Félix de Azúa, el mexicano Carlos Fuentes, Salman Rushdie, Milan Kundera, John Le Carré, Norman Mailer y varios premios Nobel, como VS Naipul, Wole Soyinka y Nadine Gordimer, debía mencionar diez títulos como respuesta a la pregunta: ¿Cuáles cree que son las obras mejores y más importantes de la literatura mundial?, para contribuir a la creación de una Biblioteca de la Literatura Universal con 100 títulos, dentro de un proyecto contra las crecientes amenazas a la lectura desde la televisión, los videojuegos y la red.

En la lista de los cien mejores también aparece el Romancero gitano, de Federico García Lorca, mientras que Hispanoamérica está representada con Ficciones, del argentino Jorge Luis Borges; Pedro Páramo, del mexicano Juan Rulfo, y Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera, del colombiano Gabriel García Márquez. El autor que tiene más obras seleccionadas en la lista es el ruso Fedor Dostoievski con Crimen y castigo, El idiota, Los hermanos Karamazov y Los demonios. Franz Kafka, William Shakespeare y León Tólstoi tienen tres títulos en la lista, y Flaubert, Homero, William Faulkner, García Márquez y Virginia Wolf, dos cada uno. Marcel Proust está presente con las siete noveles que componen En busca del tiempo perdido.

Doris Lessing, que figura en la lista con El cuaderno dorado, se mostró 'algo perpleja' cuando se le habló del proyecto, pero quiso participar para difundir el interés por la literatura entre las generaciones jóvenes, que, según ella, a pesar de los altos niveles de educación, 'podrían llamarse bárbaros educados'.

El escritor nigeriano Ben Okri, autor de la introducción a una nueva traducción al noruego de la novela de Cervantes, afirmó en la rueda de prensa en el Instituto Nobel en la que se presentó la colección: 'Si hay una novela que hay que leer antes de morir, es El Quijote; es una historia maravillosa y muy elaborada y, sin embargo, es sencilla'.

21 abril 2020

Carpe Diem

04 abril 2020

España, el triunfo de los mediocres

Por DAVID JIMÉNEZ

Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con una batería de medidas urgentes, con una huelga general, o echándonos a la calle para protestar. Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel. 

Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, alguien cuya carrera política o profesional desconocemos por completo, si es que la hay. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre, reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia.

Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura. Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un solo presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional. Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir, incluso, a las asociaciones de víctimas del terrorismo. Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado. Mediocre es un país que tiene dos universidades entre las 10 más antiguas de Europa, pero, sin embargo, no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.

Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromea sobre sus deportistas. Mediocre es un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada – cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada. Mediocre es un país en cuyas instituciones públicas se encuentran dirigentes políticos que, en un 48 % de los casos, jamás ejercieron sus respectivas profesiones, pero que encontraron en la Política el más relevante modo de vida. Es mediocre un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza. Es mediocre un país, a qué negarlo, que, para lucir sin complejos su enseña nacional, necesita la motivación de algún éxito deportivo. 

Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea de la mediocridad. 
© David Jiménez, 2012

01 abril 2020

Había una vez un rey_cuento

Por ISAAC ROSA
eldiario.es



-Va, cuéntanos otro cuento, pero ahora uno que tenga final feliz.
-Vale, pero el último, que es tarde. Uno de Gianni Rodari, a ver qué os parece: Había una vez un rey que era muy querido en su país, donde reinaba desde hacía muchos años sin sobresaltos. Aquel rey era muy aficionado a la caza…
-¿Qué cazaba? ¿Osos?
-Sí, osos. Y elefantes. Sucedió que un día, estando de caza lejos del palacio, sufrió un accidente…
-¿Se cayó del caballo?
-Sí… No, no iba a caballo, creo. ¿Me dejáis que siga contando?
-Vale, pero ¿terminará bien?
-Si me dejáis acabarlo, prometo que tendréis vuestro final feliz. Tras su accidente, el rey descubrió que ya no era tan querido por las gentes de su país, así que decidió retirarse y dejar el trono a su hijo, el príncipe…
-¿Y eso vale? ¿Los reyes no son reyes hasta que se mueren?
-El rey de nuestro cuento pudo retirarse, y desde ese día se dedicó a recibir homenajes, viajar y pasar más tiempo con…
-La reina.
-No, la reina no lo acompañaba, solía ir con una amiga. Una amiga especial. Un día esta amiga contó que el viejo rey le había regalado una millonada, y entonces se descubrió que el rey había recibido cien millones de otro rey amigo, y se los había llevado a un paraíso fiscal.
-¿Suiza?
-Casi. En un banco suizo, pero en Bahamas, mediante una fundación panameña y usando testaferros. Pero fue la justicia suiza quien siguió el rastro del dinero, por si procedía del cobro de comisiones en grandes obras internacionales. Y empezaron a salir informaciones sobre el patrimonio del rey, oculto en el extranjero, y que no parecía guardar proporción con el dinero que sus súbditos le habían pagado durante su reinado.
-Lo investigarían, ¿no?
-Hubo algún intento, pero la justicia de su país lo archivó, porque el rey era inviolable cuando se produjeron los…
-¿Cómo que inviolable?
-"La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad…" Lo decía la constitución de aquel país.
-Pero se entiende que la inviolabilidad se refiere a actos relacionados con su labor institucional, no a cualquier delito que pudiese cometer como ciudadano, ¿no? ¿Si mataba a alguien también era inviolable?
-Eso era objeto de discusión entre juristas, con cada vez más partidarios de una interpretación restringida de la inviolabilidad. Pero a la hora de la verdad, los tribunales no se andaban con matices. Era inviolable y punto. Ni siquiera investigaban.
-Este cuento no va a terminar bien…
-Paciencia, ya veréis que sí. En el parlamento de aquel país había grupos que pedían una comisión de investigación sobre sus negocios y patrimonio, sin conseguirla, porque los partidos monárquicos la bloqueaban una y otra vez. Pero la fiscalía suiza siguió su trabajo, y fueron apareciendo nuevos datos que afectaban al viejo rey, a sus empresarios amigos, testaferros amigos, reyes amigos y, por supuesto, amigas especiales. El escándalo crecía y crecía, tanto que finalmente uno de los partidos monárquicos, presionado por sus decepcionados votantes, se vio obligado a permitir una comisión de investigación, aunque con muchas limitaciones, a puerta cerrada, controlada por los monárquicos, y por supuesto sin que compareciese el viejo rey. Solo consiguió aumentar el enfado en las calles, que ya no solo se dirigía al anterior rey, ahora también contra su hijo rey: cada vez que este salía del palacio y acudía a un lugar público, se encontraba el rechazo ruidoso de la gente, que le pedía cuentas por lo que había hecho su predecesor. Tanto, que el rey hijo acabó por pedir perdón por lo de su padre.
-¿En serio pidió perdón?
-Bueno, a su manera. Aprovechó un discurso de inauguración de cualquier cosa para pronunciar unas palabras poco claras, más bien indirectas y con la boca pequeña, sobre la ejemplaridad y los errores, sin siquiera nombrar a su padre, pero que sus cortesanos rápidamente convirtieron en indudable expresión de disculpa, mensaje histórico, gesto ejemplar, ruptura con su padre, compromiso con la democracia, transparencia y demás loas, que a esas alturas eran insuficientes para la mayoría de ciudadanos, porque seguían llegando informaciones desde el extranjero, y aparecían grabaciones, documentos, testigos y amigas especiales con ganas de hablar. El cerco se estrechaba.
-Pero seguía siendo inviolable, ¿no?
-Sí, pero también ese blindaje empezó a resquebrajarse, porque se conocieron hechos posteriores a su abdicación, cuando ya no era inviolable. El primero en intentarlo fue un ciudadano, un particular, que presentó una querella en el Tribunal Supremo contra el viejo rey, al considerarse perjudicado por su comportamiento. Cohecho, fraude fiscal, malversación, tráfico de influencias… Los jueces lo archivaron deprisa, basándose en cuestiones formales, al haber sobreseído ya antes otro tribunal una primera investigación por falta de indicios. Pero ahora había nuevos indicios, muchos y evidentes indicios, y tras ese primer intento, se multiplicaron las querellas de particulares y de colectivos, que también buscaron amparo en la justicia de otros países.
-Esto se pone interesante…
-Mientras los jueces no daban abasto archivando querellas, el fiscal suizo decidió acusar al viejo rey y pedir su procesamiento. El tribunal suizo envió una comisión rogatoria, que fue denegada por el gobierno de aquel país que, si bien ya no quería tanto a su viejo rey, seguía protegiéndolo a la desesperada, poniendo como excusa ahora su avanzada edad y su delicado estado de salud.
-Ya. Al final el rey del cuento se fue de rositas, ¿es eso?
-Esperad, que ahora viene lo mejor. Cuando parecía que la vía judicial estaba agotada, el sindicato de técnicos de Hacienda pidió a la Agencia Tributaria que investigase al viejo rey en tanto que contribuyente, por si había cometido algún delito fiscal. De las informaciones aparecidas resultó que tenía bienes en el extranjero que no había declarado en los años posteriores a su abdicación: cuentas bancarias y propiedades en otros países por las que no habría tributado en el suyo. Un posible fraude fiscal que no habría prescrito y sobre el que no actuaba la inviolabilidad por ser posterior. No se podía investigar el origen de su patrimonio, pero sí sus declaraciones de impuestos. La presión ciudadana en enormes manifestaciones, secundada por algunos partidos y medios, obligó a Hacienda a abrir una investigación. En ella quedó demostrada la existencia de una estructura opaca para ocultar bienes y evadir impuestos, mediante testaferros, fundaciones y paraísos fiscales. Es decir, fraude fiscal, más un posible delito de blanqueo de capitales.
-¿Y lo acabaron condenando?
-Ya llega, ya llega... Aquello era tan escandaloso que la Agencia Tributaria se vio obligada a presentar una denuncia, y los jueces esta vez tuvieron que admitirla.
-¿Pero lo condenaron o no?
-La justicia, que no es tan impaciente como vosotros, se tomó su tiempo. Mucho tiempo. La instrucción fue lenta. Muuuuy lenta. Cambió varias veces el juez instructor. Los abogados usaron todos los recursos posibles para dilatarla. El juicio se aplazó una y otra vez. Algunos decían que era una maniobra para ver si el viejo rey se moría antes y así ya no hacía falta juzgarlo. Otros, que era un intento por desactivar el escándalo, que se fuese extinguiendo; pero los ciudadanos seguían movilizados, y el rey hijo llevaba tiempo sin poder acudir a un acto público sin abucheos. Finalmente se celebró el juicio, al que no tuvo que asistir el viejo rey por su delicada salud, y donde fiscalía y abogacía del Estado parecían ser parte de su equipo de defensa.
-¡Venga ya, dinos de una vez si lo condenaron!
-Lo absolvieron de los delitos más graves, cuyas condenas cayeron sobre el resto de implicados: testaferros, comisionistas, empresarios, amigas especiales. Pero sí, lo condenaron por fraude fiscal, pues era incuestionable que no había declarado sus bienes en el extranjero. Su abogado intentó presentarlo como una víctima, un buen hombre que de tan bueno que era se habían aprovechado de él sus socios y amigas. Pero no se libró de esa condena. Como gesto de colaboración, el viejo rey regularizó su situación con Hacienda, pagó la deuda completa y reconoció los hechos. Así consiguió que le condenasen con la pena más baja: unos meses de cárcel que por supuesto no cumpliría, y una multa millonaria.
-¿Y eso fue todo?
-¿Os parece poco un rey condenado? Os recuerdo que al principio del cuento era un rey in-vio-la-ble. Y acabó condenado. Repito: el rey inviolable acabó condenado. Lo que además supuso que muchos ayuntamientos, por la presión ciudadana, le retirasen su nombre a hospitales, universidades, colegios, bibliotecas, parques, avenidas, puentes, premios, becas…
-¿Y qué pasó con su hijo? ¿Siguió reinando como si nada?
-Ese ya es otro cuento, y es cuento largo. Lo dejamos para otro día, que es tarde.
-Pues vaya final feliz tan esmirriado. Y además, esto es un cuento, no es real, te lo has inventado todo. Es justicia poética, que al final ni es justicia ni es poética. ¡Es solo un cuento!
-Y así acaba el cuento del rey inviolable.