31 julio 2012

VIVIR CON SENTIDO COMUN

FRANÇES MIRALLES

El País Semanal, 29 de julio 2012

Retornar a la sabiduría ancestral que ha pasado de una generación a otra es una brújula fiable para encontrar nuestro rumbo en tiempos revueltos. Lo que sucede en la actualidad es consecuencia de una cultura de lo inmediato, que no ha contemplado los riesgos a medio y largo plazo.
Gran parte de los problemas que estamos sufriendo ac­tualmente tienen su origen en el abandono del sentido común. Una vez superada la economía de subsistencia y conquistadas las co­modidades básicas, en nuestro primer mundo muchos pensaron que el cre­cimiento era ilimitado y que la mejor manera de impulsar la economía, in­cluyendo la propia, era vivir a crédito. Ese mismo que ahora nos niegan y que ha puesto a España bajo la picota de especuladores. Los resultados de tanto desbarajuste -de consecuencias aún in­ciertas- saltan a la vista.
Ahora que el país trata de corregir el rumbo, merece la pena que recupere­mos la sabiduría que nos había guiado antes de que los nuevos ricos creyeran que habían descubierto la sopa de ajo.

EN LA ECONOMÍA
"Algún dinero evita las preocupaciones. Mucho, en cambio, las atrae" (proverbio chino)
Uno de los ámbitos en los que incide de forma recurrente la sabiduría popu­lar es el uso que hacemos del dinero. Al escritor Josep Pla, un maestro del senti­do común, le preguntaron una vez cuál era el secreto de una buena economía. Su respuesta fue apabullante: "Si tienes dos y gastas dos, vas bien. Si tienes dos y gastas tres, entonces no vas bien".
En el mismo sentido se pronunciaba Clint Eastwood, un clásico moderno del cine, al ser interrogado sobre la crisis. Respondió que en su juventud la gente gastaba solo cuando tenía dinero, y que hoy las tarjetas de crédito lo han com­plicado todo, ya que nadie sabe lo que tiene en realidad ni lo que deja a deber. Ni siquiera los bancos parecen saberlo. ¿Cuál es entonces el sentido común en las finanzas? Emplear el dinero de for­ma lógica, comedida e incluso aburrida, sin correr riesgos.

EN LA VIDA COTIDIANA
"Durante la estación seca hay que hacerse amigo del dueño de la piragua" (proverbio africano)
"Las ideas simples tienden a ser obvias porque tienen un toque de realidad. Pero, en general, la gente no se fía de sus instintos. Normalmente se cree que suele haber una respuesta oculta más compleja. Es un error. Lo que es obvio para usted es, generalmente, ob­vio para los demás", afirman los inves­tigadores sociales Jack Trout y Steve Rivkin. En su libro El poder de lo simple establecen cuatro pautas para mante­ner el sentido común en nuestra vida cotidiana:
NO JUZGAR A TRAVÉS DEL EGO. Si contemplamos los acontecimientos a través de nuestros prejuicios, opiniones e ideas preconcebidas, nos equivocare­mos. Cuanto más objetiva sea nuestra visión, más realistas seremos.
HUIR DE LAS ILUSIONES. Es inevita­ble desear que las cosas sucedan según nuestra conveniencia, pero la experien­cia demuestra que muchos aconteci­mientos no están bajo nuestro control. La persona con sentido común "sinto­niza con el rumbo que siguen las cosas", es decir, fluye con ellas.
SABER ESCUCHAR. La mayoría de ac­ciones absurdas son las que se ejecutan de manera caprichosa y unilateral, sin contrastarlas. Para ello, puesto que el sentido común es la visión compartida por muchos, escuchar a los demás nos dará la justa medida de las cosas.
SER PRUDENTE. Hay personas, ac­ciones y situaciones que resultan en­gañosas a primera vista. Por eso el sen­tido común aconseja no precipitarnos. Un poco de tiempo puede ayudarnos a entender.

EN EL AMOR
"El amor es como la cerámica. Cuando se rompe, aunque se reconstruya, se reconocen las cicatrices" (proverbio griego)
Probablemente las relaciones senti­mentales son el ámbito en el que me­nos aplicamos el sentido común. Ele­gimos un compañero o compañera de vida según los misteriosos dictados del corazón, que hacen que veamos a alguien único y distinto a otros miles de parejas posibles. Pero sin renunciar a esa magia, el sentido común nos da unas pautas para una vida en pareja armoniosa.
En su ensayo El amor inteligente, el psiquiatra y escritor Enrique Rojas iden­tifica tres ingredientes para una larga andadura: "Una buena relación sexual, que se irá consiguiendo con el tiempo; Ja compenetración psicológica, que implica aunar corazón y cabeza, senti­mientos y razones, y la compenetración espiritual, es decir, aspirar a elevarse y superar los vaivenes propios de la vida". Traducido en medidas prácticas:
Cuidar los detalles. Más que gran­des declaraciones de amor, una relación se sostiene a través de pequeñas accio­nes cotidianas.
Vigilar el lenguaje. Muchas peleas conyugales tienen su origen en una ver­balización poco adecuada de las dife­rencias de opinión.
Dar y darse libertad. La solidez de una pareja no depende del apego, que puede ser enfermizo, sino de la autono­mía de cada uno de los miembros.
Respeto y admiración mutua. Solo podemos amar a aquellas personas que admiramos por sus cualidades huma­nas. Por eso es importante elegir una pareja que despierte en nosotros ese sentimiento de respeto y aprecio.
Armonizar el sexo. Las relaciones íntimas no lo son todo en una pareja, pero es importante hallar un equilibrio entre las necesidades de cada uno.
Evitar daños irreparables. Una vez se hiere profundamente a la pareja, por ejemplo a través de una infidelidad, aunque la relación se reconstruya nun­ca volverá a ser lo mismo.

EN LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
"Enseña al niño el camino en el que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él" (proverbio hebreo)
En las décadas de 1960 y 1970, en algu­nos países del primer mundo se pasó de una educación rígida y tradicional a dar libertad absoluta a los hijos. Esto resultó ser contraproducente, ya que, sin unos límites claros entre los que transitar, el niño se siente inseguro y desorientado, tomando decisiones equivocadas.
El pedagogo y doctor en psicología Javier Urra, que trabajó como defensor del menor, señala en su ensayo Educar con sentido común dos momentos cla­ve en los que se necesita la guía de los padres: "Hay una edad esencial, que es de los seis a los siete años, donde se da un cambio muy significativo porque el niño comienza a entender el tú y el no­sotros. Y luego otra etapa de interés es la preadolescencia (12 a 14), que es donde el chico empieza a volar, a ver que hay otros grupos, que no toda la verdad la tienen los padres".
Si observamos a muchos padres estresados, veremos que en la educa­ción de sus hijos aplican toda clase de estrategias excepto el sentido común. Intentan compensar el tiempo que no dedican a su familia con caros regalos que transmiten a los pequeños el men­saje equivocado -puedes tener todo lo que quieras-, en lugar de inculcarles la cultura del esfuerzo, el ahorro y la espera.
Al final, lo que estamos viviendo en la actualidad es consecuencia de una cultura de lo inmediato que no ha sa­bido contemplar los riesgos a medio y largo plazo. Ojalá tengamos ahora el sentido común de rectificar y construir el futuro inmediato sobre los valores de la paciencia, el buen juicio y la res­ponsabilidad.

08 julio 2012

Maravillas de la crisis

JAVIER MARÍAS

Si queremos combatir un poco la depresión diaria que producen las noticias, la actitud entre despreciativa, acobardada e inepta de Rajoy y las tonterías infinitas de sus ministros sin excepción, no cabe sino empezar a mirar las posibles ventajas, y aun maravillas, que la crisis y la recesión pueden traer. Son escasas, no nos engañemos, y en modo alguno compensarán las penurias, tribulaciones y padecimientos de los más desfavorecidos, que cada día serán más, ni el meticuloso desmantelamien­to de la sanidad y la educación públicas. No me tomen por frívolo. Es sólo que el panorama se ve tan lúgubre que con algo hay que animarse, por tenues que sean los ánimos. Así que pongámonos en lo peor, en el momento en que la gente tenga lo justo -como mucho- y no pueda gastar más que en lo funda­mental Con ser eso un desastre personal y colectivo, alguna bendición acarreará consigo.

Por ejemplo, ¿se imaginan un país en el que, en vez de haber más de un móvil por habitante, sean poquísimos los que se lo puedan permitir? Uno no tendría que via­jar en tren o en autobús en medio de un guirigay de conversaciones cretinas a voz en cuello (casi todo el mundo chilla a sus móviles, como si éstos fueran extranjeros o sordos); ni que enterarse de las supuestas hazañas de nego­cios llevadas a cabo por los adictos, quizá hayan observado la frecuencia con que la gente llama para presumir de sus logros o de sus viajes o de sus coches o de sus hijos o de cómo se la ha jugado a algún pardillo, es decir, de cómo se ha aprovecha­do o ha engañado, el gran mérito nacional. Los individuos no irían por las calles ensimismados y abducidos por sus iPho­nes, y contaríamos con una población más alerta, más vivaz, más al tanto de lo que sucede a su alrededor y por tanto más considerada con los demás. Ah, qué delicia no escuchar más sandeces impuestas, ni verse interrumpido por musiquillas y rugidos imbéciles en los restaurantes ni en los cines, todos sin dinero para pagar las facturas.

¿Se imaginan también un país en el que la corrupción y el robo no estuvieran ya bien vistos? Hasta hace cuatro días, lo único que gran parte de la ciudadanía lamentaba al respecto era no estar en posición de corromper ni de ser corrompida, de robar directamente o al menos sacar tajada de los latroci­nios ajenos. Las incontables operaciones fraudulentas le me­recían mucha más admiración que condena, y los estafadores, en consecuencia, pretendían no someterse a la acción de la justicia merced a los reiterados votos con que los obsequia­ban los electores: ¿cuántas veces hemos oído, sobre todo en boca de políticos del PP, “Las urnas me absolverán” o incluso “… me han absuelto”? Es triste que sólo ahora, por las precarie­dades particulares de los votantes, éstos empiecen a rebelarse contra los abusos, los despilfarros, las comisiones sin cuento, las financiaciones ilegales y los gastos privados cargados al erario público. Pero cualquier tipo de reprobación -aunque provenga de los más bajos instintos- es mejor que la compla­cencia con los bribones y la aspiración a engrosar sus filas. ¿Se imaginan un país en el que se pidieran cuentas de las obras y construcciones arbitrarias y superfluas, en el que se forzara a explicar a un alcalde -a los tres últimos de Madrid, por ejem­plo- por qué tapiza su ciudad de un espantoso, árido, sucio y caluroso granito, si no es por favorecer a empresas, tal vez de amigos, especializadas en él? Y así mil casos más.

¿Se imaginan un mundo en el que los niños no fueran pijos casi desde su nacimiento? Indepen­dientemente del medio del que procedan y de la fortuna de sus progenitores, casi todos son hoy “pijos de espíritu”. Sin dinero ni créditos, dejarían de ser mimados a toda costa, caprichosos y queji­cas, presumidos por mandato, no se “frustrarían” tan fácilmente porque tendrían la piel más curtida, no exigirían como si fuera un derecho el último modelo de PlayStation o de Nintendo o de lo que sea con lo que jueguen (lo ignoro), ni las zapatillas deportivas tal o cual, ni las siete zamarras de colores distintos que lucen de vez en cuando Messi o Cristiano. ¿Se imaginan un lugar en el que los niños, además de niños, fueran también proyectos de adultos y como a tales se los tratara, aunque fuera a ratos?

¿Y una prensa sin periodistas envenenadores y sobornados, a los que ya no podría comprarse? ¿Unas televisiones sin len­guas estúpidas y viperinas porque no habría con qué pagarles y además la gente, afanada en llegar a fin de mes y de semana y de día, carecería de tiempo para ver cómo unos gañanes despellejan a otros que casi nadie conoce y que de hecho a nadie le importan? ¿Un país en el que las personas desearan apren­der porque eso redundaría en su beneficio económico o las ayudaría a hallar empleo, o simplemente las haría sentirse me­nos burras? Sentirse menos burro equivale a sentirse menos indefenso ante las adversidades, y el que aún no se haya dado cuenta de eso es porque es burro con deliberación. No me digan que un país así no tendría sus ventajas. Es más, yo creo que acabaría por prosperar. Claro que entonces volvería el peligro de la abundancia y la necedad…

El País Semanal, 8 de julio de 2012