31 julio 2022

SEMIÓTICA DE UNA IMAGEN: Esa España feudal

SE LEE EN 1 MINUTO
Siempre me ha parecido que la revista ¡Hola! todavía pregona el enaltecimiento de una cierta España antigua y casposa. Sus portadas exhiben la vida (soñada por algunos) de personajes de la realeza, matadores de toros, folclóricas eternas, cantantes melódicos, tertulianos de programas de telebasura, aristócratas de privilegios ancestrales, y, cómo no, de los descendientes del dictador. En nuestra vida, el Hola ha ejercido gratis la función de órgano de propaganda justificador de instituciones obsoletas como la monarquía y la aristocracia. El estilo de vida idealizado que muestran sus reportajes (el glamour de mansiones obscenamente exhibidas, la ropa a la última o el maquillaje retocado digitalmente) actúa como somnífero social en las consultas de dentistas o en peluquerías varias. Hola retrata a una nación anclada en privilegios clasistas, y perpetuadora de patrones sociales ya superados por la mayoría de españoles. El Hola es como la vox, perdón, la voz de esa España feudal que reclama su vasallaje de banalidad. ¿Por qué será que no se publican revistas parecidas en las repúblicas europeas de nuestro entorno? Pásalo. cmg2018

29 julio 2022

Troles célibes a su pesar

En su reciente columna Te cortaré en trocitos, Paula Bonet describe a grupos de hombres que, cual troles sexuales, han construido espacios peligrosos para las mujeres gracias al anonimato de las redes. Los inceles (neologismo generado a partir del acrónimo inglés incels, derivado de la expresión involuntarily celibate, o célibe involuntario, y que se pronunciaría como pinceles sin la p) son hombres que aseguran que el mundo les ha sido arrebatado por las feministas (“feminazis” las llaman), redactan manifiestos y pasan a la acción para recuperar un espacio que piensan que les pertenece. “Solo si redescubrimos nuestra masculinidad”, afirma uno de ellos, “seremos viriles. Y solo cuando seamos viriles seremos capaces de defendernos”. 

Algo muy similar defiende el autor estadounidense Jack Donovan: éste quiere destruir una sociedad feminizada que, según él, se burla de los hombres. A quienquiera que lea sus manifiestos le pueden parecer ridículos, pero de inmediato aparece el terror, porque después de colgarlos en redes o grabarse defendiéndolos, son capaces de torturar y matar a mujeres por el simple hecho de haberse sentido rechazados por ellas. “No sé por qué no os atraigo a vosotras, chicas, pero os voy a castigar por ello… Finalmente, veréis quién soy de verdad, el ser superior, el auténtico macho alfa”, dijo Elliot Rodger antes de asesinar a seis personas en el campus universitario de Isla Vista, California. Siempre se ha dicho que el cerebro es el órgano erótico por antonomasia, pero estos individuos de escasa materia gris parecen ignorarlo.

En esta línea de lo ridículo, Donovan apunta que el clásico rapto de las sabinas, “mito fundacional por excelencia del hombre y la civilización” (Bonet recomienda leer a Susanne Kaiser), es su escenario ideal: exige que se acepte la masculinidad tóxica/violenta. Mary Beard nos alerte sobre lo peligroso que es la aceptación de algunos de los legados del mundo antiguo, como la violencia sexual o el poder del hombre por ser hombre. Estos hombres ven en las sabinas un cúmulo de carne que les pertenece pero que únicamente pueden poseer con violencia: la carne de las mujeres es el blanco de su ira más profunda. ¿Quiénes son aquí los nazis? ¿Las feministas o los odiadores? 

Y concluye Bonet: La misoginia nos devuelve a las sabinas. Muchas de nosotras despertamos en el feminismo al observar la cara de terror de una de ellas que intentaba huir de su violador. Aquella mujer esculpida en Florencia por Juan de Bolonia nos salvó la vida.


15 julio 2022

“¿Y si son homosexuales también?”

Por MAR GONZÁLEZ, eldiario.es, 15 de julio de 2022

Profesora Titular de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla

En estos días se han cumplido 20 años de la presentación pública del primer estudio sobre las familias homoparentales españolas, del que se hizo eco la prensa en aquel momento. Su objetivo principal era dar respuesta a las preguntas que esta sociedad se hacía acerca del desarrollo infantil y adolescente en unas familias de las que lo desconocía casi todo.

Los resultados de aquel estudio, publicado en revistas científicas, evidenciaron que no había diferencias significativas entre quienes crecían con madres lesbianas o padres gays y sus compañeros de clase con progenitores de distinto sexo: eran indistinguibles en autoestima, ajuste emocional y comportamental, competencia social o aceptación por sus compañeros o compañeras, entre otras dimensiones evaluadas. Sirvieron para despejar dudas y ahuyentar preocupaciones de buena parte de la sociedad, al tiempo que fundamentaron el cambio legislativo que propició el matrimonio igualitario en 2005.

Sin embargo, también provocaron un sorprendente y airado escándalo en una minoría, reticente a aceptar que pudieran desarrollarse bien quienes crecían con madres lesbianas o padres gays. Así, se puso en cuestión el rigor científico de este estudio y hasta se orquestó una campaña en contra de que fuera publicado o se volviera a financiar a nuestro equipo de investigación. Una de las críticas recibidas estuvo relacionada con el hecho de que ese estudio no respondía a “la pregunta fundamental” (para esta minoría): si estos chicos o chicas serían también homosexuales. Obviando el carácter prejuicioso de la crítica, al considerar implícitamente que sería un efecto indeseable y patológico, ese aspecto ciertamente no había sido objeto de análisis en aquel estudio, dado que los chicos o chicas estudiados tenían edades tempranas.

Años después, nuestro equipo ha estudiado las experiencias vitales y el perfil psicológico de chicos y chicas mayores de edad que habían crecido con madres lesbianas o padres gays en España. Los resultados relacionados con la orientación sexual de esta prole ya adulta acaban de ser publicados en el Journal of Homosexuality y permiten responder a aquella pregunta de un modo claro, aunque con algunos matices interesantes.

Un primer dato de su comportamiento sexual daría una respuesta simple y tajante a la pregunta formulada, puesto que, en una escala de siete puntos, desde la absoluta homosexualidad a la absoluta heterosexualidad, el 87% de los hijos e hijas de lesbianas o gays se situaba en este último polo. O sea, la inmensa mayoría de los chicos o chicas que entrevistamos mantenían relaciones sexuales solo con personas del otro sexo, como ocurre en la población general, desmontando los prejuicios que inspiraban la pregunta.

Un 26% de las chicas o chicos que entrevistamos reconocía haber tenido relaciones sexuales con personas de ambos sexos. Estas experiencias eran enmarcadas en un contexto de exploración en la adolescencia y habían sido vividas sin culpa ni preocupación

Sin embargo, al considerar otras dimensiones de la sexualidad, se añadían matices a la respuesta. Así, descendía al 67% quienes reconocían sentir atracción solo por personas del otro sexo y al 60% quienes se identificaban únicamente como heterosexuales. O sea, una parte de las personas entrevistadas, aunque solo tenía relaciones con personas del otro sexo, reconocía haber sentido en algún momento atracción por personas del mismo sexo y eso les lleva a autodefinirse de modo menos tajante (p.e. mayoritariamente heterosexuales), mostrando sintonía con la diversidad de su deseo sexual.

Abundando en esa idea, preguntarles por sus experiencias pasadas aporta también datos interesantes, puesto que un 26% de las chicas o chicos que entrevistamos reconocía haber tenido en el pasado relaciones sexuales con personas de ambos sexos, aunque fuera de modo esporádico. Estas experiencias eran enmarcadas en un contexto de exploración de su sexualidad en la adolescencia y habían sido vividas sin culpa ni especial preocupación.

Por último, el género se desveló como una variable relevante a la hora de definir la orientación sexual: mientras los varones entrevistados se autodefinían situándose en los extremos de la escala (uno como “absolutamente homosexual” y el resto como “absolutamente heterosexual”), las mujeres mostraban un patrón significativamente más variado y menos polarizado, posicionándose frecuentemente en los niveles intermedios. Estas diferencias por género concuerdan con las halladas en otros estudios con población general, que han encontrado mayor fluidez y menor polarización de las mujeres a la hora de definir su orientación sexual.

A la vista de los resultados obtenidos, hemos de concluir que no se ha visto confirmada la mal llamada “preocupación” que albergaba una parte de la sociedad acerca de que estos chicos o chicas fueran también gays o lesbianas, como sus padres o madres. Lo que sí evidencian nuestros datos es su mayor libertad para experimentar y definir su orientación sexual, sin temor al rechazo y sin culpa. En este sentido, quienes reconocían una orientación homosexual o bisexual nos comentaron que nunca lo ocultaron y que empezaron por comentarlo con su familia. Y esto es así porque saben que sus familias solo quieren que sean felices, amen a quien amen, se eroticen con quien se eroticen.

Mucho que seguir aprendiendo de las familias homoparentales en España.

04 julio 2022

Vulnerables

Por LUIS GARCÍA MONTERO
 El País, 4 de julio de 2022

El orgullo que tomará las calles de Madrid el próximo sábado 9 de julio no tiene que ver con la prepotencia, sino con la reivindicación de que el bien común sólo es posible con el respeto a la diversidad.

La diferencia es un bien común. Lo que nos reúne para convivir no es la prepotencia sino la vulnerabilidad. Una conversación, un abrazo, un contrato social logran su mejor sentido cuando nacen de la conciencia de que necesitamos cuidar y ser cuidados. En estos días calurosos de verano, cuando el dios Marte ha subido los termómetros con su fuego y su virilidad, es una alegría llegar a casa, abrir las ventanas y dejar que el aire más compasivo del final de la tarde o de la noche entre en nosotros. Las calles de España también han abierto sus ventanas desde que se celebró el 28 de junio pasado el Día Internacional del Orgullo, una cumbre de libertad que culminará el próximo sábado en la manifestación convocada en Madrid.

Este orgullo tiene más que ver con la resistencia y la solidaridad que con la soberbia. Entre los objetos legados por Eduardo Mendicutti en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, está el original de su primera novela, Tatuaje. Nunca llegó a publicarse. Primero fue la censura franquista, pero después el propio Eduardo decidió no editarla. Comprobó que en sus páginas se había colado una homofobia interiorizada, una factura íntima de mala conciencia impuesta por la sociedad en la que había vivido. Vencer esa represión íntima resultó necesario para que brotasen la alegría, el humor, la libertad y el activismo colectivo que caracterizan la literatura de Eduardo Mendicutti desde Una mala noche la tiene cualquiera (1982).

El orgullo que tomará las calles de Madrid el próximo día 9 de julio no tiene que ver con la prepotencia, sino con la reivindicación de que el bien común sólo es posible con el respeto a la diversidad. Y más aún: la certeza de que el respeto al bien común necesita identidades libres que se reúnan, se reconozcan y se abracen. No sectarismos que se uniformen para fragmentar la convivencia.

03 julio 2022

Las humanidades lo petan


El asedio por su inclinación por el latín en las redes a Gabriel Plaza, un estudiante con excelentes notas en la EvAU, revela que se ignora el valor emancipador de determinados saberes.

El estudiante que obtuvo la nota más alta en las pruebas de la EvAU de la Comunidad de Madrid, Gabriel Plaza, fue sometido durante al menos dos días a un acoso digital en las redes que lo obligó a cancelar su cuenta en Twitter y a suspender las entrevistas que tenía comprometidas. La ansiedad no la vivió al examinarse sino al recibir los comentarios agresivos de tuiteros cargados de complejos.  Solo le ha fallado un cuarto de punto en alemán para que su calificación fuese un rotundo 10 como nota final. La burla airada se desató porque su vocación se orienta inequívocamente hacia el latín, la enseñanza del latín. Los clásicos —desde Horacio hasta Cicerón— se rendirían ante la inteligencia del joven al escoger su felicidad antes que las expectativas de éxito profesional, pero ha sido esa misma inteligencia la que ha acelerado el pulgar tuitero para ridiculizar su determinación. La Filología Clásica, o incluso un posible grado posterior en Filología Hispánica, según declaró, inspiraba una mezcla de risa y piedad en la red. “No tiene salidas” ha sido la consigna más manoseada, pero implícitamente deploraban que ese talento quedase inutilizado socialmente por dedicarse a los saberes humanísticos.

El desprestigio de las Humanidades ha calado en una sociedad digital que ha sentido robustecido con las nuevas tecnologías su menosprecio por ellas como materias prescindibles. Ese desdén no afecta paradójicamente a las Humanidades mismas sino que aleja del conocimiento —histórico, filosófico, estético, filológico— a quienes lo asocian a tostones casposos, incapaces de disfrutar del valor emancipador de saberes que cuestionan y transforman el mundo. Ningún cambio relevante en ninguna esfera de la era moderna y contemporánea —el fin de la esclavitud, la conquista del Estado de derecho, la execración de la tortura, la consagración de los derechos de la infancia y de las mujeres, el respeto a las minorías— ha sucedido sin que alguien haya armado una idea y la haya difundido por todos los medios, incluido internet. Las Humanidades parecen barridas por la revolución tecnológica pero ahí siguen, fomentando la independencia crítica y la virtud del saber heredado y compartido. Los estudiantes de estas materias se habrán sentido hermanados con Gabriel Plaza: se saben de segunda categoría en un mundo hipertecnológico. Lo peor sería que escogieran el camino de muchos en los últimos 15 años: buscar trabajo fuera de España. Frente a la prepotencia y la defensa a ultranza de una rentabilidad del saber instrumental y miope, solo cabe respirar hondo y darle la enhorabuena a Gabriel.

Editorial del diario El País, domingo 3 de julio de 2022