20 diciembre 2008

Estadolatría

Por JAVIER PÉREZ ROYO

Hace unos años, a fin de ordenar de la manera más racional posible el calendario de días festivos en todo el territorio del Estado, y dado que resultaba irrenunciable que uno de tales días festivos fuera el 6 de diciembre, aniversario de la ratificación de la Constitución en referéndum por el pueblo español, se pretendió que dejara de serlo el día 8, festividad de la Inmaculada y que, en el caso de que alguna comunidad autónoma deseara conservarlo como festividad, que tal día figurara entre los días festivos que cada comunidad tiene competencia para establecer en su ámbito territorial. La presión de la Iglesia Católica fue de tal intensidad que, como es sabido, resultó imposible acabar con la festividad de la Inmaculada como fiesta nacional. Para un país que avanza hacia la estadolatría no está nada mal.
Hace unas semanas ha sido noticia una sentencia por la que se ordenaba a un centro escolar de Castilla y León que retirara el crucifijo de las aulas, sentencia que ha sido recurrida por la Consejería de Educación de aquella comunidad autónoma. Que después de 30 años de la entrada en vigor de la Constitución las aulas de un colegio público estén todavía presididas por crucifijos, también es una buena señal de avance hacia la estadolatría.
Como no deja de serlo la enorme cantidad de centros religiosos concertados y sostenidos, por tanto, con fondos públicos, o las clases de religión impartidas por profesores designados por los obispos pero pagados por el Estado, o la financiación de la Iglesia a través no de un recargo sino de una detracción de los ingresos del Estado en el IRPF, o la previsión de la asistencia religiosa en las Fuerzas Armadas con dotaciones de capellanías castrenses y tantas cosas más que no es posible enumerar en el espacio del que dispongo. Vuelvo a repetir que para un país que lleva 30 años deslizándose hacia la estadolatría no está nada mal.
Me cuesta trabajo pensar que el arzobispo Angelo Amato, prefecto de la Congregación Pontificia para las Causas de los Santos del Vaticano, desconozca la realidad de la presencia de la Iglesia católica en España y los privilegios de los que goza. Me cuesta trabajo pensar que desconozca que la situación privilegiada de la Iglesia católica en España no tiene parangón en Europa. Y de ahí que me resulte difícil entender con qué evidencia empírica puede llegar a la conclusión de que “España está avanzando hacia la estadolatría, hacia la intromisión del Estado cada vez más en la vida de las personas”.
Tengo la impresión de que en España ocurre lo contrario. No es que hayamos avanzado hacia la estadolatría, sino que no hemos avanzado prácticamente nada en 30 años en lo que a la aconfesionalidad práctica del Estado se refiere. Los avances que se han producido han sido consecuencia de la conducta de los ciudadanos, que cada vez son más laicos, pero no de la acción de los poderes públicos en los distintos niveles de gobierno, que son de constitucionalidad más que dudosa, por no decir que abiertamente anticonstitucionales.
Pues, como escribía ayer en las páginas de Opinión Jorge Urdánoz Ganuza, en su artículo titulado Neutralidad pendiente, la verdadera noticia no es que se retirara el crucifijo, sino que siguiera estando en una escuela pública, de la misma manera que la verdadera noticia es que se siga impartiendo la clase de religión de la forma en que se hace o que se financie a la Iglesia católica mediante la renuncia por el Estado de parte de la recaudación del IRPF. Todo esto sí que es noticia, o debería ser noticia, porque nada de ello cabe en la Constitución. No hay un terreno comparable a éste en el que la acción de los poderes públicos haya sido tan poco respetuosa de la Constitución.
Y además, para nada, ya que los propios privilegiados se rebrincan contra los poderes públicos que le están reconociendo unos privilegios sin cobertura constitucional. En la pasada legislatura tuvimos ocasión de comprobarlo en varias ocasiones y en ésta, en la que parecía que la belicosidad de la jerarquía católica iba a ser menor, se vuelven a calentar motores con declaraciones como las del arzobispo Amato a las que acabo de hacer referencia o con manifestaciones como la prevista para el día 28 en Madrid, nuevamente en defensa de la familia.
Más vale una vez rojo que ciento amarillo, dice un conocido refrán. Creo que sería de aplicación oportuna en este terreno. ¿Por qué no se denuncian de una vez por el Estado los Acuerdos con la Santa Sede y se aplica la Constitución en lo que a la separación de la Iglesia y el Estado se refiere? Ya está bien de soportar lo que ningún Estado democrático debe soportar.
El País, sábado 20 de diciembre de 2008.

04 diciembre 2008

Doñana desde el aire

03 diciembre 2008

¡Cuestión de orgullo!

JOSE IGNACIO DIAZ CARVAJAL
O cómo construir una identidad gay saludable
Todavía hay gente homosexual a la que el hecho de que se les hable del Orgullo Gay les rechina, o les molesta. Como si no fuera necesario conmemorar un día de lucha por la causa homosexual. Igual lo asocian con una marchas en las que abundan gente con pluma, o disfrazada festivamente (“que escandalizan, y no ayudan a la normalización”, dirían estos), o consideran que ser gay es un asunto que solo tiene que ver con lo que haces en la cama, y, “eso, ¿a quién le importa?”
Creo que es muy importante hablar de Orgullo Gay, porque tenemos que tener en cuenta nuestra historia, y saber cómo hemos llegado al momento presente. Y que para llegar aquí han hecho falta décadas de lucha. Que hemos sufrido siglos de oprobio y violencia. Que nos han tratado como monstruos o seres de segunda.
Los logros actuales de tipo social o político, no han llegado llovidos del cielo, o por la gracia benefactora de nuestros últimos gobiernos. Los hemos conseguido luchando, siendo visibles y el terreno ganado hay que seguir manteniéndolo, firmemente, si no queremos que nos lo coman los reaccionarios o los desinformados.
Hay que insistir en estar orgullosos de ser gays, para potenciar una visión positiva de nosotros mismos, ante los demás y frente a la autonegatividad y la homofobia interiorizada. En general, y son muy pocos a los que no les ocurre esto, la gente acepta su homosexualidad a través de un proceso duro, de aclaramiento personal, de lucha contra la idea de ser de esta manera. Acompañados de sentimientos de vergüenza o de culpa, por ser así. Y cuesta aceptarse del todo.
Esta culpa y esta vergüenza, nos llevan a intentar mantener en secreto nuestras dudas o inquietudes sobre nuestra verdadera identidad. Y nos marcan una forma de comportamiento y estilos de ser, en los que predomina, usualmente, cierta desconfianza, cierta sensación de falta de derechos, la tendencia a complacer, tener miedos…
Nuestros adolescentes LGTB siguen sufriendo esta vergüenza y esta culpa, en un grado que parecería extraño, teniendo en cuenta los avances políticos o sociales. Pero no hay tanto avance, cuando vemos el grado de homofobia en nuestros centros escolares, o las tasas de suicidio entre adolescentes, por motivos de orientación sexual. Cada adolescente se plantea su vida como un ser único, y en principio, siente poca ayuda a sentirse seguro de su orientación sexual, y no está seguro de que va a seguir siendo querido y apoyado por la familia, los amigos, los profesores… La mayoría de los adolescentes se encuentran con la duda de si sus padres los aceptarán, o de si sus compañeros no les harán ostracismo. Ellos mismos saben que la familia puede estar políticamente de acuerdo con la homosexualidad, pero no van a estar de acuerdo si es la de un hijo o hija. Lo mismo los amigos.
Por eso, tras toda esa lucha por conseguir una identidad sana y segura, integrada en nuestro ambiente social, lo menos que podemos sentirnos es orgullosos de todo el proceso realizado, de haber conseguido logros que nos parecían imposibles (asumirnos como gays o lesbianas), y que no renunciamos a ser nosotros mismos, en todo lugar y situación. Sentir vergüenza o culpa sería darles la razón a aquellos que, a sabiendas (los reaccionarios), o sin mala voluntad (algunos familiares), nos han maltratado, han abusado de nosotros emocionalmente (al pretender que fuéramos de otra forma y al denigrarnos y desvalorizarnos por ser gays o lesbianas).
Lo que tenemos que sentir es orgullo de ser como somos, y no avergonzarnos ni un ápice, y menos culparnos de nada. Los que se tienen que sentir culpables o avergonzarse, son aquellos que nos han rechazado e insultado, fueran familiares, o los que pretendían ser nuestros amigos.
Cuando uno está orgulloso, se valora, se reivindica en cada gesto espontáneo de su comportamiento. Y si a alguien le molesta ese orgullo, es por su homofobia y no concibe que uno esté orgulloso de ser, naturalmente, como es: de una manera estupenda de ser, que uno no escoge nunca, que no es una “opción sexual”, sino una orientación, tan buena o tan sana como cualquier otra. Y que conforma un ejemplo de la diversidad del ser humano. Y dentro de los propios gays y lesbianas hay una inmensa diversidad que también hay que respetar, aunque a algunos les moleste, porque crean que no nos acerca a ser “normales”. Es preferible ser un “anormal” a ser un intolerante o un homófobo.
Revista Zero 109junio 2008