26 diciembre 2021

Merlí y la convivencia

No sé si será predicar en el desierto, o si ya llegamos tarde, pero estimo que ver y escuchar en catalán subtitulado en castellano la formidable serie televisiva Merlí por parte de espectadores castellano-parlantes contribuiría a asentar en todos los territorios del Estado español el respeto a nuestro rico plurilingüismo, y ayudaría a construir una España mejor y en concordia consigo misma. 

La ficción creada por Héctor Lozano para TV3 en torno a un heterodoxo profesor de filosofía y sus alumnos en un instituto de Barcelona (una Barcelona que luce ufana sin caer en el postalismo) atesora valores democráticos, hace pensar a nuestros jóvenes alejándoles del ruido tóxico de las redes, y siembra la empatía donde tantos hoy se empeñan en sembrar el odio. Atrévanse a verla. cmg2021

Disponible gratis en rtve.es hasta junio de 2022.

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25 diciembre 2021

La revolución sexual (La Casa Azul)

 


Zurbarán, el tiempo detenido

Por ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Babelia, El País, 25 de diciembre de 2021


Entré en una sala del Museo de Bellas Artes de Sevilla y el tiempo se detuvo. Se detuvo de golpe, sin aviso, cancelando el estado de ánimo que había tenido hasta ese momento, la distracción de una mañana de trabajo, hasta el propósito que me había llevado al museo, que era el de ver la exposición de Valdés Leal. Traía conmigo la modesta felicidad de encontrarme esa mañana soleada de diciembre en Sevilla, y de haberme recreado en la plaza que hay delante del museo, con la fantástica feracidad de una vegetación que parece de Lisboa, de un clima así de templado, con el grado ligero de humedad que da ese esplendor a los árboles, los ficus de tronco de paquidermo, las palmeras vertiginosas en lo alto del aire, el verde reluciente de las hojas diminutas de las jacarandas, los naranjos que parecen árboles del paraíso terrenal pintados por Fra Angelico. Era pronto y quedaba un frío de primera hora de la mañana en el aire. El frío era más intenso y más húmedo en los patios del antiguo convento, que aún no empezaba a caldear el sol, los patios de arrayán y de arcos de columnas esbeltas que están entre Florencia y la Granada nazarí. El museo fue durante siglos un convento de frailes mercedarios, y en los patios y en algunos corredores se intuye todavía un frío de baldosas desnudas y penitencia monacal. Las órdenes religiosas formaban la clientela principal de los pintores en el siglo XVII en Sevilla y en cualquier ciudad española, todas ellas sombríamente ocupadas por bloques de conventos, por iglesias con retablos barrocos, cuadros ennegrecidos de vírgenes y martirios, escalinatas pobladas por pedigüeños y tullidos.


En Holanda, en esa misma época, los pintores retrataban interiores burgueses tranquilos y aseados y caras joviales encendidas por la buena comida y la prosperidad del comercio. El repertorio de los pintores de Sevilla incluía milagros, martirios, mortificaciones, calaveras, ropajes de esparto, ásperas telas de hábitos de frailes. También la casquería espiritual de las dos postrimerías que Valdés Leal pintó para la entrada de la iglesia en el Hospital de la Caridad, “el horrendo / dictamen de que todo es del gusano”, según los versos de Borges. Una de ellas, Finis gloriae mundi, está ahora en el Bellas Artes, y es de lo mejor de la exposición. En ese género tan específico de las “vanidades” del Barroco, las facultades de Valdés Leal, a mi juicio limitadas, encuentran su mejor expresión: los negros de hollín, la truculencia de la pincelada, la complejidad compositiva.


Valme Muñoz Rubio, la directora del museo, se quejaba tristemente, y sin duda con justicia, de la resonancia escasa que tienen muchas veces en España grandes exposiciones que no se hacen en Madrid: “Es muy difícil traspasar Despeñaperros”. Valdés Leal es un pintor desigual, con frecuencia apresurado, con una propensión a las rutinas formales que serían favorecidas por el trabajo de taller y la monotonía temática de los encargos. Alguna vez tiene aciertos fulgurantes: un Sacrificio de Isaac de composición dislocada, en el que el cuerpo del joven recuerda el dramatismo de los desnudos masculinos de Caravaggio; y sobre todo algunos dibujos, de extraordinaria libertad expresiva, un Cristo con la cruz visto de frente y resuelto con unos pocos trazos ondulados, un retrato de hombre joven que mira con un estupor y una naturalidad como de fotomatón. Pintar cuadros no es ni mucho menos el trabajo único de un pintor en esa época: Valdés Leal era un especialista en escenografías de retablos, en arquitecturas efímeras, en policromía de tallas, con algo de productor teatral y empresario de un taller capacitado para cumplir encargos diversos. Las expresiones y los gestos de sus figuras pocas veces dejan de ser formularias. La pintura tiene ese empasto sombrío del que se libró Velázquez nada más irse de Sevilla, y más aún cuando vio la luz de Italia. Valdés Leal es ese artista que promete y que se queda empantanado en el espesor de su provincia.


Zurbarán también trabajó sobre todo para una desoladora clientela clerical, y también tuvo un taller que producía casi en serie dignas mediocridades destinadas al polvo de los retablos y a las estancias lóbregas de los conventos. Pero era mucho mejor pintor que Valdés Leal, y cuando ponía en un encargo los cinco sentidos podía lograr ese efecto supremo de la pintura que es el del tiempo detenido en un instante eterno: detenido en el interior del cuadro, pero también en la mirada y en la conciencia del espectador, en su presencia física.


He dejado atrás la obra extensa de Valdés Leal, que tiene más de aprendizaje histórico que de emoción estética, y cuando ya me disponía a marcharme, porque se me acababa este par de horas de respiro en la jornada de trabajo, he mirado de soslayo a una sala y he sido atraído de inmediato hacia ella. Es entonces cuando el tiempo se ha detenido, abriendo un paréntesis en el curso del día, en la secuencia de las tareas y las distracciones. El impacto es mayor porque no recordaba que este cuadro, San Hugo en el refectorio de los cartujos, estuviera aquí. Ahora que lo pienso, es probable que sea la primera vez que estoy viéndolo en mi vida: viéndolo en la realidad, no en las reproducciones, que nos dan una familiaridad útil, y también engañosa.


Las figuras inmóviles de Zurbarán tienen esa solemnidad maciza y sin embargo sin peso de Piero della Francesca. Es la inmovilidad del tiempo en el milagro que se cuenta en el cuadro: san Bruno y sus primeros seis cartujos están despertando de un sueño que ha durado 45 días, y que les sobrevino en el refectorio cuando debatían si sería lícito para ellos comer carne. Abren los ojos 45 días después y la respuesta es evidente a sus ojos porque la carne se ha convertido en ceniza. San Hugo, su criado, los siete monjes, observan maravillados y sobrecogidos la evidencia del milagro, pero da la impresión de que lo que de verdad los maravilla, lo milagroso de verdad, es la epifanía de los hábitos y los manteles blancos, del gris delicadísimo del muro del fondo, de las jarras de cerámica de Talavera, de los panes de corteza morena, cada pan tan austero y tan expresivo como la cara de un monje, cada monje igual a los otros en la monotonía de los hábitos y retratado en su plena singularidad humana. No hay muchos cuadros así: el tiempo se detiene en ellos porque no se terminan nunca de mirar.

20 diciembre 2021

Las bibliotecas

Las bibliotecas: un viaje interminable

En el evocador ambiente de las bibliotecas comienzan aventuras inimaginables, tantas como libros reposan en sus estantes. Por YOLANDA CARDO

Para nuestra mente el confinamiento es como “poner puertas al campo”. Nada hay que nos impida viajar a cualquier lugar gracias a la literatura.

Mucho antes de que la tecnología se convirtiera en algo tan cotidiano en nuestras vidas, hasta el punto de no concebir nuestro día a día sin las luminosas pantallas, los libros nos transportaban alrededor del mundo sin levantarnos del sofá. Viajes épicos por todo el planeta. Es tanta la libertad que incluso podemos viajar a lugares inventados, abstractos, mágicos, explorar el futuro o trasladarnos al pasado.

No hay mejor plataforma de embarque que las bibliotecas. Maravillosas estancias, algunas con mucha historia, repletas de destinos. Son por sí solas un codiciado reclamo para bibliófilos empedernidos. Largas hileras de tentadoras estanterías sobre las que descansan millones de historias.

Biblioteca clementina en Praga

La ciudad de Praga, omnipresente en la literatura checa / DAGMAR VESELKOVA
La ciudad de Praga, omnipresente en la literatura checa / DAGMAR VESELKOVA

En el corazón de Praga, a escasos metros del Puente de Carlos, se encuentra un complejo de edificios conocido como el Klementinum. Un histórico y espectacular conjunto que posee varias estancias atractivas como son la Torre Astronómica y la Capilla de los Espejos, pero la más hermosa es la biblioteca barroca. Una bella sala abarrotada de libros cuya cubierta está decorada con frescos de motivos alegóricos de Jan Hiebl y el centro de la habitación luce una hilera de antiguos globos terráqueos. Sus muros albergan más de seis millones de libros entre los que se encuentran valiosas colecciones y manuscritos. Un sinfín de lomos con sugerentes títulos que, a veces sin pretenderlo, nos guían por la historia y los paisajes de República Checa.

La biblioteca Clementina en la capital de la República Checa
La biblioteca Clementina en la capital de la República Checa

La capital es el telón de fondo de muchos de ellos y en cada obra descubrimos una cara diferente de esta polifacética ciudad. La compleja en La metamorfosis o El proceso de Kafka, la misteriosa en El Gólem de Gustav Meyrink, El cementerio de Praga de Umberto Eco, El molino de las momias de Petr Stancík o El Violinista de Praga de Michael Crane. Su tumultuosa historia está en el trasfondo de muchas otras como La insoportable levedad del ser de Milan KunderaEl dinero de Hitler de Radka Denemarková, Misiones nocturnas de Jáchym Topol o El espíritu de Praga de Ivan Klíma. O la costumbrista, vieja y poética de la mano de Jan Neruda en Cuentos de Malá Strana.

Trinity college en Dublín

Detalle de la Long Room Library, Trinity College
Detalle de la Long Room Library, Trinity College

Viajamos hasta Dublín, concretamente a la biblioteca del Trinity College. Visita casi obligada para todo viajero a la capital irlandesa. Un impresionante edificio construido entre 1712 y 1732 que alberga más de tres millones de libros e innumerables manuscritos, de todos ellos, los más antiguos reposan en la llamada “Long Room”,  la sala principal con 65 metros de longitud. Entre tanto tesoro destaca uno en particular: el Libro de Kells, un bello manuscrito del siglo IX atribuido a los monjes de la isla de Iona. Por sus regias estancias han paseado algunos de sus grandes escritores: Samuel Beckett, Oscar Wilde o Bram Stoker.

Long Room, Trinity College, Dublin
Long Room, Trinity College, Dublin

Irlanda es tierra de escritores. Gracias a ellos nos adentramos en su historia, sus costumbres y sus paisajes, leyendo obras como DublinesesUlises o Retrato del artista adolescente de James Joyce. Otro de los grandes de las letras irlandesas, William Butler Yeats en El Crepúsculo celta y El niño robado nos trasladan hasta el condado de Sligo. No puede faltar todo un clásico llevado al cine por el director Alan Parker en 1999: Las cenizas de Ángela de Frank McCourt.

Biblioteca pública de Évora

Portugal es uno de los destinos más cercanos y queridos por los españoles. Situada en la región del Alentejo se encuentra la ciudad de Évora. Su biblioteca es una auténtica joya. Inaugurada en 1666 como sede del Colegio de Mozos de la Catedral, guarda en sus estantes hasta 664 incunables, multitud de manuscritos y documentos además de numerosos libros impresos durante el siglo XVI. Está considerada como una de las más antiguas y notables del país. Un lugar que invita a sumergirse entre las páginas escritas por alguno de sus más ilustres escritores: António Lobo Antunes, José Saramago, Fernando Pessoa, Eça de Queirós, José Luís Peixoto, Ana Luisa Amaral, João de Melo…

Existen muchos más templos consagrados a la literatura. La Biblioteca Pública de Nueva York, la Bodleiana en la universidad de Oxford, la de Alejandría, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. También en España encontramos muy bellos ejemplos: La Biblioteca Nacional en Madrid, la Biblioteca General Histórica de la universidad de Salamanca, la Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, la del Monasterio de Yuso en La Rioja, el Archivo General de Simancas en Valladolid o la Biblioteca Arús en Barcelona.

Mágicos espacios en los que habitan millones de universos esperando ser descubiertos. Hermosos ecosistemas de conocimiento en estado puro.

(EL ESPAÑOL,26.04.2020)

03 diciembre 2021

Joan Manuel Serrat: el lado correcto de la historia

Por ÁLEX GRIJELMO

Aparte de su valor como músico, el cantautor esparció la conciencia sobre las lenguas de España, pero sin sucumbir a las trampas del independentismo.

Joan Manuel Serrat siempre estuvo en el lado correcto de la historia. Esto del lado correcto es una opinión, claro. Pero la historia ya viene hablando sobre lo que ha ocurrido en el mundo desde que Serrat canta.


Con 24 años, fue seleccionado en 1968 para representar a España en Eurovisión. Él quiso hacerlo en catalán y el régimen decidió sustituirle por Massiel, que acabaría ganando el concurso. Ese gesto de oposición al franquismo le valió ser vetado en la televisión única de entonces. Y también para esparcir la conciencia sobre las lenguas de España.


Respondió a aquel veto con discos imprescindibles que reivindicaban el republicanismo español víctima del golpe de Estado de Franco, a la vez que defendían a los grandes poetas del castellano: Antonio Machado (1969), Miguel Hernández (1972).


Apoyó después sin reservas la Constitución y el cambio que representó el PSOE, con su participación (junto a Miguel Ríos y Georges Moustaki) en el gran mitin de cierre de la campaña socialista de 1982 en una explanada de la Ciudad Universitaria de Madrid. Era una opción partidista, sí; pero también una forma de entender Cataluña en España.


Se opuso rotundamente luego a las dictaduras latinoamericanas de los años setenta y ochenta, desde dentro de la boca del lobo; algo que allá jamás se ha olvidado.


Y en los tiempos convulsos supo defender sus dos lenguas propias como vehículos de entendimiento entre culturas hermanas. Hizo que cientos de miles de castellanohablantes cantaran en catalán Paraules d’amor y que todos los catalanes hicieran suya la letra de Mediterráneo.


Esa unión entre los dos idiomas quedó plasmada en uno de los momentos más emocionantes de la gira El gusto es nuestro (1996), cuando Ana Belén y él interpretaron juntos precisamente las Paraules, pero ella con una estrofa en catalán y él con la otra en castellano.


No sucumbió Serrat a las trampas del independentismo, y hasta paró el comienzo de una canción, en medio de un recital en la capital catalana, para reprender a un espectador que le voceó: “¡Canta en catalán, que estamos en Barcelona!”. Serrat respondió, enfadado: “Siempre hay alguien que viene despistado. Sé perfectamente que estoy en Barcelona, seguramente lo sepa antes que usted. Y desde antes que usted, estoy trabajando por hacer cosas en esta ciudad, así que le pido que me deje hacer mi espectáculo”. En aquella oportunidad, en diciembre de 2018, había dedicado la actuación a recorrer el disco Mediterráneo.


Si se hubieran de elegir democráticamente las 100 mejores canciones compuestas en España, Serrat colocaría en esa lista no menos de 30. Todas muy distintas entre sí, lo que da idea de un talento y una creatividad sin parangón. Pero no se debe olvidar tampoco que, si hubiera que decidir democráticamente cuál es el lado correcto de la historia, quizás se acordaría que durante sus 65 años de carrera, que ya es tiempo, Serrat siempre ha tomado las decisiones acertadas. (El País, 3 de diciembre de 2021)