22 marzo 2024

Semiótica de una imagen: Todo por el morbo

La semana pasada, mientras paseaba por la hermosa ciudad de Cádiz, vi este cartel de la cuadrilla de cargadores (costaleros) de la Hermandad de las siete palabras expuesto al público (niños y niñas incluidos) en varios escaparates de la ciudad. Tras indagar en el Facebook de la hermandad, que le dedica una entrada a su presentación con diversas fotografías del acto, supe que es obra de Juan Carlos Romero Torrejón. En la oficina de turismo municipal no habían oído hablar de dicho cartel. Desde entonces me pregunto si ha suscitado alguna reacción ciudadana o si, por el contrario, ha pasado desapercibido. 

Y esta pregunta me la hago con el trasfondo del ridículo escándalo mediático que el bellísimo y exquisito cartel de Salustiano García para la Semana Santa de 2024 ha generado entre cofrades ultracatólicos y sectores reaccionarios en Sevilla (campaña de retirada del cartel incluida). En dicho cartel se muestra el cuerpo idealizado de un resucitado, de cabellos hermosos, con dos pequeñas llagas sutilmente retocadas, que mira al espectador con ternura, desde un rostro amoroso y limpio. Al parecer, esta iconografía ha sido tachada de irreverente y obscena por algunos.

Sin embargo, la imagen de la espalda ensangrentada, repleta de llagas purulentas, de las manchas de sangre coagulada por doquier, del cabello sucio y mugriento, y de arañazos varios no ha suscitado ninguna reacción de rechazo entre los creyentes. ¿Realmente era necesario mostrar tan explícitamente los efectos de un cuerpo torturado para celebrar un evento litúrgico? ¿No se ha parado el autor a pensar que la morbosa imagen resultante puede percibirse como una fantasía sadomasoquista? ¿Se ha valido el diseñador de alguna herramienta de IA para resaltar el brillo de la sangre, y para repetir de forma uniforme los efectos de la tortura? Algunos demuestran, desde tiempo inmemorial, una perversa fascinación por ver la representación pintada, esculpida o fotografiada de la sangre derramada. Ya lo decía Churchill, those bloody Spaniards! cmg2024



12 marzo 2024

¡Nos queda Portugal!

Por Víctor Lapuente

El País, 12 de marzo de 2024

Los progresistas españoles solían recurrir al “menos mal que nos queda Portugal”. Pues era lo más parecido al ideal: una república (no monarquía) ibérica con mayoría absoluta (no relativa) de los socialistas y una extrema derecha arrinconada. Las elecciones del domingo han cambiado el panorama, pero nuestro país vecino lleva tiempo emitiendo señales que deberíamos escuchar. Portugal es el mejor maestro para España, y viceversa, simplemente por nuestra cercanía, que es una variable que despreciamos al buscar ejemplos con quienes compararnos. Preferimos mirar a naciones más al Norte, obviando las múltiples diferencias histórico-geográficas que nos separan. El mejor modelo a seguir en la vida es una hermana o un primo, no los lejanos Elon Musk o Taylor Swift.

La pareja España-Portugal me recuerda a Suecia-Noruega. El Goliat peninsular que es superado por el diminuto David: Noruega adelantó en renta per cápita a Suecia hace unos cuantos años y, según la OCDE, Portugal lo hará con España en unas décadas. Esos sorpassos entre vecinos son, en parte, el resultado de que la nación pequeña aprende de la grande (para empezar, su idioma; pero, luego, sus políticas exitosas) mientras esta, vanidosa, le da la espalda y mira a las “potencias europeas”. Y, sobre todo, a su propio ombligo.

En política, Portugal nos ofrece dos lecciones importantes. La primera es que el lenguaje hiperbólico palidece ante un desempeño económico sensato. Hace una década, la derecha portuguesa trató de desprestigiar el acuerdo entre los socialistas y la izquierda radical (el Bloque de Izquierda y los comunistas) calificándolo de geringonça (galimatías). En teoría, el país se encaminaba al desastre porque el Gobierno pactaba con formaciones antisistema que hablaban de salir de la OTAN, dejar el euro o no pagar la deuda. Pero, en lugar del apocalipsis, resulta que el Gobierno de Costa manejó bien los retos económicos y la ciudadanía se lo agradeció con una mayoría absoluta en 2022 —que fue tan sorprendente para la opinión pública  portuguesa como la victoria de facto de Sánchez el 23-J—. La gestión se impone a la exageración. Señor Feijóo, tome nota.

La segunda es que la gente puede perdonar casos esporádicos de corrupción, pero castiga a un Gobierno en el que, aunque su máximo dirigente no se haya enriquecido personalmente, se reproducen conductas irregulares en varios puntos y no se explica con transparencia qué mecanismos sistemáticos permitieron esa podredumbre y cómo limpiarla. Señor Sánchez, tome nota.


Diamantes en la salchichería

Por ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS 
El País, 13.11.2000

Hace un par de viernes conté otra vez (hago ese ritual de dedo idiota de vez en cuando, porque su idiotez es esclarecedora) las películas que se estrenaron aquí ese día. Fueron nada menos que 11, y en ese chaparrón, o en otro diluvio similar, parece que quiere instalarse la ración de celuloide adocenado de los viernes del otoño. Y de la primavera, el invierno y, más cada vez, el verano. La pantalla de los fines de semana sufre así, a plazo fijo, entre brumas o sudores, un baño de charcutería cinematográfica a granel, casi todo procedente de fábricas californianas. 

¿Tan mal va el cine, tan zafios y desquiciados son los desajustes entre lo que puede darnos y lo que nos da que hace de la creación fabricación, del taller cadena y del estudio salchichería de filmes embutidos en serie o (con un endurecedor giro hacia lo hediondo) en ristra? Es así, aunque no lo sea, y no hay irrealidad en esta paradoja. La estomagante oferta de celuloide informe (ese que los mercaderes mercadean en y por horas, como quienes compran libros en y por metros de estantería), de un arte que como el cine sólo se entiende como fruto del encaje y la alquimia de la armonía y de las puras formas, es hoy en volúmenes abrumadores lo que a rajatabla dicta el graznido, la lógica de la ristra, del buitre que, sin tener ni idea de cómo se hace cine y cuál es el secreto tinglado de su naturaleza, se lo merienda a doble carrillo y así lo convierte en carroña. 
Pero la aplastante oferta de cine de salchichería no sólo no está acabando con el destello del diamante cinematográfico, sino que, por la maña de un efecto de rechazo, ha generado en él lo que nunca tuvo, espíritu de resistencia. Y el arte del cine, que de pronto se siente una vieja tarea secular, empuja con terca energía hacia la recuperación de su antigua invulnerable identidad. Lo vemos quienes seguimos el año a año del cine del mundo, con la nuca contra el día a día del consumo cinematográfico casero y cotidiano. Y nos llevamos alegremente las manos a la cabeza de esa paradoja tan viva y veraz a que antes me referí. 

En lo que va de año, mientras la indiferencia se traga crudas centenares y centenares de salchichas cinematográficas, unos pocos no hemos perdido el nudo que enlaza la modernidad con el celuloide de diamante recién tallado. Ningún mérito hay en ello, es un simple privilegio del oficio de cronistas errantes por las rutas de las pantallas del mundo. Ahora, la gente de la Academia Europea del Cine estamos recibiendo el papeleo y los vídeos de la última votación destinada a abrir camino al Premio Europa. Y de títulos y nombres que han saltado las primeras cribas salen chispas del viejo fuego sagrado

Nos vemos en la odiosa necesidad de elegir sólo una entre varias maravillas finalistas: la sueca Infiel, la danesa Bailar en la oscuridad, la francesa Para todos los gustos, las británicas Billy Elliot (prodigio desvelado en el Festival de Valladolid) y Chicken Run. Y, tras ellas, el sobresalto de nombres de intérpretes como la sueca Lena Endre, la británica Julie Walters, la alemana Bibiana Beglau, la islandesa Björk, el alemán Bruno Ganz, el español Sergi López, el británico Jamie Bell; y el guionista español Rafael Azcona y el dúo francés Agnes Jaoui y Jean-Pierre Bacri. Y filmes lejanos como los asombrosos In the Mood for Love, del hongkonés Won Kar-Wai, y Yi Yi , del taiwanés Edward Yang. Hace poco se hizo recuento de los votos con que críticos y especialistas de toda Europa designaron la mejor película del año: ganó el enorme diamante americano Magnolia, que Paul Thomas Anderson ha hecho contra vientos y mareas. Y quedaron tras ella El viento nos llevará , del iraní Abbas Kiarostami, y Bailar en la oscuridad, del danés Lars von Trier. Palabras mayores. 

Y esto sólo para entendernos. Se hace, y cada vez más, cine de puro diamante. Ahora están por ahí dos películas españolas, Leo y La espalda del mundo, que son puro universo. Hay que mimarlas, porque en el cine el genio está indefenso, es una orfebrería íntima cercada por fábricas de bisutería blindadas por el vendaval de la mercadotecnia y del copo de los mercados

09 marzo 2024

All Of Us Orphans

Desconocidos, el sexto sentido ‘queer’ y la orfandad homosexual

Por ÁLEX VICENTE

El País, 9 de marzo de 2024

Es difícil abrir una novela decimonónica sin encontrarse con un huérfano. Charles Dickens, George Eliot o las hermanas Brontë llenaron sus páginas de decenas de niños desdichados que malvivían en un Londres manchado de hollín, o bien de sus versiones adultas, sometidas a la misma infelicidad crónica, damnificadas por la sociología de la época y gravemente impedidas cuando llegaba la hora de amar. De Oliver Twist a Jane Eyre, la literatura victoriana y luego la eduardiana escogieron al joven desamparado como emblema y alegoría, hasta el punto de que algunos teóricos de la literatura han definido el XIX como "el siglo del huérfano". De todos los ejemplos, que son muchos, David Copperfield se lleva la palma: además del protagonista, hemos contado con hasta ocho huérfanos más entre su elenco. 

Morir joven era más habitual hace un par de siglos que en la actualidad, pero esta sobrerrepresentación literaria parece demográficamente exagerada. Se podría buscar otra explicación: la industrialización galopante, la nueva cultura urbana, los avances científicos y los conflictos religiosos habían dejado a los súbditos del Imperio desdibujados en la vida moderna, sin los puntos de referencia que en otro tiempo los guiaron, desorientados en un siglo para el que ya no tenían ningún mapa. Decía Charles Péguy, en forma de chiste no del todo desprovisto de razón, que el mundo cambió más entre 1880 y 1914 que desde los tiempos de la Antigua Roma.

Un nuevo huérfano ha llegado en la cartelera: Adam, el protagonista de Desconocidos, tan británico y desconsolado como sus predecesores. Aunque su indigencia no sea material como afectiva: sus padres murieron en un accidente cuando tenía 11 años, sus amigos se han casado, hipotecado y exiliado en las afueras, y él se ha quedado solo, viviendo con la única compañía de sus recuerdos en un Londres contemporáneo, pero tan desangelado como el de Dickens. Igual que sus homólogos del siglo XIX, Adam parece encontrarse en una encrucijada, paralizado por el miedo al VIH que le legó la generación anterior --cuando follar equivalía a morir, como reza un diálogo de la película--, pero también por la cultura del consumo sexual desaforado que han alentado las aplicaciones. Es niño y adulto a la vez, víctima de un desarrollo detenido, preadolescente eterno como lo fue otro huérfano como Peter Pan, en un triple salto mortal interpretativo que borda Andrew Scott, conocido como el hot priest de Fleabag y escandalosamente ausente de las nominaciones a los Oscar que se entregan mañana. 

También es huérfano su vecino, Harry, aunque sus padres no hayan muerto. Tiene 15 años menos que Adam y la suerte de no haber crecido con la misma homofobia en el ambiente: sus padres no le echaron de casa cuando les dijo que era gay, aunque siempre se haya sentido "como un extraño" en su propia familia. Salir del armario no hizo más que evidenciar esa anomalía: terminó con toda ambigüedad respecto a la aberración que él representaba en un espacio donde lo queer brillaba por su ausencia y lo condenó para siempre a una incómoda alteridad. A Adam le aterra la intimidad, mientras que Harry la regala gratis a los desconocidos. Pero los dos experimentan una soledad para la que tal vez no exista remedio; algo parecido a una orfandad radical. Son los Heathcliff y Catherine Earnshaw de este relato, dos huérfanos en una misma novela, obligados a aliarse y a quererse para sobrevivir.

Desconocidos no juzga el libertinaje gay como algo nocivo y lo recoge en varias secuencias, pero también se preocupa de representar la cultura homosexual como otra cosa: como una comunidad de huérfanos que se buscan unos a otros y se cuidan para salir adelante, igual que aquellos niños abandonados que protagonizaban variaciones de la survival literature en el XIX, cuando muchos autores se pusieron a firmar facsímiles de Robinson Crusoe en clave infantil. La película está emparentada con la soledad del esteta gay que desprenden las obras de Christopher Isherwood o Allan Hollinghurst (o, en España, Álvaro Pombo o Rafael Chirbes), pero tambien con la nueva literatura queer, llena de huérfanos literales (Ocean Vuong) o figurados (Édouard Louis) que deben valerse por sí mismos en un mundo cruel. El escritor Abdelá Taia recuerda cómo los jóvenes de su pueblo acudieron al exterior de su casa cuando tenía 11 años, la edad de Adam cuando murieron sus padres, y lo amenazaron a gritos con violarlo. Su familia no hizo nada. "Ahí me di cuenta de que nadie podía protegerme, ni siquiera mis padres", escribió el autor marroquí. Al enfrentarse a la figura espectral de su progenitor, Adam dice algo parecido: "¿Por qué no entraste en mi habitación cuando me escuchabas llorar?".

No ha gustado, sobre todo a voces del colectivo, que la película reduzca la homosexualidad a la identidad trágica, al camino de cruces sin fin, a una cadena perpetua a base de vergüenza y soledad. Es una crítica legítima --y comprensible en un mundo que prefiere las narrativas ascendentes-- , aunque la película insinúe, en realidad, una idea bastante más compleja: que uno hereda, lo quiera o no, los traumas de quienes le han precedido. Esta es, después de todo, una historia de fantasmas. Se echa de menos, en ciertas críticas, una pequeña dosis de empatía hacia los que sí crecieron, para su desgracia con ese sentimiento de monstruosidad. O hacia quienes no tuvieron la suerte de protagonizar una reconciliación tan bella como la que Adam vive con su madre, cuando esta le canta Always On My Mind, en la versión de Pet Shop Boys: "If I Made You Feel Second Best,/ I Am Sorry, I Was Blind".

05 marzo 2024

PD (Marica)_mediometraje


Formidable mediometraje francés dirigido por Olivier Lallart en 2019. Interpretado por Paul Gomerieux y Jacques Lepesqueur. Realizado antes de la pandemia, ha sido premiado en 53 festivales de cine y visionado 5 millones de veces en la red. En francés con subtítulos en inglés. 31 min.

Thomas, un estudiante de 16 años, descubre su atracción por Esteban, otro chico de su instituto. El rumor acerca de su homosexualidad se extiendo rápido y Thomas empieza a sufrir el peso de la mirada ajena.

A self-effacing teenager is outed after he admits to kissing another guy at a party and liking it. You know who else liked it, though? The guy he kissed! However, he's not going to admit that in a hurry.