16 febrero 2016

Curas pederastas


Por XAVIER VIDAL-FOLCH

Si queréis seguir la invitación evangélica de que los niños se acerquen a Él, impedid que los niños se acerquen a “ellos”


El escándalo de pederastia en un colegio barcelonés de los Hermanos Maristas es singular. Porque involucra a profesores seglares, ya no solo curas. Porque evidencia un fallo administrativo múltiple —del Departamento de Enseñaza, los Mossos, la Justicia...— pues había sido denunciado, sin éxito, hace tiempo. Por sus ramificaciones, pues uno de los abusadores fue luego protegido por el Obispado de Girona. Por el alcance del síndrome de Estocolmo —el que que afecta a los secuestrados, que se entregan sentimentalmente al secuestrador—, pues algunos padres se han manifestado en la calle, en defensa del colegio.

Para explicar tanto desmán, conviene a veces mirar lejos. Miremos los casos descubiertos por The Boston Globe en 2002, magníficamente relatados en Spotlight, un filme de bandera.

No eran casos aislados, sino hasta 87, un 6% del clero local. No se trata pues de alguna excepción aislada, sino de un problema sistémico. Que se ceba sobre las familias más débiles, desestructuradas, necesitadas de apoyo para sobrevivir, de un clavo ardiente para ascender. Que se basa en la confianza que inspiran los representantes de la divinidad (“no vas a negar algo a Dios...”). Que se propaga favoreciendo una indebida presunción de inocencia, en favor de los culpables reconocidos, desde la sociedad (“o sea, que esto funciona así: uno presiona otro y este a otro hasta que toda la ciudad mira hacia otro lado...”).

Esa complacencia llegó hasta el Vaticano, cuando el Papa polaco, conocedor de tanto delito, buscó un retiro dorado en Roma al cardenal Law, sabedor de tanto delito en su diócesis. Delito, prescrito o no: eso que ellos llaman pecado.

Algunos expertos sostienen que la epidemia de pederastia florece gracias al celibato. Al ser la castidad obligatoria, la naturaleza inclinaría a muchos a conculcarla (con adultos/as), y ese clima de transgresión clandestina favorecería también abusar de niños. En favor de esa tesis milita el hecho de que en la escuela francesa (pública, laica) o la ortodoxa (donde los popes no se obligan al celibato) no se ha detectado esta plaga.

De modo que si queréis seguir la invitación evangélica de que los niños se acerquen a Él, impedid que los niños se acerquen a “ellos”. O lo evita la Iglesia (católica). O lo imponemos por ley.
El País, 16 de febrero de 2016

05 febrero 2016

Armonía fractal de las marismas de Doñana



Exposición fotográfica ‘Fractales, las marismas y Doñana’

La exposición muestra las estructuras fractales de las marismas andaluzas, entre ellas las del Parque Nacional de Doñana. Su fin es dar a conocer estos espacios desde una nueva perspectiva con el objeto de concienciar a los visitantes sobre la importancia de su conservación. La muestra recoge una selección de las mejores imágenes de la obra ‘Fractales. Anatomía íntima de la marisma’, del fotógrafo Héctor Garrido, con más de 200 imágenes aéreas sobre este enclave.

Durante todo el año 2016 la exposición estará abierta al público en la sede de la Fundación Biodiversidad en Sevilla (Plaza Patio de Banderas, 16) de lunes a viernes de 9 a 14 horas.

01 febrero 2016

Chulería

JULIO LLAMAZARES

La chulería, el chulo, el sobrao, que dicen ahora los jóvenes, siempre ha tenido predicamento en este país forjado en la prepotencia del señorito, el arabesco barroco, el andar flamenco, el clavel reventón entre los pechos de la chulapa o la bailaora y los desplantes taurinos mirando a la galería del literato o del actor de éxito o del politiquillo de tres al cuarto. Ya en el siglo pasado, Fernando Díaz-Plaja señaló que el pecado capital del español no es, contra lo que comúnmente se cree, la pereza, ni la lujuria representada por aquellos cómicos que perseguían a las turistas por las playas del desarrollismo hispano, sino la soberbia. Díaz-Plaja lo deducía del estudio pormenorizado de nuestro idioma, que está trufado de frases hechas forjadas en las barras de los bares y definitorias de nuestra concepción moral: “Te lo digo yo y punto”, “a mí me vas a decir…”, “pa cojones, yo”, “tú no sabes con quién estás hablando”…

Y eso que no reparó en la propia esencia del idioma, esa que sorprende tanto a los extranjeros, pues descubre a su luz que el español es soberbio por definición: un español no recibe clases de nadie, se las da él mismo (“estoy dando clases de inglés”), no necesita del dentista (“ayer me saqué una muela”) ni del peluquero (“vengo de cortarme el pelo”) y, ya en el colmo de la autosuficiencia, se opera él mismo: “El lunes me opero a corazón abierto”. Nada de “me sacó una muela el dentista”, “me cortó el pelo el peluquero” o “me operó un cirujano buenísimo”, que es como dicen en sus idiomas los extranjeros, tan educados y tan respetuosos.

¿A quién le puede extrañar, a la vista de esa concepción del mundo, que la arrogancia y la prepotencia no solo sean comunes entre nosotros, sino que despierten admiración entre mucha gente, que valora en los demás como virtud lo que a todas luces es un defecto? La psicología está llena de tratados sobre esa patología que afecta a muchas personas, incluso a países enteros, como es el caso del nuestro. Lo que me sorprende a mí es que esa patología infantil se dé entre gente mayor y presuntamente preparada y, sobre todo, que, siendo un sentimiento reaccionario como es (solo quien se cree más listo, más fuerte o más poderoso que los demás los desprecia), se dé lo mismo en la izquierda que en la derecha, incluso entre los indignados que han llegado a la política española con la regeneración moral y el cambio como banderas. Ver a su líder hablar en público hace dudar de que de verdad lo piense.
El País, jueves 28 de enero de 2016