07 enero 2023

35 formas de humillar a Jamenei

Por CARLA MASCIA, El País, 7 de enero de 2023

Un día como hoy, poco antes de las 12 de la mañana, hace exactamente ocho años, los hermanos Kouachi irrumpían en la Redacción parisiense de la revista satírica Charlie Hebdo y asesinaban a sangre fría a 12 personas por haber publicado unas caricaturas de Mahoma. A la mayoría de los franceses, acostumbrados a ver a religiosos de toda cepa, e incluso al papa de turno, protagonizar las portadas más escandalosas de la revista, no nos cabía en la cabeza que eso había ocurrido de verdad, en el corazón de París, en pleno siglo XXI. Cabu, Charb o Wolinski ya no volverían a dibujar. Algo había cambiado irremediablemente: nuestra libertad de expresión ya no nos pertenecería del todo como nación, y el riesgo para un humorista de recibir la bala de un kaláshnikov era real. Quizás por eso, descubrir este miércoles en Twitter los resultados del concurso internacional de caricaturas que lanzó la publicación hace un mes en solidaridad con la revuelta de la juventud en Irán me provocó una sensación extraña, mezcla de goce, admiración y temor a que la historia se repita.

Bajo la etiqueta #MullahsGetOut (Fuera los mulás) el concurso consistía en enviar a Charlie la caricatura “más divertida y malvada” del guía supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei, para “ridiculizarlo y devolverlo al basurero de la historia”. Entre los 35 dibujos ganadores —de los 300 que llegaron de medio mundo—, reunidos en una edición especial para el aniversario del atentado, se encuentran desde una viñeta en la que una mujer orina sobre Jamenei hasta otra en la que el religioso lleva un pañuelo en la cabeza que es una vagina o incluso una, al estilo de Reiser, en la que dos mujeres desnudas lo lapidan como si de una partida de petanca se tratara. Una apuesta cuanto menos audaz, tratándose de un fanático de otro siglo que no duda en ahorcar a jóvenes colgándoles de una grúa por el simple hecho de expresar su descontento y que de sentido del humor, intuyo, tiene poco.





La iniciativa, que ha provocado la furia del Gobierno iraní y el cierre del Instituto Francés de Investigación en Irán (IFRI), como contaba en estas páginas Marc Bassets, ha recibido un fuerte apoyo en Twitter, donde se ve justificada la irreverencia de Charlie frente a la crueldad del régimen y anacrónicas las presiones ejercidas sobre el Estado francés por haber dejado que se insultara al “sagrado” líder. El exilio iraní, muy movilizado en las redes desde el asesinato de Masha Amini el pasado septiembre por llevar el velo mal puesto, detonante de la contestación, agradece a la revista su solidaridad: “Muchas gracias por ser nuestra voz y estar a nuestro lado”, escribe Maryam Hosseini. “Gracias. No olvidaremos vuestro apoyo”, tuitea Pantea Peyvandi.

Algunos incluso van más allá y se atreven a etiquetar en sus tuits a la cuenta oficial de Jamenei, seguida por casi un millón de personas y desde la que el ayatolá sigue a 17 cuentas que son casi todas replicas en diferentes idiomas… de la suya. Es una página que el régimen utiliza a diario para exponer su visión oscurantista y retrógrada del islam y donde la mayoría de los tuits van dirigidos contra los homosexuales, las mujeres y la sociedad occidental y su “moral corrompida”. Como cuando escribe que Occidente maltrata y engaña a sus mujeres vendiéndoles el cuento de la liberación femenina para luego pagarles menos que a sus homólogos masculinos, cuando podrían estar tan felices y realizadas en sus casas, ocupándose de lo que es lo suyo de verdad por ley divina.

Acostumbrado a vivir amenazado y teniendo que mantener en secreto la ubicación de la Redacción, el equipo de Charlie Hebdo vuelve a demostrar que sigue de pie, ocho años después de que dos ignorantes llenos de odio se cargaran a sus compañeros y amigos, y dispuesto a defender algo tan frágil como nuestra libertad de expresión, ya sea en Francia o en Irán. No los dejemos solos.

06 enero 2023

Hacer limpieza digital de cuando en cuando

Desconectar de las redes sociales una semana puede mejorar el bienestar: es hora de hacer "limpieza digital".

Por EMANOELLE SANTOS, El País, 3 de enero de 2023

Los expertos recomiendan hacer una pausa en el uso del móvil si se detecta que empieza a reemplazar a la vida en el mundo real.


Tal vez esté de vacaciones y su móvil no tiene señal, o bien se le olvidó cargar el teléfono y ahora está sentado en una sala de espera, con cierta ansiedad por ver qué pasa en Twitter o qué hacen sus amigos en Instagram. Sentirse incómodo cuando no se tiene el móvil en la mano, como si faltara algo, es una señal de alerta: viene bien desconectar. En la mayoría de los casos, no hace falta desconectarse del todo y para siempre. Una pausa de las redes sociales durante una semana es suficiente para conducir a mejoras significativas en el bienestar, según un estudio publicado en la revista estadounidense Ciberpsicología, comportamiento y redes sociales en mayo de 2022.

A largo plazo, tomarse un descanso podría suponer una forma de controlar la salud mental, porque al hacer una pausa se incrementa el autocontrol y la consciencia sobre el tiempo y energía que se emplean en las redes. Además, las personas se dan cuenta de todo lo que pueden hacer con su tiempo libre como pasear, ver la familia o amigos, retomar los hobbies antiguos e incluso descubrir nuevas aficiones. “Tu autoestima empieza a mejorar y se modifica el estado de ánimo; realizas cambios que te hacen sentir mejor”, sostiene Marian García Arigüel, directora de Orbium, un centro de tratamiento de adicciones y desintoxicación en Madrid y Barcelona. El primer paso para la limpieza digital es tener consciencia y asumir la necesidad de un cambio de comportamiento. Luego viene lo más difícil: llevarlo a cabo.

La adicción frente el mal hábito

Aunque muchas personas utilicen la palabra adicción para referirse a esta gran dificultad de poner un límite al móvil, en sí es un trastorno del espectro que va de leve a grave, y el tratamiento puede requerir ayuda profesional, terapia y un largo descanso. El psicólogo sanitario José Tamayo Hernández, explica que, para distinguir el empleo problemático o adictivo de las redes sociales frente al normal o, incluso, al mal hábito, es necesario identificar si se produce un “intenso malestar psicológico”, una influencia negativa en las relaciones personales, en el trabajo, los estudios o el abandono de las actividades de ocio.

Consultar las redes rada más levantarse, antes de acostarse o cuando uno se despierta durante la noche; teclear o mirar publicaciones mientras se realiza otra actividad, como al comer, caminar o conversar presencialmente con otra persona; comprobar reiteradamente si hay alguna nueva notificación o respuesta en la red son algunas señales de alerta que piden un cambio de comportamiento, pero no siempre significa un problema mayor. “No es posible identificar la adicción a las redes sociales, ni a ninguna adicción, a través de criterios objetivos, como el número de horas dedicadas a esta actividad diariamente”, asegura Tamayo Hernández y añade algunos ejemplos de que, probablemente, se da una adicción a las redes sociales: “Cuando el usuario no es capaz de controlar su acceso, sintiéndose impulsado a hacerlo cada vez que siente el deseo o tiene la ocasión para ello, y cuando conlleva al incumplimiento de obligaciones, compromisos y planes, o arrastra al aislamiento social y al abandono de la comunicación presencial”. A eso, la experta García Arigüel suma el hecho de que muchas veces se produce una disminución de las funciones cognitivas, como la atención y concentración en casos de adicción.

Otro síntoma de que el mal hábito se ha convertido en un trastorno es cuando la persona se siente nerviosa, irritable o frustrada cuando no puede acceder a internet, sea porque no funciona o va más lento de lo habitual, o si esos estados psicológicos se producen al recibir pocos likes o comentarios. Es cuando se convierte en una cuestión de autoestima.

Gabriel Pozuelo, psicólogo que trabaja con adicciones y problemas con redes sociales desde 2018, explica que, de manera general, se da demasiada importancia a la cantidad de likes y seguidores que una persona tiene en las redes. Aunque no sea, como tal, un síntoma particular de la adicción, estar obsesionado con esos números puede ser un indicador. “Habría que investigar por qué se necesita esta aprobación social. No podemos hacer que nuestra autoestima dependa de la cantidad de ‘me gusta’”, subraya Pozuelo.

La preocupación excesiva por publicar todos los días, a cualquier hora, también puede ser indicativo es una cuestión más grave. En la mayoría de los casos, salvo situaciones cuando se hace un uso profesional de las redes, esta percepción de que hay que servir a una audiencia es irreal. “A este tipo de usuarios le recomendamos que baje la actividad. Va a haber un tiempo en el que quizá va a tardar en acostumbrarse porque antes lo hacía muy frecuentemente. Pero tiene que buscar el equilibrio con la vida privada. Al fin y al cabo, las redes sociales tienen que ser como una ventana que abre, pero no la puerta principal”, dice el psicólogo, que atiende a influencers digitales que sufren dificultades en establecer las barreras que separan la vida personal y profesional.

El principal reto que este grupo enfrenta, según explica, es lidiar con la crítica, por lo que su recomendación es cambiar la perspectiva y dar menor importancia a “las cosas bonitas” que se dicen en las redes: “Leer comentarios buenos siempre te viene bien, te sube un poquito el ego, pero no le tenemos que dar mucha importancia. Cuando te empieza a dar igual lo que te digan positivamente las redes sociales, lo negativo empieza a afectarte menos también (...) Al final, estás dando menos valor a las redes sociales”.

Qué hacer para curar el mal uso

Saltar de vídeo en vídeo, de publicación a publicación, de una red social a otra por horas, sin siquiera acordarse de lo que ha visto, leído o visto en los últimos minutos, es el ejemplo de cuando uno entra en modo automático, sin darse cuenta del contenido que ve. “La mayoría de las personas dice ‘no estoy enganchada, no me pasa a mí’”, cuenta Pozuelo, pero luego, al invitarles a que miren el tiempo que pasan en las redes sociales, se asustan: “A veces no pasamos mucho tiempo, pero lo hacemos muchas veces al día”. Por lo cual, el experto recomienda que se instalen aplicaciones que miden y dan alertas siempre que se alcancen un determinado límite de horas. Para evitar que el móvil sea una extensión de las manos, aconseja mantener el móvil fuera del alcance en el día a día, como dejarlo en otra parte de la casa. Por las noches, recomienda que se sustituya su uso, al menos una hora antes de dormir, por otra actividad, como leer un libro o escuchar música.

A la lista de recomendaciones, José Tamayo Hernández subraya la importancia de suprimir el uso de los dispositivos electrónicos, además del móvil, mientras se realicen actividades como comer, pasear, ver la televisión o charlar con otra persona. También sugiere deshabilitar las notificaciones automáticas que no sean estrictamente necesarias, así como desinstalar aplicaciones, eliminar conversaciones y abandonar los chats grupales prescindibles.

Desconectarse para conectarse con la vida real

Los expertos en salud mental han notado recientemente un aumento en el deseo y hasta una necesidad de desconectarse de las redes sociales. “No solo a pacientes, sino a compañeros, familiares y a mí mismo”, reconoce Tamayo Hernández, que trabaja en este asunto desde 2004. Marian García Arigüel coincide en que el interés en establecer esos límites va aumentando progresivamente, pese a que aún es difícil llevarlo a cabo. Para las personas que quieren establecer reglas y hacer un empleo más consciente del móvil, la experta recomienda establecer intervalos de dos horas para usar el móvil de manera libre, caminar durante momentos de descanso, hacer actividades manuales y, sobre todo, restablecer las conexiones personales, como la charla presencial con los amigos, sin tener el teléfono en las manos.

Por su parte, el catedrático emérito de Psicología Clínica en la Universidad del País Vasco Enrique Echeburúa sostiene que establecer los límites de uso es “sobre todo positivo cuando se ha hecho un uso abusivo”, pero también se recomienda a todo el mundo, aunque no haya una adicción: “Hay que desconectar de la red, para conectar con la vida real, porque todo es cuestión de tiempo”.

03 enero 2023

Un monstruo de la memoria

Por DANIEL RICO CAMPS
El País, 3 de enero de 2023

Nos guste más o nos guste menos, la memoria colectiva, histórica, democrática o como queramos llamarla ha venido para quedarse. La demanda social de reparación y recuerdo público de las víctimas de los episodios más negros y traumáticos del pasado no es una rareza española, sino un fenómeno global que comulga con otras luchas y movimientos en pro del reconocimiento y dignificación de la infinidad de perdedores que la historia ha dejado en la cuneta. Debemos tomarnos la memoria en serio, lo que quiere decir que tenemos que prestarle atención, escuchar sus razones y reclamaciones, y exigirle al mismo tiempo responsabilidad cívica, análisis autorreflexivo y cierta alianza con la ciencia histórica (la posible, en la medida en que la relación de ambas con el pasado suele ser antagónica). Tomarse en serio la memoria sería lo razonable en cualquier persona medianamente sensible y civilizada, pero para quienes ostentan un cargo público es, ante todo, una obligación. El actual alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, sirve a este propósito de perfecto contraejemplo. A la vista están para quien quiera verlos los dos monumentos más sonados, en el doble sentido de la palabra, que enmarcan su “política de memoria” en los ya tres años y pico de mandato al frente del consistorio madrileño.

El primero es fruto de un acto que sólo cabe calificar de vandalismo institucional: el desmantelamiento del memorial levantado en 2019 en el cementerio de La Almudena en recuerdo de las 2.934 personas ejecutadas en la capital entre 1939 y 1944. Su desfiguración, tergiversada como “resignificación”, se hizo a cámara lenta: paralización de su construcción en julio, a escasas semanas de su finalización; retirada, en noviembre, de las placas de granito con los nombres del casi millar de asesinados que ya habían sido inscritos en el monumento; instalación, en diciembre, de una inscripción marmórea de nuevo cuño: “El pueblo de Madrid a todos los madrileños que, entre 1936 y 1944, sufrieron la violencia por razones políticas e ideológicas y por sus creencias religiosas. Paz, piedad y perdón”; y eliminación, en febrero de 2020, de los tres textos que completaban el sentido del proyecto original, entre los cuales destacaban 12 versos del poema El herido de Miguel Hernández, elegidos en parte para servir de faro interpretativo de los ocho robles de bronce que yacen amontonados con sus raíces al descubierto en el centro del memorial, obra escultórica de Fernando Sánchez Castillo titulada Lar.

El segundo gran monumento de Almeida tiene su origen en una donación de la Fundación Museo del Ejército que el regidor ha querido generosamente regalar a la ciudadanía madrileña: una estatua broncínea de tres metros de altura (más otros tantos de pedestal) que encarna a un bravo y veterano legionario ataviado con uniforme de época, fusil en mano y paso al frente, inaugurada el pasado 8 de noviembre en la embocadura de la calle de Vitruvio, entre el Cuartel General del Estado Mayor y el Monumento del Pueblo de Madrid a la Constitución Española de 1978, con el fin de conmemorar el centenario del cuerpo de choque colonial creado por el general fantoche Millán Astray (“legiones malparidas por una torpe entraña”, decía el poeta alicantino). La pieza es una creación del escultor Salvador Amaya a partir de un boceto del pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau y está pergeñada en un estilo que pasó de moda hará cosa de uno o dos siglos, engolado y redicho, academicista, historicista y realista (menos el rostro del soldado, que tira a guapote y está a años luz de los que inmortalizó la célebre fotografía de la guerra del Rif publicada por Roger-Mathieu en 1926).

El alcalde defendía sus tropelías en el cementerio acusando al memorial avalado por el gobierno anterior de “sectario” y “revanchista” y de “reescribir total y completamente la historia”, en radical contraste con su propuesta de “resignificación” en pos del “encuentro” y en “el espíritu de la Transición, de la reconciliación”. Pero salta a la vista que lo que falsifica la historia es la mitificación de la Legión como “un cuerpo ejemplar por su heroísmo a lo largo de sus ya 102 años de historia” (palabras de Almeida en la inauguración de la estatua carpetovetónica), como si el Tercio de la sanguinaria guerra de Marruecos —el representado en el monumento— fuese idéntico al de las misiones de paz en el extranjero de la etapa democrática. Por contra, los cerca de 3.000 nombres del memorial provienen de una pormenorizada investigación llevada a cabo por un equipo de historiadores profesionales coordinado por el profesor Hernández Holgado que ha trabajado codo con codo con colectivos de familiares de los represaliados y cuya contribución científica al conocimiento de la represión de la posguerra en Madrid se ha extendido más allá de las circunstancias concretas que la originaron (testimonio de ello, el libro de historia, a la par que de memoria, Morir en Madrid. Las ejecuciones masivas del franquismo en la capital, publicado en 2020). A diferencia de la mirada esencialista del monumento a la Legión, el memorial focalizaba la atención en un período y fenómeno perfectamente distinguibles y delimitables desde una perspectiva científica: la despiadada continuación de las ejecuciones cuando ya había acabado la guerra.

La incapacidad de reconocer esta realidad histórica sulfuró al gobierno de Almeida hasta el extremo de vengarse del memorial desmontando sus letreros y deshaciendo su significado. Ahí sí tenemos una memoria “revanchista”, la misma que promovió la restitución al general esperpéntico de la calle que Carmena le retiró en 2017 para ofrecérsela a Justa Freire, maestra republicana. Memoria revanchista y, qué duda cabe, “sectaria”, alentada por una intransigencia que sólo busca el encontronazo, en absoluto el “encuentro”, en ese mismo espíritu “de ciega y feroz acometividad” que dicta la primera máxima del Credo Legionario, petrificado ahora en el pesado pedestal de la calle de Vitruvio. En un cementerio deberían caber todos los nombres, en particular si designan a quienes nunca han tenido un lugar para el recuerdo. Aunque los asesinados por el bando republicano durante la guerra ya han sido largamente honrados, si también se quiere hacer un memorial en su homenaje en el propio camposanto, como planteó en algún momento el Comisionado de Memoria Histórica madrileño, pues que se haga, pero sin cargarse el del vecino con la pantomima de la “reconciliación”. La reconciliación ya fue. La buscó la izquierda desde finales de los cuarenta y se hizo realidad con la Transición. Luego se convertiría en una tapadera para no hablar de nada. La mayoría de los monumentos a los caídos “por Dios y por España” que siguen en pie han sido resignificados en “honor a todos los que dieron su vida por España” (por decirlo como la inscripción grabada en el del Castillo de Montjuic en 1986). La memoria no es reconciliadora. No pretende unir lo desunido. No busca el consenso. Es selectiva, fragmentaria, subjetiva, parcial…, pero no necesariamente fanática, intolerante, vengativa. Un Gobierno democrático adulto debería dar libre curso a todas las memorias y evitar imponer una memoria de todos. Garantizar su coexistencia o, en el mejor de los casos, su convivencia no erradicaría la controversia, más bien al contrario. Pero es que el debate y la polémica son un componente esencial de la democracia. Es lo que el día 1 reivindicaban los activistas que colgaron un efímero busto de Franco de la bayoneta del legionario.

Daniel Rico Camps es historiador del arte.

01 enero 2023

My First Gay Bar

By CARLOS MARTÍN GAEBLER

Dedicated to Efrain, with brotherly love

42nd Street membership card
For generations of gays and lesbians, walking into a gay bar for the first time has long held a significant place in our personal histories. This was never more apparent than in the days following the homophobic mass shootings at Pulse, the gay nightclub in Orlando, Florida, in which 49 people lost their lives, and which prompted many to recall the nights they had spent in similar venues, and the sense of community they found there. Every gay person remembers the first time they went to a gay bar and how they felt.

Prior to the internet era, gay bars were integral to our social development. They were an escape from the often unfriendly outside world, packed every night of the week, and everyone inside was a friend, a brother. In those analogical times, we were awfully lucky that the guys weren’t focused on their iPhones but on each other when you entered the place. Also, fortunately, in 1980 AIDS hadn’t yet started its devastating advance.

At the time, I was a Spanish graduate student and Teaching Assistant at UNC-Chapel Hill ready to set the world on fire. 42nd Street (later on renamed as Power Company) opened in 1979. It was a converted department store (Rayless) located in downtown Durham, North Carolina, on 156 West Ramseur Street, next to the Corcoran multi-storey parking lot, with bars encircling the dance floor and the biggest disco ball in the Carolinas. The ground floor led to a mezzanine balcony at one end and to a basement full of pinball machines and pool tables at the other. The DJ booth sat above a stairwell overlooking the dance floor near the back bar. The large dancing area was like a hedonistic shrine, and Kool and the Gang’s Celebration was its anthem. Conversations would stop the second it came on and everybody would rush to the dance floor to join in this celebratory ritual.

This iconic disco was a non-segregated space where gay men and lesbians, black and white patrons, old and young, homos and straights, even Dukies and Tar Heels, haha, shared a good time together in brotherly spirit. It was a club for equality like I have never seen since. I was a gay kid in my early twenties who had just come out of the closet after years of unbearable loneliness. I had been a victim of humiliation and bullying during my adolescence. At 42nd Street I had no need to fight off bullies because I was among boys like me, and I felt protected. That place was like family to us.

42nd Street 1980 New Year's Party ticket
I was first taken to 42nd Street by my friends Tony Adinolfi and Tony Habit, a gay couple I had met upon arriving in Chapel Hill. My jaws dropped when I walked through the door. I couldn’t believe my eyes, gorgeous guys everywhere. I remember asking my friend Tony “But are all these boys gay?” He simply answered “Yep!” My life was never the same after that day in the fall of 1980. I went back countless times during my 3-year stay in Chapel Hill. I would get a lift from school friends or from my housemate Ritchie Bennett. I would drink liters of orange juice and water to stay hydrated and dance the night away.  I recall the 80s disco music, the liturgy of the awesome drag shows, the cute guys milling about, the club kids dancing bare-chested on the speakers: It was gay heaven! I could be myself. I didn’t have to pretend anymore. I was finally home. cmg2016

Original 42nd St advert with no physical address