25 diciembre 2017

Un mundo distraído, o el efecto Internet

Un mundo distraído

BÁRBARA CELIS
29/01/2011

La tercera parte de la población mundial ya es 'internauta'. La revolución digital crece veloz. Uno de sus grandes pensadores, Nicholas Carr, da claves de su existencia en el libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestra mente? El experto advierte de que se "está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma".
El correo electrónico parpadea con un mensaje inquietante: "Twitter te echa de menos. ¿No tienes curiosidad por saber las muchas cosas que te estás perdiendo? ¡Vuelve!". Ocurre cuando uno deja de entrar asiduamente en la red social: es una anomalía, no cumplir con la norma no escrita de ser un voraz consumidor de twitters hace saltar las alarmas de la empresa, que en su intento por parecer más y más humana, como la mayoría de las herramientas que pueblan nuestra vida digital, nos habla con una cercanía y una calidez que solo puede o enamorarte o indignarte. Nicholas Carr se ríe al escuchar la preocupación de la periodista ante la llegada de este mensaje a su buzón de correo. "Yo no he parado de recibirlos desde el día que suspendí mis cuentas en Facebook y Twitter. No me salí de estas redes sociales porque no me interesen. Al contrario, creo que son muy prácticas, incluso fascinantes, pero precisamente porque su esencia son los micromensajes lanzados sin pausa, su capacidad de distracción es enorme". Y esa distracción constante a la que nos somete nuestra existencia digital, y que según Carr es inherente a las nuevas tecnologías, es sobre la que este autor que fue director del Harvard Business Review y que escribe sobre tecnología desde hace casi dos décadas nos alerta en su tercer libro, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestra mente? (Taurus).
"Aún no somos conscientes de todos los cambios que van a ocurrir cuando realmente el libro electrónico sustituya al libro"
Cuando Carr (1959) se percató, hace unos años, de que su capacidad de concentración había disminuido, de que leer artículos largos y libros se había convertido en una ardua tarea precisamente para alguien licenciado en Literatura que se había dejado mecer toda su vida por ella, comenzó a preguntarse si la causa no sería precisamente su entrega diaria a las multitareas digitales: pasar muchas horas frente a la computadora, saltando sin cesar de uno a otro programa, de una página de Internet a otra, mientras hablamos por Skype, contestamos a un correo electrónico y ponemos un link en Facebook. Su búsqueda de respuestas le llevó a escribir Superficiales... (antes publicó los polémicos El gran interruptor. El mundo en red, de Edison a Google y Las tecnologías de la información. ¿Son realmente una ventaja competitiva?), "una oda al tipo de pensamiento que encarna el libro y una llamada de atención respecto a lo que está en juego: el pensamiento lineal, profundo, que incita al pensamiento creativo y que no necesariamente tiene un fin utilitario. La multitarea, instigada por el uso de Internet, nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación, nos convierte en seres más eficientes procesando información pero menos capaces para profundizar en esa información y al hacerlo no solo nos deshumanizan un poco sino que nos uniformizan". Apoyándose en múltiples estudios científicos que avalan su teoría y remontándose a la célebre frase de Marshall McLuhan "el medio es el mensaje", Carr ahonda en cómo las tecnologías han ido transformando las formas de pensamiento de la sociedad: la creación de la cartografía, del reloj y la más definitiva, la imprenta. Ahora, más de quinientos años después, le ha llegado el turno al efecto Internet.
Pero no hay que equivocarse: Carr no defiende el conservadurismo cultural. Él mismo es un usuario compulsivo de la web y prueba de ello es que no puede evitar despertar a su ordenador durante una breve pausa en la entrevista. Descubierto in fraganti por la periodista, esboza una tímida sonrisa, "¡lo confieso, me has cazado!". Su oficina está en su residencia, una casa sobre las Montañas Rocosas, en las afueras de Boulder (Colorado), rodeada de pinares y silencio, con ciervos que atraviesan las sinuosas carreteras y la portentosa naturaleza estadounidense como principal acompañante.
PREGUNTA. Su libro ha levantado críticas entre periodistas como Nick Bilton, responsable del blog de tecnología Bits de The New York Times, quien defiende que es mucho más natural para el ser humano diversificar la atención que concentrarla en una sola cosa.
RESPUESTA. Más primitivo o más natural no significa mejor. Leer libros probablemente sea menos natural, pero ¿por qué va a ser peor? Hemos tenido que entrenarnos para conseguirlo, pero a cambio alcanzamos una valiosa capacidad de utilización de nuestra mente que no existía cuando teníamos que estar constantemente alerta ante el exterior muchos siglos atrás. Quizás no debamos volver a ese estado primitivo si eso nos hace perder formas de pensamiento más profundo.
P. Internet invita a moverse constantemente entre contenidos, pero precisamente por eso ofrece una cantidad de información inmensa. Hace apenas dos décadas hubiera sido impensable.
R. Es cierto y eso es muy valioso, pero Internet nos incita a buscar lo breve y lo rápido y nos aleja de la posibilidad de concentrarnos en una sola cosa. Lo que yo defiendo en mi libro es que las diferentes formas de tecnología incentivan diferentes formas de pensamiento y por diferentes razones Internet alienta la multitarea y fomenta muy poco la concentración. Cuando abres un libro te aíslas de todo porque no hay nada más que sus páginas. Cuando enciendes el ordenador te llegan mensajes por todas partes, es una máquina de interrupciones constantes.
P. ¿Pero, en última instancia, cómo utilizamos la web no es una elección personal?
R. Lo es y no lo es. Tú puedes elegir tus tiempos y formas de uso, pero la tecnología te incita a comportarte de una determinada manera. Si en tu trabajo tus colegas te envían treinta e-mails al día y tú decides no mirar el correo, tu carrera sufrirá. La tecnología, como ocurrió con el reloj o la cartografía, no es neutral, cambia las normas sociales e influye en nuestras elecciones.
P. En su libro habla de lo que perdemos y aunque mencione lo que ganamos apenas toca el tema de las redes sociales y cómo gracias a ellas tenemos una herramienta valiosísima para compartir información.
R. Es verdad, la capacidad de compartir se ha multiplicado aunque antes también lo hacíamos. Lo que ocurre con Internet es que la escala, a todos los niveles, se dispara. Y sin duda hay cosas muy positivas. La Red nos permite mostrar nuestras creaciones, compartir nuestros pensamientos, estar en contacto con los amigos y hasta nos ofrece oportunidades laborales. No hay que olvidar que la única razón por la que Internet y las nuevas tecnologías están teniendo tanto efecto en nuestra forma de pensar es porque son útiles, entretenidas y divertidas. Si no lo fueran no nos sentiríamos tan atraídos por ellas y no tendrían efecto sobre nuestra forma de pensar. En el fondo, nadie nos obliga a utilizarlas.
P. Sin embargo, a través de su libro usted parece sugerir que las nuevas tecnologías merman nuestra libertad como individuos...
R. La esencia de la libertad es poder escoger a qué quieres dedicarle tu atención. La tecnología está determinando esas elecciones y por lo tanto está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma. Google es una base de datos inmensa en la que voluntariamente introducimos información sobre nosotros y a cambio recibimos información cada vez más personalizada y adaptada a nuestros gustos y necesidades. Eso tiene ventajas para el consumidor. Pero todos los pasos que damos online se convierten en información para empresas y Gobiernos. Y la gran pregunta a la que tendremos que contestar en la próxima década es qué valor le damos a la privacidad y cuánta estamos dispuestos a ceder a cambio de comodidad y beneficios comerciales. Mi sensación es que a la gente le importa poco su privacidad, al menos esa parece ser la tendencia, y si continúa siendo así la gente asumirá y aceptará que siempre están siendo observados y dejándose empujar más y más aún hacia la sociedad de consumo en detrimento de beneficios menos mensurables que van unidos a la privacidad.
P. Entonces... ¿nos dirigimos hacia una sociedad tipo Gran Hermano?
R. Creo que nos encaminamos hacia una sociedad más parecida a lo que anticipó Huxley en Un mundo feliz que a lo que describió Orwell en 1984. Renunciaremos a nuestra privacidad y por tanto reduciremos nuestra libertad voluntaria y alegremente, con el fin de disfrutar plenamente de los placeres de la sociedad de consumo. No obstante, creo que la tensión entre la libertad que nos ofrece Internet y su utilización como herramienta de control nunca se va a resolver. Podemos hablar con libertad total, organizarnos, trabajar de forma colectiva, incluso crear grupos como Anonymous pero, al mismo tiempo, Gobiernos y corporaciones ganan más control sobre nosotros al seguir todos nuestros pasos online y al intentar influir en nuestras decisiones.
P. Wikipedia es un buen ejemplo de colaboración a gran escala impensable antes de Internet. Acaba de cumplir diez años...
R. Wikipedia encierra una contradicción muy clara que reproduce esa tensión inherente a Internet. Comenzó siendo una web completamente abierta pero con el tiempo, para ganar calidad, ha tenido que cerrarse un poco, se han creado jerarquías y formas de control. De ahí que una de sus lecciones sea que la libertad total no funciona demasiado bien. Aparte, no hay duda de su utilidad y creo que ha ganado en calidad y fiabilidad en los últimos años.
P. ¿Y qué opina de proyectos como Google Books? En su libro no parece muy optimista al respecto...
R. Las ventajas de disponer de todos los libros online son innegables. Pero mi preocupación es cómo la tecnología nos incita a leer esos libros. Es diferente el acceso que la forma de uso. Google piensa en función de snippets, pequeños fragmentos de información. No le interesa que permanezcamos horas en la misma página porque pierde toda esa información que le damos sobre nosotros cuando navegamos. Cuando vas a Google Books aparecen iconos y links sobre los que pinchar, el libro deja de serlo para convertirse en otra web. Creo que es ingenuo pensar que los libros no van a cambiar en sus versiones digitales. Ya lo estamos viendo con la aparición de vídeos y otros tipos de media en las propias páginas de Google Books. Y eso ejercerá presión también sobre los escritores. Ya les ocurre a los periodistas con los titulares de las informaciones, sus noticias tienen que ser buscables, atractivas. Internet ha influido en su forma de titular y también podría cambiar la forma de escribir de los escritores. Yo creo que aún no somos conscientes de todos los cambios que van a ocurrir cuando realmente el libro electrónico sustituya al libro.
P. ¿Cuánto falta para eso?
R. Creo que tardará entre cinco y diez años.
P. Pero aparatos como el Kindle permiten leer muy a gusto y sin distracciones...
R. Es cierto, pero sabemos que en el mundo de las nuevas tecnologías los fabricantes compiten entre ellos y siempre aspiran a ofrecer más que el otro, así que no creo que tarden mucho en hacerlos más y más sofisticados, y por tanto con mayores distracciones.
P. El economista Max Otte afirma que pese a la cantidad de información disponible, estamos más desinformados que nunca y eso está contribuyendo a acercarnos a una forma de neofeudalismo que está destruyendo las clases medias. ¿Está de acuerdo?
R. Hasta cierto punto, sí. Cuando observas cómo el mundo del software ha afectado a la creación de empleo y a la distribución de la riqueza, sin duda las clases medias están sufriendo y la concentración de la riqueza en pocas manos se está acentuando. Es un tema que toqué en mi libro El gran interruptor. El crecimiento que experimentó la clase media tras la II Guerra Mundial se está revirtiendo claramente.
P. Internet también ha creado un nuevo fenómeno, el de las microcelebridades. Todos podemos hacer publicidad de nosotros mismos y hay quien lo persigue con ahínco. ¿Qué le parece esa nueva obsesión por el yo instigado por las nuevas tecnologías?
R. Siempre nos hemos preocupado de la mirada del otro, pero cuando te conviertes en una creación mediática -porque lo que construimos a través de nuestra persona pública es un personaje-, cada vez pensamos más como actores que interpretan un papel frente a una audiencia y encapsulamos emociones en pequeños mensajes. ¿Estamos perdiendo por ello riqueza emocional e intelectual? No lo sé. Me da miedo que poco a poco nos vayamos haciendo más y más uniformes y perdamos rasgos distintivos de nuestras personalidades.
P. ¿Hay alguna receta para salvarnos'?
R. Mi interés como escritor es describir un fenómeno complejo, no hacer libros de autoayuda. En mi opinión, nos estamos dirigiendo hacia un ideal muy utilitario, donde lo importante es lo eficiente que uno es procesando información y donde deja de apreciarse el pensamiento contemplativo, abierto, que no necesariamente tiene un fin práctico y que, sin embargo, estimula la creatividad. La ciencia habla claro en ese sentido: la habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más. Yo simplemente me limito a alertar sobre la dirección que estamos tomando y sobre lo que estamos sacrificando al sumergirnos en el mundo digital. Un primer paso para escapar es ser conscientes de ello. Como individuos, quizás aún estemos a tiempo, pero como sociedad creo que no hay marcha atrás.

29 noviembre 2017

Españolazo


24 noviembre 2017

Daniel Canogar, el artista tecnológico

Del 29 de noviembre 2017 al 28 de febrero 2018 la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid presenta la exposición Fluctuaciones de Daniel Canogar, una reflexión sobre los paradigmas de la sociedad de datos y las transiciones entre el mundo virtual y el mundo real.
La exposición, comisariada por Sabine Himmelsbach, se articula en torno al cambio tecnológico, presentando gráficamente la complejidad del mundo digital de hoy. Canogar (Madrid, 1964) utiliza medios tecnológicos, poniéndolos al servicio de una experiencia artística novedosa y entablando, al mismo tiempo, un diálogo estético con los entornos digitales.

En las grandes instalaciones y vídeo-animaciones generativas de la exposición, el artista aborda el impacto de las tecnologías en la sociedad, visibilizando el paso de los sistemas electromecánicos a los digitales e indagando en la posición que ocupa el individuo en una era interconectada tecnológicamente. Entre estas piezas destaca Sikka Ingentium, la culminación hasta la fecha de las reflexiones de Canogar sobre el cambio tecnológico y las bibliotecas rotas de nuestra memoria cultural.


Fluctuaciones” muestra un mundo en tránsito, de memorias pasajeras y fugaces, de cambios tecnológicos y de flujo de datos en constante crecimiento, evidenciando las inevitables transformaciones que las tecnologías continúan aportándonos.

"Fluctuations" explores the paradigm of our data society and reflects a world of changing media. Technological artist Canogar creates large-scale installations and generative video animations to investigate the interfaces and transitions between virtual and real worlds. Fluctuations stands for a world in flux -a world of transient, fleeting memories, shifting media and continuously increasing data streams- and searches for the individual person's impact and position in this hyperconnectivity.

Hay otros mundos, pero están en éste



Por JOSÉ ANDRÉS ROJO

La manada, la tribu, la nación, el pueblo. Hay verdadero pavor en los últimos años a desengancharse del grupo, y a perderse en las cosas de cada uno. Así que lo habitual es tirar el ancla para fijarla de manera firme en algún lugar que dé calor y que sirva para confirmar que sí, que eres de los nuestros. Los expertos suelen referirse a la globalización para entender esa querencia: la gente busca afinidades para no extraviarse en esa vaga nebulosa donde existe tanta diversidad. Hay otros que entienden que son conductas provocadas por la crisis económica, y es que si no fuera por los más próximos podrías haber sido fulminado. Otra interpretación más: Internet te abre a un mundo tan vasto y ajeno que más vale buscar ahí a tus afines y darle al “me gusta”.

La peste de las identidades está a la orden del día. Es necesario y urgente pertenecer a algo, vestir las mismas camisetas, levantar las mismas banderas, aspirar a una pureza intachable, ser auténticamente de izquierdas, tener raíces, no cometer traición. De lo que se trata, antes que nada, es de compartir unas señas de identidad y de tener localizado al enemigo. Cuando reflexiona sobre los afanes de tantos por legitimar la propia causa en su último libro, La flecha (sin blanco) de la historia, el filósofo Manuel Cruz cita unas observaciones de un artículo de Tzvetan Todorov publicado en estas páginas: “Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, está preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias inéditas. Comprender al enemigo quiere decir también descubrir en qué nos parecemos a él”.

Nada más alejado de la corriente que hoy se impone, donde lo que sobre todo importa es ser de la manada, de la tribu, de la nación, del pueblo. Hay, sin embargo, otros mundos y, por extraño que parezca, están en este.

Por ejemplo, William Morris. Vivió en la Inglaterra victoriana y tuvo tiempo para hacer de todo. Fue diseñador, artesano, empresario, poeta, ensayista traductor, bordador, tejedor, impresor, tipógrafo, editor, agitador político, etcétera. Una exposición recoge una amplia muestra de su obra en la Fundación Juan March de Madrid, y en su sala de conferencias recordó el escritor Ignacio Peyró hace unos días que uno de los caminos que exploró para forjar sus derroteros espirituales fue el de regresar al medievo. En la Inglaterra cargada de humo y manchada con el hollín de las fábricas de la era industrial, Morris eligió el lustre de los ideales caballerescos y el esplendor de las catedrales góticas.

Procedía de una buena familia, jamás tuvo dificultades económicas, tenía las antenas puestas para atrapar cuanto contribuyera a conquistar más belleza. Pero las injusticias lo exasperaban. Así que se metió en política, entregado a difundir la causa socialista. Hay otros mundos, sí, pero están en este. Y frente a cuantos reclaman las identidades sin mácula, confirman que las cosas son más complejas, que somos mestizos y que, ay, también llevamos al enemigo dentro.

14 noviembre 2017

Las manadas de animales son más humanas

Por BERNA GONZÁLEZ HARBOUR

Visto con ojos humanos, los delfines machos violan a las hembras en manada, cierto, pero, en general, la palabra “manada” sirve para definir un rebaño de ganado que está al cuidado de un pastor o un conjunto de animales de la misma especie que andan por ahí reunidos. En ganadería resulta práctico para el dueño y, en la naturaleza salvaje, para los animales, porque se agrupan para cazar, jugar, convivir y organizarse ante los depredadores. Es natural.

Cualquier parecido de todo esto con los violadores de San Fermín podría ser pura coincidencia, pues se diría que en la mayoría de las especies animales los machos respetan a las hembras más que estos cinco amiguetes —uno de ellos soldado y otro guardia civil— que ya se sientan ante la justicia en Pamplona. Pero ellos se hacían llamar “la manada” y si nos paramos aquí a analizarlos es porque pueden ser ejemplares representativos de una subespecie humana de gran recorrido: los hombres que ejercen la violencia contra las mujeres. Se caracterizan por considerar a la hembra parte de su propiedad, por castigarla si no se somete a ellos e incluso matarla a ella o a sus propios cachorros si son contrariados. Documentemos algunos casos: Los cinco acusados de violación, robo con intimidación y delito contra la intimidad en Pamplona hicieron supuestamente algo aún peor que violar a una mujer indefensa. Y fue hacerlo colectivamente, grabarlo, compartir los vídeos y jactarse de ello en WhatsApp. “Follándonos a una los cinco”, “puta pasada de viaje”, relataba uno de ellos en su chat La Manada. “Cabrones, os envidio. Esos son los viajes guapos”, jaleaba un amigo desde Sevilla en el grupo Disfrutones SFC. Los cinco ejemplares analizados podrían haber reflexionado en el largo año que llevan en la cárcel para presentarse al juicio con algún resquicio de decencia. Pero además alegan que la chica de 18 años que solo pasaba por allí había dado su consentimiento, aunque quienes la encontraron llorando desconsoladamente, tumbada en posición fetal y con lesiones relataron una versión diferente. Aún sufre estrés postraumático.

En esta improvisada definición aparecen otros machos curiosos de los que no nos olvidamos: David Oubel mató a sus hijas, Amaia y Candela, de 4 y 9 años, con una sierra radial. Fue en Moraña (Pontevedra) en 2015 y él mismo reconoció los hechos. Al día siguiente tenía que devolvérselas a su madre, de la que se había separado, y claro. Un hombre degolló este fin de semana a su hija de dos años en Alzira (Valencia) tras una pelea con la madre. Otro asesinó a su expareja Jessica Bravo la semana pasada en presencia de su hijo de tres años ante su colegio en Elda. Después de suicidó. Ya son 23 los menores huérfanos por la violencia de género en lo que va de año en España.

Violadores, asesinos de mujeres, de sus hijos o de ambos. Hombres incapaces de afrontar la frustración, de aceptar la libertad de la mujer y que se creen sus dueños. En manada o en solitario. Es la triste definición nada científica de la subespecie humana que hoy nos ocupa, mucho más cavernaria que la animal.
El País, 14 de noviembre de 2017

Creencias que separan


27 septiembre 2017

WALTER, Peluquería de señoras

Aunque nunca llegué a conocer a mi abuelo alemán, que murió dieciocho meses antes de que yo naciera, guardo innumerables recuerdos de la peluquería de señoras que regentaba en el número 17 (actual número 11) de la céntrica calle Rioja de Sevilla, y que solía frecuentar de niño cuando visitaba a mi abuela María y a mis tíos Fernando y Pepi, quienes habían heredado el negocio familiar.

Mi abuelo Walter Gaebler nació en 1889 en la localidad de Eisleben, ciudad natal de Martín Lutero, un pequeño pueblo rural al este de Alemania. Empezó a trabajar en 1903, a la edad de 14 años, en Halle. Tras la hecatombe económica que para Alemania supuso la primera guerra mundial, se produjo una masiva emigración de alemanes que huían del caos financiero que había provocado la hiperinflación del periodo de la república de Weimar y de la depresión económica causada en parte por las ingentes deudas que, en el Tratado de Versalles, Alemania fue obligada a pagar por las potencias vencedoras como compensación por los daños causados por la guerra. Mi abuelo Walter fue uno de tantos que, después de 1923, buscaron suerte más allá de su tierra natal embarcándose en la marina mercante. Me contaron que tuvo que tirarse al mar desde un barco huyendo de los ingleses, llegando a nado hasta el puerto de Vigo. Después, durante los años veinte, vivió una temporada en Portugal, más tarde se trasladó a Madrid, y recaló finalmente en Sevilla, donde conoció a mi abuela y montó el salón de peluquería Walter, que con el tiempo sería el más afamado de su época entre las damas de la alta sociedad. Walter podía presumir de haber peinado a Cayetana de Alba el día de su boda con Luis Martínez de Irujo en 1947.




La peluquería, que, según rezaba su publicidad, estaba especializada en "ondulación permanente, aplicación de tinturas y de henné legítimo, manicura y masaje," se hallaba ubicada en la entreplanta de un hermoso edificio regionalista que el arquitecto Aníbal González había construido entre 1917 y 1919 para la familia Sánchez Dalp, justo encima del legendario café Gran Britz, como puede observarse en una postal de aquella época. Hacía esquina con las calles Rioja y Tetuán. Mi abuelo era muy aficionado a asistir, sombrero en mano, a las tertulias que allí tenían lugar. 


Mi abuelo Walter Gaebler, mi abuela María Ojeda y su hija María Luisa (mi madre) en el salón hacia 1934.
De él me contaron que había sido un consumado políglota pues, como hacía saber en su tarjeta profesional, hablaba alemán, inglés, francés, portugués, y castellano, éste con un fuerte acento germano del que nunca consiguió deshacerse. Era emprendedor, meticuloso y ordenado, como buen alemán, y tenía fama de cascarrabias. Era protestante, pero los fascistas españoles (concretamente unos falangistas amigos suyos) le obligaron a convertirse al catolicismo y a ponerse el, al parecer, nada "pecaminoso" nombre de Francisco. No obstante, en su tarjeta personal optó por enmascararlo haciendo imprimir  simplemente "F. WALTER GAEBLER".


En el hall de entrada a la peluquería y en otras estancias de la casa de mis abuelos, había colgados numerosos cuadros de Baldomero Romero-Ressendi, pintor costumbrista muy amigo de la familia. Mi abuelo Walter solía comprarle lienzos y óleos para que éste pintara sus obras. Confieso que las obras de Ressendi que atesoraba mi familia, aunque pintadas con virtuosismo y gran técnica expresionista, nunca me encandilaron de niño porque me parecía que retrataban un mundo sórdido, y porque ya intuía que reflejaban la España oscura y tenebrista en la que fueron creados. Sin embargo, como ocurre siempre, hubo una excepción. En diciembre de 1960 Ressendi pintó una acuarela singular para felicitarles a mis padres la Navidad y desearles próspero año nuevo de una forma harto simpática: sentados bajo sendos secadores de pelo aparecemos mis padres y yo de niño en lo que constituye el único recuerdo (pues no se conservan fotos tras la reforma del salón) de aquellos secadores de casco verde agua (aquí pintados recordando la tetilla de un biberón) que en mi imaginación infantil yo asociaba con las escafandras de los astronautas que iban al espacio durante aquella década prodigiosa. 


El salón de la peluquería que yo conocí tras la reforma que hizo mi tío Fernando era un espacio rectangular y diáfano, con varias ventanas que daban a la calle Rioja, enlosado con un sencillo diseño hidráulico de tablero de ajedrez (piso ajedrezado que perduró tras la reforma). En el centro de la estancia, mi tío que, como dije, ya regentaba el negocio en los años 60, tenía colocado un hermoso macetero antiguo de hierro forjado, pintado de blanco, en cuyos múltiples brazos estaban colocados helechos de distintos rizos. Este macetero, que semejaba a un árbol con ramas, era la auténtica joya del salón. Mi tío los mimaba y vaporizaba él mismo con un tacto exquisito. 

En una esquina se situaba un buró donde mi tío guardaba el efectivo y el libro de citas, que cogía con su característica letra superminúscula. Separados por un biombo del resto del salón, se situaban los tres lavaderos, en los que de pequeño a veces me lavaban el pelo (cuánta ternura la de mi tía Pepi al hacerlo). Frente a los cinco secadores había una pequeña mesita con revistas ilustradas; me encantaba hojear los ejemplares de Schöner Wohnen, La actualidad española y Sábado Gráfico, estas últimas con noticias y fotos de los Beatles y de la carrera espacial. Sobre todo me fascinaban las pequeñas jarras de cerámica antiguas que mi tío (aficionado al mercadillo del Jueves) coleccionaba y que tenía colocadas minuciosamente, de menor a mayor, en una hermosa estantería transparente, junto a bellísimas reproducciones de ídolos aztecas que solía adquirir en la Feria de Muestras Iberoamericana, que tenía lugar cada primavera en Sevilla, una de las cuales aún conservo.

Reseña biográfica publicada por ABC de Sevilla el 30 de octubre de 1955
La música constante de la cantautora norteamericana Joan Baez, que mi tío tenía grabada en enormes cintas magnetofónicas, hacía las veces de banda sonora de la peluquería. Aquella música que mi tete adoraba y reproducía una y otra vez fue entrando paulatinamente en mis oídos hasta formar parte de mi memoria acústica. De hecho, en mi segundo viaje de estudios a Alemania me gasté todos mis ahorros en comprar el doble elepé, Blessed Are..., que la cantante acababa de publicar ese verano de 1971. Debió de ser uno de mis primeros contactos con la cultura popular norteamericana (y por ende con la lengua inglesa) durante mi adolescencia. Finalmente, en mi memoria olfativa perdura el recuerdo del maravilloso olor a la alhucema que ardía sobre los calentadores de petróleo que calentaban el salón en invierno (además del olor a los tintes y a la laca Elnett de Loreal que allí se empleaban)… cmg2017


Puerta de la antigua Peluquería Walter. 

31 julio 2017

Los abedules de mi abuelo

En la década de los años veinte del pasado siglo XX, mi abuelo Martin Walter Gäbler (Eisleben, 19.08.1889 - Sevilla 31.12.1956), por entonces un joven ambicioso en busca de sustento, abandonó su Alemania natal (que se hallaba sumida en una profunda crisis económica provocada por la asfixiante hiperinflación durante la república de Weimar) y se embarcó en la marina mercante, lo que le llevó a recalar en innumerables puertos de mar, como Río de Janeiro, su ciudad predilecta, a decir de mi madre. Con el tiempo, el trotamundos de mi abuelo acabaría ejerciendo el oficio de peluquero de señoras, primero en Madrid y finalmente en Sevilla, donde instaló su afamado salón en un edificio de Aníbal González, situado en la esquina de las calles Rioja y Tetuán. Emigró hasta el Sur atraído por la personalidad vitalista de la que con el tiempo sería mi abuela, María Ojeda Díaz, natural de Alcalá de Guadaíra, donde nació en 1903, y con la que pasé los mejores momentos de mi infancia.
Y entre los recuerdos que debió traerse de su tierra natal figura esta cautivadora fotografía de unos abedules de tronco plateado en un campo germano, que adquirió, junto a otra de los mismos autores, los hermanos Hofmeister, en una galería de Munich (y por la que pagó 50 Pfennig de la época, según figura escrito a lápiz en el anverso). Casi un siglo después, ha llegado hasta mí y la emoción del hallazgo me ha llevado a publicarla en la red y compartirla con el público internauta y con los aficionados a la fotografía histórica. Tras escanearla, la versión digital resultante ha ganado luminosidad y aumentado su magia icónica. Mi abuelo la observaría con añoranza de sus lejanos bosques alemanes de cedros y abedules, tan diferentes de los naranjos y cipreses mediterráneos que le acompañaron en España hasta el final de su vida, unos años antes de yo nacer.
Esta foto, de gran valor emocional para quien esto escribe, me ha brindado la oportunidad de recuperar una parte de la memoria histórica familiar y de rendirle homenaje a ese abuelo que no conocí pero cuyo apellido le da nombre a este blog y del que me llegó parte de su ADN políglota y viajero. Danke, Opa. cmg2015

Birken im Moor (Abedules en la marisma), fotograbado de Theodor y Oskar Hofmeister, n.1868-1943, 1871-1957, publicada por la editorial Hermann A. Wiechmann en Munich alrededor de 1910. Los hermanos Hofmeister, que pertenecieron al grupo de fotógrafos del Pictorialismo alemán, se distinguieron por crear unos potentes cuadros bicromáticos, con logrados efectos de distanciamiento y desenfoque.

22 julio 2017

Los ángeles siguen siendo ángeles


En 2013 visité con unos amigos malagueños una espléndida exposición del escultor británico Richard Deacon en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. Pero el CAC me tenía reservada una sorpresa en otra sala: una exposición de fotografías (La mirada subjetiva) realizadas por alumnos/as salientes de la Escuela de Arte San Telmo de la capital malagueña. Una obra me llamó poderosamente la atención. Titulada por su autora, Lourdes Mellado, "Los ángeles siguen siendo ángeles" (Técnica: color digital. 54x40cm, 2012), podría haber sido hecha en nuestro tiempo por el propio Caravaggio si le hubieran puesto una cámara digital en la mano. El fondo y la forma de la misma me recordaban al maestro del claroscuro italiano y me remitían a los Sonetos del Amor Oscuro que Federico García Lorca compuso para su amante Juan Ramírez de Lucas (recomiendo fervientemente la lectura de la apasionante novelización de su amor publicada por Manuel Francisco Reina bajo el título Los amores oscuros [Temas de Hoy, 2012]). Nunca antes había contemplado la plasmación de un momento íntimo de amor entre dos varones con tanta elegancia. La he colgado aquí, junto a una foto de su autora, para compartirla con mis lectores y difundirla por la red. cmg2013


12 julio 2017

Contemplación/Contemplation (Una exposición en línea)

En estos tiempos apresurados, me atrae especialmente la pausa en el mirar. Con esta serie de fotografías, que he titulado Contemplación, me interesa mostrar la interacción entre personas y obras pictóricas (esa conversación tan silenciosa como activa), captar el momento del goce humano ante la belleza creada por otros y visualizar la emoción sosegada que nos produce la contemplación de la belleza. 


In this hurried age, I find pausing for gathering quite appealing. The main reason for publishing this photo series - which I have entitled Contemplation- is to show the interaction between individuals and paintings (a dialogue which is both silent and active), to capture the moment of human joy in the face of beauty created by others, and to visualize the peaceful emotion that aesthetic contemplation brings out in us. 




Pinche en la palabra-enlace Contemplación para ver la serie./Click on the link-word Contemplation to see the series.

13 junio 2017

Feliz Orgullo 2017

Cartelazo currao de Daniel DALOPO

07 junio 2017

Los cineclubes de Sevilla

Por ALFREDO VALENZUELA
El País, 16 de enero de 1987


Cineclub de Arquitectura El Cinematógrafo. Foto: Pérez Cabo1987

Al cineclub se va como se va a misa. Desde luego, el que acude al cineclub es porque comulga con la séptima de las artes, de eso no hay duda. ¿Quién si no organizaría una esperada tarde de fin de semana en función del horario de un cineclub concreto? (la mayoría de ellos sólo tienen una sesión diaria, en sábados y domingos). ¿Quién si no prefiere la butaca de un vetusto salón de actos universitario a otra butaca cualquiera? ¿Quién está dispuesto a encontrarse de antemano con las mismas caras de siempre?, porque, no lo olvidemos, al cineclub, como a misa, siempre van los mismos.

Claro está que se trata de algo más que un rito. Hoy por hoy es el mejor modo de encontrar la añorada reposición. O mejor dicho, el único, al menos en una ciudad como Sevilla, donde las salas cinematográficas de reestreno desaparecen como víctimas de una conjura secreta. Es también una manera de recordar que cualquier tiempo pasado fue mejor. De ver cine barato. De no echar de menos las poco rentables salas de arte y ensayo. O de pasar la tarde del sábado si a nadie se le ha pasado por la cabeza marcar tu número de teléfono. 

El cineclub, además de ser una de las manifestaciones socioculturales que aún perviven con un aire progre, es eminentemente estudiantil. Su actividad arranca con el curso escolar y muere con la convocatoria de junio. Sus días útiles coinciden con los no lectivos. Y, fundamentalmente, con el precio de la entrada de un cine de estreno cualquier aficionado puede acudir a dos sesiones de cineclub o, si se prefiere, como es la mayoría de los casos, ver una sola película y luego tomar unas cañas en un local cercano y acogedor, donde comparar opiniones y lamentarse por el pobre estado de la cinta.

Estas protestas también forman parte del protocolo, puesto que nadie recuerda de nadie que alguna vez viera una buena copia en un cineclub. Otros, haciendo gala de tener una memoria de universitario por licenciar, enumeran con todo lujo de detalles las siete veces que han visto la película y con quién fueron a verla cada una de ellas.

Otra prueba de la vocación estudiantil de este espectáculo, al menos en Sevilla, son los famosos maratones o sesiones de cine más o menos monográfico, de 24 horas de duración. Estas proyecciones gigantes se realizan en marzo, una vez concluido el amargo sorbo de la convocatoria de febrero y cuando la primavera ya despunta en la ciudad. Requisitos imprescindibles, ya que el maratón se plantea como una fiesta más a celebrar durante el curso. Es más, la razón de vida de algunos cineclubes no es otra que el viaje de fin de curso o del paso del ecuador de alguna promoción. Prueba ésta de que el cine podría seguir siendo un espectáculo rentable, principio que tanto público como empresarios se empeñan en desmentir en los tiempos que corren. 

Del regusto progre sí queda mucho todavía. La mayoría de de los cineclubes conservan el encanto de ofrecer varios intermedios, el número de éstos es variable y depende de los rollos que tiene cada película. Los pocos minutos de estos intermedios, que hoy por hoy sólo conservan los cines de verano y algunos de pueblo, se aprovechan para estirar las piernas recordemos las butacas de un vetusto salón de actos universitario—, echar un cigarro y comenzar una apasionada conversación en torno a la película.

Estas breves tertulias, que luego se pueden continuar a la salida, mientras se toman unas cañas para completar el presupuesto hasta lo que podría haber sido el pase de una sala de estreno, son parte de los últimos vestigios de otras décadas más prodigiosas. Hubo un tiempo en que la tertulia fue al cineclub lo que la charla de salón al teatro burgués, es decir, incluso más importante aún que el propio espectáculo, el elemento central que le dotaba de razón de existir.

Sevilla es una ciudad de honda tradición para el cineclub. El Vida, próximo a los jesuitas, y el Universitario, que hoy no funciona pero que aún está inscrito en los registros del Ministerio de Cultura, pueden alcanzar una edad de no menos de 20 años. 

Muchos son los que recuerdan que entonces, creyéndose hacer la revolución, elegían el ámbito del cineclub para sus conspiraciones políticas y, por qué no, para irse a la cama en caliente, eso sí, sin dejar de discutir ni un momento sobre la moral reaccionaria que no les permitía ver algunos de los largometrajes que hacían furor en el extranjero.

Por aquel entonces, las salas se mantenían con los socios y los pases de cada sesión. Hoy, la media de 300 personas que cada fin de semana acude al cineclub no deja una cantidad suficiente para los gastos que comporta, la gran mayoría de ellos motivados por los alquileres de las películas. Así, la Federación Andaluza de Cineclubes, alma de la media docena de ellos que aun perviven en la ciudad, recibe ayuda económica de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. 

No se puede olvidar que la actividad cultural de la Universidad de Sevilla encuentra su máximo exponente en estos cineclubes. Al margen de lo puramente académico, las aulas de cultura son prácticamente inexistentes y las actividades culturales dejan mucho que desear, al menos en lo que se refiere a organización y participación estudiantil, y a cantidad y variedad de los programes ofertados por la propia institución.

Alfredo Valenzuela (Jaén, 1962) es redactor cultural de la agencia Efe en Sevilla, crítico literario, autor de una biografía sobre el rockero Silvio y coautor de una historia sobre la Cartuja sevillana.


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