29 junio 2023

Marco Berger sobre su cine

Yo no hago cine para un público "gay", sino para el público en general, donde casualmente los personajes son hombres. Lo miro desde esa perspectiva. No me planteo hacer películas para que las vean en un cine o las alquilen espectadores "gays", que vayan a festivales "gays". No, yo hago... una película. En el caso de la película Plan B (2009), me pasó que mucha gente no la quería etiquetar como cine "gay". Y yo tenía que defender, frente a esa idea de que no era "gay," que finalmente hablaba de una relación entre dos hombres, de manera que sí era "gay". En cuanto a las etiquetas, la verdad es que no me pongo a pensar en ello. Me parece que el cine que yo pretendo hacer tiene el interés en otro lugar. Lo "gay" no es lo primordial. Es como si dicen que Woody Allen siempre es un cineasta etiquetado como neoyorquino y que todas sus películas hablan de Nueva York. Con Woody Allen no pasa porque siempre te va a sorprender de alguna forma, y yo quisiera que conmigo ocurriera lo mismo, que haga cine que sorprenda, y que si hay dos hombres no sea un cine para guetos. Si mañana se me ocurre hacer una película de ciencia-ficción y los protagonistas son hombres lo importante será la ciencia-ficción. Uno vio películas de hombres y mujeres toda la vida y eso no me cambió nada, ni por ver "Pretty woman" o "E.T." No me pregunto por la sexualidad de los personajes. En el caso de lo que yo hago, no me gustaría que se pensara en las tendencias sexuales de los personajes. No me parece que yo pretenda hacer un cine "gay" y las etiquetas no me interesan. A mí me gusta el cine, y si se piensa que el mío es un cine "gay" no es mi problema, sino del que lo piensa. (Noticine.com, 2011)

Mi película Los agitadores (2022) muestra un universo que ya había rozado en Taekwondo (2019): esta idea de varones juntos de vacaciones, jodiendo -pero cuando ocurrió la muerte de Fernando Báez Sosa, en Villa Gesell, empecé a interesarme más en la violencia de estos hombres. Recuerdo que hasta se habían filtrado unos videos de ellos, filmados con un teléfono, pegándose con una cachiporra que le habían robado a la Policía en la playa, el día antes del asesinato. Son todos rugbiers y pensé que podía explorar ese mundo, donde por un lado se agarran las bolas pero por otra parte son muy homofóbicos. Ese juego de contradicciones está muy presente en muchos grupos de amigos. No fue la idea representar la muerte de Fernando, sino exponer esa violencia y deseo sexual reprimido de las clases sociales altas. La película hace un juego tramposo con la mente del espectador y la sensación, al principio, es 'cómo me voy a cagar de risa con estos pibes'. Después, esa sensación de comedia se va diluyendo cuando te encontrás con los grados de violencia que tienen y cómo van creciendo. En realidad, lo que pretendo es no separar a los monstruos y pensar que pueden ser los amigos o los primos de quien está siguiendo el relato. (Eldestapeweb.com, 2022)

Entre la filmografía de Marco Berger (Buenos Aires, 1977), cabe destacar Plan B (2009), Ausente (2011), Hawaii  (2013), Taekwondo (2016), Un rubio (2019) y Los agitadores (2022). Casi todas disponibles en Filmin.

Enlace relacionado: Entrevista a Marco Berger en Página 12

28 junio 2023

Luis Cernuda, poeta heterodoxo, diverso y laico

 

Fotografía intervenida digitalmente mediante inteligencia humana de la tumba de Luis Cernuda, poeta sevillano heterodoxo, diverso y laico. Cementerio Panteón Jardín de la Ciudad de México. 28 de junio de 2023. cmg

Vida sin cultura

Por RAFAEL ARGULLOL
El País, 6 de marzo de 2015

Casi han desaparecido el acto de leer y la mirada reflexiva sobre el arte producido durante milenios. Síntoma de este deterioro es la abrupta sustitución de la lógica filosófica por la del emprendedor en la reforma educativa.

Quizá lleguemos a ver cómo será la vida sin cultura. De momento ya tenemos indicios de lo que está siendo, paulatinamente, un mundo que ha optado, al parecer, por desembarazarse de la cultura de la palabra pese a poseer índices de alfabetización escolar sin precedentes. Hace poco un editor me comentaba que el problema —o, más bien, el síntoma— no eran los bajos niveles de venta de libros sino la drástica disminución del hábito de la lectura. Si el problema fuera de ventas, decía, con esperar a la recuperación económica sería suficiente; sin embargo, la caída de la lectura, al adquirir continuidad estructural, se convierte en un fenómeno epocal que necesariamente marcará el futuro. El preocupado editor —un buen editor, de buena literatura— añadía que, además, la inmensa mayoría de los libros que se leen son de pésima calidad, desde best sellers prefabricados que avergonzarían a los grandes autores de best sellers tradicionales hasta panfletos de autoayuda que sacarían los colores a los curanderos espirituales de antaño.

De querer preocupar todavía más al editor, y a los que piensan como él, se podría analizar detenidamente la última encuesta sobre la lectura que hace unas semanas apareció en los medios de comunicación. No sólo un tanto por ciento muy elevado de la población jamás leía un libro sino que se vanagloriaba de tal circunstancia. Para muchos de nuestros contemporáneos la lectura se ha hecho agresivamente superflua e incluso experimentan una cierta incomodidad al ser preguntados al respecto. Dicen no tener tiempo para leer, o que prefieren dedicar su tiempo a otras cosas más útiles y divertidas. Nos encontramos, por tanto, ante una bastante generalizada falta de prestigio social de la lectura que probablemente oculte una incapacidad real para leer. Dicho de otro modo: el acto de leer se ha transformado en un acto altamente dificultoso y, para muchos, imposible. Me refiero, claro está, a leer un texto que vaya más allá de la instrucción de manual, del mensaje breve o del titular de noticia. Me refiero a leer un texto de una cierta complejidad mental que requiera un cierto uso de la memoria y que exija una cierta duración temporal para ir eligiendo en libertad, y en soledad, los distintos caminos ofrecidos por las sucesivas encrucijadas argumentales.

El pseudolector actual rehúye las cinco condiciones mínimas inherentes al acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libertad y soledad. Él abomina de lo complejo como algo insoportablemente pesado; desprecia la memoria, para la que ya tenemos nuestras máquinas; no tiene tiempo que perder en vericuetos textuales; no se atreve a elegir libremente en la soledad que, de modo implacable, exige la lectura. En definitiva, nuestro pseudolector actual ha sido alfabetizado en la escuela y, en muchos casos, ha acudido a la universidad, pero no está en condiciones de confrontarse con el legado histórico de la cultura humanista e ilustrada construido a lo largo de más de dos milenios. Este pseudolector —en el que se identifica a la mayoría de nuestros contemporáneos— no puede leer un solo libro verdaderamente significativo de lo que hemos llamado, durante siglos, “cultura”.

Quien escuche una opinión semejante rápidamente alegará que hemos sustituido la cultura de la palabra por la cultura de la imagen, el argumento favorito cuando se conversa de estas cuestiones. De ser así, habríamos sustituido la centralidad del acto de leer por la del acto de mirar. Surgen, como es lógico, las nuevas tecnologías, extraordinarias productoras de imágenes, e incluso las vastas muchedumbres que el turismo masivo ha dirigido hacia las salas de los museos de todo el mundo. Esto probaría que el hombre actual, reacio al valor de la palabra, confía su conocimiento al poder de la imagen. Esto es indudable, pero, ¿cuál es la calidad de su mirada? ¿Mira auténticamente? A este respecto, puede hacerse un experimento interesante en los museos a los que se accede con móviles y cámaras fotográficas, que son casi todos por la presión del denominado turismo cultural.

Les propongo tres ejemplos de obras maestras sometidas al asedio de dicho turismo: La Gioconda en el Museo del Louvre, El nacimiento de Venus en los Uffizi y La Pietà en la Basílica de San Pedro. No intenten acercarse a las obras con detenimiento porque eso es imposible; apóstense, más bien, a un lado y miren a los que tendrían que mirar. La conclusión es fácil: en su mayoría no miran porque únicamente tienen tiempo de observar, unos segundos, a través de su cámara: de posar para hacerse un selfie. Capturadas las imágenes, los ajetreados cazadores vuelven en tropel a la comitiva que desfila por las galerías. ¿Alguien tiene tiempo de pensar en la ambigua ironía de Leonardo, o en la sensualidad de Botticelli, o en el sereno dramatismo de Miguel Ángel? Es más: ¿alguien piensa que tiene que pensar en tales cosas?

Paradójicamente, nuestra célebre cultura de la imagen alberga una mirada de baja calidad en la que la velocidad del consumo parece proporcionalmente inverso a la captación del sentido. El experimento en los museos, aun con su componente paródico, ilustra bien la orientación presente del acto de mirar: un acto masivo, permanente, que atraviesa fronteras e intimidades, pero, simultáneamente, un acto superficial, amnésico, que apenas proporciona significado al que mira, si este niega las propiedades que exigiría una mirada profunda y que, de alguna manera, se identifican con los que requiere el acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libre elección desde la libertad. Frente a estas propiedades la mirada idolátrica es un vertiginoso consumo de imágenes que se devoran entre sí. Al adicto a esta mirada, al ciego mirón, le ocurre lo que al pseudolector: tampoco está en condiciones de confrontarse con las imágenes creadas a lo largo de milenios, desde una pintura renacentista a una secuencia de Orson Welles: las mira pero no las ve.

De ser cierto esto, la cultura de la imagen no ha sustituido a la cultura de la palabra sino que ambas culturas han quedado aparentemente invalidadas, a los ojos y oídos de muchos, al mismo tiempo. El pseudolector, que ha aceptado que a su alrededor se desvanezcan las palabras, marcha al unísono con el pseudoespectador, que naufraga, satisfecho, en el océano de las imágenes. La casi desaparición del acto de leer y, pese a la abundante materia prima visual, el empobrecimiento del acto de mirar llevan consigo una creciente dificultad para la interrogación. En nuestro escenario actual el espectáculo tiene una apariencia impactante pero las voces que escuchamos son escasamente interrogativas. Y con bastante justificación puede identificarse el oscurecimiento actual de la cultura humanista e ilustrada con nuestra triple incapacidad para leer, mirar e interrogar. Cuando en la última reforma educativa se defiende enfáticamente que la lógica filosófica va a ser sustituida, en la enseñanza escolar, por la “lógica del emprendedor” no hace sino sancionarse el fin de una determinada manera de entender el acceso al conocimiento. Aunque ni siquiera quien ha acuñado esta frase sabe qué diablos significa la “lógica del emprendedor”, aquella sustitución es perfectamente representativa del modo de pensar dominante en la actualidad.

El mundo político se ha adaptado sin titubeos al nuevo decorado, expulsando de su retórica cualquier conexión cultural. Esto habría sido imposible en los últimos tres siglos. Pero el mundo político, el que más crudamente expresa las oscilaciones de la oferta y la demanda, no es sino la superficie especular en la que se contemplan los otros mundos, más o menos distorsionadamente. La expulsión de la cultura —o de una determinada cultura: la de la palabra, la de la mirada, la de la interrogación— es un proceso colectivo que afecta a todos los ámbitos, desde los medios de comunicación hasta, paradójicamente, las mismas universidades. No obstante, en ninguno de ellos es tan determinante como en el de los propios ciudadanos, que han dejado de relacionar su libertad con aquella búsqueda de la verdad, el bien y la belleza que caracterizaba la libertad humanista e ilustrada. La utilidad, la apariencia y la posesión parecen, hoy, valores más sólidos en la supuesta conquista de la felicidad.

Y puede que sea cierto. Igual la vida sin cultura es mucho más feliz. O puede que no: puede que la vida sin cultura no sea ni siquiera vida sino un pobre simulacro, un juego que sea aburrido jugar.

20 junio 2023

Videocarta de un profesor de Secundaria a sus alumnos suspendidos

Pablo Poó Gallardo. Así se llama el profesor sevillano de Secundaria que ha dado una lección de vida a sus alumnos suspendidos vía YouTube. En menos de cinco minutos de grabación, Poó explica a sus estudiantes más rezagados por qué es tan importante estudiar.

“No sabéis nada de la vida. La vida es una putada. La vida no te espera, no te comprende, no te hace recuperaciones. Vosotros ahora vivís muy bien. Vuestra única obligación es estudiar, y no la cumplís mucho,” explica el profesor.

Poó pone el acento en el hecho de que la vida que viven ahora mismo sus alumnos, en nada se parece a lo que se van a encontrar en un futuro. “Llegáis a casa y os pagan vuestra comida, vuestros padres os pagan la ropa y vuestros móviles, a los que rompéis la pantalla cada dos por tres. Os pagan hasta vuestros botellones, puta madre todo. Pero es que la vida no es esta burbuja en la que vosotros vivís durante los cuatro años de la ESO.”

Y pone el acento en que no es una cuestión de capacidades. “No es que no podáis, es que no queréis. Tenéis capacidad de sobras, lo sabéis, os lo digo todos los días. Vuestro problema no es de capacidad, sino de esfuerzo. Sois unos vagos, lo decimos en clase y hasta os reís, porque lo reconocéis. Pero cuando salgáis de aquí, la vida os va a poner en vuestro sitio a bofetadas. Y eso es lo que realmente os quiero ahorrar.”

Con su discurso, este profesor sevillano intenta abrirles lo ojos a sus alumnos. “Imagina cuando salgas de aquí. ¿Tú crees que si no tienes la nota media suficiente vas a entrar en el ciclo ese que quieres entrar? No vas a entrar, no le vas a dar pena absolutamente a nadie. Entonces qué, otra vez a casa a lamentarte, a comerte con patatas el título de la ESO.”

Su obsesión es que estén preparados para los que se les avecina. 'Pero maestro, yo para qué quiero saber el romanticismo, a mí eso me da igual’. No tenéis referentes culturales, no entendéis los textos que leemos (…). Cuando vayas a firmar un contrato, a lo mejor estás poniendo tu firma sobre un sueldo de mierda, o sobre una jornada laboral que es eterna, y ni te has dado cuenta, y se aprovecharán de vosotros,” advierte.

Y prosigue: “No tenéis herramientas, no tenéis sentido crítico… ¿Tú no sabes que hace 200 años unos románticos intentaron romper con todo y mandar el sistema a tomar por saco? ¿Qué pasa? ¿Te vas a creer que hay cosas imposibles? ¿Que nunca se podrá ir en contra de lo establecido? Como tú no tienes idea de nada, no sabrás que otros han conseguido ya lo que tú pensabas que era imposible. Parece mentira, pero en las mentes abiertas es más difícil entrar. Una mente cerrada se conquista con mucha facilidad, sólo tiene una puerta.”

“El conocimiento os hará libres. La libertad es fundamental en el día de hoy. Para que no escuchéis la tele y os creáis todo lo que os dicen desde un atril, desde un mitin, para que después vayas al bar y repitas lo que ellos quieren que repitas. Y bueno, con el paro y las chapucillas que vayas haciendo irás tirando. Pero es que hay una vida maravillosa mucho más allá de lo que vosotros os pensáis. Y sólo se va a ganar con esfuerzo. Y lo tenéis que empezar a demostrar desde ahora,” esgrime Poó.

Por todo ello, este maestro pide a sus alumnos que a partir de enero se dejen de “tonterías.” “Vamos a poner ganas porque algunos, los que quieren que seáis felices desde los doce hasta los 16 años les importáis sólo hasta que termináis la ESO. Y yo he firmado con vosotros un contrato de por vida,” concluye. (La Vanguardia, 29 de diciembre de 2016)

Pablo Poó Gallardo es autor del libro La mala educación.

Leprosería

Por FERNANDO ARAMBURU

El País, 20 de junio de 2023


Acababa de bajarme del avión en un aeropuerto de tránsito. Aún faltaban cerca de dos horas para el vuelo siguiente. Decidí matar el rato paseando por la terminal, dedicado a la observación minuciosa de fisonomías e indumentarias, afición adquirida en la niñez que todavía me dispensa del aburrimiento. De pronto, los divisé. No eran muchos ni pocos; en todo caso, los suficientes como para poner en tela de juicio que constituyan una especie en vías de extinción. Se apretaban dentro de una suerte de acuario sin agua, en una jaula con las paredes de metacrilato, no sé, en un cajón de no más de 10 metros cuadrados, construido ex profeso para ellos. Son los fumadores, hombres y mujeres envueltos en una niebla densa que ellos mismos producen con sus bocas. Me parecieron recluidos y discriminados, a la manera de los leprosos de antaño, mientras indiferentes a su condición de prisioneros ahumados se afanaban, calada va, calada viene, con calma en apariencia deleitosa, en la progresiva consumación de su cáncer de pulmón, de tráquea, de garganta; en fin, de la modalidad patológica que se tercie en combinación con su actividad.


Atrás quedaron los años en los que el profesor de Latín encendía sus Celtas sin filtro mientras los fumigados alumnos recitaban a coro las sucesivas declinaciones. O cuando en tantos hogares de aquí y de allá, el paterfamilias amarilleaba cortinas y visillos con los nubarrones pestilentes de sus puros. O cuando las gradas de los estadios eran chimeneas multitudinarias, y los autobuses urbanos, hornos fumatorios. Hasta en el consultorio del médico ha visto uno el cenicero del doctor repleto de colillas. Hoy corren otros tiempos. Ves las cajetillas con avisos de muerte e imágenes de pulmones negros y dentaduras corroídas, y no se entiende que los desdichados fumadores no vayan por la vida anunciando su presencia con una esquila.

16 junio 2023

L'origine du monde

L'origine du monde (Gustave Courbet, 1866)
AVISO: El Daesh y Facebook no quieren que usted mire este cuadro.

14 junio 2023

Cuadro sinóptico para prevenir la infoxicación

Doce vetos parentales: Viva la ignorancia

Por RICARDO DE QUEROL 

1. Me acojo a mi derecho, que va a ser reconocido de una vez por todas en la Región de Murcia, a impedir que a mis hijos se les eduque en lo que llaman diversidad afectiva y sexual, como si merecieran igual respeto todas las prácticas o tendencias. Por lo mismo, no deseo que se les imparta educación sexual, ni por supuesto sobre anticoncepción. Del feminismo, perdón, de la ideología de género ni hablamos. Nosotros les formaremos en que solo existe un tipo de matrimonio, tradicional e indisoluble, que no pone impedimentos antinaturales a la concepción. Vivirán sin mezclarse con un gay ni, cielo santo, con un depravado que se hace pasar por mujer. Pongo la mano en el fuego por ellos por que jamás usarán un condón.

2. Objeto la educación física. Mi hija no se pondrá un chándal. Eso también entra en mi concepto de la moral, en el que nadie debe meter sus narices.

3. Me niego a que a mis hijos se les instruya en la evolución de las especies. Nada de dinosaurios, nada de Atapuerca, nada de fósiles de conchas. Mis pequeños no recibirán información que ponga en duda la creencia de que el universo se creó en seis días y seis noches, y que el séptimo día el Creador descansó. Por supuesto, mis hijos no conocerán la existencia de otros credos distintos del único verdadero.

4. Los terraplanistas tenemos derecho a que nuestros hijos se les explique, como mínimo, que hay dos hipótesis sobre la creación de la Tierra, sin dar prioridad a ninguna. Que no les digan que los satélites y los aviones dan vueltas al supuesto planeta cada día, ni que cuando es de noche en Europa es de día en América, ni que desde el hemisferio sur se ve otro mapa de estrellas.

5. Objeto que en la asignatura de Historia se ponga la etiqueta de totalitarismo a ideologías que podamos profesar los padres. Eso es adoctrinamiento político.

6. Los contenidos históricos hieren nuestra sensibilidad nacional en lo que respecta a los Reyes Católicos, a 1714 y a todo lo que ocurrió en medio.

7. Exijo que el temario de Historia obvie la Revolución Francesa, madre de todos los males que han corrompido la sociedad moderna. Mis hijos vivirán de acuerdo con el Antiguo Régimen, antes de que la Humanidad se extraviara.

8. Impugno el canon literario del Siglo de Oro por falta de diversidad. Está copado por hombres blancos, cishetero, de cierta extracción social. Sin nombres femeninos, menos aún no binarios, ni racializados.

9. No me diré escéptico sobre las Matemáticas, ya sé que dos y dos son cuatro. Pero rechazo la informática y los algoritmos, y deseo que mis hijos vivan ajenos a la manipulación social de las Big Tech.

10. Los hijos de los antivacunas no deberán ser instruidos en que las inmunizaciones han salvado miles de millones de vidas; en que la esperanza de vida se ha duplicado desde el siglo XVIII gracias a los avances de la medicina. Elegimos que vivan de acuerdo con la naturaleza, aunque lo natural sea no vivir de media más de 40 años.

11. El inglés es una lengua imperialista. El francés también, solo que ya no tanto. El latín y el griego también fueron instrumentos del imperialismo, si lo piensan bien.

12. ¿Filosofía? ¿Acaso pretende que mi hijo se haga todas las preguntas? ¿Que se cuestione todo? ¿Pensamiento crítico? Aléjese de mis hijos, haga el favor.

Lo llaman pin parental. Está pasando. Están dejando que pase. No existe el derecho de los padres a mantener a sus hijos en la ignorancia. Sí existe el derecho de los alumnos a que la escuela les abra los ojos a todo eso que se les oculta en casa. (El País, 23 de marzo de 2021)

Gracias, Rodrigo

Gracias, Rodrigo Cuevas, por reivindicar la modernidad desde la periferia creando arte nuevo desde Asturias. Gracias por no dejarte engullir por el poder centrífugo que Madrid ejerce sobre tantos creadores homosexuales, que se ven obligados a mudarse a la capital, como es el caso de coetáneos tuyos como Cachorro Lozano o el tristemente fallecido Roberto Pérez Toledo.

Gracias por mostrarnos a los urbanitas la universalidad del arte popular, como igualmente hiciera tu gran predecesor en el empeño, el poeta Federico García Lorca, quien también desde lo local logró (y de qué manera) trascender a lo universal.

Gracias por llevar lo marica a todos los públicos. Gracias por ser como eres y por existir en nuestro tiempo.

@RodrigoCuevasG recibirá el próximo 3 de abril en Sevilla, durante la Gala de Clausura del 18 Festival de Cine LGTBI organizado por la Fundación Triángulo, el Premio Andalesgai Queer de las Artes 2022 por traer el folklore tradicional al primer plano, apropiándose de él de forma transgresora y necesaria para crear arte multidisciplinar totalmente nuevo y original.

Carlos Martín Gaebler


03 junio 2023

Adicción a redes y actividad deportiva

Por qué para rendir más en el gimnasio o el deporte debes mantener a raya las redes sociales. Deja de usar TikTok, Instagram o Twitter antes de sudar: es el mensaje de psicólogos y expertos en salud deportiva, que advierten de que deslizarse por ellas quema nuestra autoestima.

Por ASER GARCÍA RADA

El País, 03 JUN 2023

Si Superman existiese fuera de los cómics, el cine y la televisión, su auténtica kryptonita serían las redes sociales. Al igual que los cristales verdes de ese material ficticio debilitan al superhéroe de capa y calzones rojos, consultar esas aplicaciones en nuestros móviles parece quemar nuestra energía mental y lastrar nuestro trabajo entrenando en el gimnasio o haciendo deporte profesional. Es lo que pudo ocurrirle durante los Juegos Olímpicos de Londres 2012 a la nadadora australiana Emily Seebohm. Pese a acabar de hacerse con la plata en los 100 metros espalda (competición para la que partía como favorita), manifestó devastada haber perdido el oro por trasnochar consultando Facebook y Twitter. “Me sentí como si no hubiera salido de las redes sociales y no me hubiera centrado en mí misma”, declaró entonces la atleta. Se retractó horas más tarde, pero, ¿podría un uso abusivo de esas aplicaciones haberle afectado?

Aunque existen pocos estudios al respecto, según expertos en educación física de la Universidad Federal de Paraíba, en Brasil, navegar por las redes en el móvil durante media hora disminuyó un tercio el rendimiento de un pequeño grupo de personas que entrenaban la fuerza de forma recreativa en un gimnasio. Ese efecto fue el resultado de la “fatiga mental” resultante de deslizarse por vídeos, fotos y dar me gustas, lo que merma nuestra autoestima y consume nuestra energía cognitiva. Los investigadores llegaron a esta conclusión comparando en dos grupos de ocho adultos de ambos sexos los efectos de dos tareas diferentes: consultar Facebook, Instagram o Twitter, frente a ver un documental sobre la NASA antes y después de realizar sentadillas.

Tras evaluar las variables fisiológicas y el índice de esfuerzo percibido (que estima la intensidad del entrenamiento), quienes se expusieron a 30 minutos de redes sociales percibieron una mayor fatiga mental y realizaron menos repeticiones del ejercicio. Todo ello sin que se encontrasen diferencias relevantes en las condiciones, la motivación de los participantes o sus concentraciones de lactato en sangre (un marcador biológico del esfuerzo). “Nuestros hallazgos apoyan las bases psicológicas, más que fisiológicas, de los efectos de la fatiga mental”, concluyeron. Otra investigación del mismo grupo estudió a 20 futbolistas masculinos y constató que media hora de exposición a aplicaciones de teléfonos inteligentes causaron fatiga mental (reducción del rendimiento cognitivo) y ralentizaron su toma de decisiones para pasar el balón.

“Utilizar las redes sociales de forma indiscriminada en momentos próximos a una competición afecta al rendimiento”, considera Miguel del Valle, presidente de la Sociedad Española de Medicina del Deporte (SEMED). “Por una parte, puedes relajarte de tu estrés competitivo, pero también puede crearte ansiedad deportiva. Además, implica una pérdida de atención y eso también disminuye el rendimiento”, explica por teléfono el también catedrático de anatomía de la Universidad de Oviedo. Del Valle empezó a interesarse por esta problemática cuando constató hace unos años que los atletas entrenaban sin perder de vista el móvil. “Y esto no puede ser”, resuelve.

En ello coincide con el psicólogo del deporte y pedagogo José Carrascosa: “consultar las redes sociales, manejar el uso del teléfono antes de la competición o del entrenamiento es una perdición de cara al rendimiento”. Carrascosa lo percibe tanto en el deporte de competición, como entre los alumnos del instituto de secundaria en el que es orientador. “Tenemos un problema gravísimo con el móvil, genera dispersión a nivel atencional”, advierte. “Ahora los chavales son más desatentos que antes. Las tecnologías invitan a hacer multitareas y a que la atención picotee de una a otra. Supone una activación nerviosa mayor y genera adicción. Cuanto más utilizas el móvil, más dependiente eres de él, más te activa, pero al tiempo cada vez te resulta más difícil estar concentrado y pierdes calidad”, zanja el experto.

Carrascosa enmarca estos efectos en un contexto actual en que los límites de la esfera privada se difuminan y todo se expone. “Las personas tenemos una necesidad de aceptación o de pertenencia respecto a un grupo. El rechazo social supone uno de los mayores castigos a nivel afectivo y es inherente al uso de las redes”. A su vez, la autoestima tiene que ver mucho con la autorrealización personal, explica a EL PAÍS, aunque “para mucha gente depende de los likes”. “Puedes ser una persona aceptada socialmente, pero necesitamos sentirnos satisfechos de nosotros mismos, nos tenemos que gustar. Si gustarnos depende de la aprobación de los demás, somos carne de cañón a nivel afectivo”, subraya.

Como fundador de Saber Competir, empresa enfocada en la psicología aplicada al fútbol referente en su sector, Carrascosa ha trabajado con muchos deportistas profesionales y conoce de cerca esta problemática. “Quien se expone mucho tiene el riesgo de que le den mucha cera. Imagínate un deportista de nivel, buscas la aceptación, estás pendiente de tus seguidores… y te escribe uno diciendo que ojalá te rompas las dos piernas”, relata con un ejemplo real. No son pocos los casos de deportistas de élite que han tenido que alejarse de las redes por sentir que estas ponían en riesgo su salud mental. Por ejemplo, el de la nadadora argentina Delfina Pignatiello, que recibió numerosos ataques tras sus malos resultados en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. “La gente es muy cruel y por más que ignore quiero cuidar mi salud mental”, escribió la atleta antes de borrar sus cuentas de Twitter, Youtube y Twitch.

Pero las agresiones digitales no son el único problema. “Los deportes de alto rendimiento están evolucionando a una exigencia emocional cada vez mayor. Imagínate a Carlos Alcaraz, tiene que jugar rápido, decidir antes de recibir la bola… todo eso es emocional. Jugar hacia delante, ser atrevido, pero sobre todo lograr un nivel de concentración máximo”, detalla Carrascosa. Para ello, continúa, “el deportista necesita prepararse antes del entrenamiento y la competición a nivel mental y emocional. Necesita unos minutos previos para ir entrando en la tarea, es un requisito previo del rendimiento óptimo”. En cambio, “la dispersión te hace llegar no preparado”, recalca. “Se produce un consumo de energía cognitiva, que tiene que ver con los pensamientos; te resta energía mental y luego te hace estar más desenfocado en la tarea, menos preciso. En fútbol, lo llaman ‘tener menos chispa’”.

Carrascosa alude así al concepto de foco atencional, que equipara al haz de luz que proyecta en la oscuridad el casco de un minero. “La atención sería como una linterna. Es limitada y, por tanto, tiene que ser selectiva”, explica. “Un jugador de fútbol se pone en el terreno de juego y los ojos proyectan un foco que se mueve acompañando a la situación de juego”. Pero, prosigue el psicólogo, “cuando tienes mucha estimulación, como dice la gente joven, ‘se empana uno’. Es la información nítida, bien enfocada, la que procesa el cerebro. Cuando uno se desenfoca porque piensa en otra cosa, el cerebro deja de procesar la información de la tarea”. Por ello, Carrascosa considera que en el deporte es fundamental el entrenamiento atencional. “¿Sabes lo que más rompe el foco en un deportista?”, pregunta. “El diálogo interno, pensar. Eso te saca de la tarea. Cuando uno está muy estimulado por las tecnologías y el foco está acostumbrado a picar de flor en flor, no sabes someter el foco. En una situación de mucha exigencia atencional, no estás preparado”, remata el experto.

Además, esa desatención nos impide alcanzar el estado de flow (flujo, en inglés), observa Carrascosa. Desarrollado por el psicólogo húngaroestadounidense Mihály Csíkszentmihályi (1934 - 2021), ese concepto científico hace referencia al logro de una concentración absoluta en la actividad o situación en la que una persona se encuentra, lo que nos hace más felices. “El estado de flow te permite estar con los cinco sentidos en lo que estás haciendo, hasta el extremo de que, como la atención es limitada y selectiva, te olvidas hasta de ti mismo y la tarea te lleva. Ahí nos acercamos a la excelencia, que es la mejor realización dentro de la preparación que uno tiene.”

¿Y qué ocurre con los simples mortales, fuera del monte Olimpo? Quien acuda con regularidad a un gimnasio conoce lo habitual que resulta ver cabezas agachadas buceando en WhatsApp, TikTok o Instagram entre serie y serie de máquinas o a corredores jadeando en la cinta mientras ven el último episodio de su serie favorita. Incluso hay quien es capaz de hacer abdominales, planchas o flexiones y mantener una conversación por el móvil, lo que no deja de tener su mérito.

“Desde la psicología científica, vinculamos rendimiento y salud”, apunta Carrascosa. “Si haces deporte amateur, como salir a correr, al ser capaz de focalizar la atención en lo que estás haciendo y vivirlo con los cinco sentidos, obtienes un mayor disfrute. A la vez, todas tus preocupaciones se paran, la cabeza se limpia. La actividad física se convierte en una válvula de escape que te ayuda a gestionar el estrés del día a día”. Pero ese vapor a presión no se libera si vives conectado 24 horas con tus responsabilidades, agrega. “Sales a correr, pero estás en tus preocupaciones; haces un esfuerzo físico, pero tu mente no se relaja”.

Cabe recordar que, aunque no lo consultemos, un móvil cerca distrae “incluso si está apagado o dado la vuelta”, como explicaba hace poco el psiquiatra de Harvard Robert Waldinger. “A veces el uso del móvil se convierte en un tic”, señala Carrascosa. “Uno vive pendiente con el rabillo del ojo de si entra algo en el teléfono. Si luego tienes que abordar una tarea muy exigente a nivel atencional, no estás preparado”. Además, “estar con la atención puesta en otra cosa mientras estás haciendo trabajo físico, aumenta la probabilidad de lesión”, añade. Y para quienes realizan ejercicio por obligación, este psicólogo tiene un consejo. “Les invitaría a que descubriesen que poner los cinco sentidos en lo que estás haciendo en el gym, sentir el esfuerzo y disfrutar de él es muy gratificante. Pero ese paso lo tienes que dar desde una actitud de ‘voy y desconecto con mi vida y hago algo que me va a ayudar a sentirme bien’. No simplemente a una exigencia física, sino también emocional”.