26 diciembre 2013

Malos tiempos para la lírica

Por DIEGO A. MANRIQUE

Resulta cruel enterarse de la muerte fulminante de Germán Coppini en la mañana de Navidad, cuando la ciudad luce extrañamente silenciosa. Pero, de alguna perversa manera, también tiene sentido. La carrera de Germán sirve como paradigma de algunas peculiaridades del mundillo musical español: vivió breves años de vino y rosas antes de invisibilizarse, víctima del desinterés de una industria y unos medios que no cuidan el talento.

Los datos son escuetos: Germán Coppini López-Tornos (Santander, 1961) murió en Nochebuena en Madrid, derribado por un cáncer de hígado detectado días antes. Su nombre ha quedado unido a dos de los más potentes grupos surgidos en los años ochenta: la primera versión de Siniestro Total, apoteosis del punk gamberro, y los hondos Golpes Bajos.

Sí, estamos hablando de la denostada Movida. En los últimos tiempos, imperan las opiniones críticas con ese movimiento, reducido por rencorosos revisionistas a una aberración madrileña, supuestamente subvencionada por el PSOE en el poder. Se ha olvidado que la eclosión de los grupos capitalinos provocó inmediatamente la aparición de epígonos en toda la periferia, incluyendo Vigo. Un bendito efecto llamada. Fue un fenómeno nacional y generacional, no una boutade de Alaska y los Pegamoides o un maquiavelismo de Tierno Galván. Y pasó dos o tres años a la intemperie, demostrando voluntad de permanencia y un creciente poder de convocatoria. Como miembro fundador del nocturno Diario Pop de Radio 3, conservo el recuerdo de un precavido Jesús Ordovás que iba racionando las primeras barbaridades de Siniestro Total, que le llegaron en estado de maqueta: sí emitía Ayatola y no pasaba nada, seguía con otro tema aún más crudo. Y hacía bien: como demostraría el caso de las Vulpes, el gobierno de turno podía alardear de “tolerante” pero era muy capaz de dar zarpazos mortales.

Ya en disco de vinilo, Siniestro Total fue un éxito inmediato. Inevitablemente, se topó con el salvajismo nacional: algunos punkis cubrían a los músicos de escupitajos; en Barcelona, un botellazo certero dejó a Coppini con una pierna rota. Eso aceleró la marcha del cantante, que se quejaba de no poder desarrollarse artísticamente en el cuarteto, limitado por su imagen colectiva.

Con Golpes Bajos, Germán demostró la profundidad de su cultura musical y literaria. Le acompañaban unos instrumentistas polivalentes -Teo Cardalda, Luis García, Pablo Novoa- que tejían unos fondos techno-funky entonces inéditos en España. La riqueza emocional y sonora de Golpes Bajos demostró que la llamada movida había permitido la infiltración de talentos inclasificables; también, que había un público que aceptaba música sobria y madura.

En lo que iba a ser una constante, Golpes Bajos apenas duró tres años (1983-1985) y tres discos. Cierto que en 1998 hubo un retorno infeliz: Coppini y Cardalda estuvieron acompañados por músicos ultraprofesionales pero no volvió a surgir la chispa. Grabado a todo lujo, en audio y vídeo, con realización de Juanma Bajo Ulloa, Vivo iba a ser lanzado por una multinacional. No fue así y estuvo a punto de hundir a la discográfica original del grupo, Nuevos Medios.

Se reconocía en Germán a una de las mejores voces de su quinta, aparte de un investigador inteligente, que integraba desde la canción melódica italiana a los ritmos caribeños; también exploró el hip-hop y el dancehall. Pero esa no era una combinación necesariamente vencedora en los años de las vacas gordas, cuando se simplificó la oferta. Coppini fue saltando de proyecto en proyecto, con diferentes socios y compañías. Al lado de Nacho Cano sacó Edición limitada, un EP de tres canciones en Ariola (1986). Ya como solista, editó dos elepés en Hispavox, El ladrón de Bagdad (1987) y Flechas negras (1989). No pasó nada. Aunque tampoco Germán era artista fácil de vender: agonizaba en el proceso creativo.

Ya en los noventa, se vio empujado al underground de las grabaciones poco promocionadas, a veces hechas con escasez de medios. Aparecieron discos bajo su nombre, un proyecto con veteranos (Anónimos) y, ya en el presente siglo, colaboraciones con músicos jóvenes, que habían crecido con su voz cálida y su atormentado universo poético, como Álex Brujas, su cómplice en el dúo Lemuripop, o el grupo sevillano Maga. Un recopilatorio de rarezas como Las canciones del limbo da una idea de la amplitud de sus intereses y su audacia musical.

Tuvo la fortuna de conectar con un fan entusiasta, Pablo Lacárcel, que puso el sello Lemuria Music a su servicio. Allí salió recientemente un álbum del que Coppini se sentía particularmente satisfecho, América herida, con recreaciones rockeras del cancionero hispanoamericano, de Victor Jara a Carlos Puebla. También tenía en marcha un disco con los malagueños de Néctar y ya estaba en fábrica ¿Se enterarán en casa?, con docenas de maquetas pertenecientes a sus grupos vigueses: Coco y los del 1.500, Mari Cruz Soriano y los que Afinan su Piano y, naturalmente, Siniestro Total.

Comprometido políticamente, era frecuente que actuara en actos derivados de causas como los despidos de Telemadrid o las sucesivas mareas en defensa de la educación y la sanidad públicas. Orgullosamente republicano, celebraba cada 14 de abril e incluso se presentó en una lista al Congreso en 2011, como candidato de una coalición de agrupaciones republicanas.

No se mostraba particularmente nostálgico respecto a la movida. Podía defender las canciones de aquella época pero, por ejemplo, se negó a fotografiarse con Julián Hernández o Teo Cardalda para un especial de la revista Rolling Stone. Reconocía que su éxito en los ochenta le permitió terminar con una existencia trashumante, dictada por los traslados profesionales de su padre. Retrataba el Vigo que conoció como una ciudad desoladora, al menos hasta que sucedió aquella eclosión de grupos provocadores que le catapultó a Madrid. Comentaba, eso sí, lo que definía como “liquidaciones grotescas” que le llegaban de la SGAE, a pesar de firmar piezas tan inoxidables como Malos tiempos para la lírica, No mires a los ojos de la gente, Cena recalentada o Fiesta de los maniquíes.

Con todo, nunca se rindió. Cuando no estaba cuidando de su padre enfermo, dedicaba sus nerviosas energías a sus labores artísticas o políticas. Unas molestias le obligaron a internarse en el madrileño hospital Gómez Ulla, donde trabajaba su esposa, Elvira Reig. Allí seguía preocupándose por una próxima actuación en Málaga o los detalles gráficos del siguiente lanzamiento. No llegó a enterarse de que sufría una dolencia mortal. Germán Coppini deja tres hijos y un modelo de compromiso ético y estético. El País

22 diciembre 2013

Valores, asignatura pendiente

En la sala de espera de una clínica madrileña está sentado un hombre discreto y sencillo, aguardando paciente su turno. Nadie se apercibe de que quien tiene enfrente es toda una eminencia en la lucha contra el cáncer, nadie se da cuenta de que se trata de la primera persona que consiguió aislar una mutación de un gen capaz de causar cáncer, paso de vital importancia para lograr la curación de esta terrible enfermedad. Resulta irónico pensar que la mayoría de los allí presentes ni siquiera habían oído hablar de él, y que, tal vez, se hubieran dado codazos por conseguir el autógrafo de cualquier famosete que pulula diariamente por las sobremesas televisivas. Prueba de ello es el récord de ventas del libro de Belén Esteban.

¿Qué se valora en esta sociedad? Personas que sin hacer nada especial obtienen el reconocimiento de muchos y son objeto de veneración, mientras que el trabajo callado, el sacrificio, el afán de superación y la constancia son valores en declive. ¿Tiene alguna lógica que personalidades de esta talla no tengan ningún reconocimiento social? ¿Pretende esta sociedad que los jóvenes, a la vista de esto, tengamos motivación para sacrificarnos, formarnos y superarnos? Y lo que es más importante, con estos valores, ¿puede crecer y prosperar un país?

Me considero una adolescente con multitud de objetivos por alcanzar entre los que se encuentra poder estudiar e investigar en el campo de la genética. Sueño con formarme y trabajar en mi país y, aunque sé que este trabajo no se valora socialmente ni se apoya desde instancias gubernamentales (como ejemplo, el raquítico importe presupuestario destinado a investigación), no me rindo.

Don Mariano Barbacid, un honor haber podido tenerle a mi lado y mi más sincera admiración hacia usted.— Alicia Rubio García, Alcorcón, Madrid.

02 diciembre 2013

¿Todo por la patria?

"¡Pero si soy uno de los vuestros!", parecía decir el acusado.

30 noviembre 2013

A qué llamamos franquismo

IGNACIO SOTELO

La anulación de la doctrina Parot por el Tribunal europeo de Derechos Humanos —si se hubiera remozado a tiempo el Código Penal de 1973, no habría habido ni doctrina ni condena— y la reciente demanda del PSOE (¡38 años desde la muerte del dictador!) de que se suprima por fin del Valle de los Caídos la función de símbolo vivo del franquismo, han puesto de manifiesto que el viejo régimen sigue marcando la actualidad.

El tránsito de la dictadura a la democracia, “de la legalidad a la legalidad”, llegó con la Ley para la Reforma Política, la última “ley fundamental” del régimen y la primera del reformado. Sin participación de la débil oposición, entonces simplemente tolerada, las Cortes franquistas sentaron las bases de la nueva etapa que abría la “monarquía parlamentaria”, con dos cámaras, Congreso y Senado, elegidas por sufragio universal.

Para las primeras elecciones en junio de 1977, el último presidente del Gobierno del régimen fallecido y el primero del que estaba por nacer dictó una ley electoral, que todavía se mantiene en sus aspectos básicos, especialmente pensada para facilitar una mayoría amplia a los dos partidos de ámbito nacional más votados, restableciendo así, conscientemente o no, la alternancia que caracterizó a la restauración de 1874.

Con los resultados de las primeras elecciones en las que el pueblo español tuvo algo que decir, el modelo franquista de transición empezó a resquebrajarse, al imponer una Constitución por consenso. Pero, mientras gobernase la fracción reformista del franquismo bajo la estrecha vigilancia de un Ejército propenso a defender las viejas esencias, se comprende que no cupiese, no ya romper, es que ni siquiera distanciarse del pasado.

Pese a que se actuó con la mayor cautela, la actitud antidemocrática de una buena parte del Ejército desencadenó el 23-F; su derrota supuso también el fin del franquismo más acérrimo. El apabullante triunfo socialista de 1982, inconcebible sin la intentona, parecía garantizar el fin definitivo del franquismo, pero lamentablemente tampoco entonces se llevó a cabo la ruptura esperada.
Un libro reciente de José Ángel Sánchez Asiaín, con un gran acopio de datos, fundamenta algo básico, de lo que hasta ahora no se era consciente con la claridad necesaria: fue la élite económica —terratenientes, industriales, financieros— la que desde el mismo 14 de abril promueve y financia el golpe militar, recabando la ayuda de Salazar, Mussolini y Hitler, que endeuda a España por decenios.

A la conspiración del dinero la Iglesia católica da cobertura ideológica, constituyéndose en un apoyo determinante de la rebelión. Ni los partidos de derechas, ni las minúsculas organizaciones fascistas hubieran podido subvertir el orden republicano. Los dos agentes principales de la conspiración fueron también los mayores beneficiarios de los 40 años de dictadura.
Si franquismo significa la conjunción del poder económico y el de la Iglesia, es obvio que se remonta a etapas anteriores a la República, que habría más bien que entender como el primer intento de poner coto a ambos. En esta nueva acepción el franquismo ha existido antes de la república, y desprendido de la tramoya —partido-movimiento, sindicatos  verticales, nacional sindicalismo— persiste a la muerte del dictador. El poder del dinero, lejos de declinar, ha aumentado, y a pesar de una pérdida enorme de influencia social, la Iglesia mantiene sus privilegios.

Los logros de los primeros Gobiernos socialistas —haber arrancado de raíz el viejo militarismo, desenganchándonos de una losa que arrastrábamos desde hace siglo y medio, acudiendo tanto a los fondos de reptiles, como a una política militar consecuente; sentar los rudimentos del Estado social; conseguir integrarnos en Europa— no debe acallar el hecho de que los socialistas, a la cabeza los que venían de un marxismo harto confuso, reforzaron las dos columnas del llamado franquismo, el dinero y la Iglesia.
Sin la menor querencia por una socialdemocracia, que ya habían criticado al inicio de la transición, apelando a modelos harto vagos de socialismo, al llegar al poder los socialistas de repente descubren que la única política eficiente para crear riqueza sería la neoliberal que predican Reagan y Thatcher. El keynesianismo, con su doble objetivo de combatir, mediante la intervención del Estado, el desempleo y la desigualdad —justamente las dos metas con las que la socialdemocracia se había identificado— sería agua pasada.

Como sucedáneo cobija el dogma simplón de que, primero, habría que crear riqueza, algo de lo que solo sería capaz un capitalismo sin trabas —cualquier otra opción nos condenaría a repartir miseria— que luego los Gobiernos de izquierda ya se encargarían de distribuir con equidad, ignorando lo más elemental, que el reparto viene ya implícito en el modo de producir. 

El poder económico que se consolidó en la restauración, que financió la aniquilación de la república, que durante la dictadura dominó con la clase obrera encadenada, logrando salir incólume en una transición hecha a la medida, alcanza su mejor momento al llegar los socialistas al Gobierno. La prioridad socialista de crear riqueza, dejando actuar a un capitalismo sin cortapisas, expande sobre todas las clases sociales el afán de enriquecerse.

En cuanto a la relación con la Iglesia, la pauta es evitar cualquier tipo de fricción. A nadie se le pasa por la cabeza, no ya cancelar el Concordato, expresión máxima del franquismo, es que ni siquiera restringir uno solo de sus privilegios. Incluso se nombra embajador en el Vaticano al antiguo alcalde de A Coruña Francisco Vázquez, que más bien ejerció como representante de los intereses de la Santa Sede ante el Gobierno de España.

La reciente conferencia socialista propone, como única novedad, abolir el Concordato. Si se hubiera llevado a cabo dentro de un proceso de ruptura con el franquismo, que ni siquiera se planteó, hubiera resultado factible; reclamarlo tan lejos del poder para poder cumplir, es regalar munición a la derecha a cambio de nada.

Tan grave como la continuidad con el franquismo, conservando intactos sus dos pilares, el poder económico y el eclesiástico, fue reforzar la actitud recelosa ante la democracia que había teñido la Transición.

La refundación del PSOE, a gran velocidad y partiendo prácticamente de la nada, facilitó un fuerte control del partido desde la cúspide, que se hizo omnímodo con el reparto de cargos al llegar al Gobierno. No solo no quedó rastro de democracia interna, sino que la menor crítica que se hiciera desde sus filas, los militantes la interpretaban como un ataque personal que ponía en cuestión la posición adquirida, o la expectativa de conseguirla. Y con las cosas de comer no se juega.
Pero tanto o más que cuidar de que en casa “no se alborote el gallinero”, había que ser diligente a la hora de desmontar los movimientos sociales, que de suyo propenden a desmadrarse con iniciativas o reclamos que no encajan en la política realista y moderada que se quería poner en marcha.

La llegada del PSOE al poder, en vez de ampliar, refuerza el tipo de democracia harto restrictiva de la Transición. Así como en lo económico se aparta de los principios básicos de la socialdemocracia (papel del Estado en las políticas de empleo y de igualdad) y rompe con la unidad de acción de partido y sindicato (movimiento obrero); en lo político, repudia cualquier forma de participación social, empeñado en desmontar los movimientos vecinales y asociaciones de base, con lo que la democracia queda constreñida en su forma más escuálida de votar en los plazos previstos, aplicando sin cambio sustantivo, para mayor inri, la impresentable ley electoral heredada. Los resultados están a la vista.

Ignacio Sotelo es catedrático de Sociología.

El País, sábado 30 de noviembre de 2013
Artículo relacionado: Franquismo residual

21 noviembre 2013

El machismo que no cesa

Se creía que el machismo era cosa de un pasado patriarcal y los estereotipos de género, una rémora en fase de superación. Pero un estudio realizado por investigadores de la Universidad Complutense ha puesto de relieve que están muy vivos entre los adolescentes y, lo que es peor, creciendo.

El 10,5% de las chicas de 14 a 19 años reconocen que han sido maltratadas por sus novios, frente al 9,6% registrado por el mismo estudio en 2010. Pero la encuesta revela también que muchas chicas no identifican como maltrato conductas que evidentemente lo son. Así, un 6,2% de las chicas dicen haberse visto obligadas a prácticas sexuales que no deseaban, un 14,6% han sido amenazadas por sus parejas hasta sentir miedo y un 23,2% han sido insultadas y ridiculizadas.

Los estereotipos siguen también ahí, con una prevalencia que sorprende y que debería llevarnos a preguntarnos qué se está haciendo mal en la educación de los valores en España. Por ejemplo, un preocupante 36,3% de los adolescentes piensa que los celos son una expresión de amor, y el 11,7% de los chicos creen que está bien que los hombres salgan con muchas chicas, pero no al revés. En casi todos los apartados se observa un aumento respecto a 2010. Luego retrocedemos.

Y en ese retroceso, los nuevos machistas han encontrado en las nuevas tecnologías, que tanto nos facilitan la vida y la comunicación, una herramienta para ejercer su dominio. Una de cada cuatro chicas afirma que su novio la controla a través del móvil. Hay muchas formas de hacerlo, desde la sutil “envíame un WhatsApp cuando llegues”, a la muy intrusiva “hazme una videollamada” o “pon el localizador”, signo inequívoco de una obsesión por controlarla que puede pagar cara.


El estudio revela hasta qué punto las chicas siguen siendo víctimas de una idea romántica del amor que las lleva a confiar en su pareja hasta el punto de darle sus claves de acceso a las redes o enviarle fotos que, cuando la relación se tuerce, son utilizadas para martirizarlas.

Está claro que la prevención de la violencia de género debe empezar por la educación, pero no parece que la LOMCE la tenga como prioridad. Una asignatura que podría ser idónea para tratar esta cuestión, como Educación para la Ciudadanía, ha desaparecido.


10 noviembre 2013

¡Un papa cristiano!_El Roto


09 noviembre 2013

Consenso alemán, incomunicación española (o lo que realmente diferencia a España de Alemania)

Por NICOLÁS REDONDO TERREROS
El País, 8 de noviembre de 2013

... En Alemania, la crisis económica no parece tan grave como en España, no tienen una crisis de deslegitimación de las instituciones y parece que su compleja ordenación territorial no soporta un cuestionamiento radical y quebrantador como el que se soporta en España; sin embargo, los dos grandes partidos alemanes, en un empeño común, abren la posibilidad de unirse desdeñando los socialdemócratas sus intereses partidistas y dominando los conservadores la euforia de una victoria histórica, que casi les lleva al umbral de la mayoría absoluta.

No creo que las sociedades sean prisioneras de un carácter uniformador, impreso en un ADN colectivo, que igual sirve para disculpar la responsabilidad individual como para evitar enfrentarse al desconocido futuro; sí creo en las tendencias nacidas de la costumbre y la educación. En España es excepcional el espíritu de consenso, la cultura de la negociación en la vida pública; predispuestos siempre a satisfacer a los más cercanos y a considerar el acuerdo como una derrota imposible de encubrir. Tal vez por esa sempiterna victoria del sectarismo miramos con triste languidez la Transición española, significada por todo lo contrario.

Aquí, la crisis económica, que ha venido con un empobrecimiento general, un ejército de seis millones de parados y un desconcierto considerable sobre las bases de recuperación, no ha sido capaz de convocarnos a un esfuerzo nacional y equilibrado para superarla, y el debilitamiento del crédito institucional sirve de marco para la política más sectaria y menos encumbrada. Ni siquiera el reto independentista de los políticos nacionalistas catalanes ha tenido la fuerza suficiente para obligar a los dos grandes partidos a concretar un discurso nacional en el que puedan desenvolverse sin prevenciones, contentándose con citas oscurecidas por el secreto y el desdén por la inteligencia de sus representados. Embarcado uno en un viaje sin destino, si no es el de buscar las diferencias con el otro gran partido nacional, y dedicado, el que tiene hoy la responsabilidad de Gobierno, con afán de usurero, a contar los beneficios del desencuentro, que sin duda los tendrá.

No me extraña, por tanto, que nos sorprenda el hábito del pacto en Alemania y que pronto procuremos olvidar que la base del éxito germano se basa en el acuerdo social, sin impedir el fragor del conflicto propio de una sociedad con variados y múltiples intereses, pero capaz de encauzarlos. Desde una dura y traumática experiencia histórica, los alemanes han llevado la política del acuerdo a todas las esferas de la vida pública: al ámbito partidario, al institucional y aún al ámbito socioeconómico. Han demostrado que las tendencias sociales se pueden doblegar.

Mientras tanto, en una nueva vuelta al pasado, se nos presentan en España dos realidades incomunicadas, incapaces de encontrar bases mínimas, no solo para una convivencia pacífica, sino también esperanzadora. Sin darnos cuenta de que Alemania, con todos los reparos que pongamos, no basa su buena fama en la productividad de trabajadores y empresarios, ni siquiera en los avances tecnológicos; es la capacidad de renuncia, de acuerdo, de sacrificio, de esfuerzo individual y colectivo, la verdadera razón de su fortaleza.

Nicolás Redondo Terreros es presidente de la Fundación para la Libertad.

02 noviembre 2013

Rowers Against Homophobia_video

Male university rowing club go completely naked for their raunchiest ever charity calendar!

The 2014 Calendar features 14 members of Warwick University Rowing Society all aged between 18 and 21. The black and white images - the group's fifth charity calendar - feature the buff boys frolicking by the River Avon. This behind-the-scenes video captures the energy and camaraderie of the sporting group. The Warwick University Rowing Society team are hoping to repeat on last year’s naked calendar which saw it sold out in days with orders coming from over 40 countries. The hunky rowers have already built up an impressive celebrity fan base including Stephen Fry, John Barrowman, Boy George, Gok Wan and Derren Brown. And this year the muscular athletes have decided to use their calendar to raise money for a charity which challenges homophobic bullying in schools. Funds from the calendar and other products will go towards Educational Action Challenging Homophobia (EACH). The registered charity is working with the rowers to develop a programme called Sport Allies that will see them going into schools and making viral videos. They aim to help encourage young people who are being bullied about their sexual identity to call a national helpline and speak out about the abuse they suffer. @naked_rowers

19 septiembre 2013

Moral católica

JAIME BOTÍN
El País, 19 de septiembre de 2013

En su columna del último domingo, escribe Manuel Vicent: “Un Estado no puede sostenerse sin que los ciudadanos se sientan orgullosos de pertenecer a él. El prestigio es su oxígeno. El accidente del Alvia, el fiasco ridículo de los Juegos Olímpicos, el descalabro de la Monarquía, la corrupción socialista de los ERE, las mentiras del Gobierno en el Parlamento para sacudirse de encima la evidencia de un infecto mejunje de financiación del Partido Popular, constituyen una situación de miseria moral que entra por los ojos”. El artículo tiene otros aspectos de interés, pero me referiré a la “miseria moral”. Las encuestas de opinión no parecen señalar un aumento de la preocupación ciudadana por la caída del nivel moral de nuestra sociedad. Sin embargo, es ahí donde está la raíz de nuestros problemas. De la herencia del franquismo tenemos algunas cosas buenas y una malísima, que es la moral rancia e hipócrita que nos legaron nuestros padres, por supuesto, con la mejor  voluntad. Nos corresponde a nosotros, como ahora se dice, el “derecho a decidir”; ha llegado el momento de decidir lo que está bien y lo que está mal. Y, por una vez, sería bueno decidirlo de manera autónoma, sin consultar a la Santa Madre Iglesia.

Lo peor no es que, ocupado en defenderse, el Gobierno no funcione, que desaparezcan las ayudas a la cultura, a la educación o a la investigación, que los ministros del Gobierno digan tonterías sin orden ni concierto, que asistamos a la aniquilación de la iniciativa y a la ruina de la clase media; que aumente el paro. Hay algo mucho peor, que es el ejemplo. Se pueden soportar muchas cosas, pero no se puede soportar el mal ejemplo. Tal vez baje la prima de riesgo e incluso puede que mejore la cifra de paro, pero el problema está en el colapso ético de una sociedad donde no solo se ha extendido la corrupción, sino que parece que no importa. No solo es que se robe, sino que el acusado de robar se defiende señalando lo que roba el otro. No solo es que se mienta, sino que el embustero ni siquiera se preocupa de contradecir al que le increpa, aunque sea en sede parlamentaria.

No es suficiente decir: “Me equivoqué”. Hay que dar cuenta y asumir la responsabilidad.

La Iglesia, tan celosa de proteger al no nacido, no parece concernida por la corrupción. Los obispos no salen a la calle para protestar, se ve que no consideran que el asunto tenga suficiente gravedad. Tal vez estimen que, con paciencia, algún día verán acercarse al confesionario a pedir perdón a los que hayan quebrantado los mandamientos correspondientes. Perdón que será concedido, por supuesto. Como dijo famosamente el arzobispo Cañizares cuando un periodista le preguntó por la postura de la Iglesia respecto a la pedofilia de los sacerdotes: “Se pide perdón y ya está”.

Dios es infinitamente misericordioso y la Iglesia tiene delegado el poder de perdonar. En este disparate se asienta la moral católica, un principio fatal para la buena marcha de una democracia moderna donde no debe bastar con pedir perdón. No es suficiente decir: “Me equivoqué”. En una democracia, el sacerdote no administra la absolución de las fechorías cometidas por el pecador arrepentido. En una democracia digna de tal nombre hay que dar cuenta y asumir la responsabilidad. Mucho temo que la moral católica, si Dios no lo remedia, va a acabar no solo con la derecha española, sino con todos nosotros. Esperemos que el papa Francisco, que tan admirable comienzo ha protagonizado, encuentre solución a un problema que, según parece, nuestros gobernantes y la jerarquía eclesiástica prefieren ignorar.

10 septiembre 2013

Éclair sur la tour Eiffel

Rare image d'un éclair sur la tour Eiffel. Prise en juillet 2008, cette photo est signée de Bertrand Kulik. L'éclairage bleu de la tour, à l'occasion de la présidence française du conseil de l'Union européenne, renforce son caractère magique. (Bertrand Kulik/CATERS NEWS AGENCY/SIPA)

03 septiembre 2013

El gran patio electrónico

JUSTO NAVARRO
El País, 31 de agosto de 2013
Vi el otro día en unos lavabos a un hombre que, ante el urinario, tecleaba sonriente en su teléfono móvil. Sin salir nunca de la franja costera entre Granada y Málaga, este verano he visto a mucha gente en conexión telefónica perpetua, en la calle, en un descampado, en bares, gasolineras y autovías. He descubierto una nueva forma de ensimismamiento en masa, algo místico, criaturas con la mirada baja, sobre el teléfono, y he recordado los ojos devotos de la imaginería religiosa: la Magdalena arrepentida de Caravaggio, que un día encontré en la Galería Doria Pamphili de Roma, las vírgenes sonrientes de Murillo, las esculturas de José de Mora en Granada, en el Palacio de Carlos V. Pero en los telefonistas silenciosos lo normal es una sonrisa plácida, la mano alrededor del teléfono, literalmente manoseando palabras, como pasando las cuentas de un rosario.
Por más que los veo, siempre me asombra su estado de atención incesante al aparato electrónico. Parece haber una necesidad ansiosa colectiva de mandar y recibir mensajes, signos de existencia. Todavía no tengo teléfono móvil, lo siento, pero algún amigo me ha dejado asomarme a los avisos y recados que intercambia a través de la red Whatsapp, y he entendido un poco por qué nadie se cansa de esperar y devolver al teléfono una palabra o una frase que ni siquiera llega a frase. Se trata de un juego de ingenio, entre la austeridad lingüística y la agresividad publicitaria. Es una forma de entretenerse rápida y económica, que a veces ni siquiera llega a espasmo verbal y se queda en emoticón, que en inglés se dice smiley.
Smiley se llamaba el espía que inventó John Le Carré, aunque aquel Smiley era un individuo complejo, reflexivo, muy serio, especialista en la poesía alemana del siglo XVII, y los emoticones, esas caras abstractas, alegres o amargadas, perplejas o escandalizadas, indignadas o eufóricas o impasibles, expresan juicios o reacciones elementales, instantáneos. Supongo que estos modos de escribir afectarán a los modos de hablar, de pensar, de relacionarse. No hay tiempo de releer lo que se escribe, la gramática depende de la velocidad del pulgar que teclea, y se confunden letras, que acaban comidas, desordenadas, y las palabras se deforman, y desaparecen los peros y los porques y los porqués. Es lo que da tiempo a teclear mientras se espera la vuelta en la caja del supermercado, una mano tendida hacia el dinero del cambio, otra en el teléfono, que le está haciendo una foto a una sandía.
He descubierto una nueva dedicación permanente a la palabra escrita, algo parecido a la veneración. El arrobamiento ante el teléfono, casi nunca usado para hablar, es muy corriente en el público de los bares, donde algunos clientes parecen divertirse más con su aparato inteligente que con la gente próxima. Los camareros disfrutan estos días de calor pesado las condiciones vigentes del mercado laboral, libre y flexible: multiplicación de horas no pagadas, acumulación de trabajo para muchos en unos pocos, fin natural de los convenios colectivos, disolución de los sindicatos, es decir, de la capacidad de defensa de los trabajadores frente a la empresa. No sé si la inmensa soledad del trabajador individual encontrará compensación en la masiva comunidad intertelefónica.
La multitud entrelazada a través del aparato electrónico me ha recordado la hipótesis de aquel entomólogo que veía en un hormiguero un individuo único, compuesto como nuestro cuerpo por millones de células, aunque sus células fueran hormigas. El hormiguero sería un multiorganismo, una personalidad colectiva, con pensamiento y acción en común, como ese grupo de gente que ahora mismo está unida a través de los mensajes telefónicos, todos hablando a la vez entre sí como cuando hablamos con nosotros mismos, intercambiándose la crónica instantánea de sus impresiones y sus actos. Es un diario íntimo en público, compartido, que podría ser considerado un paso hacia la destrucción voluntaria de lo privado, todos espías de sí mismos en una colectividad de patio de vecinos, o de patio de cárcel o cuartel, aunque el cuartel o la prisión sean enormes.

18 agosto 2013

El triunfo de los mediocres

FORGES: El triunfo de los mediocres

Quienes me conocen saben de mis credos e idearios. Por encima de éstos, creo que ha llegado la hora de ser sinceros. 

Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo.

Asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con una batería de medidas urgentes, con una huelga general, o echándonos a la calle para protestar.

Reconocer que el principal problema de España no es Grecia, el euro o la señora Merkel.

Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente.

Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, alguien cuya carrera política o profesional desconocemos por completo, si es que la hay.

Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado  natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre, reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia.
 
Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura.

Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un solo presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional.

Mediocre es el único país del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir, incluso, a las asociaciones de víctimas del terrorismo.

Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado.

Mediocre es un país que tiene dos universidades entre las 10 más antiguas de Europa, pero, sin embargo, no tiene una sola universidad entre las 150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.
 
Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro que, sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando los guiñoles de un país vecino bromea sobre sus deportistas.

Mediocre es un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada –cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada.

Mediocre es un país en cuyas instituciones públicas se encuentran dirigentes políticos que, en un 48 % de los casos, jamás ejercieron sus respectivas profesiones, pero que encontraron en la Política el más relevante modo de vida.

Es Mediocre un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza.

Es Mediocre un país, a qué negarlo, que, para lucir sin complejos su enseña nacional, necesita la motivación de algún éxito deportivo.

ANTONIO FRAGUAS DE PABLOS (FORGES)

01 agosto 2013

Naufragio


29 mayo 2013

Educación para la web: Fuera matones de nuestro Twitter

Insultar en las redes sociales no es libertad de expresión, sino una manera de difamar de gente que se nutre, como parásitos, de la fama de los demás y no construye una sociedad más sincera, sino peor.

Roberto Saviano
El País, 25 de mayo de 2013

Ha nacido un nuevo derecho. El derecho a las redes sociales. El derecho de poder tener una cuenta, de poder publicar, de leer y de comentar. En países como China, Cuba, Corea del Norte e Irán, el acceso a las redes sociales está restringido o es incluso negado. A menudo puede tener lugar solo de forma clandestina. Los regímenes represores de las primaveras árabes prohibían las redes sociales, las cuales se convirtieron en vectores de las informaciones que sustentaban las protestas y en símbolos de un renacer democrático.

Pero todo derecho tiene sus reglas. Y nadie debiera sentirse fuera de lugar al ejercerlo, nadie debiera verse obligado a hacer un slalom entre insultos y difamaciones. Y, sin embargo, eso es lo que sucede cada vez con mayor frecuencia. El periodista y presentador italiano Enrico Mentana anuncia que se quiere ir de Twitter por los muchos insultos recibidos. Utiliza la metáfora del bar. Si el bar que sueles frecuentar empieza a ser un lugar de encuentro de personas que no te gustan ¿qué haces, te quedas o cambias de bar? Davide Valentini, un joven documentalista, hace una reflexión interesante. En su opinión, Twitter provoca el efecto Gialappa’s Band (trío de comentaristas radiofónicos italianos). Muchos comentarios pretenden llamar la atención de sus propios seguidores sobre lo que se considera estúpido más que interesante, lo cual se hace con palabras cargadas de sarcasmo. El efecto deseado, y obtenido, es el de hacer que esos seguidores se sientan inteligentes mientras disfrutan de un contenido considerado de bajo nivel. ¿Cuántos hay que no han visto nunca Gran Hermano pero que adoraban Nunca digas ‘Gran Hermano’, el programa en el que Gialappa’s Band lo satirizaba?

En Twitter hay un esfuerzo por dar con la ocurrencia brillante, que a menudo es feroz. O el tuit es cínico o se da por descartado. Lo que no es cruel, desencantado, se convierte en blanco del desprecio colectivo. Lo políticamente incorrecto dicta su ley, la aberración se considera de culto, cada provocación es cool porque rompe los esquemas. Una lógica neocínica parece llevar las de ganar.

Pero se trata de una degeneración del medio, ya que Twitter nace para comunicar: es una plataforma que pone en conexión a cualquiera con cualquiera. Todo está abierto. Puedes seguir a quien quieras, puedes leer lo que escribe Obama, Lady Gaga o tu colega, el de la mesa de al lado en la oficina. Es la capacidad de poder asistir en tiempo real a lo que sucede diariamente y de comprender los puntos de vista de los otros, de compartir sus conocimientos. Retuiteas si encuentras interesante una noticia y crees que vale la pena proporcionársela a tu comunidad. Creas tus topics, y puedes hacerlo quienquiera que seas. Luego puede pasarte que te retuitee alguien que tiene centenares de miles de seguidores y tu pensamiento comienza a viajar.

Pero también puede suceder que en una plaza atestada, si estás falto de contenidos o se carece de capacidad de síntesis, se grite para hacerse oír. Cuando el pensamiento se simplifica, a veces solo hay lugar para la expresión radical o la ocurrencia extrema. La seriedad es banal, razonar está descartado. Por tanto, a insultar. El que te insulta en Facebook no es capaz de hacer lo mismo, sin embargo, cuando te tiene delante en persona, porque no tiene el valor de ponerle cara a un desahogo personal que se alimenta de lugares comunes y de leyendas urbanas. He leído que si un post presenta cierto número de comentarios negativos, el que lo lea se verá influenciado por esos comentarios. Las críticas son siempre bienvenidas, los insultos no.

Depende de nosotros darles o no derecho de ciudadanía. Facebook y Twitter permiten poder eliminar el insulto baneándolo, es decir, dejándolo fuera. Ello forma parte de las reglas del juego. No creo que sea correcto excluir al que hace un razonamiento diverso del propuesto; el que critica con lenguaje respetuoso siempre supone un recurso. Pero es justo banear a quien utiliza sus comentarios para hacer propaganda, a quien repite siempre el mismo concepto hasta el punto del acoso, a quien —por ejemplo— dice guardar una botella de champán que abrirá el día de mi muerte, a quien dice haberme visto a bordo de un Twingo rojo o de un Panda verde en Caivano o en Maddaloni, sobreentendiendo con ello que no vivo bajo protección. A los extremistas de la red que objetan —“pero eso es censura”—, respondo que quien quiera puede abrirse una página en la que insultarme. Y es que en realidad el insultador quiere vivir de la luz reflejada por el insultado. Sin embargo, es sencillo comprender cómo no hay nada más dañino que el insulto: nada garantiza más seguridad al poder si todo el lenguaje de la crítica se reduce al habla soez, a la tempestad de mierda de los mensajes sin contenido relevante.

Esa es la razón de que la necesidad de reglas no puede tomarse por censura. Comprendo que la libertad de las redes no puede quedar estrangulada por restricciones, comprendo que las restricciones pueden resultar peligrosas puesto que peligrosa es su valoración: ¿Qué es crítica legítima y qué es difamación? Pero la gestión de las reglas no es una restricción, es funcional para el medio, para su supervivencia, para los intereses que los usuarios continuarán o no nutriendo. Por eso creo que Enrico Mentana se equivoca cuando dice que o estás dentro o fuera y que no hay que banear. Pero banear es decidir dar una impronta al espacio propio: es ejercer un derecho propio.

La educación en la web, mejor dicho, la educación para la web, todavía está naciendo. La elección de utilizar un lenguaje en vez de otro es fundamental. Cada contexto tiene su lenguaje y el de las redes sociales, por directo que sea no es en absoluto coloquial. Se nutre de la ficción de hablar confidencialmente a cuatro amigos, pero en realidad todo lo que se dice se multiplica inmediatamente hasta el infinito, y resulta ser por tanto el más público de los discursos. No se trata de ser hipócritas o políticamente correctos, sino de comprender que utilizar un lenguaje disciplinado, no agresivo, es construir un modo de estar en el mundo. Los lingüistas Edward Sapir y Benjamin Whorf han teorizado la relatividad lingüística según la cual las formas del lenguaje modifican, permean, plasman las formas del pensamiento. El modo en que hablo, las cosas que digo, y sobre todo cómo las digo, las palabras que utilizo, harán del mundo en el que vivo uno idéntico al que está conectado a mis palabras. Si utilizo (no si conozco, sino simplemente si utilizo) 100 palabras, mi mundo se reducirá a esas 100 palabras. Nosotros somos lo que decimos. Por tanto el lenguaje soez, el insulto o la agresividad no construyen una sociedad más sincera sino una sociedad peor. Seguramente, más violenta. Los comentarios biliosos de los usuarios de Facebook y Twitter solo aportan bilis y veneno a las vidas de quien los escribe y de quien los lee. Por desgracia, esta entropía del lenguaje está contagiando a la comunicación política, siempre en busca de la gran simplificación, de la cháchara divertida y ligera, de la ocurrencia resolutoria. Con frecuencia palabras liberadas sin mediar reflexión, continuas meteduras de pata a las que es preciso poner remedio. La verdad es que si repites en público las sandeces dichas en privado no es que seas sincero y los demás hipócritas, eres sencillamente maleducado y, en muchos casos, irresponsable.

No es libertad —ni mucho menos libertad de expresión— insultar. Es difamación. Algunos intérpretes talmúdicos, parangonan la calumnia con el homicidio. Y si pienso en Enzo Tortora (periodista y presentador víctima de graves calumnias) no creo que se equivocaran mucho. La democracia es responsabilidad y estoy convencido de que las reglas y la marginalización —no la represión— de la violencia y de la trivialidad salvarán la comunicación en las redes sociales. El que quiera usar la red social solo para hacer matonismo mediático podrá abrir su fight club personal, sin nutrirse —como un parásito— de la fama de los demás.

Roberto Saviano es periodista y escritor italiano. © 2013, Roberto Saviano.

22 mayo 2013

El gran Forges


12 mayo 2013

José Manuel CABALLERO BONALD escribe:

Si las cuentas no me fallan, hace ahora justamente dos tercios de siglo que empecé a adiestrarme en el oficio de escritor, por lo que quizá merezca -eso sí- un premio a la constancia. Ya apenas si puedo evocar aquellas primeras sensaciones, tan remotas y difusas, de mi noviciado literario. Pero algo permanece imborrable: la certeza de que me hice escritor porque antes había leído a escritores que me abrieron una puerta, enriquecieron mi sensibilidad, me incitaron a usar la misma herramienta que ellos para interpretar la vida, para aprender a descifrarla. Sin esa enseñanza previa, nada habría sido lo mismo, claro. Tampoco yo estaría aquí ahora. Soy consciente de que mi biografía literaria depende tanto de los libros que he escrito como de los que he leído. (...)

Es posible que encontrara en aquellas lecturas algo parecido a una contrapartida, una compensación frente a la falta de asideros o los desconciertos de la edad. ¿Quién duda que leer es reconocernos en los otros, desentrañar lo que somos, recuperar lo que hemos vivido, incluso lo que no hemos vivido, resarciéndonos de nuestras propias carencias? Recuérdese que todos aquellos que se han valido de la opresión (desde los terrores inquisitoriales a los de cualquier censura dictatorial) para programar el mantenimiento de sus poderes, han coartado la libre circulación de las ideas. Los enemigos históricos de la libertad han recurrido desde siempre a una suprema barbarie: la hoguera. O quemaban herejes o quemaban libros. En las ficciones futuristas de un mundo amorfo, despersonalizado, regido por computadoras, la quema de libros representa algo más que un mandamiento atroz: es una metáfora de la esclavitud. Bien sabemos que destruir, prohibir ciertas lecturas ha supuesto siempre prohibir, destruir ciertas libertades. Quien no leía, tampoco almacenaba conocimientos. Y quien no almacenaba conocimientos era apto para la sumisión. De lo que fácilmente se deduce que conocimiento y libertad vienen a ser nutrientes complementarios de toda aspiración a ser más plenamente humanos.

Pienso que tal vez pueda permitirme una modesta jactancia en este sentido. Quiero decir que esa alianza que el escritor mantiene con sus primeras lecturas, con las fuentes literarias de su historia personal, tiene en mi caso -o yo deseo que tenga- un preámbulo inolvidable. Estoy refiriéndome a la inmediata posguerra, cuando se cimentaba el infortunio histórico del franquismo y cundían por el país muy variadas formas de desolación. Siempre me he hecho una pregunta obstinada: ¿empezaba yo a indemnizarme con la lectura de lo que me negaba aquel tiempo desdichado, pretendía remediar con el placer de un libro los sinsabores y privaciones de la historia? No creo que fuera consciente de nada de eso, claro. Pero puedo aventurar algunas pistas. Tengo muy presente, por ejemplo, que en el colegio de los Marianistas de Jerez, cuando yo cursaba el cuarto o quinto curso de Bachillerato, tuve un profesor de literatura, culto y afectuoso, que me facilitó una especie de florilegio hecho por él de las más llamativas aventuras de don Quijote. Quizá tardara en empezar a leerlas, quizá no había superado todavía esa prevención ante lo que se supone árido o dificultoso, pero cuando lo hice libremente algo inesperado se filtró en mi capacidad receptiva. No fue ninguna lección prematura, fue simplemente una conmoción insospechada.

Aún puedo revivir las emociones que me transferían esas precisas andanzas de don Quijote. No conservo el recuerdo sino el sedimento del recuerdo, la constancia placentera de haber descubierto un mundo fascinante, de haber roto un sello, abierto una ventana por la que podía asomarme a una nueva experiencia de lector, es decir, a una nueva enseñanza de la vida. Quiero recordar que medio entendí entonces que un libro te habla, pero también te escucha, que el hecho de elegir un libro y compartir con él una misma aventura también supone un ejercicio de libertad. Tal vez pudo ser ese el punto de partida de mis iniciales tentativas literarias, tal vez se inició en aquel ya distante tramo biográfico una vaga atracción sensible por el cultivo de la poesía. Aunque lo más seguro es que todo eso no sea sino una conjetura que me planteo al cabo del tiempo, cuando admitir su veracidad tiene ya mucho de licencia poética. (...)

He pensado con frecuencia en esa parcela de la vida de Cervantes medio emborronada por la incertidumbre, los equívocos, las zonas de penumbra. (...) ¿Por qué Cervantes escribió o -mejor dicho- por qué publicó tan poco en su juventud, incluso en su edad madura, y dio a conocer, culminó el ejemplo universal de su obra ya a las puertas de la vejez, de regreso de todas sus anteriores alianzas con la adversidad? No se trata ya de trabas editoriales o desarreglos viajeros, sino de evidencias cronológicas. (...)

Me importa insistir fugazmente en ese prolongado alejamiento de las letras a que alude Cervantes como de pasada, pero que constituye un atractivo foco de deducciones. Siempre me ha conmovido, y ahora más, imaginarme al autor del Quijote navegando sin brújula entre los boatos de la Italia renacentista o los intramuros argelinos del cautiverio, por la corte encumbrada de Felipe II o la babilónica Sevilla de finales del XVI y principios del XVII. Asiduo a los garitos y corrales de comedias, al trato de pícaros y cómicos, un Miguel de Cervantes solitario y meditabundo, apenas conocido por nadie, iría trasegando desde la vida a la memoria algunos de los hechos y personajes que pasarían a figurar en muchas de sus historias. La experiencia del escritor que no escribe, que malvive de oficios indeseados, comparece aquí como una contradicción in terminis. Más que la imagen del vencido por la vida, lo que ese Cervantes acaba sugiriendo es la del vencedor literario de todas las batallas por la libertad. Siempre nos ha dado respuestas el autor del Quijote, incluso antes de escribirlo. Y luego, en el mismo momento en que Cervantes saca de su casa a Alonso Quijano, Alonso Quijano otorga a Cervantes una nueva coyuntura para recorrer los caminos irrestrictos de la libertad.

Y no deseo finalizar este recuento de emociones sin hacer una mención fugaz a mis débitos personales con la poesía, ese engranaje de vida y pensamiento que tanto amó Cervantes y que tan exiguas recompensas le proporcionó. La poesía también tiene algo de indemnización supletoria de una pérdida. Lo que se pierde evoca en sentido lato lo que la poesía pretende recuperar, esos innumerables extravíos de la memoria que la poesía reordena y nos devuelve enaltecidos, como para que así podamos defendernos de las averías de la historia. Afirmaba Pavese que la poesía es una forma de defensa contra las ofensas de la vida y ese es para mí un veredicto inapelable. Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón. Más de una vez he comentado que mi palabra escrita reproduce obviamente mis ideas estéticas, pero también mi pensamiento moral, mis litigios personales, mi manera de buscar una salida al laberinto de la historia. El prodigio instrumental del idioma me ha servido para objetivar mi noción del mundo, y he procurado siempre que esa poética noción del mundo se corresponda con mi más irrevocable ideario. Como suele decirse, en mi poesía está implícito todo lo que pienso, y hasta lo que todavía no pienso, que ya es meritorio. Cada vez estoy más seguro que la poesía en la que creo, esa que ocupa más espacio que el texto propiamente dicho, me retrata y me justifica. Incluso podría añadir que me ha enseñado todo lo que sé sobre mí mismo a medida que he ido valiéndome de ella para elegir mis propios diagnósticos sobre la realidad.

Creo honestamente en la capacidad paliativa de la poesía, en su potencia consoladora frente a los trastornos y desánimos que pueda depararnos la historia. En un mundo como el que hoy padecemos, asediado de tribulaciones y menosprecios a los derechos humanos, en un mundo como éste, de tan deficitaria probidad, hay que reivindicar los nobles aparejos de la inteligencia, los métodos humanísticos de la razón, de los que esta Universidad -por cierto- fue foco prominente. Quizá se trate de una utopía, pero la utopía también es una esperanza consecutivamente aplazada, de modo que habrá que confiar en que esa esperanza también se nutra de las generosas fuentes de la inteligencia. Leer un libro, escuchar una sinfonía, contemplar un cuadro, son vehículos simples y fecundos para la salvaguardia de todo lo que impide nuestro acceso a la libertad y la felicidad. Tal vez se logre así que el pensamiento crítico prevalezca sobre todo lo que tiende a neutralizarlo. Tal vez una sociedad decepcionada, perpleja, zaherida por una renuente crisis de valores, tienda así a convertirse en una sociedad ennoblecida por su propio esfuerzo regenerador. Quiero creer -con la debida temeridad- que el arte también dispone de ese poder terapéutico y que los utensilios de la poesía son capaces de contribuir a la rehabilitación de un edificio social menoscabado. Si es cierto, como opinaba Aristóteles, que la “la historia cuenta lo que sucedió y la poesía lo que debía suceder”, habrá que aceptar que la poesía puede efectivamente corregir las erratas de la historia y que esa credulidad nos inmuniza contra la decepción. Que así sea.

 
Extractos del discurso de aceptación del Premio Cervantes 2013 por parte de José Manuel Caballero Bonald.

04 mayo 2013

Los viejos reporteros nunca mueren

Manuel Chaves Nogales es un filón inagotable: ahora se presentan un documental y reediciones de nuevo material narrativo y periodístico. Por Tereixa Constenla, Babelia, 4 mayo 2013

Cada vez se saben más cosas de Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944). Que escribía en una Underwood. Que fumaba cigarrillos sin filtro. Que los domingos llevaba a su hija Pilar al Retiro. Que siempre estaba allí, donde había que estar: la Rusia comunista, el desierto africano, la sombra de Belmonte, la Francia ocupada o el Londres bombardeado por los alemanes. Desde que María Isabel Cintas se sumergió en la investigación de la biografía de este hombre como si su propia vida dependiese de ello se ha ido descorriendo un velo tras otro. Se han reeditado sus obras. Se han rastreado sus pasos. Se le han rendido honores. Escritores y periodistas contemporáneos como Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina, Ana R. Cañil, Arcadi Espada, Félix de Azúa o Elvira Lindo han caído a sus pies y —lo que es más importante— lo han pregonado a los cuatro vientos. En las últimas dos décadas, el chavesnogalismo se ha convertido en una corriente que recorre el espinazo cultural español, aunque resultaría frívolo tildarlo de moda. Demasiados títulos notables harían difícil ahora un giro histórico que lo barriese otros cincuenta años. Hasta donde podemos leer, ha llegado para quedarse.

Chaves, que murió lejos, enfermo e incomprendido por sus compatriotas —estuvieran en el exilio o en España—, ha revivido gracias a una cohorte de entusiastas que piensan que le deben algo. Como si de alguna manera ajustaran las cuentas con todos aquellos que le vilipendiaron o, peor aún, le enterraron en amnesia. A la cabeza de ellos está María Isabel Cintas, su biógrafa, que lleva dos décadas reconstruyendo su trazo, pero la lista se ensancha cada año. Dos incorporaciones recientes son Daniel Suberviola (Madrid, 1975) y Luis Felipe Torrente (Albany, Estados Unidos, 1967), que han producido, escrito y dirigido El hombre que estaba allí, su tercer documental cultural tras los dedicados a Gonzalo Torrente Ballester (GTB×GTB) y la Biblioteca Nacional (La memoria del mañana).

Por amor al arte. A excepción de un patrocinio de 3.000 euros de la Junta de Andalucía —que aún no han recibido—, su cinta sobre la vida del periodista sevillano ha salido por arte de birlibirloque. Sin dinero. Con horas gratis y devoción sincera. El documental, de 29 minutos (aspira a participar en festivales en la categoría de cortometrajes), intercala la narración biográfica del personaje con las intervenciones de quienes le conocieron (su hija, Pilar Chaves Jones), quienes, sin conocerle, le admiran (Muñoz Molina, Trapiello, Martínez Reverte) y quienes le conocen más que si le hubiesen conocido (María Isabel Cintas). El origen es, como acostumbra, una pasión. Hace 15 años, cuando Suberviola concluyó El maestro Juan Martínez que estaba allí pensó que había leído una obra genial. Así comenzó a seguir al autor allá por donde podía y, dado su perfil audiovisual, especular con una película era natural. “Quería saldar una deuda. Chaves es un personaje magnético. Su vida parece casi de ficción. Si te subes a un avión en 1920, como hizo él, dejas de ser un periodista para convertirte en un aventurero. Aunque no lo fuera”, señala Suberviola.

El documental, que se estrenó ayer en la Feria del Libro de Sevilla, después de la presentación de la reedición de la Obra periodística, publicada por la Diputación de Sevilla, descubrirá algo nuevo. A Luis Felipe Torrente le obsesionaba ver a Chaves en movimiento. Visionó cintas y cintas hasta dar con una grabación inesperada realizada por una cadena estadounidense el día de la toma de posesión de Niceto Alcalá Zamora como presidente de la Segunda República en 1931. En ella, tal vez en una rara ocasión en su vida, Chaves se hace una concesión a sí mismo. Durante unos segundos, aplaude entusiasmado al nuevo jefe del Estado. El ciudadano se impone al periodista. Un aliado de la República, de principio a fin. Como él mismo confesó en el prólogo que escribió a comienzos de 1937 para A sangre y fuego: “Cuando el Gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío. Ni una hora antes, ni una hora después. Mi condición de ciudadano de la República española no me obligaba a más ni a menos”.

El clásico libro de cuentos sobre la Guerra Civil acaba de ser reeditado por Renacimiento con dos nuevos relatos, Hospital de sangre y El refugio, localizados en dos publicaciones de México e Inglaterra por María Isabel Cintas, responsable de la edición, que incluye un prólogo de Trapiello. Simultáneamente sale a la calle la nueva versión de la Obra periodística —la primera es de 2001— en tres tomos, que incluye numeroso material desconocido. “Hay artículos publicados en periódicos ingleses, franceses, estadounidenses y latinoamericanos. En la revista cubana Bohemia, para la que trabajaba de corresponsal, se publican sus crónicas de la II Guerra Mundial, que llegan hasta 1944, el año de su muerte. Era una visión del periodista internacional que nos faltaba”, observa su biógrafa.

Porque Chaves Nogales, en su destierro tras la Guerra Civil, se convirtió en un cronista global. “Aunque estaba exiliado, se sentía orgulloso de trabajar en el centro neurálgico de la información mundial. Desde Londres enviaba crónicas sobre el conflicto para medios de numerosos países”, afirma Cintas. Desde que ella comenzó su tesis, la presencia editorial de Chaves ha pasado de un escuálido título (Juan Belmonte) a una galería de escritos narrativos y periodísticos, comercializados por distintos sellos (Renacimiento, Espasa, Libros del Asteroide, Almuzara…) y una institución, la Diputación de Sevilla, la primera que le dio tratamiento de hombre de Estado con la difusión en 1993 de su Obra narrativa. ¿Habrá nuevas entregas en el futuro? Su biógrafa da “casi por concluida” su investigación, aunque admite que “es difícil dejarlo porque he establecido muchas conexiones y es un personaje apasionante”. El proceso de recuperación incluso ha desbordado el cauce editorial: su ciudad natal, Sevilla, le ha dedicado una calle. Chaves Nogales es al fin el maestro que está aquí.