28 marzo 2022

Will Smith, otro hombre que no deberíamos ser

OCTAVIO SALAZAR

A quienes con frecuencia nos dedicamos a tratar de explicarles a los más jóvenes la urgencia de desmontar la masculinidad patriarcal nos cuesta mucho trabajo encontrar referencias alternativas que les sirvan de ejemplo. Nos sigue resultando mucho más fácil explicarlo en negativo, es decir, poniendo ejemplos de hombres cuyos comportamientos no deberíamos imitar porque representan toda la toxicidad que emana de una subjetividad construida para dominar y sentirse importante. La ceremonia de los Oscar nos ha ofrecido otro flagrante caso que resume a la perfección todo aquello que los hombres no deberíamos ser. La reacción de Will Smith frente a la broma nada afortunada de Chris Rock encierra todos los elementos que nos permiten identificar un modelo de masculinidad que hoy por hoy sigue siendo el principal obstáculo para construir un mundo sin desigualdad de género y en el que la violencia deje de estar legitimada. Una violencia que está vinculada a la idea de poder, a la omnipotencia en la que los varones hemos sido socializados y a la asunción de que no hay mejor manera de gestionar los conflictos que recurriendo a la fuerza. De esta manera, la violencia se convierte todavía hoy para muchos en un mecanismo de reafirmación de la virilidad y hasta de restauración del honor supuestamente perdido.


En la reacción de Will Smith no solo late esa legitimación de la violencia que, insisto, emana de una masculinidad concebida en términos de control y conquista, sino también la justificación de nuestro eterno papel de patriarcas, restauradores del orden, vigilantes de las virtudes y de la honra de las mujeres, defensores como si fuéramos superhéroes de las que muchos siguen considerando menores de edad. A las que, por tanto, de la misma manera que nos vemos obligados a defender a capa y espada, podemos en otro momento someter a las más viles prácticas de explotación y servidumbre. La suma de esos dos extremos es la evidencia más dramática del horror que implica la cultura machista encarnada en individuos como Smith. Ese tipo que, al estilo de lo que suelen hacer muchos maltratadores, luego tratan de justificarse, pedir perdón y hasta pedir clemencia. De la mano que abofetea a los ojos húmedos. Entre medias, el superhéroe desnudo.

Y, en tercer lugar, aunque no menos importante, también ha sido llamativa la reacción en gran medida cómplice, por supuesto, de la Academia, pero también de un público que no debería haber dado ni un aplauso al actor. Ante situaciones como esta, no podemos ser cómplices por omisión, ni mucho menos situarnos en la equidistancia. Un ejercicio en el que nos solemos refugiar los hombres para no sentirnos traidores frente a la fratría que nos respalda y nos reafirma en nuestra virilidad.

Ojalá, en el mejor de los casos, el ejemplo de Will Smith tenga efectos pedagógicos y genere una corriente de malestar y crítica entre los hombres. Una especie de Me Too a la inversa, en el que dejemos claro que no estamos dispuestos a tolerar dichos comportamientos y que además asumimos el compromiso de denunciarlos cuando sucedan a nuestro alrededor. Solo cuando este compromiso masculino sea efectivo empezaremos a habitar un mundo en el que, al fin, dejen de existir individuos como el actor que ha ganado el Oscar por su rutinaria interpretación de un hombre explotador del talento de sus hijas. El círculo perverso se cierra. Nada pues que aplaudir. (El País, 28.03.22)

27 marzo 2022

El hombre que encontró la felicidad_microrrelato

Por CLARA SÁNCHEZ

A César S., propietario de la mayor cadena de hoteles del país, mientras se dirige a su casa, serio y apesadumbrado como siempre, una gran blancura le inunda por un instante la mente, y de repente tiene la certeza de cómo debería ser su vida en adelante. Baja la ventanilla del coche y respira con nuevos pulmones y contempla el esplendor del campo con nuevos ojos.

Al dejar atrás la verja y avanzar hacia los macizos de flores que bordean la entrada, ya ha decidido deshacerse de todas sus riquezas. Así que le regala al chófer la flota de coches y le comunica a su mujer que pasa a ser la dueña absoluta de toda la fortuna, a la que él acaba de renunciar. Su mujer le exige que recapacite, pero él contesta que solo necesita una casita con un pequeño huerto en el que plantar lo que vaya a comerse.

César S. tiene una casa con huerto y pozo, y es feliz durante casi un año, hasta que un día, al sacar el cubo del pozo, encuentra un líquido negro, que enseguida comprende que es petróleo. Antes de que pueda ocultarlo, el hallazgo es visto y propagado. Considera que lo mejor es donar el yacimiento al municipio y retirarse al desierto, donde ni siquiera vivirá en una casita, sino bajo una tienda de lona. Pero sus vecinos, en señal de gratitud, construyen para él un fabuloso palacio. Cuando se lo muestran, y ve los grifos de oro y las estatuas de mármol y los jardines diseñados por jardineros franceses y japoneses, se le caen las lágrimas, y la gente del pueblo se pone muy contenta porque cree que llora de alegría. "Estoy condenado a ser rico", piensa tristemente. Entonces ocurre algo inesperado: recibe la noticia de que su mujer se ha arruinado y se halla sumida en la pobreza. César S. de nuevo siente la sonrisa de la vida. Hace un fardo con sus harapos y se presenta ante su mujer: "Ahora podremos ser verdaderamente felices porque ya somos libres los dos", le dice. Ella ve a este hombre miserable y envejecido con quien no se siente capaz de compartir la cama, y se le caen las lágrimas. Y él se pone muy contento al pensar que son de felicidad.

El País Semanal, 20 de julio de 2000

19 marzo 2022

Los gays y los homosexuales

Por CARLOS MARTÍN GAEBLER

¿Son los términos “gay” y “homosexual” realmente sinónimos? Todos los gays son homosexuales, pero no todos los homosexuales pueden también definirse como gays. La homosexual es simplemente una orientación sexual, lo gay es un hecho cultural, es decir, la opción de vivir en libertad y sin miedo una sexualidad no mayoritaria. El homosexual nace, mientras que el gay se hace. O, dicho en términos más coloquiales, la tendencia homosexual viene de serie, pero ser gay hay que currárselo.

El hombre homosexual se conforma con vivir su sexualidad con mucha discreción (palabra predominante en su vocabulario), sin que “se le note”, y conservando el status quo de su invisibilidad (suele confundir la visibilidad con “ir predicándolo a los cuatro vientos”); por contra, el hombre gay reivindica su derecho a mostrarse tal como es, a visibilizarse, y a no reprimir, por ejemplo, sus muestras de afecto hacia su pareja o sus amigos en público. Si al homosexual le preocupa que le puedan percibir como tal (por la vergüenza que le produce su propia homofobia interiorizada), al gay no le importa. El hombre gay, por tanto, ha debido recorrer un duro camino para aprender a convivir con la homofobia circundante de miradas, insultos y agresiones, y es feliz actuando con naturalidad y sintiéndose libre. (Conviene señalar que precisamente el vocablo “gay” significaba originariamente en inglés y en el antiguo provenzal “alegre/feliz”.)

Aquí reside la motivación del denominado orgullo gay: lo que los gays celebramos cada 28 de junio en todo el mundo no es el ser gays, sino el haber conquistado la libertad para poder serlo, y este importante matiz parecen ignorarlo quienes se preguntan por qué no celebrar también un día del orgullo heterosexual o del macho ibérico. El orgullo gay es totalmente ajeno a muchos hombres, que son simplemente homosexuales y prefieren permanecer semiarmarizados (o armarizados del todo y con doble vida) pues no se sienten identificados con esta celebración, ya que sencillamente no han hecho nada de lo que sentirse orgullosos, y uno sólo puede sentirse orgulloso de aquello de lo que es responsable. Pero los festejos callejeros del orgullo gay no surgen, en ningún caso, por afán exhibicionista, sino que pretenden ser una celebración de la diversidad social y afectivo-sexual. Hacemos de la reivindicación una fiesta, y de la fiesta una reivindicación. Como dijo Ruth Toledano en cierta ocasión, el Orgullo es una manifiesta.

Aunque para algunos hablantes parezcan sinónimos, estos adjetivos son semánticamente diferentes, además de que uno incluya al otro, como señalé al inicio de esta reflexión filológica. Varios prototipos de la ficción contemporánea ilustran la diferencia. Brokeback Mountain es, en puridad, una oscura historia de amor homosexual. Ennis del Mar y Jack Twist, vaqueros de la América profunda de los años 60, personifican a unos hombres homosexuales atormentados por su diferencia biológica. Sin embargo, en la ficción televisiva Física o química, el personaje de Fer vive con naturalidad, y a la vista de todos, una historia de amor y desamor gay con su novio David en los pasillos de su instituto de bachillerato.

Cuarenta años “distancian” a unos personajes de otros, cuarenta años desde que una noche de junio de 1969, en el bar Stonewall de Nueva York, un grupo de “locazas” con muchos reaños dejaran de poner la otra mejilla y comenzara así la liberación gay para generaciones posteriores de hombres y mujeres homosexuales, un hito histórico magníficamente retratado en la película Stonewall. Siglos de vergüenza necesitan ser contrarrestados con años de visibilidad. ¿Puede alguien a estas alturas poner en duda que ese momento fundacional no sea motivo de orgullo y celebración? cmg2009