26 diciembre 2018

Andalucía obligatoria

Por ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Ahora que los días van siendo más largos y que la primavera ya parece indudable, en Andalucía empieza a arreciar una creciente vocación pública y privada de caricatura y parodia de sí misma. Desde hace meses, en las emisoras y en los periódicos locales bulle la inquietud cofradiera. Las tiendas de trajes de gitana empiezan a desplegar sus lunares y volantes en los escaparates. Terminado el carnaval, que ahora se ha prolongado hasta después del Miércoles de Ceniza, se aproximan la Semana Santa y la Feria de Sevilla, y después el Rocío, los días de la Cruz, el Corpus de Granada. En las oficinas de la Junta de Andalucía en Sevilla supongo que los cargos públicos y los funcionarios se van preparando para una larga vacación que desembocará, sin que nadie se dé mucha cuenta, en los calores tremendos de julio y agosto. En agosto, por cierto, vendrá la Feria de Málaga, ciudad cuyas autoridades, no queriendo conformarse con tener una simple feria menos famosa que la de Sevilla, la llaman la Feria del Sur de Europa. Incluso en mi austera ciudad natal proliferan los trajes de volantes, los sombreros cordobeses y los zahones, y en la Feria de San Miguel, que es a finales de septiembre y tiene siempre una cierta melancolía de principio otoñal, se ha impuesto el modelo sevillano de las casetas con fino y sevillanas. Pero sucede que las casetas de feria de Úbeda pertenecen cada una a una cofradía de Semana Santa, de modo que a la entrada, sobre los toldos, exhiben, para desconcierto de los forasteros, nombres más penitenciales que festivos: La expiración, La buena muerte, El santo entierro... No cabe duda que en el norte andaluz, tan cerca ya de los barrancos de pizarras de Sierra Morena y de las llanuras de La Mancha, no estamos aún muy dotados para el gracejo de la fiesta. ¿Quién va a correrse una juerga digna de ese nombre, con borrachera (el fino de garrafa), mareo de palmas y sevillanas eternas, en una caseta que se llama El santo entierro?Cuando yo era pequeño y me pasaba las tardes escuchando en la radio las novelas de Sautier Casaseca y los programas de discos dedicados oía mucho una canción que me causaba cierta inquietud, aunque no acababa de entenderla: "Hay quien dice de Jaén que no es mi tierra andaluza". En aquellos tiempos oscuros, mucho antes de la fundación de la Junta de Andalucía y de su órgano oficial de andalucización, el llamado Canal Sur, casi ningún andaluz sabía que lo era, y si lo sabía o lo pensaba no importaba mucho, porque la única Andalucía indudable, los únicos andaluces sobre los que no cabía ninguna íncertidumbre, eran la Andalucía de los decorados de películas andaluzas y los andaluces de guardarropía que actuaban en ellas, unos andaluces en general proyectos, con caracolillo y sombrero terciado, con una cosa grasienta, tétrica y antigua, como los cuadros de toros y flamenco que se ven en los restaurantes españoles de países escandinavos o asiáticos. Sin duda, eran tiempos oscuros, edades primitivas en las que las culturas vernáculas sólo tenían una manifestación plena en las zarzuelas de ambiente regional, o en aquellas películas en blanco y negro, de baturros y de bailaoras flamencas, que ponían a veces en la televisión.

Así que muchos crecimos sin saber si nuestra tierra, aparte de pobre y tan lejos de todo, era una tierra andaluza. La Andalucía más nítida de la que teníamos noticia era la de los decorados de aquellas españoladas que rodaron Imperio Argentina y Florián Rey en el Berlín siniestro del nazismo. A medida que nos hicimos mayores y fuimos cobrando conciencia política, nuestra rebelión contra el oscurantismo de la dictadura incluía el dolor por el atraso de la tierra en la que habíamos nacido y el asco por la pringue beata y folclórica con que nos la embadurnaban para convertirla en una parodia a la altura de las expectativas más gregarias y más ignorantes del turismo.

No creo que muchas personas progresistas hubieran podido vaticinar lo que ocurrió después: que con la democracia y los gobiernos de izquierdas no llegó para Andalucía la liberación de la ignorancia, ni del atraso, ni de la superstición, ni del folclorismo. Lo que vino, lo que ya nos inunda, es exactamente lo contrario, la fiebre irracional e intimidatoria por todas las fiestas y tradiciones posibles, la vanagloria inepta en los localismos más agresivos y cerrados, la feria eterna, la romería y la procesión eternas, programadas por la autoridad, alentadas por la radio y la televisión públicas, convertidas en una especie de narcótico brutal o en un inmerso decorado que oculta la triste obstinación de las cosas reales: la epidemia invencible del paro, por ejemplo, el desmantelamiento del ferrocarril en las comarcas más pobres, el abandono o la venta o la simple pérdida por incompetencia y desidia de las pocas fuentes de riqueza verdadera que aún nos quedaban, como el aceite de oliva.

En catorce años de gobierno autónomo, de primacía de la izquierda,  los dos vicios capitales del señoritismo han sido prácticamente lo único que se ha socializado en Andalucía: el fanatismo folclórico-religioso y el desdén por el trabajo. Si uno viaja un poco por España se da cuenta, con un dolor muy intenso, pero también inútil, que Andalucía se va quedando cada vez más atrás, cada vez más aturdida y perdida en el engaño de su alegría obligatoria, de una monstruosa mixtificación de su realidad de la que son culpables principales las fuerzas políticas y las instituciones andaluzas. Han desbaratado hasta la escuela, han corrompido la antigua palanca progresista de la educación: todo este largo exabrupto viene a cuento de que ayer, cuando volvía de Granada a Madrid, supe que en las escuelas públicas de Huelva, de cara a la primavera, y a instancias de la Junta, han empezado a impartirse a los alumnos y a los profesores cursillos de espíritu rociero. Pero ya no le quedan a uno ánimos ni para ejercer el sarcasmo, y en cualquier caso nada es tan disparatado como la realidad. Las maestras de Huelva pueden ir a clase con trajes de volantes, como Elvira Quintillá en Bienvenido Mr. Marshall, y Manuel Chaves, ahora que ha vuelto a ganar las elecciones, debería vestirse de andaluz para asomarse a su recobrado balcón presidencial, igual que Manolo Morán en aquella película profética.
El País, 13 de marzo de 1996

23 diciembre 2018

Ejército de troles

Por MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN


¿Qué hacer cuando la competición por la disrupción lo justifica todo? ¿Quién gana la batalla por la atención? Sin saber cómo, nos hemos encontrado con un espacio público repleto de resentidos lamentándose de lo mal que está todo y hablando de… ¿Lo adivinan? ¡Su resentimiento! Luego están los amantes de la transgresión gratuita que, sintiéndose oprimidos (¡pobres!), se dicen preocupados por la libertad de expresión. Y proliferan los diletantes excéntricos y altivos, los encargados de señalar la vía esnob ante la odiada cultura dominante. Salirse del rebaño, de la presión moral que la paralizante tiranía de la mayoría ejerce sobre sus libres almas nutre su encarnizada lucha cotidiana. Paradójicamente, el temor por la violencia intelectual que pueda ejercer el dogmatismo grupal ha terminado por configurar una tribu particular: los nuevos trolls o, en su versión ibérica, el “cuñadismo”.

Como casi siempre, el impulso llega de EE UU, donde una manada antaño silenciosa que compartía un intenso amor secreto por el odio a lo políticamente correcto estalló, finalmente, en los márgenes de las redes digitales. De manera aparentemente inocua, surgía en el espacio público un enjambre de odiadores guiados por un objetivo común: mofarse de todo lo que oliera a progresismo. Y sucedió así que un ejército de troles capitaneados por la rana Pepe inoculó con su frivolidad el modelo antipolítico a la conversación pública. Todo fue maniqueísmo y polarización: el bien y el mal perfectamente separados. Lo curioso es que, motivados por el temor a estrechar la conversación pública a los rancios consensos de lo políticamente correcto, terminaron atrofiando el espacio público, convirtiéndolo en una caricatura de sí mismos.

Trump fue la abeja madre que mejor encarnó el runrún de fondo de esa cultura irreverente que explotó contra el establishment: la asfixiante moral de la izquierda, los “blanditos” de la derecha. Surgió así uno de nuestros grandes dilemas: ¿qué hacer cuando no hay diferencias entre un troll y un representante político? ¿Cómo combatir la apabullante presencia de la pura banalidad opinológica en nuestro Congreso de los Diputados, cuando la función representativa se reduce a polarizar el mundo en lugar de explicar su complejidad? Lo vemos cada vez más en algunos de nuestros jóvenes líderes: guiados por el nuevo estilo ultra y su aparente modernidad, son capaces de negar la violencia de género ante la apremiante y ficticia urgencia nacional de reivindicar la prisión permanente revisable. La línea que separa el delirante fanatismo de la convicción de la pura idiotez improvisada es muy fina. No sé ustedes, pero yo ya no sé dónde estamos. (El País, 23.12.18)

21 diciembre 2018

Plataforma Salva Tus Árboles


Soy muy aficionado a la jardinería urbana. Paseaba un día por la Glorieta de la Barqueta en Sevilla, intentando observar si había algún naranjo o jacaranda con chupones o burracos que arrancar, cuando me topé con un alcorque cementado y resquebrajado del que asomaba una minúscula palmerita washingtona. Tras fotografiarlo tal como me lo encontré, piqué como pude el cemento, retiré la mayor parte del mismo, y le corté los brotes laterales a la planta. La regué durante dos veranos, podándola asiduamente, y fotografiando el proceso en tres tiempos, como muestra el tríptico. Hoy es toda un palmera sana y hermosa que he bautizado como la plamerita María Luisa, en honor a mi madre, que adoraba las palmeras. cmg



"María Luisa", la palmera salvada


11 diciembre 2018

Obsolescencia programada

Por EDURNE PORTELA

Mi ordenador portátil me sorprendió con un cambio radical el día de las elecciones andaluzas. Su batería, que aguantaba operativa seis horas seguidas, ese día me dejó tirada después de apenas tres. Pronto tendré que reemplazarla o comprar un ordenador nuevo. La obsolescencia programada es la estratagema tecnológica por la cual las empresas obligan a los consumidores a deshacerse de sus cacharros después del tiempo que a esas empresas les da la gana, con lo que el consumidor pierde la libertad de elegir cuándo cambiar de modelo. Tras conocerse los resultados fatídicos de las elecciones andaluzas, me dio por pensar que la ultraderecha es el chip corruptor que se insertó en ese nuevo producto que era la democracia española hace 40 años.

¿No es irónico que ahora que se celebran los 40 años de la Constitución se active a todo trapo el partido de ultraderecha que pretende dinamitar esa misma Constitución y esa misma democracia? Hace cuatro décadas se creaban las condiciones para que en España no se investigaran los crímenes del franquismo, para que no hubiera ni verdad ni justicia ni reparación; se permitió la continuidad en las Fuerzas de Seguridad del Estado de represores bien conocidos; se hicieron oídos sordos a los testimonios de hombres y mujeres que habían sufrido injustamente en las cárceles franquistas; se despreció a las familias que quisieron recuperar los cuerpos de sus seres queridos represaliados por el franquismo. Y tal vez fue entonces, con tanta impunidad y tanta desmemoria, cuando el chip de la ultraderecha se instaló cómodamente en ese naciente producto que era la democracia española. Dirán, con razón, que el auge de la extrema derecha no es exclusivo de España: ahí están Francia, Italia, Estados Unidos, Brasil. Es posible que en el momento de formación de una democracia se instale en ella el germen nocivo, su chip destructor. ¿No hay acaso en la fundación de cada democracia la herencia de una violencia anterior? ¿No hay acaso en todos estos países una relación entre la ultraderecha de hoy y un fascismo, una dictadura, una persecución política del pasado?

La ultraderecha ha estado presente pero aletargada durante 40 años para ahora irrumpir con violencia, pareciendo que, de un día para otro, España se nos ha repoblado de fachas. Algunos dicen que siempre han estado ahí pero que no se atrevían a salir. ¿En cuántos programas de televisión se ha hablado estos días de la sorpresa de que Vox haya conseguido casi 400.000 votos sólo en Andalucía? ¿Cuántas nos hemos revuelto inquietas al pensar que esos votantes están entre nosotras? La ultraderecha se ha activado para dinamitar la democracia, para hacernos creer que los principios de justicia y solidaridad, de igualdad de género, de responsabilidad colectiva ante los menos favorecidos, de diálogo y convivencia están obsoletos. Y que ellos están aquí para enseñarnos el camino hacia una nueva España que suena mucho a la de hace 60 años, pero que ellos proponen como el futuro a desear. Un futuro xenófobo, antifeminista, homófobo, en que la libertad de expresión y de prensa, las libertades políticas y los más básicos derechos civiles no sólo no estarán garantizados, sino que serán destruidos. Esa es la nueva España que promete la obsolescencia programada de la ultraderecha española. (El País, 11.12.18)