29 noviembre 2016

El viento de la intransigencia (o tampoco yo me siento español español)

Mi admirado Juan Cruz escribe hoy en el diario El País: "Cuando en pleno franquismo Fernando Arrabal se cagó en la Patria, el huracán de la intransigencia puso ante el pelotón de fusilamiento público al autor de El cementerio de automóviles, que era (y es) un alma de Dios, un personaje que removió el teatro español y lo hizo aún más español desde Francia. Mezclado con Goya, Lorca y Dalí, su escritura pánica era algo más que surrealismo, era el desgarramiento de un hombre que había perdido a su madre, su pasado y su tierra, en manos de los propietarios del país, y no sólo de la tierra, sino de las mentes del país.

La censura galopaba a lomos del dictador y decir Patria, esa palabra horrible, como teléfono o ascensor, que decía Pablo Neruda, parecía tabú a no ser que dijeras lo que ponía (y pone) en la entrada al cuartel de la Guardia Civil. Salvado aquel incidente (Arrabal dijo que no había escrito Patria, sino Patra, una gata inventada, para que bajara el suflé oscuro), ya la Patria se fue diluyendo como uno de los once mandamientos del fascismo. Ahora en España los distintos nacionalismos, incluido el nacionalismo de los que se dicen antinacionalistas, se han ido envolviendo en la palabra desdichada de la que siempre penden una bandera y una pistola.

Uno de esos nacionalismos está persiguiendo a Fernando Trueba, cineasta que trabajó con un español preclaro, Rafael Azcona, y que ha utilizado su cámara... para retratar España y a los españoles, porque dijo un día en San Sebastián que español español no se sentía mucho. Me permito decir que este cronista tampoco se siente español español, se siente persona, y después que las banderas ondeen como les dé la gana; a la palabra persona no le hace sombra la palabra bandera.

Los que desempolvan aquello para meter ahora más lodo en la discusión nacional han aprovechado que Trueba ha estrenado la más española de sus películas, La reina de España, para darle hasta en el carné de identidad. Desde José Antonio algunos han creído que sentirse español es decirlo, y no sentirse español es lo peor que se puede ser. Claro, ser español, se decía, es lo más serio que se puede ser. También puede ser lo más cómico. Como esto que está pasando: ¡una campaña en España, aunque provenga de los vientos más imbéciles del ultranacionalismo, contra Trueba porque dijo que español español no se siente!

La prensa internacional y el sentido común se estarán haciendo cruces; Franco no va a resucitar, pero esta gente tan audaz que desprecia al que simplemente existe en contra de sus deseos consigue que resucite un poco. Menos mal que Trueba, que nació de Billy Wilder, de Azcona, de Lorca, de Buñuel e incluso de Arrabal, tiene la naturaleza de aquellos cuya mirada divertida es capaz de caminar a lomos de la estupidez sin que ese caballo viejo le haga caer al suelo. Como dice su colega Santiago Segura, vayan a ver la película, que ese boicot que le montan se quede en la rendija mezquina por la que se quiere colar el nuevo viento de la intransigencia."

25 noviembre 2016

La violencia tribal del fútbol progresa adecuadamente

Una manada de enmascarados atacaron el lunes por la noche en Sevilla, Taberna El Papelón, a una veintena de hinchas de la Juventus al grito “Sevilla hooligans”. Durante más de cinco minutos sembraron el pánico en el recinto y dejaron tres heridos italianos por arma blanca, uno de ellos muy grave con puñaladas en el pecho y en el muslo. La acera del El Papelón quedó manchada de sangre y el ayuntamiento de Sevilla se teñirá de vergüenza si no consigue que los responsables de este raid salvaje no sean puestos ante el juez. El domingo, otro grupo de acémilas, seguidores del Zaragoza (los Ligallo y Avispero, de extrema derecha y extrema izquierda respectivamente, lo que hay que ver), contendieron a sillazos en Getafe, dirigidos los vencedores por una especie de homínido que daba órdenes de ataque o repliegue y señalaba el objetivo de las sillas voladoras. En Las Palmas, los equipos femeninos de Las Coloradas y Las Majoreras se liaron a trompazos por un penalti, con la participación paulatina pero entusiasta de los aficionados.

Son hechos de distinta gravedad; pero su simultaneidad, como Jung nos enseñó, indican una grave perturbación en el entorno del fútbol. La exasperación social conduce a grupos de jóvenes a utilizar el fútbol como pretexto para desatar la violencia. Las tribus de ultras se citan para atacarse como animales o merodean para tender una emboscada salvaje a los seguidores rivales. Las instituciones, preparadores y entrenadores de los futbolistas rehuyen prestar cualquier tipo de instrucción vital a los jugadores que no sea el señuelo del dinero (Koke: “Eres un maricón”. Cristiano Ronaldo: “Sí, pero forrado de pasta, cabrón”; en este diálogo de besugos está todo, la elegancia de unos y la ostentosa finalidad del deporte para otros).

La violencia tribal en el fútbol se combate en España con un remedio secular: una baba espesa de palabrería que se condueles del delito salvaje pero que nunca consigue evitarlo. Cuando murió el hincha del Deportivo en Madrid (Francisco José Moreno Taboada) los ciudadanos fueron obsequiados con una retahila interminable de promesas de intervención, medidas inmediatas y enfáticos compromisos de acción política. Pero esto no mejora. Después de que una manada de bestias enviarán a tres personas al hospital y a una de ellas a la UVI, la Liga de fútbol todavía se pregunta si debe presentar una denuncia en Comisaría y el presidente del Sevilla retoliquea: “Hemos mostrado nuestra repulsa por lo acontecido en estos incidentes”.

¿Es esto todo lo que se puede hacer? Una respuesta afirmativa significaría entregar las ciudades en fechas fijas a bandas de cretinos vesánicos que en otros tiempos hubieran sido lectores del Volkischer Beobachter. La violencia ultra en el fútbol es un problema de Estado. Exige una acción policial competente y clubes implicados en la persecución de los violentos. ¡Ah! y dar de leer a los (las) futbolistas. Si es necesario, se les enseña antes. (Jesús Mota, El País, 24.11.16)

24 noviembre 2016

13 noviembre 2016

Nos hemos cargado internet

Ha llegado el momento de hacer unas preguntas incómodas sobre la relación del hombre con la tecnología. Repaso a todo lo que han conseguido los odiadores en la red. Por Ana G. Moreno 

Revista BUENAVIDA, 13 de noviembre de 2016

Ángela llevaba 6 años en Twitter antes del incidente. La biotecnóloga había hecho uso de la herramienta con satisfacción: para informarse, entretenerse, opinar... Pero nunca, hasta el pasado mes de octubre, había bebido del jugo más amargo de la red. Ocurrió tras el reciente fallo de los premios Nobel. Ella solo aportó un dato: “Los Premios Nobel de este año han reconocido a siete científicos, dos economistas, un político y un músico. Once galardones = cero mujeres”. Tras darle al botón de ‘tuitear’, entró a una sala de cine a ver un documental. Al terminar y encender el móvil, su cuenta, de algo más de 4.000 seguidores, echaba humo. Entre las notificaciones, amenazas de muerte y violación, burlas machistas (“os darán un Nobel cuando inventen el de la fregona”) e imágenes intimidatorias. Decenas, cientos de ellas, emitidas desde el anonimato pero para un público masivo (en Twitter hay 500 millones de usuarios). La joven, abrumada, hizo fotos a cada uno de los mensajes e imprimió los más inquietantes. Con una pila de diez folios, se dirigió a la comisaría para poner una denuncia. “El policía que me atendió no daba crédito”, cuenta a BUENAVIDA. El caso está siendo investigado. Y Ángela no se ha marchado de Twitter: “Sería dejar ganar a este grupo de indeseables”.


¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La velocidad con la que prende el odio es solo uno de los grandes problemas que están arruinando la Red, un invento maravilloso que nació con la pretensión de poner el mundo patas arriba, para convertirlo en un espacio más creativo, participativo, igualitario y, en definitiva, mejor. Andy Stalman, autor del libro Humanonffon y ponente en las últimas jornadas de El Ser Creativo, asegura que estamos en un momento crítico donde todo aún es reconducible: “Internet es una herramienta neutra. De nosotros depende que sea de destrucción o construcción masiva. De momento, parece que hemos tomado el camino erróneo, al optar por la distracción y la comodidad. Es el miedo al cambio de paradigma. Hay que hacerse nuevas preguntas. Los mapas viejos no valen. Y aún estamos a tiempo. El hombre se bambolea entre trascender y la insignificancia. Debemos decidir qué legado queremos dejar”, cuenta el experto en márketing humanista. Estes es uno de los puntos clave que toca resolver con urgencia: un paseo por el lado más oscuro de la Red.

Los trolls nos invaden

El caso de Ángela no es un incidente aislado, sino el estatus quo del mundo ‘online’, según defiende Jaron Lanier, escritor e informático, autor del ensayo ‘Contra el rebaño digital’. Un estudio del Centro de Investigaciones Pew(Washington, EE UU) publicado en 2014 desveló que el 80% de los sujetos de entre 18 y 24 años habían sido avergonzados en algún momento en la Red, mientras que el 26% de las mujeres de esa edad se habían sentido acosadas en el mismo entorno. Las féminas son un blanco recurrente, hasta el punto de que escritoras feministas como Amanda Hess, de The New York Times, han llegado a declarar que las mujeres ya no son bienvenidas en Internet. Pero cualquier excusa es válida para que este ejército de ‘termitas’ humanas se ponga en pie de guerra, como recuerda Janier, que hace alusión al relato ‘La lotería’, de Shirley Jackson, la historia de un plácido pueblecito donde echan a suertes qué individuo será lapidado cada año. “La cultura del sadismo ‘online’ tiene su propio vocabulario y se ha popularizado. La palabra ‘lulz’, por ejemplo, alude a la satisfacción de ver sufrir a los demás en la nube”, cuenta en su manifiesto. Y puede cebarse con cualquiera.

“Internet es una herramienta neutra. De nosotros depende que sea de destrucción o construcción masiva". —Andy Stalman, experto en identidad y ‘branding’

La Universidad de Columbia (EE UU) ha investigado en la personalidad de estos acosadores para señalar tres características comunes: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía subclínica (sin síntomas evidentes). Como recuerda el experto en cultura digital Andrew Keen en Internet no es la respuesta, Tim Berners-Lee, creador de la web allá por 1990, no se ha inventado el odio y a sus transmisores, faltaría más. El ser humano odiaba mucho antes de la Red. Pero Internet ha amplificado cada uno de estos mensajes, para convertirse, en palabras del profesor de Periodismo de la Universidad de Nueva York Jeff Jarvis, en el refugio perfecto para “una plaga de troles, pedófilos, acosadores, locos, impostores y gilipollas online”. La causa de este auge podría ocultarse tras un estudio de 2013, realizado por laUniversidad de Beihang, en Pekín (China): la emoción que se propaga con mayor rapidez por las redes sociales es la ira, seguida, con mucha distancia, por la alegría. A juicio del profesor de psicología Ryan Martin, de la Universidad de Wisconsin, el odio es viral “porque somos más dados a compartir con desconocidos la indignación que la dicha”.

El anonimato es clave para que prenda la mecha. Olga Jubany, antropóloga e investigadora de la Universidad de Barcelona, que ha coordinado un estudio sobre el discurso de odio en la Red para varias instituciones europeas, afirma que si bien esta ocultación de la identidad ha permitido la complicidad positiva de muchas personas, es también una coraza de otros sujetos para disparar palabras sin responder por ellas. “El discurso de odio es un delito y el perpetrador no debería poder esconderse bajo un seudónimo”, afirma. Y señala uno de los problemas fundamentales con los que se encuentran los fiscales especializados en estos casos: la negativa de las grandes plataformas digitales de aportar los datos de sus usuarios. “Nosotros llevamos a cabo un ensayo, poniendo 100 denuncias en Facebook por mensajes que contenían palabras de odio inequívocas. La compañía respondió en menos de 24 horas, pero de los 100 mensajes racistas solo 9 fueron retirados”. La investigadora lamenta que esa dejación ha permitido que las víctimas del acoso online lo asuman como algo normal, y no denuncien. Lo corrobora un reciente estudio de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales: entre el 60 y el 90% de las víctimas de delitos motivados por sentimientos de odio no denuncian su caso ante ninguna organización.

Entidades como la Asociación Nacional de Afectados por Internet en España asesoran a las víctimas en esta odisea. Manuel Carlos Merino, director su equipo legal, recuerda que el insulto no está amparado por la libertad de opinión ni expresión, y anima a denunciar siempre que se sea objeto de este comportamiento delictivo. “Representamos a amas de casa, abogados, médicos, estudiantes, deportistas, empresarios… Cualquier persona está expuesta”, asegura, con especial vulnerabilidad de los niños y adolescentes. “Es importante una labor de supervisión y control de los padres sobre lo que su hijo hace en Internet, pues es una etapa sensible para el desarrollo en la que importa mucho la opinión de los demás”, alerta. Casos tan lúgubres como la ola de suicidios sucedida en 2013 entre usuarios de la red púber de preguntas y respuestas Ask.fm le dan la razón. Entre las últimas víctimas, una joven de 14 años de la comunidad inglesa de Leicestershire, que se ahorcó tras recibir este espeluznante comentario: “Muérete, todos nos alegraríamos”...

10 noviembre 2016

La política espectáculo y el papel de los medios

Por MILAGROS PÉREZ OLIVA

Es difícil que pueda surgir hoy un liderazgo político potente al margen de los medios de comunicación. Donald Trump no era un desconocido. Tenía ya una imagen pública consolidada, su relación con los medios había sido tan intensa que hasta había salvado su imperio gracias a ellos. Sabía cómo utilizarlos y lo hizo. Ya en las primeras fases, las primarias republicanas, Trump se hizo con un lugar preeminente en el espacio mediático a base de romper las reglas de corrección política y desafiar al statu quo con propuestas que ponían en cuestión consensos de amplias mayorías, como el cambio climático. Faltó al respeto, insultó y mintió, y cuanto más histriónico y más transgresor se mostraba, más espacio ocupaba en los medios. Que hablen de mí aunque sea mal. En esa estrategia colaboraron tanto los medios y programas serios como los sensacionalistas. Todos contribuyeron a construir el personaje.

Algunos analistas y responsables de medios han lamentado retrospectivamente no haberse dado cuenta de que dando tanta cobertura a sus excentricidades le ayudaban a proyectar la imagen que él quería: la del que se atreve a pegar la patada al tablero. Pero, en la sociedad de la información, el silencio ni siquiera es una opción. Difícilmente podían dejar de hablar de Trump. Las dinámicas informativas que genera la competencia por la audiencia llevan a primar lo que se sale del cauce, de la norma, lo más impactante o delirante, y en política siempre sacan más rendimiento de los extremismos que de la moderación. Trump era el mejor candidato para la dinámica de la política espectáculo. Incluso cuando lo criticaban lo estaban legitimando ante quienes lo que les pide el cuerpo es darle una patada al tablero. Y todos los que les despreciaban contemplaron atónitos cómo desbancaba uno a uno al resto de candidatos republicanos, cómo se hacía con la nominación y cómo iba subiendo en las encuestas hasta igualarse con Hillary Clinton.

Cuando se vio que era una amenaza, la prensa seria reaccionó. Los diarios de referencia se lanzaron a desenmascarar al personaje, su machismo, sus mentiras, sus bravuconadas racistas. Publicaron algunas de las mejores muestras del mejor periodismo. Pero ya era demasiado tarde. En esta campaña hemos visto cómo están cambiando los mecanismos de creación de opinión pública. Los medios de referencia siguen teniendo una gran influencia sobre el establishment, pero generan desconfianza en sectores cada vez más amplios que los rechazan porque los consideran parte de las élites económicas y políticas que los ignoran.

Trump ha explotado como nadie la desconfianza de la gente que tiene miedo al futuro, que prefiere a alguien que le hable en su lenguaje, con ideas simples y contundentes, aunque sean falsas, que afrontar la complejidad del mundo cambiante que aparece en los medios. Y para eso, las redes sociales son el complemento ideal porque permiten procesos de identificación tribal, mundos compactos, cerrados, con enemigos que combatir y líderes arrogantes con los que identificarse. Solo hay que hacerse de la tribu para escuchar lo que se quiere oír.