14 mayo 2023
Roberto Pérez Toledo: Filmar la ternura
Localismos y aprendizaje de idiomas
Estudiar y escuchar un idioma extranjero requiere un esfuerzo intelectual que es incompatible con la práctica de cualquier forma de fanatismo. Algunos se ven incapaces de abandonar su zona de confort, fascinados de por vida por la contemplación de la patrona local, una pequeña estatua articulada de madera a la que adoran, entre otros motivos, porque representa a una mujer que, dicen, "engendró" sin sexo previo.
Una vez conocí a un universitario de una población del sur de España, narcisista como ninguna otra, que confesaba que sólo le interesaban los arquitectos nacidos en su ciudad y no entendía el entusiasmo que sus compañeros de la Escuela de Arquitectura sentían tras anunciarse un taller que iba a ser impartido por dos reputados arquitectos portugueses. A quienes durante gran parte del año ocupan su pensamiento en perpetuar las tradiciones locales o nacionales poco tiempo les queda para ocuparse de estudiar una lengua extranjera que ven ajena a su propio grupo social, no creen necesitar, y a la que consideran una asignatura maría. Un estudiante de secundaria me confesó en cierta ocasión que, en lugar de irse de crucero en el viaje de fin de curso con sus compañeros para conocer el Mediterráneo esa primavera, había preferido peregrinar al Rocío, ¡por décimo año consecutivo! Ninguno de los dos habla una segunda lengua. cmg2014
06 mayo 2023
Monstruos del Rocío
El Mundo (Edición de Andalucía), 7 de mayo de 2001
Foto: Antonio Pérez |
“Y a ti, ¿qué más te da?”, me dicen. Frustración intelectual. Sufrimiento humanista. Se me parte por dentro un tronco de positivismo, que cruje como una costilla. El positivismo, ya estamos. ¿Se puede seguir siendo positivista? ¿Es que existe el progreso, aparte de en la electrónica? Qué más me da a mí lo que hace esa gente. Pero hay una humanidad zumbadora y bosquimana que sigue adorando a las piedras y me deja una extrañeza de explorador y una decepción de especie. Paisanos como afganos, gente descalza con el ganado, vino sudado y la lágrima seca de una madre postiza colgando del cuello como un diente. El Rocío, ese africanismo de las multitudes. Van a adorar a una diosa, pero su religión y su emoción son ellos mismos, su multitud y su sincronía. No puedo comprenderlos y se me ahoga todo lo humano como un buey muy cansado.
Tengo que hacer mi artículo del Rocío, pasadas todas las crecidas de la gente y sus lloros, no por costumbre, como decía el otro día Umbral, sino por un campanazo triste de desencanto. El Rocío me desencanta con esa ternura que tienen los monstruos de uno. Hablo, ahora, de mis monstruos, congregados todos en el Rocío.
Primer monstruo: la religiosidad popular, peor que todas las teodiceas de la filosofía. Ya distinguía Hume entre esa religiosidad del pueblo, que viene de milenios de cosechas, muertos y menstruos de las mujeres, y el armazón metafísico que sostiene a todas las iglesias sobre su légamo de miedo y poder. Nada tiene que ver el Rocío con el cristianismo, pese a que la Iglesia Católica intente domar tanto gentío para adoptarlo en sus números. La religiosidad popular es anterior a toda forma de filosofía y episteme. Es la infancia mítica. La teología puede ser ingenua, equivocada, simple. Pero aún tiene a Aristóteles. La religiosidad popular es una antorcha en la cueva, una piel de bisonte para echarse por los hombros, rezarle a la luna. Virgen del Rocío. Artemisa. Isis. Diosa virgen, diosa madre, fertilidad, mitos de cultivadores y paridoras. Primitivismo, más la unión inconsciente de lo femenino con lo emotivo, el pathos del pueblo (Jung).
Segundo monstruo: tradición. Sacralización de la repetición. El peso de una opinión o de una conducta no viene de su bondad, de su razón o de su belleza, sino de la insistencia del tiempo y la periodicidad. Las cosas se hacen así porque se han hecho siempre, y basta. Nada existe si no se repite (eterno retorno nietzscheano). Corolario: es suficiente que algo se repita para declararlo verdad. Insulto a la inteligencia humana, automatismo que nos convierte en una biela.
Tercer monstruo: kitsch. Horterada. Vulgaridad de bestias y personas con florones, exaltación de musiquillas horrendas. Cuarto monstruo: etnocentrismo, chauvinismo. Toda la cultura humana muere en la plaza del pueblo. El ser humano se amadeja en su ombligo y en su barrio. No hay más arte ni más pensamiento que el de la vecina y el barbero. Se extirpa el resto del mundo como un ojo ciego y feo. Quinto monstruo: el grupo. La persona sólo toma sentido en cuanto a que pertenece al grupo. Individualidad anulada, aborregamiento, uniformidad. Más la creación de una falsa moral: eres mejor persona, y hasta mejor andaluz, si perteneces a este grupo. La disidencia es inmoralidad y traición. Sexto monstruo: hipocresía. Excusas vergonzantes para el placer y la fiesta, que no necesitan excusas. Mentirosa fraternidad de señoritos a caballo, escalafones de vanidad en todos sus grupúsculos, violencias y odios entre sectas.
Todos mis monstruos están ahí, en el Rocío. Tenía que sacarlos, orearlos de cielo y razón, hacer exorcismo de esta tristeza. Han regresado ya todos mis monstruos, fatigados y sucios con la gente. Pero no pierden, nunca, su horror.