26 junio 2021

Por qué merece la pena seguir viajando

Por GUILLERMO ALTARES,  El País, 26 de junio de 2021

La pandemia llegó en un momento en el que se estaba produciendo un debate sobre el sentido del turismo, tanto por la necesidad de ser más sostenible como de proteger entornos únicos. Lentamente, las fronteras se abren de nuevo, lo que es una buena noticia porque sin los viajes la humanidad sería peor


Annie Hall culmina con uno de los finales más emocionantes de la historia del cine. Alvy Singer, el personaje que interpreta Woody Allen, trata de explicar sus sentimientos tras reencontrarse con su antiguo amor. “Recordé aquel viejo chiste del tipo que va al psiquiatra y le dice: ‘Doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina’. El doctor contesta: ‘¿Por qué no lo interna?’. Y el tipo le dice: ‘Lo haría, pero necesito los huevos’. Pues eso, más o menos, es lo que pienso sobre las relaciones humanas: son irracionales y locas, y absurdas, pero… supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos”. De alguna forma, esta misma frase podría aplicarse a los viajes de placer: pueden ser inseguros, hace calor (o frío), la comida es rara, incluso mala, los aviones son un martirio y contaminan, los retrasos exasperantes, la habitación no es la que esperábamos, no hay forma de encontrar un hueco en la playa, ni una mesa para comer… Pero todos necesitamos los huevos y, además, sin ellos la humanidad sería mucho peor.

Vista de la ciudad de Menton, en la Costa Azul.
Vista de la ciudad de Menton, en la Costa Azul.  GETTY IMAGES

Después de un año y medio de pandemia, las vacunas y los pasaportes sanitarios vuelven a abrir la posibilidad de desplazarse. Lentamente, las fronteras se abren y el mundo vuelve a hacerse grande. Los viajes son de nuevo una esperanza y un desafío. Pocos textos literarios expresan con tanta certeza nuestra relación con el turismo como La vuelta al mundo de un novelista, de Vicente Blasco Ibáñez. Publicado por primera vez en 1924, se trata de un gran clásico de la literatura de viajes en castellano —el reportero Manu Leguineche estaba entre sus fans— en el que el escritor valenciano, que entonces era seguramente el novelista más famoso y mejor pagado del mundo, relata su periplo alrededor de la Tierra en el lujoso crucero Franconia. El autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis explica que se encontraba en el jardín de su villa de la Costa Azul, en Menton, y, cuando se acerca el momento de emprender la larga aventura, una voz interior comienza a poner pegas. “Quédate —dice la orquesta murmurante del jardín—; vas a perder nuestras flores y nuestros frutos, los dulces atardeceres del otoño, la compañía serena y luminosa de los libros”, escribe. “Perderás también las fiestas invernales de la Costa Azul, que atraen a los felices de la tierra: el Carnaval de Niza, las óperas y conciertos de Montecarlo, las regatas, los bailes en hoteles enormes como alcázares de leyenda, las batallas de flores. Vas a renunciar a las dulces horas vespertinas en tu biblioteca…”. Sin embargo, Blasco Ibáñez elige el viaje, como lleva haciendo la humanidad desde la noche de los tiempos.

“El turismo es una clarísima señal de progreso”, explica José María Faraldo, profesor de la Universidad Complutense y coautor, junto a Carolina Rodríguez-López, de Introducción a la historia del turismo (Alianza Editorial). “La turismofobia siempre me ha parecido un sentimiento bastante absurdo. Al principio viajaban los que podían hacerlo, los que tenían dinero y, sobre todo, tiempo. Mucha gente no tenía tiempo. Cuando la mayoría de la población trabajaba en el campo de sol a sol, no se podía ir más allá de la verbena del pueblo de al lado. Todo el mundo tiene derecho a viajar. Poner trabas a que la gente lo haga es siempre negativo”.

Máscaras venecianas en el Carnaval de Venecia.
Máscaras venecianas en el Carnaval de Venecia. GETTY IMAGES

La pandemia llegó en un momento en el que se estaba produciendo un debate mundial sobre el sentido de los viajes y cuando la turismofobia se estaba convirtiendo en una palabra de moda en algunas ciudades, como Barcelona o Venecia, que habían sido tomadas al asalto por masas de visitantes, desplazando a sus vecinos. La llamada gentrificación, la pesadilla de los pisos turísticos, que disparan los alquileres y convierten los barrios en parques temáticos, se sumó a un concepto que popularizó la joven activista climática Greta Thunbergflygskam: tener vergüenza de volar por la huella de carbono que produce la aviación comercial. “El futuro del turismo será ecológico o no será”, explica Faraldo, quien cree que el porvenir de los viajes pasa por establecer una relación “menos agresiva con el medio ambiente”. Eso no significa renunciar a ellos, sino que los desplazamientos se organicen y racionalicen de forma que las exigencias ecológicas sean mucho más elevadas.

Se trata de algo en lo que ya está trabajando la Organización Mundial del Turismo, un organismo dependiente de Naciones Unidas, para evitar que se cumplan sus propias previsiones: si no se hace nada, calcula que para 2030 las emisiones relacionadas con los viajes de placer aumentarán un 30%. La idea no es parar el mundo y bajarse, sino buscar fórmulas para que la huella de carbono se reduzca drásticamente, desde evitar el uso de plásticos desechables hasta cambiar los medios de transporte para desplazamientos cortos. Y lo mismo ocurre con los problemas derivados de la alta concentración de turistas en algunos lugares del mundo. Ciudades como Ámsterdam o Berlín están llevando a cabo políticas muy activas contra los pisos turísticos y para proteger el comercio local.

Visitantes ante 'La Gioconda', en el Louvre (París)
Visitantes ante 'La Gioconda', en el Louvre (París)  GETTY IMAGES

Lugares que enriquecen

Sin embargo, hay ciudades en las que la presencia masiva de viajeros tiene difícil arreglo. Resultará inevitable que barrios de París, Barcelona, Madrid, Venecia, Berlín, Nueva York, Ámsterdam, Marraquech, Túnez, Buenos Aires, Cartagena de Indias o Londres vuelvan con los meses a llenarse de turistas por un motivo insoslayable: son únicos, han enriquecido a millones de personas desde los tiempos del Gran Tour, de los siglos XVII y XVIII, o incluso antes. Son ciudades globales y maravillosas que han mejorado el mundo.

El centro de Roma es incómodo, deslavazado, lleno de centuriones de cartón piedra, de palos de selfi y de pizzerías dudosas. Da igual: visitarlo es una experiencia tan intensa que hasta puede provocar el llamado síndrome de Stendhal, desatado por el exceso de belleza. Los museos del Prado, Orsay, Van Gogh, Metropolitan, El Cairo o el Louvre pueden llenarse de visitantes que se apelotonan para contemplar Las meninas, La Gioconda o los impresionistas del siglo XIX. Pero son espacios que albergan la memoria de la humanidad, que atesoran toda la belleza del mundo.

Las ruinas de la antigua ciudad inca de Machu Picchu, en Perú.
Las ruinas de la antigua ciudad inca de Machu Picchu, en Perú. GETTY IMAGES

Algunos sitios, en cambio, resultan especialmente frágiles y su conservación para el futuro plantea dudas y debates. Que siga aumentando de forma exponencial el número de turistas en ruinas como Pompeya o las tumbas del Valle de los Reyes no resulta sostenible. De alguna manera será necesario establecer cupos, como ocurre, por ejemplo, en las cuevas con arte parietal: la mayoría de las grutas con dibujos prehistóricos que pueden visitarse los tienen. Machu Picchu también, aunque desde el pasado diciembre se incrementó su capacidad de admisión de 675 a 1.116 visitantes diarios (que deben realizar una reserva previa). Eso sí, tampoco tiene sentido hurtar a las generaciones del futuro (y del presente) yacimientos que nos permiten entender mejor nuestro pasado y que, por encima de todo, proporcionan una experiencia estética y humana enriquecedora y única.

La profesora de Cambrid­ge y clasicista Mary Beard, siempre divertida, polémica y acertada, provocó un cierto escándalo cuando declaró a la prensa británica que tal vez la destrucción de Pompeya sea inevitable, pero que sería mucho peor privar al mundo de la posibilidad de poder visitar la ciudad romana. “Tengo una opinión bastante sólida sobre el daño que el turismo ha hecho a Pompeya y sobre cómo deberíamos gestionarlo”, escribió en su blog. “Hacemos lo que podemos razonablemente para preservar el sitio (y no, no apruebo —como algunos pensaron que estaba diciendo— que cualquier visitante saque lo que le apetece). Pero tenemos que aceptar que las ruinas son ruinas, y la regla es que se arruinarán más, especialmente cuando fueron destruidas por un volcán en el año 79 de la era cristiana y, no lo olvidemos, bombardeadas seriamente por los aliados en la II Guerra Mundial”. “Lo bueno de Pompeya es que un tercio de la ciudad está sin excavar, a salvo bajo tierra; y todo el mundo, hasta donde yo sé, se ha comprometido a dejarla allí para que las generaciones futuras la exploren y analicen”, proseguía Mary Beard. “El resto es inevitablemente frágil y podemos retrasar su eventual colapso, pero no evitarlo. Mientras tanto, creo que debemos decir que nos corresponde estudiarlo, explorarlo, disfrutarlo y compartirlo. Si tenemos una responsabilidad con el pasado, esa es”.

Una curtiduría en Fez (Marruecos).
Una curtiduría en Fez (Marruecos).  GETTY IMAGES

El turismo seguirá aumentando en un mundo global con más conexiones áreas que nunca, en el que cada vez más personas tienen la posibilidad de viajar, con el surgimiento de clases medias en los dos países más poblados del mundo, China y la India, y en el que la tecnología limita el impacto de barreras que antes resultaban disuasorias (como orientarse en una ciudad desconocida o incluso poder comunicarse sin hablar un idioma). Además, parar ese movimiento universal es insostenible desde un punto de vista económico. Basta con constatar el daño que la ausencia de turistas por la pandemia ha hecho a la economía española: el sector pasó de representar el 14,1% del PIB en 2019 al 5,9% en 2020, de acuerdo con el informe anual de impacto económico del Consejo Mundial de Viajes y Turismo, un organismo internacional que aglutina a 200 compañías.

Según un informe de la Organización Mundial de Turismo, entre enero y marzo de 2021, los destinos del mundo recibieron 180 millones menos de llegadas de turistas internacionales en comparación con el primer trimestre del pasado año. Asia y el Pacífico siguieron mostrando los niveles más bajos de actividad, con una caída del 94%. Europa registró la segunda mayor caída (-83%), seguida de África (-81%), Oriente Próximo (-78%) y América (-71%). Esos datos se traducen en pérdidas de empleos, en personas que no pueden ganarse la vida, pero, sobre todo, describen un mundo mucho más pequeño y pobre.

The Edge, un mirador en Nueva York.
The Edge, un mirador en Nueva York.  GETTY IMAGES

Viajar no es solo una cuestión económica, es una cuestión vital. “Mi vida ha sido un cruzar constante de fronteras, tanto físicas como metafísicas. Ese es para mí el verdadero sentido de la vida”, explicó el gran reportero y viajero polaco Ryszard Kapuscinski en una entrevista con Ramón Lobo en este diario cuando se publicó su libro Viajes con Heródoto (Anagrama), una reflexión sobre su existencia como trotamundos. “Hay que aventurarse en lo desconocido, dejarse guiar por la magia de viajar que actúa como una droga y en la que el camino es el tesoro”, escribió el reportero polaco.

Antes de que se inventase la palabra turismo —a principios del siglo XIX en el Reino Unido y Francia, aunque no llegó al Diccionario de la Real Academia Española hasta 1925 para definir la “afición a viajar por gusto de recorrer un país”—, los viajes de placer ya eran muy intensos. José María Faraldo y Carolina Rodríguez-López explican en su Introducción a la historia del turismo que “la palabra usada en el castellano clásico para viajero era la de peregrino, que tenía un sentido mucho más amplio que el que le damos hoy. Esta palabra provenía del término latino peregrare, que significaba simplemente ‘viajar por el mundo’. San Agustín de Hipona escribía en el siglo IV después de Cristo que todos somos peregrinos, gente de paso en el mundo, y su metáfora del mundo como viaje ha llegado hasta nuestros días”.

Jeroglíficos en una tumba del Valle de los Reyes (Egipto).
Jeroglíficos en una tumba del Valle de los Reyes (Egipto). GETTY IMAGES

‘Wanderschaft’, una palabra clave

En su último libro, El hilo de oro (Ariel), el profesor de Clásicas de la Complutense y escritor David Hernández de la Fuente describe la larga época, antes de la I Guerra Mundial, en la que Europa vivía sin fronteras a través de una palabra, Wanderschaft, “de origen medieval, fervor romántico y aún vigente: son años errantes que los aprendices de un oficio deben pasar sin residencia fija, con una vestimenta especial de su gremio y un pasaporte que les abre las casas, las ciudades y los saberes de su especialidad”. Sin esta institución que permitió viajar a los artesanos no hubiesen existido ni las catedrales, ni las universidades, ni los saberes comunes que hacen de Europa lo que es.

Mucho antes, Heródoto pudo realizar sus viajes porque los antiguos griegos, cuenta Kapuscinski, crearon la figura del proxenos, “el amigo del huésped, una institución al uso en aquellos tiempos, una especie de cónsul que, por voluntad propia o por encargo remunerado, se ocupaba de los viajeros llegados a la polis de la que él era originario”. Es una figura más profunda que la de nuestros guías turísticos porque, como explica Hernández de la Fuente, “hay que recordar aquel viejo proverbio entre los griegos que decía que ‘de Zeus vienen los extranjeros’ (Homero, la Odisea). Bajo el calificativo de xenios, el ‘protector de los extranjeros’, gobernaba el próvido dios del Olimpo las relaciones humanas cuidando de la fidelidad entre huésped y anfitrión como sagrada ley”.

La historia humana solo se puede explicar como un largo viaje, que empieza hace millones de años en África, de donde salió en diferentes oleadas un homínido que acabó poblando el planeta: el Homo sapiens, nosotros. De todas las hazañas de la prehistoria, la más extraña y desafiante es la llegada del hombre moderno a Australia, un continente que siempre fue una isla. En algún momento, hace unos 60.000 años, un grupo de Homo sapiens llegó a una playa, miró hacia el mar inmenso y desconocido y, de algún modo que ignoramos porque no sabemos cómo se navegaba entonces y mucho menos cómo se orientaba alguien en mar abierto, decidió seguir adelante y continuó viajando para poblar un continente hasta entonces deshabitado. Es sorprendente que llegase a Australia 20.000 años antes que a Europa, mucho más cercana a África. Solo una pandemia ha logrado parar durante unos meses ese viaje interminable que nos convierte en humanos. Ahora toca volver a empezar.

16 junio 2021

Cómo ser un buen español

 


Por JOSÉ A. PÉREZ LEDO, eldiario.es, 15 de junio de 2021

Si bien cualquiera puede ser español, ser un buen español no es tarea sencilla. Para empezar, uno debe ser políticamente independiente, esto es, de derechas.

El buen español puede ser de cualquier raza siempre y cuando piense como un blanco. También puede ser homosexual, a condición de que no exhiba públicamente su desviación, tal y como ejemplarmente han hecho y siguen haciendo tantos futbolistas.

Un buen español puede ser de sexo femenino, solo que, en ese caso, no será un buen español, sino la esposa de un buen español, la mujé (la jota es muda en algunas subculturas) o la parienta.

Un buen español deja de llorar tras el periodo de lactancia, porque sabe que el mercado no premia a los quejicas. Desde muy pequeño, asume que las cosas se consiguen con cojones, concepto tributario de la idea de voluntad de Schopenhauer aderezado con aportaciones teóricas de Jiménez Losantos y Hermann Tertsch (casi todas las consonantes son mudas).

Un buen español rechaza los marcos cognitivos impuestos por el totum revolutum de feministas, lesbianas, negros y rastafaris. No usa los contenedores de colores porque el cambio climático es un ciclo natural, y no paga Disney+ porque adoctrina (si bien se descarga ilegalmente las de Marvel).

Un buen español sabe que no existe brecha salarial entre hombres y mujeres. Hay diferencia, sí, porque las mujeres mueven menos peso y, además, prefieren trabajos sencillos para estar en casa más rato. Se llama libertad.

Un buen español sabe que la prensa está secuestrada por intereses políticos y financieros, mientras que los JPG que pone el cuñado en Facebook son verdad.

Un buen español está orgulloso de toda la historia de nuestro Imperio, especialmente de la conquista de América. Los conquistadores, en un desinteresado esfuerzo pedagógico, mostraron a los indios la magnanimidad de Dios y, como prueba, los mandaron con Él. Ninguno volvió para quejarse.

Un buen español defiende la lidia porque sin ella los toros se extinguirían, forzando a Osborne a hacer un rediseño de su identidad corporativa que alteraría dramáticamente el skyline de nuestros más icónicos secarrales.

Un buen español no necesita saber idiomas porque con el español vas a cualquier parte. De todos modos y, como plan B, todo buen español domina la expresión corporal para, llegado el caso, poder imitar a un pollo en un restaurante de París. El desabrido carácter de los parisinos, sin embargo, no garantiza una comanda exitosa.

Pero, por encima de todo, el buen español ama España y todo lo que ha decidido que la representa. Asume que nuestro país es un crisol de identidades diversas, la madrileña, la de Castilla-La Mancha, la de Castilla y León y la andaluza, y celebra sin complejos sus diferencias. Y, por último, un buen español no se arrepiente de nada salvo quizás de no serlo suficiente.

05 junio 2021

Andalucía, pasión por las vías verdes


El ciclista Eddy Merckx dijo una vez que en la vida hay que pedalear siempre. “Mucho o poco, largo o corto, pero pedalea”, cuentan que afirmó el belga, mito del ciclismo. No dijo dónde, pero hay un lugar que aúna desiertos y valles, altas montañas y suaves costas, pueblos de perfiles imposibles y paisajes infinitos. Es Andalucía. La comunidad cuenta con 600 kilómetros de vías verdes —el 20% de toda España— repartidos en 26 rutas por sus provincias. Recorridos cicloturistas que aprovechan antiguas líneas de ferrocarril para adentrarse, suavemente y sin apenas desnivel, en rincones a priori impenetrables. Ya no hay traviesas ni balasto, pero sí un sugerente patrimonio ferroviario, mucha historia y una desbordante naturaleza. Aptas para todas las edades, no forman parte de ninguna competición, ni hay metas volantes o un esprín final. Son, en cambio, una llamada a la acción para conocer el territorio con la satisfacción que otorga el esfuerzo de cada pedalada.

Vagones en la antigua estación de Luque, una de las paradas del tramo cordobés de la Vía Verde del Aceite.ampliar foto
Vagones en la antigua estación de Luque, una de las paradas del tramo cordobés de la Vía Verde del Aceite. P. PUENTES

“Tienen la magia de los viajes en tren, de pasar por túneles y viaductos y atravesar lugares a los que no se llega por carretera”, dice Carmen Aycart, quien, además de usuaria, ha trabajado en el diseño de la red de vías verdes andaluzas durante dos décadas. El cicloturismo es una actividad al alza en los últimos años que ha explotado en tiempos de pandemia porque reúne los ingredientes que pide el contexto: aire libre, actividad física, naturaleza y distancia social. “Una vez las conoces, son adictivas”, advierte Aycart. Recorrer cualquier vía verde siempre es un buen plan, pero nos adentramos en tres de ellas en uno de sus mejores momentos, la primavera, para llevar a cabo la máxima de Merckx. Si estos caminos hubiesen existido en su etapa profesional, quizá el cinco veces campeón del Tour cambiase alguno de sus triunfos por saborear con calma Andalucía. Seguro que daría un último consejo preventivo: mejor echar un kit de repuestos. Un día brillante y soleado se puede convertir en gris en un instante si un pinchazo se cruza en el camino y no hay forma de arreglarlo.


 

Vía Verde del Aceite

La ruta más larga de Andalucía discurre de Este a Oeste (o viceversa) uniendo las localidades de Jaén y Puente Genil (Córdoba) por donde los trenes circularon hasta los años ochenta. Son 120 kilómetros de un recorrido que viaja por la campiña cordobesa y el océano de olivos jiennense, escenarios separados por un imponente viaducto metálico de 200 metros de largo que salva el río Guadajoz.

LECTURAS ANTES DE PONERSE EN MARCHA

Las vías verdes nacieron en 1993 con el impulso de la Fundación de Ferrocarriles Españoles. En la última década, según su responsable, Arantxa Hernández, han crecido a una media de 110 kilómetros anuales. La manera más fácil de preparar un viaje por cualquiera de ellas es a través de los dos volúmenes de La guía de las vías verdes, publicados a principios de este año por la fundación y editados por Anaya Touring. Dos manuales —uno para la zona sur, centro y levante, y otro para toda la zona norte— con consejos y una detallada descripción de cada recorrido, los servicios que ofrecen —fuentes, alojamientos o teléfonos de talleres— y las visitas que no hay que perderse. La aplicación Vías Verdes y Red Natura 2000 completa la información.

A quien le falte motivación para pedalear puede echar un vistazo a otra novedad de la misma editorial: Bike Life. Sus protagonistas son Belén Castelló y Tristan Bogaard, quienes firman el texto y las fotos de sus viajes por medio mundo. Desde Asia Central o EE UU hasta Grazalema, Portugal o Noruega, sus palabras e imágenes son un canto al ciclismo aficionado y a lo que significa viajar en bicicleta. “Sobre la bici adoptarás un enfoque distinto a la hora de priorizar lo más importante en tu vida y aprenderás lo que no se puede encontrar en ningún libro”, afirma el prólogo.

Si la distancia es excesiva para principiantes, uno de sus tramos más interesantes es el que acaricia el parque natural de las Sierras Subbéticas: 23 kilómetros entre la antigua estación de trenes de Cabra y la de Luque, pasando por Zuheros y Doña Mencía. “Es una de las zonas más pintorescas, más bonitas y que más paradas de calidad ofrece durante el camino a ciclistas y senderistas”, afirma María Camacho. Ella es la gerente del Centro Cicloturista Subbética, espacio que nació en 2013 para ofrecer información del patrimonio cultural y el entorno natural, pero también para alquilar bicicletas o vehículos a pedales para familias. Su equipo ofrece ayuda y herramientas para solucionar cualquier problema mecánico e incluso ejercen de guías por la vía verde.

En la provincia de Córdoba no se bromea con los desayunos y media tostada es un pan de considerables dimensiones. En la cafetería Juanito, en Cabra, le añaden aceite local, jamón de los Pedroches y delicioso tomate. Un rico menú mañanero a dos euros que incluye un buen café a un paso de la estación de trenes, ahora en obras, pero con una reluciente locomotora que parece sacada de un wéstern. De allí parte el camino que asciende ligeramente entre colinas y un manto de flores mientras los lagartos ocelados miran con curiosidad desde las rocas. El trazado se adentra lentamente en una gran dehesa donde pastan con distracción rebaños de ovejas que saludan con balidos. Puentes que salvan arroyos se alternan con túneles como el del Plantío, sin iluminación y que conviene atravesar con linterna para evitar sustos. Poco a poco, el desnivel se vuelve favorable al entrar, unos 15 kilómetros después, en el término municipal de Doña Mencía, en cuyos andenes en desuso se ubica el restaurante La Cantina, con aroma a barbacoa.

Una de las pasarelas que ascienden al castillo de Zuheros, en Córdoba.ampliar foto
Una de las pasarelas que ascienden al castillo de Zuheros, en Córdoba. P. PUENTES

Tras un tranquilo descenso de unos tres kilómetros aparece en el horizonte, agarrado a las paredes esculpidas por el río Bailón, el castillo de Zuheros. Para alcanzarlo toca realizar un pequeño desvío por pendientes solo aptas para pulmones entrenados. Con humildad, merece la pena aparcar la bici, pasear a pie el coqueto parque que rodea el municipio y cruzar el puente colgante sobre la falda de la fortaleza. Levantada en el siglo IX y remozada en el XV, se puede visitar. Unas estrechas escaleras conquistan su torre, donde hay un regalo esperando: una panorámica del pueblo y la campiña cordobesa no muy recomendable para quienes sufren vértigo. La entrada (3,5 euros) da acceso al museo de costumbres populares. También al arqueológico, en cuyas vitrinas se reparten un buen puñado de objetos y restos humanos procedentes de la cueva de los Murciélagos, habitada desde hace 6.000 años por las numerosas culturas que han dominado estas tierras fronterizas. Ventanas de forja y macetas con geranios adornan el considerado como uno de los pueblos más bonitos de España, tan tranquilo entre semana como bullicioso sábados y domingos.

Desde Zuheros, la Vía Verde del Aceite se dirige hacia la estación de Luque, donde el restaurante Nicol’s ofrece habitaciones y un menú dominado por carnes, salmorejo y migas, que se sirven también en vagones de madera. A su lado se levanta el Centro de Interpretación del Aceite y un área recreativa con buena sombra y espacio para caravanas. Ahí nace el ramal ciclista que se dirige hacia Baena y, un poco más adelante, una tranquila carretera invita a subir hasta Luque. Son apenas dos kilómetros, pero sus cuestas de hasta el 13% de inclinación piden tirar de piñones y riñones. La entrada al pueblo también pica hacia arriba, con llegada en la plaza de España, donde hay una fuente para refrescarse. La enorme parroquia de La Asunción impresiona, como un poco más allá la cueva de la Encantada y la ermita del Rosario. El colofón lo pone el castillo, construido en el siglo IX por el Emirato Omeya hasta que, décadas después, lo tomó el rebelde Omar ben Hafsún. A sus pies, un minúsculo barecillo ofrece el merecido descanso. El albergue municipal de Luque ofrece camas para descansar si hay planes de navegar entre olivos más allá del río Guadajoz.

Vía Verde de la Sierra

El buitre leonado tiene una envergadura que puede superar los dos metros y medio. Sus alas abiertas superan el tamaño de cualquiera de las bicis que transitan la Vía Verde de la Sierra, donde este animal es la estrella. Son 36 kilómetros que unen las poblaciones gaditanas de Puerto Serrano y Olvera, aunque se estudia su ampliación hasta Jerez de la Frontera. Entre medias, se adentra en territorio sevillano por los municipios de CoripeEl Coronil y Montellano. La campiña, la dehesa y las últimas estribaciones de Grazalema se unen en este rincón del territorio andaluz para ofrecer uno de los trayectos más atractivos de la región. Lo demuestran sus cifras prepandemia: más de 300.000 visitas anuales entre ciclistas y senderistas. También peregrinos, ya que parte del trayecto coincide con la Vía Serrana, camino de Santiago de Compostela, que queda a un millar de kilómetros de distancia.

El castillo de Olvera, una de las visitas durante la ruta de la Vía Verde de la Sierra.ampliar foto
El castillo de Olvera, una de las visitas durante la ruta de la Vía Verde de la Sierra. P. PUENTES

Esta vía verde fue una de las primeras en inaugurarse en España, hace 20 años. Incluye cuatro estaciones —cada una con su fuente— que nunca fueron utilizadas porque el tren jamás llegó a circular por esta línea. Hoy están rehabilitadas como restaurantes, que abren los fines de semana y disponen de habitaciones y apartamentos turísticos. Los más singulares son los de Olvera, con cuatro casas en forma de vagón. También hay aparcamientos para caravanas y un servicio de alquiler de bicicletas.

Es buena idea arrancar el camino desde la estación de Puerto Serrano, en cuya antigua casa del guarda se sitúan las instalaciones de la Fundación Vía Verde de la Sierra. Como en todas estas rutas, el recorrido es poco exigente y cuenta con buen mantenimiento. En sus primeros kilómetros se acompaña del río Guadalporcún, que refresca el ambiente. Con su rumor de fondo, las perdices alzan el vuelo, los conejos se esconden entre la maleza y las culebras bastardas se asoman al sol en busca de calor. El trayecto es prácticamente llano, pero la compleja orografía exigió en su día la construcción de 30 túneles, el más largo de casi un kilómetro. La mayoría están iluminados, pero es buena idea hacer hueco para un juego de luces porque hay tramos prácticamente a oscuras. En ellos a uno le reciben las golondrinas que, pacientes, construyen allí sus nidos. Cuatro viaductos ofrecen estupendas panorámicas durante el camino. “No hay rincón sin su encanto en todo el trayecto”, dice María Jiménez, directora gerente de la fundación.

Ciclistas en el llamado túnel de Castellar, de 68 metros de largo, ubicado en la Vía Verde de la Sierra (Cádiz).ampliar foto
Ciclistas en el llamado túnel de Castellar, de 68 metros de largo, ubicado en la Vía Verde de la Sierra (Cádiz). P. PUENTES

Unos prismáticos ayudan a cotillear la vida de los buitres leonados allá en lo alto del peñón de Zaframagón, que acoge una de las colonias más grandes de Europa de esta especie. Despunta junto al cañón moldeado por el Guadalporcún casi a mitad de camino de la vía verde. A su alrededor, las aves vuelan en círculos con exquisita elegancia. En la tierra, la vieja estación de Zaframagón es ahora un centro de interpretación donde se pueden observar más de cerca sus nidos gracias a unas cámaras estratégicamente situadas. Una fuente permite rellenar el bidón, aunque a pocos metros una cantina ofrece cerveza fría para brindar. Antes, cerca de la estación de Coripe, hay un desvío de 800 metros hacia el Chaparro de la Vega, portentoso árbol con al menos dos siglos de vida —hay quien dice que son más de 700 años viendo pasar el tiempo— y una copa que cubre casi 500 metros cuadrados, lo que ha valido su declaración como monumento natural. Es la estrella de un área recreativa que ejerce de epicentro de las fiestas del pueblo y es el gran objetivo de los domingueros en festivo. De lunes a viernes, es un remanso de paz para quienes toman el sol junto a sus caravanas.

De nuevo en ruta, el camino se suaviza entre dehesas desde las que miran con soberbia ejemplares de toro bravo. “Atención, peligrosos”, avisan los carteles. Mientras se atraviesan granjas y vaquerías, las amapolas tiñen de rojo los verdes trigales. El azul eléctrico de las borrajas y el amarillo de las gayombas completan el espectáculo multicolor dirección a Olvera, cuyo perfil aparece en la recta final flotando en el horizonte. Este último tramo es el más desnivelado, pero apenas son pequeñas pendientes que cuentan con la ayuda de un suelo de asfalto con tintes bermejos. Toca entonces merodear por el barrio de la villa, tomar el castillo que parece construido para tocar el cielo y dejarse caer por las cuestas aledañas hasta cualquier bar donde reponer fuerzas. La cervecería Los Arbolitos o El Corral de la Pacheca son aciertos seguros.

Vía Verde de la Sierra Norte

Geoparque mundial de la Unesco, reserva de la biosfera y parque natural. La Sierra Norte de Sevilla acumula argumentos para visitarla en cualquier época del año. Una vía verde de poco más de 18 kilómetros —la mayoría de asfalto— invita a adentrarse en el entorno sobre dos ruedas aprovechando el trazado del antiguo tren minero, construido por empresas británicas a finales del siglo XIX y abandonado desde los años setenta. La estación de Cazalla-Constantina, con conexión de Cercanías con Sevilla, es el punto de partida de un camino que tiene como destino el monumento natural Cerro del Hierro y que circula en buena parte junto al río Huéznar. Su humedad favorece que el entorno parezca sacado de otras latitudes, con castañares que comparten paisaje con grandes extensiones de tierras de labor y encinares. Junto a viejas norias que aprovechaban la fuerza del agua, una galería vegetal envuelve los puentes que salvan el río, más densa junto a sus cascadas. Declaradas monumento natural, son parada obligatoria cerca ya de San Nicolás del Puerto, cuya playa artificial es toda una experiencia. Allí mismo, el camping Batán de las Monjas ofrece desde hace tres décadas rincones privilegiados para acampar a orillas del Huéznar. Dispone también de alojamientos rurales y un restaurante con carnes ibéricas. “La vía verde nos ha ayudado mucho: cada vez viene más gente”, subraya Ana Cabeza, una de sus responsables.

Vista del monumento natural Cerro del Hierro (Sevilla).ampliar foto
Vista del monumento natural Cerro del Hierro (Sevilla). P. PUENTES

La huella de la minería se va haciendo más evidente a medida que el camino —casi siempre de asfalto y sin apenas cobertura para el móvil— se aleja del río. Ruinas de antiguas instalaciones, maquinaria, galerías y viviendas de tipo colonial van apareciendo en el paisaje. Más allá surgen formaciones kársticas de contornos imposibles que hace un tiempo, unos 500 millones de años, se encontraban bajo el mar. El Cerro del Hierro, donde existe un edificio de información junto al punto final de la ruta, ofrece una caminata final de 2,7 kilómetros —de la que existe un aperitivo virtual— para descubrir el entorno: ya sea la aldea y su vieja iglesia anglicana o el yacimiento, explotado desde época romana hasta el pasado siglo XX. De él procede, por ejemplo, el metal que sirvió para construir el puente de Triana, en Sevilla.

Finalmente, toca subir de nuevo a la bici y pedalear de vuelta. Quizá para convencerse de que viajar en bicicleta es una experiencia única. No hay más que ponerse un casco, llenar el bidón de agua y pedalear por cualquiera de las vías verdes de Andalucía. ¿Cuál será la próxima?

DEL DESIERTO DE ALMERÍA A LAS PLAYAS DE HUELVA

Los desiertos de Almería ponen el paisaje de la vía verde que une Lucainena de las Torres con la localidad de Venta del Pobre, en Níjar, camino ya del parque natural Cabo de Gata. Allí, en Aguamarga, tendrá pronto su final esta ruta, pero mientras tanto hay que conformarse con estos 15,5 kilómetros sobre el trazado del viejo ferrocarril minero. La huella de la minería está presente a lo largo del recorrido, en el que también hay antiguos molinos, hornos y baños termales.

Cerca, la Vía Verde Valle del Almanzora (38,5 kilómetros) se adentra en la provincia de Granada hacia Baza e incluso supera los límites regionales hasta las cercanías de la localidad murciana de Lorca.

El horizonte se vuelve azul en la Vía Verde Entre Ríos, en Cádiz. Son 16 kilómetros entre Rota y Chipiona cerca del mar, como ocurre en los 8,3 kilómetros de recorrido desde Puerto Real a San Fernando, con sabor a marisma.

También cerca del Atlántico pasea la Vía Verde Molinos del Agua, que aprovecha el trayecto del antiguo tren minero desde la campiña a la serranía de Huelva. No muy lejos se puede viajar desde Gibraleón hasta Ayamonte, junto a la frontera portuguesa.

Hay 26 opciones en una Andalucía donde todas las provincias cuentan con vías verdes a excepción de Málaga, aunque ahí se trabaja ya para la creación de un tramo entre Vélez-Málaga y Ventas de Zafarraya.