20 diciembre 2008

Estadolatría

Por JAVIER PÉREZ ROYO

Hace unos años, a fin de ordenar de la manera más racional posible el calendario de días festivos en todo el territorio del Estado, y dado que resultaba irrenunciable que uno de tales días festivos fuera el 6 de diciembre, aniversario de la ratificación de la Constitución en referéndum por el pueblo español, se pretendió que dejara de serlo el día 8, festividad de la Inmaculada y que, en el caso de que alguna comunidad autónoma deseara conservarlo como festividad, que tal día figurara entre los días festivos que cada comunidad tiene competencia para establecer en su ámbito territorial. La presión de la Iglesia Católica fue de tal intensidad que, como es sabido, resultó imposible acabar con la festividad de la Inmaculada como fiesta nacional. Para un país que avanza hacia la estadolatría no está nada mal.
Hace unas semanas ha sido noticia una sentencia por la que se ordenaba a un centro escolar de Castilla y León que retirara el crucifijo de las aulas, sentencia que ha sido recurrida por la Consejería de Educación de aquella comunidad autónoma. Que después de 30 años de la entrada en vigor de la Constitución las aulas de un colegio público estén todavía presididas por crucifijos, también es una buena señal de avance hacia la estadolatría.
Como no deja de serlo la enorme cantidad de centros religiosos concertados y sostenidos, por tanto, con fondos públicos, o las clases de religión impartidas por profesores designados por los obispos pero pagados por el Estado, o la financiación de la Iglesia a través no de un recargo sino de una detracción de los ingresos del Estado en el IRPF, o la previsión de la asistencia religiosa en las Fuerzas Armadas con dotaciones de capellanías castrenses y tantas cosas más que no es posible enumerar en el espacio del que dispongo. Vuelvo a repetir que para un país que lleva 30 años deslizándose hacia la estadolatría no está nada mal.
Me cuesta trabajo pensar que el arzobispo Angelo Amato, prefecto de la Congregación Pontificia para las Causas de los Santos del Vaticano, desconozca la realidad de la presencia de la Iglesia católica en España y los privilegios de los que goza. Me cuesta trabajo pensar que desconozca que la situación privilegiada de la Iglesia católica en España no tiene parangón en Europa. Y de ahí que me resulte difícil entender con qué evidencia empírica puede llegar a la conclusión de que “España está avanzando hacia la estadolatría, hacia la intromisión del Estado cada vez más en la vida de las personas”.
Tengo la impresión de que en España ocurre lo contrario. No es que hayamos avanzado hacia la estadolatría, sino que no hemos avanzado prácticamente nada en 30 años en lo que a la aconfesionalidad práctica del Estado se refiere. Los avances que se han producido han sido consecuencia de la conducta de los ciudadanos, que cada vez son más laicos, pero no de la acción de los poderes públicos en los distintos niveles de gobierno, que son de constitucionalidad más que dudosa, por no decir que abiertamente anticonstitucionales.
Pues, como escribía ayer en las páginas de Opinión Jorge Urdánoz Ganuza, en su artículo titulado Neutralidad pendiente, la verdadera noticia no es que se retirara el crucifijo, sino que siguiera estando en una escuela pública, de la misma manera que la verdadera noticia es que se siga impartiendo la clase de religión de la forma en que se hace o que se financie a la Iglesia católica mediante la renuncia por el Estado de parte de la recaudación del IRPF. Todo esto sí que es noticia, o debería ser noticia, porque nada de ello cabe en la Constitución. No hay un terreno comparable a éste en el que la acción de los poderes públicos haya sido tan poco respetuosa de la Constitución.
Y además, para nada, ya que los propios privilegiados se rebrincan contra los poderes públicos que le están reconociendo unos privilegios sin cobertura constitucional. En la pasada legislatura tuvimos ocasión de comprobarlo en varias ocasiones y en ésta, en la que parecía que la belicosidad de la jerarquía católica iba a ser menor, se vuelven a calentar motores con declaraciones como las del arzobispo Amato a las que acabo de hacer referencia o con manifestaciones como la prevista para el día 28 en Madrid, nuevamente en defensa de la familia.
Más vale una vez rojo que ciento amarillo, dice un conocido refrán. Creo que sería de aplicación oportuna en este terreno. ¿Por qué no se denuncian de una vez por el Estado los Acuerdos con la Santa Sede y se aplica la Constitución en lo que a la separación de la Iglesia y el Estado se refiere? Ya está bien de soportar lo que ningún Estado democrático debe soportar.
El País, sábado 20 de diciembre de 2008.

04 diciembre 2008

Doñana desde el aire

03 diciembre 2008

¡Cuestión de orgullo!

JOSE IGNACIO DIAZ CARVAJAL
O cómo construir una identidad gay saludable
Todavía hay gente homosexual a la que el hecho de que se les hable del Orgullo Gay les rechina, o les molesta. Como si no fuera necesario conmemorar un día de lucha por la causa homosexual. Igual lo asocian con una marchas en las que abundan gente con pluma, o disfrazada festivamente (“que escandalizan, y no ayudan a la normalización”, dirían estos), o consideran que ser gay es un asunto que solo tiene que ver con lo que haces en la cama, y, “eso, ¿a quién le importa?”
Creo que es muy importante hablar de Orgullo Gay, porque tenemos que tener en cuenta nuestra historia, y saber cómo hemos llegado al momento presente. Y que para llegar aquí han hecho falta décadas de lucha. Que hemos sufrido siglos de oprobio y violencia. Que nos han tratado como monstruos o seres de segunda.
Los logros actuales de tipo social o político, no han llegado llovidos del cielo, o por la gracia benefactora de nuestros últimos gobiernos. Los hemos conseguido luchando, siendo visibles y el terreno ganado hay que seguir manteniéndolo, firmemente, si no queremos que nos lo coman los reaccionarios o los desinformados.
Hay que insistir en estar orgullosos de ser gays, para potenciar una visión positiva de nosotros mismos, ante los demás y frente a la autonegatividad y la homofobia interiorizada. En general, y son muy pocos a los que no les ocurre esto, la gente acepta su homosexualidad a través de un proceso duro, de aclaramiento personal, de lucha contra la idea de ser de esta manera. Acompañados de sentimientos de vergüenza o de culpa, por ser así. Y cuesta aceptarse del todo.
Esta culpa y esta vergüenza, nos llevan a intentar mantener en secreto nuestras dudas o inquietudes sobre nuestra verdadera identidad. Y nos marcan una forma de comportamiento y estilos de ser, en los que predomina, usualmente, cierta desconfianza, cierta sensación de falta de derechos, la tendencia a complacer, tener miedos…
Nuestros adolescentes LGTB siguen sufriendo esta vergüenza y esta culpa, en un grado que parecería extraño, teniendo en cuenta los avances políticos o sociales. Pero no hay tanto avance, cuando vemos el grado de homofobia en nuestros centros escolares, o las tasas de suicidio entre adolescentes, por motivos de orientación sexual. Cada adolescente se plantea su vida como un ser único, y en principio, siente poca ayuda a sentirse seguro de su orientación sexual, y no está seguro de que va a seguir siendo querido y apoyado por la familia, los amigos, los profesores… La mayoría de los adolescentes se encuentran con la duda de si sus padres los aceptarán, o de si sus compañeros no les harán ostracismo. Ellos mismos saben que la familia puede estar políticamente de acuerdo con la homosexualidad, pero no van a estar de acuerdo si es la de un hijo o hija. Lo mismo los amigos.
Por eso, tras toda esa lucha por conseguir una identidad sana y segura, integrada en nuestro ambiente social, lo menos que podemos sentirnos es orgullosos de todo el proceso realizado, de haber conseguido logros que nos parecían imposibles (asumirnos como gays o lesbianas), y que no renunciamos a ser nosotros mismos, en todo lugar y situación. Sentir vergüenza o culpa sería darles la razón a aquellos que, a sabiendas (los reaccionarios), o sin mala voluntad (algunos familiares), nos han maltratado, han abusado de nosotros emocionalmente (al pretender que fuéramos de otra forma y al denigrarnos y desvalorizarnos por ser gays o lesbianas).
Lo que tenemos que sentir es orgullo de ser como somos, y no avergonzarnos ni un ápice, y menos culparnos de nada. Los que se tienen que sentir culpables o avergonzarse, son aquellos que nos han rechazado e insultado, fueran familiares, o los que pretendían ser nuestros amigos.
Cuando uno está orgulloso, se valora, se reivindica en cada gesto espontáneo de su comportamiento. Y si a alguien le molesta ese orgullo, es por su homofobia y no concibe que uno esté orgulloso de ser, naturalmente, como es: de una manera estupenda de ser, que uno no escoge nunca, que no es una “opción sexual”, sino una orientación, tan buena o tan sana como cualquier otra. Y que conforma un ejemplo de la diversidad del ser humano. Y dentro de los propios gays y lesbianas hay una inmensa diversidad que también hay que respetar, aunque a algunos les moleste, porque crean que no nos acerca a ser “normales”. Es preferible ser un “anormal” a ser un intolerante o un homófobo.
Revista Zero 109junio 2008

27 octubre 2008

There's probably NO GOD


ELVIRA LINDO
El País
, 26 de octubre de 2008

El eslogan ha empezado a viajar en los laterales de los autobuses londinenses: "Es probable que Dios no exista. Ahora, deja de preocuparte y disfruta de la vida". La idea se le ocurrió a la escritora Ariane Sherine como manera de contrarrestar los mensajes amenazantes, de infierno y maldiciones, con que la Iglesia suele calentar los oídos a los no creyentes. Diversas asociaciones que defienden la idea de un país laico se aplicaron a la tarea de recaudar dinero para la campaña, y ahora les sobra para empezar a exportarla a otras ciudades británicas. Lo que me divierte del asunto es la fineza del mensaje y la falta de agresividad que encierra. Muy inglés. Habría que estudiar cuál es la razón por la cual los ingleses transforman su antológica frialdad de trato en un gran sentido de la ironía en todo cuanto escriben, y los españoles pasamos de esa simpatía con la que adornamos la vida diaria a la gran mala follá en cuanto nos ponemos a expresarnos por escrito, algo que hemos convertido en cualidad vernácula. Entre nuestras cualidades no está la de distinguir entre sentido del humor y mala hostia. Incluso la Iglesia británica ha dado muestras de buen talante; enterada de que Richard Dawkins, el autor de El espejismo de Dios, había sido una de las personas que más dinero había aportado a la campaña, contestó a través de su portavoz de la manera más elegante posible: "Nos alegramos del interés continuado que el señor Dawkins muestra por Dios; eso anima el debate", añadiendo que "a los creyentes no nos preocupa el hecho de disfrutar o no de la vida. Muy al contrario, nuestra fe nos libera para poder ver esta vida desde la perspectiva apropiada". Que Dios me perdone, pero no podría imaginarme un debate en estos términos en España. A la Iglesia española le han salido en los últimos tiempos portavoces voluntarios más papistas que el Papa, y hay medios de comunicación que distraen al espectador a diario con imágenes de supuestos fetos de seis meses triturados y palabras como genocidio o tortura guantanamesca. Mal le irá a la Iglesia si su forma de atraer a posibles fieles es llamando asesina de fetos o de embriones a la mitad de la población. Bien podrían aprender del historiador británico Fernández-Armesto, que, aun siendo creyente, criticaba, en un artículo publicado recientemente en El Mundo, la inclusión, por parte de la inefable Palin, del aborto como asunto electoral, porque a su juicio distorsionaba el debate político. Señalaba también el historiador que una de las cualidades de la cultura española que más le atraían era la capacidad de hablar de cualquier asunto, por polémico que sea, en una cena, algo imposible, decía, en la cultura anglosajona. Ay, no sabe el profesor cuántos amigos se pierden aquí a los postres por decir, ni más ni menos, lo que uno piensa. Aunque a lo mejor hay que mirarlo de otra manera: si los amigos se pierden por eso, no serían tan amigos. Pero, en fin, no sólo la Iglesia española se muestra agria en sus debates, también los ateos tienden a expresarse aquí con aspereza, con ese me cago en Dios y esa incapacidad para entender que detrás de un creyente no tiene por qué haber un facha redomado...

27 septiembre 2008

El rayo captado

Foto: José Manuel Sánchez 2008

26 septiembre 2008

Dancers in motion


07 septiembre 2008

Juego Secreto_Miguel García Delgado

Juego secreto. Bronce. Miguel García Delgado, GEA, 1993.

Barcelona

Por RAMIN HAJANBEGLOO

... Barcelona es una ciudad a la medida humana, en la que existe un compromiso intelectual con el arte y la cultura. Cuando uno camina por las calles de Barcelona, sigue literalmente los pasos de gigantes como Salvador Dalí, Joan Miró, Antoni Gaudí, Isaac Albéniz y muchos otros. Ésta es una ciudad en la que ha habido un proceso permanente de aprendizaje a base de escuchar. Barcelona es una ciudad global con un ritmo cosmopolita. Lo que la hace tan especial es que es una ciudad que pertenece a todos porque no pertenece a nadie.

Barcelona es una ciudad que contiene todas las creencias y todas las culturas. Es una ciudad comprometida con un espíritu de la diversidad que le da su forma y su textura especial. Desde luego, son muy pocas las ciudades actuales que pueden exhibir tan intensamente su diversidad como un sentimiento de pertenencia y una forma de solidaridad entre las diferencias. Esta perspectiva transcultural da a una ciudad la oportunidad histórica de pluralizar su identidad.
Muchas ciudades consideran que la inmigración cuesta dinero a la Hacienda pública y diluye la cultura nacional. Pero en el caso de una ciudad como Barcelona, en la que desea vivir y trabajar gente de todo el mundo, la diversidad no sólo promueve la innovación, que, a su vez, impulsa el crecimiento económico, sino que también crea un sentimiento de comunidad que establece un equilibrio entre la promesa de libertad y una ética cosmopolita de apertura al otro. Este imaginario social cosmopolita tiene la firme ventaja de que reconoce los problemas del "derecho a una ciudad" y, al mismo tiempo, aborda la importante cuestión del "derecho de la ciudad".
Los que la escogen como propia sienten que comparten un horizonte común con Barcelona como ciudad cosmopolita. Ese derecho a unirse en Barcelona y a compartir su destino es el que da a la ciudad el derecho a ser distinta de todas las demás. La visión de Barcelona como "una unión de extraños" genera una dinámica poderosa porque da prioridad a la lógica de la solidaridad entre las diferencias.
Como consecuencia, debemos estar siempre atentos al hecho de que Barcelona, como horizonte común de diálogo entre extraños, es un gran lugar de aprendizaje para los representantes de distintas tradiciones religiosas y culturas étnicas. Lo más importante es que este espíritu de diálogo presente como auténtico cimiento de Barcelona es el que establece los criterios para el reconocimiento del otro en nosotros. El diálogo sólo puede ser fructífero entre personas que son distintas unas de otras y que respetan mutuamente sus diferencias. Por tanto, el diálogo como una facultad de comunicación que implica "hablar" y "escuchar" tiene la capacidad de contribuir a la supervivencia y el crecimiento de nuestra propia diferencia.
Lo que pide una cultura del diálogo no es sólo tolerar, sino afirmar las diferencias por sí mismas y como forma de facilitar un sentimiento de solidaridad y pertenencia común. Implica más que una mera filosofía de "vive y deja vivir". Parte de la premisa de que cada cultura y tradición sólo puede mantener su identidad en un contexto en el que hay una preocupación por la humanidad en general. Es decir, la diversidad sólo puede florecer en un espacio en el que hay un reconocimiento general de su valor.
Barcelona es una ciudad que encuentra su significado en la inclusión del otro, en su diferencia. Es ese derecho a seguir siendo otro el que da a Barcelona su derecho a reivindicar su posición como ciudad de interculturalidad. Como tal, es un espacio de cultura cívica cosmopolita, no a pesar de nuestras diferencias y divergencias, sino gracias a nuestras diferencias y divergencias.
En esta visión de Barcelona, es posible construir un valor común, una especie de coesencia e interrelación, que no pretende borrar las diferencias ni la heterogeneidad, porque los barceloneses muestran la capacidad de vivir juntos -con sus múltiples diversidades-, si no en amistad profunda, sí al menos con una profunda capacidad de inclusión y comprensión mutua. Para estar a la altura de la famosa cita de Einstein de que "una persona empieza a vivir cuando es capaz de vivir fuera de sí misma", hay que crear la conciencia de que el sentimiento de ser, ante todo, barcelonés, empieza ahí. Empieza en el esfuerzo incansable para comprender una ciudad plural como Barcelona, eliminando las causas y las condiciones que crean y perpetúan las polaridades de "nosotros" y "ellos".
... Una ciudad no existe sólo como sujeto colectivo con una identidad y un interés estables. Una ciudad es un espacio para contactos capaces de reunir distintas identidades para formar una esfera pública. Y lo más importante es que una ética común de mutua comprensión cultiva un sentido común de pertenencia a una ciudad. Además, no hay una "ciudad cerrada civilizada" que proteja su identidad contra la influencia de otros. Sencillamente, porque una ciudad que teme otros espacios de identidad y no puede entablar diálogo con ellos no puede dialogar, en absoluto, con su propio pasado, presente y futuro. Por consiguiente, para conversar con otras ciudades y culturas, es preciso que una ciudad se abra a otros y, al mismo tiempo, entable un diálogo autocrítico consigo misma. Eso es lo que hace que Barcelona sea una ciudad diferente y una ciudad de diferencias. Su apertura a la pluralidad de opiniones y valores permite que sus ciudadanos se abran a una variedad mucho mayor de posibles valores comunes en el ámbito mundial. Es decir, Barcelona es una ciudad global porque representa un refugio pacífico para aquellos que buscan compartir sus diferencias con otros, pero también porque Barcelona posee un espíritu que es mayor que la suma de sus partes. Ése es el auténtico mensaje de diversidad que Barcelona ofrece a España, Europa y el mundo en el Año del Diálogo Intercultural. (El País, 6 de septiembre de 2008)
Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

07 agosto 2008

10 Reasons Why Gay Marriage is Wrong :)

At last, clear and concise reasoning to help you sort out this very controversial issue :-)
01) Being gay is not natural. Real Americans always reject unnatural things like eyeglasses, polyester, and air conditioning.
02) Gay marriage will encourage people to be gay, in the same way that hanging around tall people will make you tall.
03) Legalizing gay marriage will open the door to all kinds of crazy behavior. People may even wish to marry their pets because a dog has legal standing and can sign a marriage contract.
04) Straight marriage has been around a long time and hasn't changed at all; women are still property, blacks still can't marry whites, and divorce is still illegal.
05) Straight marriage will be less meaningful if gay marriage were allowed; the sanctity of Britney Spears' 55-hour just-for-fun marriage would be destroyed.
06) Straight marriages are valid because they produce children. Gay couples, infertile couples, and old people shouldn't be allowed to marry because our orphanages aren't full yet, and the world needs more children.
07) Obviously gay parents will raise gay children, since straight parents only raise straight children.
08) Gay marriage is not supported by religion. In a theocracy like ours, the values of one religion are imposed on the entire country. That's why we have only one religion in America.
09) Children can never succeed without a male and a female role model at home. That's why we as a society expressly forbid single parents to raise children.
10) Gay marriage will change the foundation of society; we could never adapt to new social norms. Just like we haven't adapted to cars, the service-sector economy, or longer life spans.

05 agosto 2008

El derecho al exceso

EDUARDO MENDICUTTI

Hoy se celebra en Madrid y en otras ciudades españolas el Día del Orgullo Gay. Lo cual significa que, por lo que respecta a Madrid, habrá a última hora de la tarde una manifestación festiva que comenzará en la Puerta de Alcalá y terminará en la Puerta del Sol, con exuberantes carrozas llenas de drag queens estrepitosas y musculosos chicos semidesnudos, música discotequera a toda pastilla, hombres y mujeres de aspecto convencional acompañando a pie a la cabalgata, y alguien que leerá al final, parece que por primera vez encima de una tarima --por deferencia del Ayuntamiento-- y no de una furgoneta, un texto supongo que vibrante. Después, por la noche, la juerga seguirá en Chueca y en locales de ambiente --qué expresión tan antigua, por Dios--, y se alargará hasta primeras horas de la tarde del domingo. Cualquiera que lea la descripción que acabo de hacer de este guirigay, y nunca mejor dicho, sacará la conclusión de que me parece mal, que lo considero una estridente caricatura andante de la condición homosexual, una imagen distorsionada y parcial hasta lo ofensivo de la homosexualidad. En absoluto. Es una fiesta, una bulla, un jolgorio, una expresión de vitalidad y ganas de pasarlo bien, un acontecimiento anual en el que gays y lesbianas sacan a la calle su lado juerguista y feliz y se comportan como cualquier colectivo ciudadano, generacional o profesional metido en fiesta: con una estimulante y destrozona apuesta por la risa y la exageración. Ya sé que aún quedan algunos convencidos de que lo que gays y lesbianas deberían organizar es una flagelación colectiva en la Plaza mayor. Otros optarían por un concierto de música clásica a cargo de un orfeón en el que estuviera representado, en aquilatados porcentajes, todo el abanico de la tipología homosexual, desde lo más explosivo a lo más discreto. Y también sé que para algún homosexual, o asimilado, partidario de ser reivindicativos sin interrupción, divertirse es siempre claudicar. A pesar de todos ellos, un número no desdeñable de gays y lesbianas ejercerá hoy su derecho al exceso público y a la visibilidad ruidosa y abigarrada --como en la Feria del Libro, como en los Carnavales, como en la Romería del Rocío-- y el mundo parecerá distinto al menos en un trozo de ciudad, al menos una tarde. Después volverá el día a día, y muchos de los que esta tarde tirarán la discreción por la ventana lucharán con gallardía por sus derechos y por su dignidad.
El Mundo, sábado 26 de junio de 1999

13 julio 2008

Volar ya no es lo que era

28 junio 2008

El equipo de España


Por JOSÉ SÁMANO

El grupo de Luis Aragonés ha espantado todos los fantasmas y afronta el éxito con una normalidad absoluta. Está al margen de otras disidencias y despierta admiración en todos los rincones. Un paseo por la Gran Vía madrileña, las ramblas de Cataluña, el casco viejo de Bilbao o la Triana sevillana no delataría a chicos de aspecto tan convencional como Casillas, Capdevila, Cesc, Xavi, Alonso o Iniesta. Unos de los nuestros. Al fin y al cabo, son el prototipo de español medio por estatura, físico y camerino. A su lado desfilan Cazorla y Villa, dos asturianos profundos; Senna, un brasileño adoptivo; Marchena, Güiza y Ramos, andaluces con raíces, y Silva, un canario peninsular afincado en Valencia. Han conseguido extrapolar el debate Madrid-Barcelona, con lo que eso significa

Todos juntos, con el resto, han despojado a España de sus fantasmas y mañana se enfrentarán al éxito total, ante Alemania, con una normalidad absoluta, la principal seña de identidad de esta selección triunfante.

Un grupo que ha conseguido extrapolar el debate Madrid-Barcelona, con lo que eso significa deportiva y sociológicamente en este país. La tradicional bipolaridad de ambos clubes había marcado siempre a una selección tan identitaria. Ahora, la España de los clubes ya no tiene tanto acento. El Real Madrid cuenta con dos jugadores -el mostoleño Casillas y el sevillano Sergio Ramos-, el mismo número que en 1964, cuando en la victoria ante la antigua Unión Soviética sólo se alistaban Zoco y Amancio. El Barça, mejor representado, tiene el sello de Puyol, Xavi, Iniesta y Cesc, ahora en el Arsenal, no todos catalanes ni los únicos catalanes.

Por una vez, ésta es la España de merengues, culés, asturianos, jerezanos, canarios, sevillanos, manchegos, valencianos, vascos... El equipo de España en el que se impone la normalidad, el equipo de todos, tan patriótico como global.

Cuesta creer que Casillas sea un demonio en Cataluña o Xavi el lucifer de Madrid. Estos chicos no entienden de esas cuestiones cavernarias. Se identifican por múltiples nexos, tienen los mismos gustos, no son demagogos y no hiperbolizan con cuestiones tan sensibles para generaciones anteriores como la letra del himno, la bandera, el toro y el tricornio. El fútbol les une y están al margen de otras disidencias. Conscientes de que en este tipo de campeonatos la transferencia de sentimientos nacionalistas, centrales o periféricos es inevitable, son jóvenes futbolistas ajenos a las manipulaciones, los excesos y los oportunismos de aquéllos que aprovechan cualquier rendija para agitar de forma torticera el debate del que se alimentan. No se sienten en deuda con el pasado futbolístico español, no se dan por aludidos ante aquéllos que de forma machacona les intentan atormentar con viejas cicatrices. Nada que ver. Ellos sólo son parte de un concilio, el fútbol, su cordón umbilical, sin otras aristas, sin claves geográficas ni rancias simbologías.

Ése es su éxito. Despiertan la misma admiración en todos los rincones porque no excluyen a nadie. No son sectarios ni ventajistas, e interpretan el deporte como un cauce más para alcanzar la gloria. La misma que encumbra a Rafa Nadal, Alberto Contador, Pau Gasol o Fernando Alonso. No hacen lecturas torcidas de sus victorias, en las que se identifican con todos y a todos hacen sentirse partícipes.

El deporte ha sido capaz de motorizar a una España moderna y el fútbol, por su gran altavoz siempre sometido a posibles tentaciones manipuladoras, se ha quitado la caspa. Lo ha conseguido esta generación de futbolistas. Ésa es su mayor victoria, su gran contribución. 
El País, 28/06/2008

13 junio 2008

PAUL NEWMAN



Tan guapo, tan listo, tan cine... el mejor
CARLOS BOYERO
El País, 13/06/2008
Leo que Paul Newman, el irremplazable Apolo está seriamente enfermo. Me enseñan fotos de The Independent en las que percibes el ensañamiento del ogro con el rostro del hombre más bello (me he vuelto cursi, pero no encuentro definición más precisa) que ha existido, de alguien que representó durante infinitos años el esplendor en la hierba, de unos ojos espectacularmente azules que estaban coordinados con la inteligencia, del hombre más guapo, más sexy, más complejo, más inteligente, más fiable, que ha llenado la apetencia y los sueños del personal femenino desde que la cámara se enamoró de su jeta, de sus armónicos movimientos, de una gestualidad hipnótica, de un fondo de credibilidad, de una forma de ser y de estar. Era escandalosamente guapo sin ser ofensivo para los tíos. Era listo, era ágil mentalmente, podía encarnar nuestras incertidumbres y nuestros miedos, podía encarnar la derrota existencial a pesar de ser apolíneo, era alguien cercano a pesar de su condición divina.

...Confieso sentir el placer de la hermosura cuando veo y escucho en una pantalla a Cary Grant, a Brando, a Bogart, a Mitchum, a Nolte, a Connery. Y haciendo esfuerzos épicos incluso encuentro en el cine moderno a un chulazo sensible como Matt Dillon recogiendo esa herencia de machos. Pero, ante todos, flipo con la hermosura del Newman joven, admiro cómo consolida su talento cuando el físico amenaza con el deterioro, y cuando se hace definitivamente viejo posee el respeto, la admiración y el amor de las leyendas perdurables, del incontestable veredicto del jamás existió un actor tan guapo, tan magnético, tan deseable. (...)

Nadie ha envejecido mejor que Newman. A partir de los 40 años todo en él es veracidad, ritmo, matices, gracia, aroma, seducción, profundidad. Se despidió del cine con una interpretación memorable en Camino de Perdición, la de ese patriarca irlandés que tiene que salvar a Caín aunque ame a Abel. Qué grande es usted, señor Newman. La demostración de ese milagro de que el más guapo también puede ser el más listo.

04 abril 2008

Moral de laico

Francisco Laporta
La complicidad de tantos prelados y fieles con el capitalismo más despiadado, las dictaduras más inmundas o los nacionalismos más excluyentes no impiden que culpen de todo a los que no creen en religión alguna.

Empieza a ser irritante el tono de superioridad moral con que muchos de los fieles de cualquier confesión o credo y las jerarquías religiosas que los propagan han dado en mirar a quienes adoptan ante la convivencia civil y la enseñanza una postura agnóstica y laica. Ahora insisten en ello las autoridades católicas, con Joseph Ratzinger a la cabeza y los obispos españoles haciendo de coro repetitivo de sus manidas orientaciones morales. Igual que los de cualquier otra antigualla religiosa, vuelven los católicos a la cantinela de que la familiaridad con la ética y las exigencias de la moral son una prerrogativa de los creyentes de la que probablemente carecen aquellos que no comulgan con fe religiosa alguna.

Resulta asombroso contemplar cómo se ignora la evidencia de que una parte no menor de los grandes desastres morales de que hemos sido testigos durante años y años se ha producido en nombre de creencias religiosas o ha sido provocado y alentado por quienes decían obedecer tales convicciones. Y no menos sorprendente es admirar -porque es, en efecto, algo tan paradójico que es casi admirable- la facilidad con la que esos credos se armonizan con prácticas políticas y económicas de las que sabemos con toda certeza que -ésas sí- son la causa del dolor, la pobreza y el sufrimiento de millones de seres humanos, es decir, de la gran inmoralidad contemporánea.
La complicidad de tantos prelados y fieles con la apoteosis del libre mercado, las dictaduras más inmundas o los nacionalismos más excluyentes son ejemplos bochornosos de esa paradoja. Y sin embargo los únicos que parecen responsables, los únicos a quienes se reputa de inmorales, son los que han renunciado a guiar su vida o su conciencia civil por creencias de esa naturaleza. Ante tal argumento perverso me propongo reivindicar la superioridad moral del laico sobre el creyente.
Con esta nueva monserga integrista se nos quieren escamotear de nuevo más de dos siglos de pensamiento. Por poner un nombre: en 1793 empezaba Kant su prólogo a la primera edición de La religión dentro de los límites de la mera razón con una afirmación que, digan lo que digan, es ya incontrovertible: "La moral no necesita de la idea de otro ser por encima del hombre para conocer el deber propio ni de otro motivo impulsor que la ley misma para observarlo". Para decirlo claro: la moral no necesita de la religión; se basta a sí misma, sin esa clase de andaderas, porque tiene un sustento suficiente en la racionalidad humana. Este elemental punto de partida sirve para definir lo que puede ser la moral de un laico frente a esa otra moral necesariamente débil y vicaria que es la moral del creyente.
Lo que triunfa con el impulso ético ilustrado, la tolerancia religiosa, y la separación Iglesia-Estado, es la idea de la esencial igualdad moral de los seres humanos al margen de sus convicciones religiosas; la idea de que no es la religión lo que confiere su calidad moral a las personas, sino una condición anterior que no es moralmente lícito ignorar en nombre de religión alguna y que no debe ceder ante consideraciones de carácter religioso. Esa igualdad constituye el núcleo de la ética contemporánea, y con ella también de toda política justa, porque exige del poder que no haga distinciones en la estatura moral de sus ciudadanos.
Y esa idea de dignidad humana que sustenta todo el edificio de la moralidad laica se funde con la noción de autonomía de la persona como capacidad de conformar en libertad y a partir de sí las convicciones morales y los principios que han de presidir el proyecto personal de su vida. A esto, algún documento episcopal reciente lo ha llamado "deseo ilusorio y blasfemo" de dirigir la vida propia y la vida social, mostrando así de nuevo que, aunque se condimenten ahora con la salsa fría del libre mercado, ser católico y ser liberal siguen siendo dos menús incompatibles.
Pues bien, esa dignidad de ser moralmente autónomo se le confiere a toda persona en condiciones de plena igualdad, de forma que si es una blasfemia, es la blasfemia que sustenta todo ese pensamiento ético, y se expresa en ciertas exigencias morales que el pensamiento religioso, de cualquier clase que sea, dista de haber asimilado bien. La religión y su sedimento moral han ido siempre detrás de esas conquistas éticas, y generalmente en contra de ellas. Incluso la idea de derechos humanos, corolario directo de ellas, fue negada y perseguida sañudamente por la jerarquía católica hasta bien entrado el siglo XX. Nuestros obispos saben que pueden presentarse abundantes textos papales que tratan a tales derechos de errores morales absolutos. Por no mencionar algo que pervive aún en casi toda moralidad religiosa: la posición de la mujer en un plano subalterno que le niega el acceso a la jerarquía y la gestión del misterio.
Los obispos españoles sólo siguen la estela de ciertos lugares comunes muy cultivados por Joseph Ratzinger, al que no puedo llamar "pontífice", o hacedor de puentes, porque, como su antecesor, parece más bien empeñado en destruir los pocos y débiles que penosamente se habían ido levantando. En su doctrina moral exhibe una terca insistencia en las perversiones del "relativismo" como causa próxima de todos los males contemporáneos. Y a veces equipara subliminalmente laicismo y relativismo, deslizando con ello la idea de que una cosa lleva necesariamente a la otra. Pero esto es sencillamente falso.
La moral de los laicos puede ser tan firme como cualquiera y tiende además a ser menos acomodaticia que la moral del creyente. La ética religiosa que pende de los designios de la divinidad (o de sus intérpretes terrenales, que parecen aún más antojadizos) tiene justamente problemas de relativismo que conocemos al menos desde Platón. Cuando, en diálogo con Eutifrón, Sócrates le pregunta si lo bueno es querido por los dioses porque es bueno o es bueno porque es querido por los dioses, el problema de la moralidad religiosa está servido. Si lo primero, entonces la voluntad de los dioses no muestra por qué es bueno; para descubrirlo tendremos que pensar como laicos. Si lo segundo -es decir, que sea bueno sólo porque así lo quieran los dioses- condena a la ética religiosa a un desconsolador relativismo: las cosas serán o no serán buenas según se les antoje a los dioses. La moralidad será, pues, relativa a la voluntad de los dioses (o, como sucede de hecho, a las cambiantes voces de sus supuestos representantes en la tierra). No cabe por ello en esta ética aquello que define a una conciencia moral madura: poder alzar la voz ante cualquier dios para decirle que sus designios son injustos. Sólo una convicción moral que no sujete sus máximas a los dictados de un "ser por encima del hombre", es decir, sólo una convicción moral laica, es capaz de eso.
El relativismo de la moral religiosa se acentúa, además, muchas veces al añadirle otros ingredientes todavía más vacíos y mudables. Las viejas religiones apelan tercamente a la tradición para sostener la vigencia de sus ideas morales y justificar la protección pública. Pero cada tradición justifica una moralidad diferente, y, si hemos de ser consecuentes, todas ellas serían sólo por ello válidas. ¿No es esto el núcleo mismo de la ética relativista?
Por no mencionar algo que no podemos olvidar fácilmente, y menos en España: que con desdichada frecuencia los creyentes se han aliado y se alían con ideales nacionalistas y patrioteros, o, como en el Oriente Próximo, se obcecan con la quimera de un territorio sagrado como receptáculo de su vida moral como pueblo. La cantidad de maldad y de sangre que han producido esas apuestas morales relativistas sustentadas en tradiciones y credos nacionales no necesita ser recordada entre nosotros. Frente a ellas es preciso afirmar la igual dignidad moral de todos los seres humanos, la perentoriedad del respeto a sus derechos básicos y la universalidad de sus exigencias ante cualquier ética casera o fideísta. O, lo que es lo mismo, es preciso vindicar nuevamente la calidad moral del pensamiento laico. El País, 04/04/2008

Francisco J. Laporta es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.

29 marzo 2008

Fernando Savater sobre religión y democracia

Un reportaje de SANTIAGO BELAUSTEGUIGOITIA
El País Andalucía, 29/03/2008

"El laicismo no es antirreligioso". Las palabras del escritor y filósofo Fernando Savater (San Sebastián, 1947) resonaron ayer ante un público que abarrotaba un aula de la Universidad de Sevilla. El autor de La infancia recuperada habló sobre Religión y laicismo en la democracia actual ante cerca de 200 personas. No todas pudieron sentarse en los bancos del aula. Decenas de ellas se quedaron de pie o se sentaron en el suelo. 
"Hoy, el laicismo no sólo consiste en mantener la separación entre la Iglesia y el Estado. Quien niega el laicismo niega la libertad de conciencia", comentó Savater. "Es verdad que la sociedad en la que vivimos no tiene más fundamento que la voluntad de los seres humanos. De ahí viene la importancia de una educación que fomente los caracteres capaces de razonar, de hacer demandas inteligibles socialmente fundadas y de comprender las demandas de los demás. Sin eso no sale la democracia", explicó el autor de Ética para Amador.
"La educación pública tiene que ser laica a todos los niveles. Dentro de una educación pública laica sólo se pueden transmitir conocimientos científicos y principios constitucionales", resumió el pensador. Savater defendió la educación como pilar esencial de las democracias. "Una democracia tiene que ser educativa", recalcó.
Savater remontó el concepto de separación entre la Iglesia y el Estado a las propias raíces del cristianismo. "Hace unos años, con motivo de la frustrada Constitución europea, se planteó si se debía hacer una mención específica a las raíces cristianas de Europa en esa Constitución. Parecía que era una pretensión que podría ser inmanejable y engañosa. Yo veía algo tramposo en ella porque, precisamente, lo que aporta el cristianismo es una separación entre el Estado y la religión entendida como legitimación del poder, las instituciones y el emperador. Ello convierte a la religión en algo que está al margen del Estado", detalló el escritor donostiarra.
"La verdadera raíz cristiana es la separación de la Iglesia y el Estado. La aportación del cristianismo es la separación entre el Estado y la religión. Las raíces cristianas de Europa son el laicismo. Eso es lo que no existe en el mundo musulmán, donde no ha existido nunca una separación entre el Estado y la religión", agregó Savater. El filósofo recordó, además, que "la expresión más sencilla y comprensible del laicismo está en el Evangelio: 'Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".
Savater hizo un repaso histórico del rechazo de la Iglesia católica a la democracia y la libertad de conciencia a lo largo de los siglos XVIII, XIX y parte del XX. El Concilio Vaticano rompió con esta tendencia. "A partir del Concilio Vaticano se acepta la libertad de conciencia como parte de la libertad humana", señaló Savater. "Como decía Voltaire en una de sus cartas, 'Cada inglés va al cielo o al infierno por el camino que prefiera. Ésa es la libertad de conciencia", añadió el escritor.
Savater hizo un elogio de la libertad de conciencia y de sus consecuencias. Esa libertad supone, a su juicio, que "se respeten todas las posturas sabiendo que eso implica que a uno le molesten muchas de las cosas que oye y muchas de las conductas que ve". "El verdadero laicismo es el reconocimiento de esta situación y que todos nos acostumbremos a que tenemos que convivir con aspectos ideológicos que no nos agradan", afirmó el filósofo.
Savater, que defendió la asignatura de Educación para la Ciudadanía, hizo hincapié en que las expresiones públicas de la religión "tienen que ser a título privado y no se pueden convertir en obligatorias para todo el mundo". Sobre la obligatoriedad de la religión en el ámbito privado de las personas contó una anécdota pavorosa. El protagonista de esta historia fue Casanova, el aventurero y escritor italiano del siglo XVIII. Cuenta Casanova en sus memorias que cuando llegó a Madrid, sintió un primer motivo de asombro al ver que en la habitación de su pensión no había pestillo. La posadera le explicó que el pestillo estaba en la parte exterior de la puerta. Y le dijo que cerraban la puerta por fuera por si venían los sabuesos de la Inquisición a comprobar con quién dormía cada huésped. "Esto ha existido hasta ahora. En Europa ha habido integrismo hasta hace poco. No es algo que les pase exclusivamente a los islámicos", recordó Savater.
El filósofo insistió en su defensa de la libertad de conciencia. "La religión o la irreligión es un derecho de cada cual. Lo malo es que para el verdadero creyente la religión no es un derecho, sino un deber para él y para los demás", concluyó el pensador.

10 marzo 2008

Fascismo

MANUEL VICENT
EL País, 09/03/2008

Con una pistola de mierda y cinco balas, la mínima inversión posible, si se descarta la negra hiel, un terrorista de ETA ha irrumpido en el proceso electoral una vez más en el momento preciso y ha erigido a la muerte en protagonista de la política en medio de la fiesta de la democracia. Cinco tiros de un fanático han sido suficientes para que todas las cámaras y micrófonos dieran la espalda al fervor de los mítines, a las banderas de los partidos, a las promesas de sus líderes y se fueran en busca de un cadáver ensangrentado en medio de la calle. Se dice que matar así es muy fácil. No lo creo. Disparar a traición, contra un hombre confiado y desprotegido es, sin duda, una villanía, que no comporta riesgo alguno, pero no todo es tan sencillo. Detrás de este crimen hay un idealismo ya podrido pero largamente alimentado, que asume la violencia como una parte de la gloria. Se necesita mucha dedicación para fabricar a un fanático de este tipo: además de hacerle creer que aprieta el gatillo en nombre de todo un pueblo hay que elegirlo con el cerebro cerrado para que no discierna su futuro carcelario a tres metros de su ceño y con el estómago preparado para que no vomite después de matar a un inocente. No es tan fácil encontrar a un iluminado que se sienta dueño de la vida y de la muerte. Ante el terrorismo todas las palabras están ya gastadas. El terror tiene una connotación telúrica, pseudo religiosa. En cambio, el miedo es un sentimiento muy humano, pero más paralizante y pestífero. Ante el terror se impone la huida. Frente al miedo solo cabe ser un héroe para vencerlo. Quienes no vivimos en el País Vasco lo tenemos muy fácil. Votar masivamente debería ser la respuesta natural contra el desafío de las pistolas. En cambio, si la ETA ha dado orden explícita de no votar, hay que ponerse en la piel de la gente corriente de los pueblos de Euskadi, donde todo el mundo se conoce, para admirar el heroísmo de los que hoy, sintiéndose vigilados desde las esquinas, crucen las calles, lleguen al pie de la urna, elijan libremente la papeleta y voten en secreto sin mirar a los lados. El miedo es la peste moderna. En ella arraiga siempre el fascismo. El miedo es el único enemigo en el País Vasco.

08 marzo 2008

Ciudadanos

Por LUIS GARCÍA MONTERO

Parece que los seres humanos descienden del mono. Es verdad que la ciencia lleva muchos años afirmándolo, pero también es muy posible que un ponente del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía me replique que tal vez fue Dios quien creó al hombre con un poco de barro y que después le quitó una costilla para crear a la mujer. Parece que los seres humanos se encargan ellos mismos de reproducirse a través de la cópula sexual, aunque tal vez un ponente del Tribunal Superior de Andalucía sentencie que es posible quedarse embarazada sin mantener relaciones sexuales, como ocurrió hace ya más de 2000 años en esa extraña familia que escogió Dios para hacerse hombre. Vete a saber, yo no niego nada por disparatado que parezca, respeto el derecho de cada uno a creer lo que quiera, incluso que tres personas distintas forman un solo Dios verdadero, y que Dios es a la vez padre, niño y paloma. Que cada uno piense en su casa lo que le dé la gana, faltaría más. En mi casa voy siempre junto a la pared izquierda del pasillo y enciendo o apago la luz cuando me apetece. Soy del Granada Club de Fútbol y del Real Madrid, me gustan Quique González e Ismael Serrano, y disfruto comiendo huevos fritos con patatas. Cuando salgo a la calle, sin embargo, debo reprimirme para no atropellar a nadie. No rompo las bombillas del alumbrado público, saludo a los partidarios del Granada 74 y del Barcelona, y no me empeño en que se cierren las hamburgueserías de la ciudad. Conduzco por la derecha y me paro en los semáforos. Organizar una sociedad es un asunto complicado, porque los individuos necesitan salir de sus casas y relacionarse entre sí.

Por eso se inventó la figura del ciudadano. Cada ser humano que desciende del mono borra las curiosidades de su propia identidad y se convierte en un personaje abstracto, igual en derechos y deberes al resto de los individuos. La operación no siempre es fácil, confieso que a mí, por ejemplo, me cuesta trabajo borrar mi identidad hasta el punto de respetar a los partidarios del Fútbol Club Barcelona y de la Conferencia Episcopal. A otros les cuesta mucho trabajo borrar un poco sus condición de trabajadores explotados, homosexuales humillados o mujeres ninguneadas por el machismo. Pero todos hacemos un esfuerzo para convivir y mejorar. A la hora de defender la objeción de conciencia, se trata de saber hasta dónde puedo llegar yo y hasta dónde puede llegar la sociedad cuando se defienden y se borran identidades en la elaboración de ese personaje abstracto que se llama ciudadano, y que no desciende del mono sino de la política. No está creado para comer, reproducirse y morir, sino para convivir con los demás. La cuestión no siempre resulta sencilla, no conviene echar las campanas al vuelo a la hora de criticar las objeciones de conciencia. ¿Qué sería de mí si un día el partido en el gobierno decretase la afiliación obligatoria al Barcelona? Pero sí podemos aspirar a definir con claridad un campo de juego, y merece la pena poner en claro algunas cosas. En primer lugar, los espacios públicos deben ser neutros para que todo el mundo quepa en ellos. En segundo lugar, una Constitución no es un libro sagrado, sino un texto cívico, por lo que no conviene que los credos particulares se adueñen de ella a su antojo con interpretaciones sesgadas. En tercer lugar, los profesores públicos y los jueces deben respetar las leyes aprobadas por gobiernos democráticos siempre que no atenten contra la dignidad humana. En cuarto lugar, una asignatura de educación para la ciudadanía no atenta contra la dignidad humana cuando enseña que todos los ciudadanos merecen respeto, sea cual sea su condición sexual, económica, religiosa, política o racial. En quinto lugar, una sociedad no puede permitirse que su Tribunal Superior de Justicia caiga en manos de una organización religiosa parademocrática. 
El País Andalucía, 08/03/2008

19 febrero 2008

El beso pintado

14 febrero 2008

El regreso de lo retrógrado

Por ADOLFO GARCÍA ORTEGA
El País, 14/02/2008

Dicho en plata y sin rodeos: la Conferencia Episcopal Española parece un cenáculo de jerarcas hipócritas que picotean con fruición el cadáver de la libertad, su manjar favorito desde que la Iglesia católica es tan terrenal. La jerarquía eclesiástica se siente fortalecida y segura porque cuenta con el respaldo de tres alianzas escalonadas: una, con el actual Partido Popular, especie de brazo político de la Iglesia más reaccionaria (o viceversa, porque tal vez el PP sea el brazo armado de la Iglesia más politizada desde los tiempos en que era directamente fascista); dos, con el papa Benedicto XVI, ex inquisidor, ex teólogo ultraconservador y ex soldado de la Wehrmacht (tal vez algún día aparezca que también fue de las Waffen SS, es cosa de tiempo); y tres, con Dios mismo, la gran coartada de la inamovible autoridad de los obispos y demás castas sacerdotales. Todo lo que rodea esta triple alianza vuelve a desprender el tufo pútrido de lo retrógrado.

Curiosamente, en el marco del retrogradismo, la Iglesia católica y el islam, viejos enemigos mutuos a sangre y fuego, están íntimamente unidos, hasta el punto de coincidir en lo más paradigmático de su esencia común: la manipulación de la verdad, y con ello la manipulación de las vidas y los derechos de las personas, evitando su progreso hacia la libertad y legislando el hechizo inmovilista del origen, del pasado perfecto del que nunca se debió haber salido. El islam nunca ha ido hacia adelante, tiene un efecto lastre para sus fieles. La Iglesia católica también lastra a los suyos con la imposición de su doctrina ancestral a lo largo de una historia tortuosa.

¿Alguna vez se fue lo retrógrado del ámbito definitorio de católicos y musulmanes? No, nunca desapareció, siempre estuvo ahí, controlando las sociedades de sus fieles creyentes. Por lo que respecta a la Iglesia, a lo sumo tuvo menos peso incidental en algunas épocas, o quizá hubo un tiempo en que los aires de la Iglesia, impulsados desde Roma por un Papa diferente, fueron más dialogantes y liberales, pero desde la llegada de Juan Pablo II, un titán del retrogradismo, se inició un descenso hacia la añoranza de un pasado que, de pronto, nada impedía que volviera a instaurarse. ¿Por qué no? El Vaticano lo entendió enseguida. Era cosa de que la Iglesia ejerciera lo que más había acumulado: el poder, nada más. De esa añoranza, las misas en latín no son más que un indicio casi folclórico, comparado con la demonización del aborto en el Tercer Mundo por parte de Juan Pablo II, por ejemplo. Lo retrógrado, además, encierra un mensaje, útil para católicos y musulmanes: la Edad Media es buena para todos. ¿Por qué no volver a aquellos buenos tiempos en los que corría a sus anchas ese fuego y esa espada con que ambas religiones lo medían y ordenaban todo?

Lo retrógrado (ya se sabe: de retro, hacia atrás, y grado, paso, marcha) tiene por horizonte el regreso. Mejor dar pasos atrás -y regresar al origen de donde partimos-, que avanzar hacia donde sea, hacia un lugar que siempre será incierto, aunque prometa la felicidad y la liberación. Mejor volver que progresar. Mejor incluso no salir de casa (de la Ley, de la Doctrina, de la Palabra del Profeta) que aprender la diversidad del mundo. Mejor nosotros solos que aceptar a los otros. Y sobre todo aplicar este principio: esos otros están siempre equivocados, por tanto son prescindibles para nuestra verdad (que es la Verdad) sencillamente por ser eso, otros.

La Iglesia, en materia de valores, siempre ha estado detrás de la sociedad, impidiendo su avance, y se alía con quienes tienen ese impedimento como idiosincrasia política: la derecha ultraderechizada. Se encastilla en valores retrógrados, que son aquellos que conllevan miedo, coacción, hipocresía, dominio, intolerancia, odio, sojuzgamiento.

¿Y qué fue de la muerte de Dios, que tanto prometía? Ésta es otra clave del fin de lo moderno y del inicio de la incertidumbre medievalizada. Lo moderno, en la Historia, avanza a base de muertes, de asesinatos casi: la del Padre, la del Estado, la de Dios, una misma figura siempre, y siempre masculina. Pues bien, ocurrió que la muerte de Dios nunca tuvo lugar. Se habla incluso del "Dios de nuestros padres", y no es gratuito que en la deriva retrógrada hacia unos valores arcaicos el papel de la familia suba al escenario como primera actriz.

Los jerarcas de la Conferencia Episcopal desplegaron, como el mejor marketing de su estrategia retrogradante, la escenografía de La Familia Hundida en la manifestación-mitin de la madrileña plaza de Colón de finales del pasado diciembre. Y es precisamente el modelo de la Sagrada Familia el que ha permitido a la Iglesia ejercer su máximo dominio en la sociedad. Fidelidad a la Familia es fidelidad al redil, al origen, al círculo -no ya primero sino previo a toda numeración-; a la idea capital del Seno, del miedo a salir de él, pues fuera de él todo es ominoso y malvado. El Seno, que se eslabona con la figura del seno materno, y que tiene su máxima culminación en el papel exclusivamente reproductor de la mujer (en esto, los católicos y los musulmanes vuelven a ser de un solo e idéntico retrogradismo), y en la imagen intransitiva de la Virgen, metáfora de la mujer desfeminizada y vacía: madre sin concepción, esposa sin sexo, mujer sin voluntad, identidad anulada por el Dios-Hombre.

Y detrás de la defensa numantina de la familia que llevan a cabo, tan hipócritamente, los obispos y los imanes, hay otros aspectos que permiten ejercer el control y el poder: los papeles preestablecidos del hombre y de la mujer, activo uno y pasivo-sumiso el otro; la reducción de la mujer a una sola función, de ahí que otro de los caballos de batalla retrógrados sea combatir a toda costa el derecho de la mujer a interrumpir el embarazo; y por último, el miedo atroz de lo retrógrado a confundirse con la mujer, a ser feminizado (...)

El islam moderado -no menos retrógrado en sí que el catolicismo moderado, al menos en cuanto a valores- aparece casi maravilloso y lleno de buenas intenciones, comparado con la agresividad de la Iglesia católica. Hace que una figura como Erdogan y su partido sean vistos como una línea social-liberal, y que su vía islámica a la democracia pase por aceptable (cuando, por ejemplo, sus propuestas de modificación de la Constitución turca son retrógradas de todo punto, sobre todo en lo que respecta precisamente a la mujer).
Y tampoco la sociedad civil y laica se libra del regreso de lo retrógrado al primer plano de nuestras vidas. Es retrógrado de manera alarmante cuestionar el evolucionismo darwiniano, o institucionalizar el papel de la mujer como objeto, o creerse por encima de izquierdas o derechas, o propugnar un patriotismo exasperante, o quitarle hierro al ultranacionalismo vociferante de los nacionalismos.

El deseo de volver a ideas pasadas, a momentos pasados, está en contra de todo progreso o avance. El discurso retrógrado, en su condición de plantear una regla de máximos, propicia, perversamente, que lo meramente conservador avance y consolide espacios y maneras que antes sencillamente eran propias de lo progresista moderado. En estos tiempos medievalizados, entre una falda hasta los tobillos y una minifalda, una falda a la altura de la rodilla acabará siendo el súmmum de la conquista de la libertad. Y encima nos parecerá bien.

¿La solución? Difícil encontrar una que no pase por recomendar la metáfora de ubicar a la Iglesia y al islam en su justo lugar: el cielo, el espíritu; porque, como bien recuerda el filósofo José Luis Pardo, en su impresionante ensayo Esto no es música, Kant definía la religión como un subgénero de la poesía (o sea, de la ficción).

12 febrero 2008

Regreso al cine

Por Antonio Muñoz Molina

(...) Hace unos días tuve nostalgia de [una] afición asidua que sin darme mucha cuenta he ido perdiendo a lo largo de los últimos años: la de ir al cine. No la de ver una película, sino específicamente la de verla en una sala de cine; no una película antigua, garantizada por el paso del tiempo, por las reverencias siempre un poco arqueológicas de la cinefilia: una película de ahora mismo, como las que veía con regularidad cuando el cine aún no se me había convertido en un arte casi tan del pasado como la música, cuando entraba en la sala dispuesto a que me sucediera en ella una revelación que no podría encontrar en ninguna otra parte. Tan sólo en ese espacio de soledad y comunión con desconocidos, detrás de la puerta pesada y de la cortina de un tejido denso, en la oscuridad iluminada por la pantalla.

Empecé a ver Cuatro meses, tres semanas, dos días y recobré de pronto la experiencia íntegra y casi perdida del cine: el estremecimiento de lo nuevo era más poderoso porque me regresaba a una emoción muy antigua. Estaba en Madrid una noche de invierno pero también en una ciudad innominada de Rumania hace veinte años, donde una muchacha ayuda a otra a pasar el trance de un aborto clandestino. La conciencia de tantas sombras cercanas que miraban en silencio lo mismo que yo ahondaba mi percepción de esas dos vidas jóvenes zarandeadas por el infortunio y el miedo, salvadas por una fraternidad que está hecha de inocencia y coraje, de una rara aleación femenina de fragilidad y fortaleza. Atravesaba con ellas la noche sórdida de una tiranía, y no hacía falta que se vieran uniformes o se escucharan declaraciones políticas para sentir en la nuca el frío de una vigilancia despótica, y en los hombros toda la pesadumbre de un régimen cuya mayor crueldad parece que acaba siendo su desoladora duración. Hay vidas que son fulminadas por la saña quirúrgica de los ejecutores: otras, la mayoría, van siendo envilecidas a lo largo de los años por dosis diarias de sumisión y conformidad, se van deteriorando como los edificios mal hechos y los coches viejos que permanecen en uso, se gastan y ensucian como el papel pintado de las habitaciones que nadie cuida. En los malos modos y en la desgana agria de un recepcionista de hotel está resumida la miseria moral que una dictadura alimenta y sobre la que se sostiene. El terror es un desconocido de cara inexpresiva y pálida que maneja una jeringuilla arcaica, un tubo de goma. No es preciso explicar nada, subrayar nada. Entre la gente madura y ya un poco beoda que celebra atolondradamente un cumpleaños un rostro joven permanece ausente, tan aislado en ese interior estrecho de vivienda comunista como en la extensión suburbial de una noche en la que apenas hay luces encendidas y en la que circulan más perros vagabundos que taxis.

"Nunca vamos a hablar de esta noche", dice al final una de las dos amigas. No van a hablar pero tampoco olvidarán nada: cada uno de los detalles que vemos -esa negrura, esos corredores con tubos fluorescentes, la música de esa boda en los salones del hotel, ese guiñapo manchado de sangre en el suelo del cuarto de baño- nos parece que pertenece no al artificio de una película, sino a la memoria de alguien que sigue sin olvidar veinte años después y que se nos ha contagiado gracias al arte del cine, que nunca es más prodigioso que cuando logra dar la impresión de que no existe.

Costumbres perdidas, otra vez valiosas: que se enciendan las luces y uno se quede aturdido, como recién despertado, mirando con sorpresa las caras pálidas a su alrededor; salir a la calle y recibir el aire frío en la cara con la sensación de estar cruzando la frontera en la que termina el influjo magnético de la ficción; estar de vuelta en el mundo real y sin embargo seguir habitando las vidas de esas dos mujeres, en una ciudad casi a oscuras, una noche de hace más de veinte años. Casi no recordábamos que ir al cine nos gustaba tanto. Babelia, 09/02/2008