05 diciembre 2019

VO: La voz humana

Por CARLOS MARTÍN GAEBLER

Una de las prácticas más nefastas de la dictadura franquista era el doblaje de películas extranjeras, lo que ayudaba a censurar convenientemente cualquier diálogo considerado incorrecto por el régimen nacionalcatólico. La consecuencia de este hábito inculto produjo un empobrecimiento idiomático progresivo en los españoles, circunstancia que tristemente hemos arrastrado hasta la actualidad. Y así, mientras nuestros vecinos portugueses se manejan con soltura en inglés o en francés, los españoles que pretenden hablar un idioma distinto al suyo materno se han de enfrentar a una desventaja de partida: no tienen hecho el oído a escuchar lenguas extranjeras porque ni las televisiones ni la mayoría de los cines respetan la versión original de las películas de ficción. Sólo en los últimos años se ha extendido la buena costumbre de ver y escuchar películas en VO (subtituladas en español) en diversas ciudades españolas, privilegio hace no mucho únicamente de Madrid y Barcelona. Una generación de cinéfilos reclama su derecho a disfrutar del cine como un acto de cultura humanista.

Pero hay más consideraciones que hacer. Escuchar una película doblada es equiparable a escuchar una sinfonía de Beethoven interpretada por una orquesta de música ligera, o leer un poema de Lorca traducido a otro idioma. La voz humana es una riqueza en sí misma; suplantarla es como dejar que el espectador simplemente vea el filme pero no lo oiga como fue originalmente creado. Este flagrante atentado contra la obra artística priva al espectador del placer de la palabra dicha, de la interpretación completa (acto + texto) de los actores y actrices del celuloide y ahora del soporte digital. Gozar con las voces de otros nos enriquece como personas. Si bello es escuchar recitar un poema con duende, igualmente gozoso es oír la cadencia de una escena cinematográfica emotiva. Y a mi memoria vienen las voces llenas de matices y de empaque de Joan Crawford, Marlon Brando, Gerard Depardieu, Marcello Mastroianni, Emma Thompson, Juliette Binoche, Javier Bardem o Paco Rabal, por citar sólo a algunos.

Hoy en día, la técnica del subtitulado simultáneo permite seguir los diálogos de cualquier película sin demasiado menoscabo de la experiencia fílmica. El espectador poco habituado a leer mientras ve tardará poco en poder simultanear ambos actos; y, casi sin darse cuenta, empezará a disfrutar de la autenticidad de las voces originales, que, no olvidemos, representan el 50% de toda película hablada. Una vez despertado el gusanillo, se preguntará cómo pudo alguna vez escuchar películas dobladas. ¡Pasen y oigan la voz humana original!

Postdata para españoles nacionalistas: Escuchar películas españolas que han sido rodadas en catalán, vasco o gallego dobladas al castellano denota incultura, genera desafección y alimenta, lógicamente, el sentimiento secesionista. Es un hábito torpe que no respeta la riqueza idiomática de un país con cuatro lenguas vivas que son patrimonio de todos. Negarse a oír estas películas españolas en su lengua vernácula, con subtítulos en castellano, revela pobreza cultural y estrechez mental. Es como pegarse un tiro en el pie
cmg2005

Deteneos, mirad alrededor, reflexionad

¿Por qué queréis borrar tantas sonrisas? ¿Por qué despreciáis dos manos de hombres entrelazadas, el beso de dos mujeres? ¿Por qué los tildáis de enfermos? Es amor. Solamente. El motor del mundo. ¿Por qué creéis que hay seres humanos que sobran a nuestro lado? ¿Qué sentís cuando veis a alguien luchando por su vida? ¿No hay reacción? ¿Por qué preferís que alguien se hunda en el mar a tenderle la mano? ¿Cómo defendéis que vuestro corazón se haya acorazado? ¿Por qué queréis llenar este país de armas, de yo primero, de ese es de los otros, de uniformidades, de sentimientos oprimidos, de podredumbre moral? ¿Por qué queréis hacer una enmienda a la totalidad de los derechos y libertades? ¿Qué virus os han inoculado? ¿Qué está pasando? La vida, como decía aquel, puede ser maravillosa. Deteneos, mirad alrededor, reflexionad. Aún no es demasiado tarde. Jesús Félix Serrano Gómez