26 diciembre 2016

La pintura de Aurora Romera


Prefiere su jardín

Aurora Romera vive en plena selva, al sol y con la mar cercana. La selva la cobija, envuelve y no sólo la acaricia sino que la violó de niña, la penetró por todos los resquicios, anidó en sus entrañas y permanece en ella. La dejó para siempre anegada de adelfas, buganvillas, helechos, celindas, hibiscus, petunias, azaleas, lagartijas y pájaros. Aurora mira los caracoles que pasean por las hojas de la hiedra como miramos los pintores, con los ojos entornados a modo de persianas al sol.

Sin embargo, igual que si estuviera ante un espejo, la selva que prefiere pintar es la que lleva dentro. Por eso cuando pinta no es que observe sino que pare, que da a luz, que inventa.

Prestidigitadora, se saca de la manga tonos de terciopelo gastado para los filodendros o morados de «Las Siete Palabras».

Parece que prefiere su jardín interior porque conserva mejor que los de fuera la humedad del rocío, el temblor, el olor de la yerba, o esa cosa inefable que tienen los tapices de floresta cuando se nos vienen encima. Aurora sabe mucho de esto y lo cuenta muy bien.

Es gacela con el olfato fino y la sabiduría vieja de las gentes del sur. Por eso, en la aparente dulzura de sus cuadros hay siempre un hilo de amargura.  Santiago del Campo


La artista se describe

Nací en Alcalá de Guadaíra, Sevilla, en una familia de artistas. Me gusta pintar lo que me sale del alma. Soy autodidacta, pinto desde 1980 expresionismo y abstracción. Me gusta el color y la forma, vivo en el campo, me gusta pintar cuadros grandes, la medida que sea.

Me preguntan por qué pinto con un estilo expresionista y abstracto. Para mí, el arte abstracto surgió como una necesidad de prescindir de todos los elementos figurativos, para así concentrar la fuerza expresiva en formas y colores sin ninguna relación con la realidad visual. Mi maestro y amigo Santiago del Campo es mi crítico y mi estímulo.

Sorprende el dibujo, imprescindible en todas las pinturas, igualmente en la abstracción. Las formas, la colocación de colores, la fuerza que quieres imponer, los sentimientos, al fin, la sensibilidad.

Siento a veces deseos de expresar las formas que tiene una hoja, un pez con sus movimientos y el color. La esencia del color, no sé si lo conseguiré, es un factor importante en mi pintura. He estudiado a muchos pintores. Hay un cuadro de Goya que me cautiva -pintura negra-, se llama Perro semihundido, es maravilloso y hermético. La pintura es para mí una forma de ver y sentir, de vivir, de entender la vida y lo que me rodea.  
Aurora Romera Ojeda (Alcalá de Guadaira, 1937-Sevilla 2017) 


Obra pictórica
Exposición antológica, Alcalá de Guadaira, 2010
Vídeo de la artista en Grecia


La pintora retratada junto a uno de sus cuadros en junio de 2016.





23 diciembre 2016

La velocidad a la que circulan los mensajes nos deja indefensos


A veces se hace necesario echar mano del estoicismo para coexistir con todo lo que sucede a nuestro alrededor. Y esto se debe a que, más que otra corriente filosófica, el estoicismo es un modo de existir. Vivimos tiempos preocupantes, muy difíciles de asumir políticamente. La victoria de Donald Trump en EEUU, por ejemplo, casi no se puede digerir porque demuestra que lo importante no es lo que la gente haga, sino no dejar de insistir en los argumentos oportunos, ya sean verdaderos o falsos. Hace no mucho parecía imposible que algo así pudiera llegar a suceder, pero me inquieta que la velocidad de la información sea la última la razón, la que lo determine todo. La velocidad se alimenta del olvido, lo que pasa hoy ya no significa nada dentro de tres días. Nada más llegar al poder, Trump ya consiguió que se dejara de hablar de algunas barbaridades que había prometido en la campaña electoral. La velocidad de las ideas es ya más importante que su profundidad. Y esto nos deja indefensos. Gonçalo Tavares, escritor portugués

05 diciembre 2016

Síndrome de inmunodeficiencia social

La posverdad ha sido facilitada por las nuevas técnicas de comunicación. Me parece sintomático el uso que se hace de la palabra 'virilidad' en las redes. Por JOSÉ ANTONIO MARINA

Las sociedades tienen sus propias patologías. El fanatismo y la violencia, por ejemplo. Hace años, describí una enfermedad social apenas atendida. La denominé síndrome de inmunodeficiencia social. La inmunodeficiencia está bien estudiada en individuos: un organismo pierde su capacidad para defenderse contra un agente patógeno. Su sistema inmunitario deja de funcionar. Una sociedad puede también perder esa capacidad y volverse incapaz de aislar, combatir, neutralizar o expulsar los elementos dañinos. Sospecho que España padece esta enfermedad. Es la razón por la que no somos capaces de combatir la corrupción. 

Hoy quiero tratar otra manifestación de esa enfermedad que ha adquirido una virulencia especial en muchos países: la tolerancia a la mentira. Oxford Dictionaries ha elegido el término 'post-truth', posverdad, como palabra del año. Aunque existe desde hace dos décadas, ha saltado a la fama en los últimos meses. En lo que a mí respecta, por sendos artículos en 'Harvard Gazette' (julio de 2016), 'The New York Times' (agosto) y 'The Economist' (septiembre). Luego vinieron muchos más. La posverdad se define como "situación en que las emociones y creencias personales influyen más en la formación de la opinión pública que los hechos objetivos”. Mala definición si pretende definir un fenómeno nuevo, porque ese ha sido un sempiterno mecanismo de manipulación política o publicitaria. Lo nuevo es que una falsedad continúa siendo aceptada a sabiendas de que es una falsedad, y se toman decisiones basándose en ella, porque no se considera importante que lo sea. Sucedió en el Brexit y ha vuelto a suceder con Trump. Según 'PolitiFact', alrededor del 70% de las afirmaciones sobre hechos de Donald Trump eran falsas. Da igual. Christopher Robichaud, de la Harvard Kennedy School, sostiene que es cierto que Trump miente, pero que en la era de la política posverdad tal cosa no parece criticable. "Sería como criticar a un actor por decir cosas falsas”.

Se trata, pues, de una devaluación de la verdad y, paralelamente, de una devaluación de la falsedad y de la mentira. Como todos los fenómenos sociales, este tiene un larga historia, que contaré telegráficamente. El siglo XX mostró que todos los regímenes dictatoriales y todos los fanatismos defienden verdades absolutas. Se pensó que el antídoto era el pensamiento débil y un educado relativismo, menos belicoso que la pretensión de verdad. Todas las opiniones se volvieron igualmente respetables. Frente al monoteísmo de la verdad, el politeísmo de las opiniones. En los medios de comunicación se hizo cada vez más difícil distinguir entre 'hechos' y 'opinión sobre los hechos'. Incluso se piensa que los hechos no existen, solo existen las interpretaciones de los mismos. La palabra 'post-factual' es sinónima de 'post-truth'. Los expertos dicen, con un cinismo realista, que, si uno tiene el suficiente dinero, puede contratar a una agencia que le busque hechos que apoyen su idea, sea cual sea. Y, por supuesto, también puede contratar un filtro que solo le proporcione las noticias que corroboren sus prejuicios.

La posverdad ha sido facilitada por las nuevas técnicas de comunicación. Las patologías sociales se expanden como un virus. Me parece sintomático el uso que se hace de la palabra 'viralidad' en las redes. Por eso ha surgido la polémica, incluso dentro de Facebook. Según 'The New York Times', altos responsables de la compañía han discutido sobre la posible responsabilidad de Facebook en el triunfo de Trump, y la necesidad de trabajar para combatir la desinformación. Pero Zuckerberg ha recordado que esta red social no es una agencia de noticias ni un medio de información social, y que no pueden convertirse en guardianes de la verdad. Es una mera red social. Sin embargo, según el informe Pew, el 62% de los americanos recibe noticias a través de estas plataformas. Neerzan Zimmerman, que trabajó en 'Gawker' como especialista en “tráfico rápido de historias virales” (el nombre de su profesión ya es significativo), afirma: “Hoy día no es importante que la historia sea real. Lo único importante es que la gente haga clic sobre ella. Los hechos están superados. Es una reliquia de la edad de la prensa escrita, cuando los lectores no podían elegir. Ahora, si una persona no comparte una noticia, no hay noticia”. 

La tolerancia al engaño es una de las manifestaciones del síndrome de inmunodeficiencia social del que les estoy hablando. Se están intentando vacunas, como el 'fact checking', que comprueba los datos ofrecidos por los políticos. Han aparecido el FactCheck.org, PoliticFacts, The Fact Checker, en EEUU, Channel4Fact Check, Fact Check Central y FullFact en el reino Unido, 'El objetivo' de Ana Pastor en España, 'Les Decodeurs' en Francia, e iniciativas más limitadas, como el blog 'BILDblog' en Alemania, que verificaba los artículos del diario 'Bild'. Los grandes periódicos ya realizaban esta función con otro nombre. Por ejemplo, 'Der Spiegel' mantenía un equipo de 70 personas dedicado a verificar hechos, lo que supone un elevado coste económico. El 'Reporter’s Lab' de la Universidad de Duke recoge información sobre estas iniciativas. A pesar de su auge, por el momento, la vacuna no funciona porque el influjo de la posverdad es demasiado fuerte. Donald Trump ha calificado al 'fact-check' de “out-of-touch” y “elitist media-type thing” , es decir, algo desconectado de la realidad y elitista, y Michael Gove, uno de los políticos que más apoyaron el Brexit, afirmó que los expertos son un peligro, lo que suponía desacreditar el conocimiento.

La única solución que se me ocurre es defender una filosofía que crea en la verdad, lo que en este momento no es tan fácil de encontrar. Sin embargo, es posible. El síndrome de inmunodeficiencia social es un prueba más de que necesitamos reivindicar la filosofía —que trata del método para separar la verdad de la falsedad— como servicio público. 

Postdata. Cuando el artículo ya está escrito, leo un reciente discurso de Michael Higgins, presidente de Irlanda, diciendo que el mejor antídoto contra la posverdad es introducir la filosofía en las escuelas. ¡Bienvenido al club! (El Confidencial, 22.11.2016)

29 noviembre 2016

El viento de la intransigencia (o tampoco yo me siento español español)

Mi admirado Juan Cruz escribe hoy en el diario El País: "Cuando en pleno franquismo Fernando Arrabal se cagó en la Patria, el huracán de la intransigencia puso ante el pelotón de fusilamiento público al autor de El cementerio de automóviles, que era (y es) un alma de Dios, un personaje que removió el teatro español y lo hizo aún más español desde Francia. Mezclado con Goya, Lorca y Dalí, su escritura pánica era algo más que surrealismo, era el desgarramiento de un hombre que había perdido a su madre, su pasado y su tierra, en manos de los propietarios del país, y no sólo de la tierra, sino de las mentes del país.

La censura galopaba a lomos del dictador y decir Patria, esa palabra horrible, como teléfono o ascensor, que decía Pablo Neruda, parecía tabú a no ser que dijeras lo que ponía (y pone) en la entrada al cuartel de la Guardia Civil. Salvado aquel incidente (Arrabal dijo que no había escrito Patria, sino Patra, una gata inventada, para que bajara el suflé oscuro), ya la Patria se fue diluyendo como uno de los once mandamientos del fascismo. Ahora en España los distintos nacionalismos, incluido el nacionalismo de los que se dicen antinacionalistas, se han ido envolviendo en la palabra desdichada de la que siempre penden una bandera y una pistola.

Uno de esos nacionalismos está persiguiendo a Fernando Trueba, cineasta que trabajó con un español preclaro, Rafael Azcona, y que ha utilizado su cámara... para retratar España y a los españoles, porque dijo un día en San Sebastián que español español no se sentía mucho. Me permito decir que este cronista tampoco se siente español español, se siente persona, y después que las banderas ondeen como les dé la gana; a la palabra persona no le hace sombra la palabra bandera.

Los que desempolvan aquello para meter ahora más lodo en la discusión nacional han aprovechado que Trueba ha estrenado la más española de sus películas, La reina de España, para darle hasta en el carné de identidad. Desde José Antonio algunos han creído que sentirse español es decirlo, y no sentirse español es lo peor que se puede ser. Claro, ser español, se decía, es lo más serio que se puede ser. También puede ser lo más cómico. Como esto que está pasando: ¡una campaña en España, aunque provenga de los vientos más imbéciles del ultranacionalismo, contra Trueba porque dijo que español español no se siente!

La prensa internacional y el sentido común se estarán haciendo cruces; Franco no va a resucitar, pero esta gente tan audaz que desprecia al que simplemente existe en contra de sus deseos consigue que resucite un poco. Menos mal que Trueba, que nació de Billy Wilder, de Azcona, de Lorca, de Buñuel e incluso de Arrabal, tiene la naturaleza de aquellos cuya mirada divertida es capaz de caminar a lomos de la estupidez sin que ese caballo viejo le haga caer al suelo. Como dice su colega Santiago Segura, vayan a ver la película, que ese boicot que le montan se quede en la rendija mezquina por la que se quiere colar el nuevo viento de la intransigencia."

25 noviembre 2016

La violencia tribal del fútbol progresa adecuadamente

Una manada de enmascarados atacaron el lunes por la noche en Sevilla, Taberna El Papelón, a una veintena de hinchas de la Juventus al grito “Sevilla hooligans”. Durante más de cinco minutos sembraron el pánico en el recinto y dejaron tres heridos italianos por arma blanca, uno de ellos muy grave con puñaladas en el pecho y en el muslo. La acera del El Papelón quedó manchada de sangre y el ayuntamiento de Sevilla se teñirá de vergüenza si no consigue que los responsables de este raid salvaje no sean puestos ante el juez. El domingo, otro grupo de acémilas, seguidores del Zaragoza (los Ligallo y Avispero, de extrema derecha y extrema izquierda respectivamente, lo que hay que ver), contendieron a sillazos en Getafe, dirigidos los vencedores por una especie de homínido que daba órdenes de ataque o repliegue y señalaba el objetivo de las sillas voladoras. En Las Palmas, los equipos femeninos de Las Coloradas y Las Majoreras se liaron a trompazos por un penalti, con la participación paulatina pero entusiasta de los aficionados.

Son hechos de distinta gravedad; pero su simultaneidad, como Jung nos enseñó, indican una grave perturbación en el entorno del fútbol. La exasperación social conduce a grupos de jóvenes a utilizar el fútbol como pretexto para desatar la violencia. Las tribus de ultras se citan para atacarse como animales o merodean para tender una emboscada salvaje a los seguidores rivales. Las instituciones, preparadores y entrenadores de los futbolistas rehuyen prestar cualquier tipo de instrucción vital a los jugadores que no sea el señuelo del dinero (Koke: “Eres un maricón”. Cristiano Ronaldo: “Sí, pero forrado de pasta, cabrón”; en este diálogo de besugos está todo, la elegancia de unos y la ostentosa finalidad del deporte para otros).

La violencia tribal en el fútbol se combate en España con un remedio secular: una baba espesa de palabrería que se condueles del delito salvaje pero que nunca consigue evitarlo. Cuando murió el hincha del Deportivo en Madrid (Francisco José Moreno Taboada) los ciudadanos fueron obsequiados con una retahila interminable de promesas de intervención, medidas inmediatas y enfáticos compromisos de acción política. Pero esto no mejora. Después de que una manada de bestias enviarán a tres personas al hospital y a una de ellas a la UVI, la Liga de fútbol todavía se pregunta si debe presentar una denuncia en Comisaría y el presidente del Sevilla retoliquea: “Hemos mostrado nuestra repulsa por lo acontecido en estos incidentes”.

¿Es esto todo lo que se puede hacer? Una respuesta afirmativa significaría entregar las ciudades en fechas fijas a bandas de cretinos vesánicos que en otros tiempos hubieran sido lectores del Volkischer Beobachter. La violencia ultra en el fútbol es un problema de Estado. Exige una acción policial competente y clubes implicados en la persecución de los violentos. ¡Ah! y dar de leer a los (las) futbolistas. Si es necesario, se les enseña antes. (Jesús Mota, El País, 24.11.16)

24 noviembre 2016

13 noviembre 2016

Nos hemos cargado internet

Ha llegado el momento de hacer unas preguntas incómodas sobre la relación del hombre con la tecnología. Repaso a todo lo que han conseguido los odiadores en la red. Por Ana G. Moreno 

Revista BUENAVIDA, 13 de noviembre de 2016

Ángela llevaba 6 años en Twitter antes del incidente. La biotecnóloga había hecho uso de la herramienta con satisfacción: para informarse, entretenerse, opinar... Pero nunca, hasta el pasado mes de octubre, había bebido del jugo más amargo de la red. Ocurrió tras el reciente fallo de los premios Nobel. Ella solo aportó un dato: “Los Premios Nobel de este año han reconocido a siete científicos, dos economistas, un político y un músico. Once galardones = cero mujeres”. Tras darle al botón de ‘tuitear’, entró a una sala de cine a ver un documental. Al terminar y encender el móvil, su cuenta, de algo más de 4.000 seguidores, echaba humo. Entre las notificaciones, amenazas de muerte y violación, burlas machistas (“os darán un Nobel cuando inventen el de la fregona”) e imágenes intimidatorias. Decenas, cientos de ellas, emitidas desde el anonimato pero para un público masivo (en Twitter hay 500 millones de usuarios). La joven, abrumada, hizo fotos a cada uno de los mensajes e imprimió los más inquietantes. Con una pila de diez folios, se dirigió a la comisaría para poner una denuncia. “El policía que me atendió no daba crédito”, cuenta a BUENAVIDA. El caso está siendo investigado. Y Ángela no se ha marchado de Twitter: “Sería dejar ganar a este grupo de indeseables”.


¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La velocidad con la que prende el odio es solo uno de los grandes problemas que están arruinando la Red, un invento maravilloso que nació con la pretensión de poner el mundo patas arriba, para convertirlo en un espacio más creativo, participativo, igualitario y, en definitiva, mejor. Andy Stalman, autor del libro Humanonffon y ponente en las últimas jornadas de El Ser Creativo, asegura que estamos en un momento crítico donde todo aún es reconducible: “Internet es una herramienta neutra. De nosotros depende que sea de destrucción o construcción masiva. De momento, parece que hemos tomado el camino erróneo, al optar por la distracción y la comodidad. Es el miedo al cambio de paradigma. Hay que hacerse nuevas preguntas. Los mapas viejos no valen. Y aún estamos a tiempo. El hombre se bambolea entre trascender y la insignificancia. Debemos decidir qué legado queremos dejar”, cuenta el experto en márketing humanista. Estes es uno de los puntos clave que toca resolver con urgencia: un paseo por el lado más oscuro de la Red.

Los trolls nos invaden

El caso de Ángela no es un incidente aislado, sino el estatus quo del mundo ‘online’, según defiende Jaron Lanier, escritor e informático, autor del ensayo ‘Contra el rebaño digital’. Un estudio del Centro de Investigaciones Pew(Washington, EE UU) publicado en 2014 desveló que el 80% de los sujetos de entre 18 y 24 años habían sido avergonzados en algún momento en la Red, mientras que el 26% de las mujeres de esa edad se habían sentido acosadas en el mismo entorno. Las féminas son un blanco recurrente, hasta el punto de que escritoras feministas como Amanda Hess, de The New York Times, han llegado a declarar que las mujeres ya no son bienvenidas en Internet. Pero cualquier excusa es válida para que este ejército de ‘termitas’ humanas se ponga en pie de guerra, como recuerda Janier, que hace alusión al relato ‘La lotería’, de Shirley Jackson, la historia de un plácido pueblecito donde echan a suertes qué individuo será lapidado cada año. “La cultura del sadismo ‘online’ tiene su propio vocabulario y se ha popularizado. La palabra ‘lulz’, por ejemplo, alude a la satisfacción de ver sufrir a los demás en la nube”, cuenta en su manifiesto. Y puede cebarse con cualquiera.

“Internet es una herramienta neutra. De nosotros depende que sea de destrucción o construcción masiva". —Andy Stalman, experto en identidad y ‘branding’

La Universidad de Columbia (EE UU) ha investigado en la personalidad de estos acosadores para señalar tres características comunes: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía subclínica (sin síntomas evidentes). Como recuerda el experto en cultura digital Andrew Keen en Internet no es la respuesta, Tim Berners-Lee, creador de la web allá por 1990, no se ha inventado el odio y a sus transmisores, faltaría más. El ser humano odiaba mucho antes de la Red. Pero Internet ha amplificado cada uno de estos mensajes, para convertirse, en palabras del profesor de Periodismo de la Universidad de Nueva York Jeff Jarvis, en el refugio perfecto para “una plaga de troles, pedófilos, acosadores, locos, impostores y gilipollas online”. La causa de este auge podría ocultarse tras un estudio de 2013, realizado por laUniversidad de Beihang, en Pekín (China): la emoción que se propaga con mayor rapidez por las redes sociales es la ira, seguida, con mucha distancia, por la alegría. A juicio del profesor de psicología Ryan Martin, de la Universidad de Wisconsin, el odio es viral “porque somos más dados a compartir con desconocidos la indignación que la dicha”.

El anonimato es clave para que prenda la mecha. Olga Jubany, antropóloga e investigadora de la Universidad de Barcelona, que ha coordinado un estudio sobre el discurso de odio en la Red para varias instituciones europeas, afirma que si bien esta ocultación de la identidad ha permitido la complicidad positiva de muchas personas, es también una coraza de otros sujetos para disparar palabras sin responder por ellas. “El discurso de odio es un delito y el perpetrador no debería poder esconderse bajo un seudónimo”, afirma. Y señala uno de los problemas fundamentales con los que se encuentran los fiscales especializados en estos casos: la negativa de las grandes plataformas digitales de aportar los datos de sus usuarios. “Nosotros llevamos a cabo un ensayo, poniendo 100 denuncias en Facebook por mensajes que contenían palabras de odio inequívocas. La compañía respondió en menos de 24 horas, pero de los 100 mensajes racistas solo 9 fueron retirados”. La investigadora lamenta que esa dejación ha permitido que las víctimas del acoso online lo asuman como algo normal, y no denuncien. Lo corrobora un reciente estudio de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales: entre el 60 y el 90% de las víctimas de delitos motivados por sentimientos de odio no denuncian su caso ante ninguna organización.

Entidades como la Asociación Nacional de Afectados por Internet en España asesoran a las víctimas en esta odisea. Manuel Carlos Merino, director su equipo legal, recuerda que el insulto no está amparado por la libertad de opinión ni expresión, y anima a denunciar siempre que se sea objeto de este comportamiento delictivo. “Representamos a amas de casa, abogados, médicos, estudiantes, deportistas, empresarios… Cualquier persona está expuesta”, asegura, con especial vulnerabilidad de los niños y adolescentes. “Es importante una labor de supervisión y control de los padres sobre lo que su hijo hace en Internet, pues es una etapa sensible para el desarrollo en la que importa mucho la opinión de los demás”, alerta. Casos tan lúgubres como la ola de suicidios sucedida en 2013 entre usuarios de la red púber de preguntas y respuestas Ask.fm le dan la razón. Entre las últimas víctimas, una joven de 14 años de la comunidad inglesa de Leicestershire, que se ahorcó tras recibir este espeluznante comentario: “Muérete, todos nos alegraríamos”...

10 noviembre 2016

La política espectáculo y el papel de los medios

Por MILAGROS PÉREZ OLIVA

Es difícil que pueda surgir hoy un liderazgo político potente al margen de los medios de comunicación. Donald Trump no era un desconocido. Tenía ya una imagen pública consolidada, su relación con los medios había sido tan intensa que hasta había salvado su imperio gracias a ellos. Sabía cómo utilizarlos y lo hizo. Ya en las primeras fases, las primarias republicanas, Trump se hizo con un lugar preeminente en el espacio mediático a base de romper las reglas de corrección política y desafiar al statu quo con propuestas que ponían en cuestión consensos de amplias mayorías, como el cambio climático. Faltó al respeto, insultó y mintió, y cuanto más histriónico y más transgresor se mostraba, más espacio ocupaba en los medios. Que hablen de mí aunque sea mal. En esa estrategia colaboraron tanto los medios y programas serios como los sensacionalistas. Todos contribuyeron a construir el personaje.

Algunos analistas y responsables de medios han lamentado retrospectivamente no haberse dado cuenta de que dando tanta cobertura a sus excentricidades le ayudaban a proyectar la imagen que él quería: la del que se atreve a pegar la patada al tablero. Pero, en la sociedad de la información, el silencio ni siquiera es una opción. Difícilmente podían dejar de hablar de Trump. Las dinámicas informativas que genera la competencia por la audiencia llevan a primar lo que se sale del cauce, de la norma, lo más impactante o delirante, y en política siempre sacan más rendimiento de los extremismos que de la moderación. Trump era el mejor candidato para la dinámica de la política espectáculo. Incluso cuando lo criticaban lo estaban legitimando ante quienes lo que les pide el cuerpo es darle una patada al tablero. Y todos los que les despreciaban contemplaron atónitos cómo desbancaba uno a uno al resto de candidatos republicanos, cómo se hacía con la nominación y cómo iba subiendo en las encuestas hasta igualarse con Hillary Clinton.

Cuando se vio que era una amenaza, la prensa seria reaccionó. Los diarios de referencia se lanzaron a desenmascarar al personaje, su machismo, sus mentiras, sus bravuconadas racistas. Publicaron algunas de las mejores muestras del mejor periodismo. Pero ya era demasiado tarde. En esta campaña hemos visto cómo están cambiando los mecanismos de creación de opinión pública. Los medios de referencia siguen teniendo una gran influencia sobre el establishment, pero generan desconfianza en sectores cada vez más amplios que los rechazan porque los consideran parte de las élites económicas y políticas que los ignoran.

Trump ha explotado como nadie la desconfianza de la gente que tiene miedo al futuro, que prefiere a alguien que le hable en su lenguaje, con ideas simples y contundentes, aunque sean falsas, que afrontar la complejidad del mundo cambiante que aparece en los medios. Y para eso, las redes sociales son el complemento ideal porque permiten procesos de identificación tribal, mundos compactos, cerrados, con enemigos que combatir y líderes arrogantes con los que identificarse. Solo hay que hacerse de la tribu para escuchar lo que se quiere oír.

28 octubre 2016

La picaresca española

JENNIFER SÁNCHEZ
Carta al Director de El País del 25 de octubre de 2016

Criticamos ferozmente la corrupción y el amiguismo de las altas esferas de nuestro país sin darnos cuenta de que son el reflejo de una sociedad en la que se valora la picardía por encima de la honestidad. Esa cultura de “tonto el último” tan arraigada en España nos lleva a pensar que, en realidad, no está tan mal utilizar los medios que estén a nuestro alcance en beneficio propio, simplemente se trata de ser espabilado. Este pensamiento, que llevamos arrastrando desde la época feudal, se ve reforzado por clásicos de nuestra literatura como El Lazarillo de Tormes o La Celestina, libros que, por cierto, son de lectura obligatoria en las escuelas.

Casos de corrupción política como los que continuamente se reproducen en nuestro país serían impensables en otras sociedades en las que este tipo de actitudes son totalmente reprobables. Aquí nos quejamos de lo que otros hacen, pero repetimos el mismo esquema en nuestras acciones cotidianas, siempre tratando de buscarle el truco a cualquier sistema. Es algo que tenemos tan interiorizado que, pese a que lo condenamos abiertamente, en el fondo, muchos piensan: “Si pudiera, yo también lo haría”.— Jennifer Sánchez. Barcelona.


26 octubre 2016

Documentos TV: Homofobia en España


TVE emitió anoche a la 1 de la madrugada (obviamente para asegurarse una pobre audiencia) este magnífico documental sobre la homofobia en España. Desgarrador y emocionante, es de visión y difusión obligada para estudiantes, educadores, enseñantes, psicólogos, y demás conciudadanos en nuestro país. Documentos TV. Homofobia en España: Diario de las víctimas. (52 minutos)

15 octubre 2016

Escuchemos a Nicholas Carr

07 octubre 2016

Derretida_El Roto


03 octubre 2016

TED Talks

TED Talks, las charlas con más de 2.000 millones de visualizaciones en Internet

Por Zuberoa Marcos | 02-10-2016

Una inscripción en el frontispicio del edificio que albergaba la academia fundada por Platón en Atenas advertía: “Aquí no entra nadie que no sepa geometría”. Así de en serio se tomaba el filósofo griego las matemáticas, aunque en su academia, además, se enseñase también medicina, retórica y astronomía. La influencia de aquel centro de pensamiento nacido hace casi 2.500 años puede rastrearse en la cultura occidental hasta hoy, a pesar de la precariedad de las fuentes documentales que han sobrevivido. Un problema que no tendrán seguramente quienes, dentro de un par de milenios, quieran acceder al saber de estos inicios del siglo XXI. Bastará con que repasen de forma exhaustiva la colección de charlas TED Talks para tener ante sus ojos un compendio de algunos de los pensadores y pensadoras más brillantes -y originales- de nuestros días.

TED nació como una idea del arquitecto Richard Saul Wurman en 1984 para mostrar la convergencia entre la tecnología, el entretenimiento y el diseño (iniciales que conforman el acrónimo TED). La primera conferencia incluyó la presentación del por entonces revolucionario disco compacto de Sony y una demostración del primer Macintosh, el polémico ordenador que provocaría el despido de Steve Jobs de Apple, la compañía que él mismo había fundado. Aquella primera charla conserva su valor histórico, pero resultó un fracaso económico. Tanto que hasta seis años después nadie se animó a resucitarla. La década de los noventa fue la del despegue y consolidación de las conferencias TED, pero su influencia a nivel mundial no era todavía relevante: sólo podían asistir unos pocos socios, quienes pagaban un precio muy alto por escuchar a los grandes gurús de la tecnología.

El cambio definitivo llegó con Chris Anderson, figura clave de los medios de comunicación digitales (fundó Future Publishing y la web IGN), quien adquirió TED Conference en 2001 con el objetivo de convertirla en un fenómeno global. En una entrevista publicada en 2012, Anderson describía así el cambio: “Eran 800 personas juntándose una vez al año; ahora son un millón de personas viendo las charlas TED online cada día”. La tecnología, el entretenimiento y el diseño dejaron de ser los únicos temas y el repertorio se amplió a tantos quehaceres humanos como fuera posible imaginar: medicina, robótica, astrofísica, biología, música, computación… Si es una idea que merece la pena ser difundida, como asegura el lema de TED, puede encontrar su hueco.

El formato de las conferencias es siempre el mismo: duran un máximo de 18 minutos (esta duración fue elegida porque el famoso discurso de Martin Luther King “I have a dream” duraba 17 minutos y 30 segundos), están apoyadas por medios audiovisuales, son grabadas con varias cámaras y los ponentes -de pie y solos en el escenario- no utilizan notas. Las charlas son difundidas de forma gratuita a través de Internet, tanto en la web de TED como en YouTube (en 2016 superan los dos mil millones de visualizaciones en ambas plataformas), así como en NetFlix o i-Tunes. Y la organización ha crecido con franquicias TEDx que se realizan de forma independiente con pensadores locales por medio mundo.

TED puede continuar creciendo porque la imaginación y la inteligencia humanas también lo seguirán haciendo, y su forma de difundirlas se adaptará a las nuevas tecnologías como la realidad virtual. Anderson es optimista respecto a lo que nos espera: “El futuro no es un destino que ya está escrito y al que nos veremos empujados. Es una página en blanco que estamos escribiendo colectivamente”. Algunos, como él, se preocupan de que juntos hagamos buena letra.

28 septiembre 2016

Un país hipócrita

31 julio 2016

José Ortega Díaz, fotógrafo del campo

José Ortega Díaz (Calañas, Huelva, 1987) es un joven aficionado a la fotografía, natural de la Sierra del Andévalo onubense. Mientras realiza labores campestres, se vale de la cámara de su teléfono móvil para captar, con inteligencia poética, encuadres sugerentes. Al fotografiar su hábitat natural, logra transmitir la quietud de un entorno en armonía consigo mismo. Campero de pocas palabras, sabe, sin embargo, expresarse con imágenes rebosantes de lirismo. Entre faena y faena, consigue aliviar la monótona soledad del hombre de campo echando mano de la cámara y plasmando paisajes de una belleza inaudita, sobrecogedora.




















27 junio 2016

Desintoxicación Digital / Digital Detox

Aparque su móvil y recójalo al salir

Un campamento de verano para adultos, con actividades, talleres, baile… y sin ningún dispositivo a mano. Cada vez surgen más propuestas para desintoxicarnos de lo digital. Al menos por un rato.

Por EVA CATALÁN

Nada más llegar a Camp Grounded (algo así como Campamento para castigados), un conjunto de cabañas en el bosque de Mendocino, a 250 kilómetros al norte de San Francisco, un puesto de desintoxicación tecnológica recibe a los visitantes. Allí, dos personas vestidas con un mono blanco "confiscan" móviles y dispositivos varios. Desprovistos de aparatos electrónicos, sin poder decir su nombre real o hablar de sus profesiones, los campistas se encuentran con una increíble variedad de actividades analógicas con las que pasar los cuatro días de estancia, por los que han pagado 600 dólares. Talleres de origami, tiro con arco, fabricación de velas, bordado, lecciones de hip-hop o baile de salón, cuerda floja, ukelele… Camp Grounded es una especie de paraíso hippy en el que olvidarse del continuo ruido de las redes sociales, los correos electrónicos y los mensajes instantáneos, donde desconectarse para reconectar, como reza su lema. O una pesadilla para los aquejados de mapa, individuos con miedo a perderse algo en las redes (FOMO en inglés, Fear Of Missing Out). 

 
Zona libre de dispositivos

"La idea no es sólo dejar la tecnología por unos días, sino aprender a estar en el momento. No puedes usar el móvil para rellenar un silencio incómodo, o hablar de tu trabajo, o dar tu nombre, porque no queremos que el campamento se use para relacionarse o trabajar en la red. Tampoco se puede beber alcohol ni consumir drogas," explica Kelsey Freeman, de Digital Detox, la organización que pone estos campamentos en marcha. "Puedes estar hablando con el presidente de una compañía, o con un artista… y no lo sabes. Puedes ser tú mismo, sin muletas de ningún tipo."

Mark Koberg, productor televisivo de Los Angeles en la treintena, descubrió su dependencia de esas muletas hace siete años. Atravesaba un momento tan intenso en su trabajo que perdió la vista en un ojo. Para rebajar el estrés, acudió a un retiro de meditación que exigía prescindir de todo dispositivo. "Me ayudó a percibir ese impulso, totalmente involuntario, de mirar a mi pantalla, a reflexionar sobre por qué lo hacía y por qué me sentía tan mal sin poder hacerlo. La mayoría de la gente no es consciente de lo que nos hace la tecnología hasta que no se da cuenta de cómo la echa de menos." Gracias a la meditación, Mark se recuperó del ojo. Hoy da clases de Medios Digitales en la Universidad del Sur de California, y a sus alumnos les propone todos los años un "ayuno" de dispositivos de cinco horas. "Muchos no son capaces de cumplir el plazo," asegura.

"Yo ya había hecho mi propio proceso de desintoxicación, eliminando todas las aplicaciones de redes sociales por un tiempo," explica Katie Scoggins, terapeuta de San Diego de 25 años. Acudió a Camp Grounded con ganas de unas vacaciones divertidas y se encontró con "la experiencia curativa más intensa de mi vida." Lo de no poder usar el móvil fue lo de menos. "Había tanta actividades y gente por conocer que casi ni me acordé del teléfono." Solo en un par de ocasiones sintió el impulso de buscar algo en Google. "estamos tan acostumbrados a tenerlo en la palma de la mano que es realmente extraño tener que acortarte de algo por ti mismo," coincide Christopher Williamson, un profesor de informática de 46 años que participó en Camp Grounded el otoño pasado. "Como no hay relojes ni horarios, a veces es complicado organizarte", explica. Aunque no se considera adicto ("soy una de esas personas que tarda un día en contestar un mensaje de texto"), le apetecía estar rodeado de personas que estuvieran totalmente presentes. "No soporto la gente que es incapaz de tener una conversación sin mirar el móvil. Tengo una hija de 15 años y a veces es muy frustrante competir con el aparato por su atención."
Tanto ha aumentado la demanda de desconexión, de una vida más lenta, y tan difícil es poder hacerlo durante el día a día, que cada vez más, nuestros destinos vacacionales usan como reclamo no tener cobertura. Existen buscadores específicos de lugares sin internet, como digitaldetoxholidays.com. La oferta es amplia: desde aventuras en velero por la costa de Maine hasta cabañas en el desierto de Arizona, desde establecimientos de cuidada arquitectura y oferta gastronómica hasta refugios más rústicos y espirituales.

La compañía Digital Detox, que que empezó con grupos de 10 personas, organiza ya campamentos en cuatro estados norteamericanos, California, Tejas, Carolina del Norte y Nueva York, que reúnen a unos 300 participantes de media. Mark está a punto de marcharse a uno de ellos; todos los años dedica unos días a desintoxicarse. Christopher piensa repetir. Ninguno pretende deshacerse definitivamente de sus teléfonos, pero estas curas intermitentes les ayudan a llevarse mejor con ellos. "Realmente te animan a ser más humano", reflexiona Katie, que ya va por su tercer campamento. Desconectarse para reconectar: la gran paradoja de nuestro tiempo.
El País Tentaciones, nº 14, julio 2016
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16 junio 2016

Peligro: Homofobia

El atentado de Orlando es la expresión de un odio al que muchos contribuyen

El terrible asesinato de 49 personas en un club gay en Orlando (Estados Unidos) ha puesto de manifiesto hasta qué punto el colectivo homosexual se encuentra amenazado incluso en sociedades que se consideran avanzadas en materia de libertades y derechos civiles. Aunque en los últimos años se han producido progresos importantes, con el reconocimiento del matrimonio homosexual en varios países y la aprobación de leyes que castigan las conductas discriminatorias, el colectivo formado por gais, lesbianas, transexuales y bisexuales vive todavía en muchos lugares bajo la amenaza de la homofobia, que lejos de retroceder cobra ahora nuevos bríos con el impulso del radicalismo islamista.

Cualquiera que fuera la motivación íntima que llevó a Omar Mateen a disparar, no hay ninguna duda de que la salvaje matanza, reivindicada por el Estado Islámico, forma parte de la batalla que el islamismo radical mantiene por imponer su retrógrada visión del mundo. Esta manifestación extrema de odio y homofobia forma parte de una realidad en la que aún hay 74 países en el mundo que castigan las relaciones homosexuales con penas de prisión y 13 con la pena de muerte por imposición de la sharía o ley islámica.

El Estado Islámico se ha mostrado especialmente cruel y ha convertido la homofobia en arma propagandística. Pero conviene no olvidar la responsabilidad que en este estado de cosas tiene un país como Arabia Saudí, con el que Occidente mantiene excelentes relaciones, como financiador y difusor de la corriente más rigorista del islam que promueve este tipo de persecuciones. Hay también otros países, como Rusia, en los que no se llega a ese extremo, pero donde los homosexuales viven aterrorizados bajo un régimen de desprecio y rechazo alentado por las propias instituciones. El conjunto dibuja un panorama desolador.

Tampoco las sociedades occidentales avanzadas están libres de culpa. En ellas aparecen comportamientos y mensajes que alimentan la homofobia y contribuyen a expandirla como una conducta normalizada y hasta legítima. Cuando el Vaticano, a pesar del discurso aperturista del Papa, rechaza al embajador que había propuesto Francia por ser homosexual, contribuye a la homofobia. Y también lo hace el Gobierno de François Hollande cuando acepta este veto sin oponer resistencia. El cardenal Cañizares es libre de defender cuanto quiera a la familia tradicional católica, pero cuando culpa del asedio que en su opinión sufre a “la acción del imperio gay”, está alimentando sentimientos homofóbicos. Este tipo de manifestaciones forma el sustrato que más tarde se manifiesta en forma de agresiones a homosexuales como las que se han vivido recientemente en Madrid.

No es cuestión de tradiciones culturales o mentalidades retrógradas. Tampoco de tolerancia: se tolera lo que no se acaba de aceptar. Es cuestión de derechos individuales. Si un ciudadano se siente perseguido, no puede decirse que sea libre. Algunos parlamentos autonómicos han aprobado leyes de diferente alcance contra la homofobia. Sería bueno que el próximo Gobierno promoviera una legislación estatal que proteja a este colectivo.
El País, jueves 16 de junio de 2016
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05 junio 2016

La publicidad española, en español.

La RAE alerta sobre la rendición de la publicidad en España a los anglicismos con una magnífica campaña




La experiencia es un grado. Y eso todo el mundo lo sabe. Por eso la campaña que ha lanzado la Real Academia Española de la Lengua en colaboración con la Academia de la Publicidad debería calar muy hondo. Por varias razones: porque, como bien bien recuerda en el vídeo, la RAE, no es una start-up y tiene más de 3 siglos de experiencia, y de grados; porque el argumentario de la campaña, que sostiene la tesis de que el uso del inglés en la publicidad esta ahogando al español, es sólido como las aspas de un molino de Catilla-La Mancha; y sobre todo porque el español no tiene nada que envidiarle al inglés.


Eco-friendly, light o cleaning power. Son solo algunos de los anglicismos más utilizados en la publicidad como reclamo para los consumidores. La RAE y la Academia de la Publicidad se han propuesto luchar contra su uso excesivo mediante un anuncio propio, que evidencia la profusión del léxico procedente del inglés en los anuncios publicitarios. Un coche con direct-assist no se desliza mejor que uno con dirección asistida. Entregar un report en el trabajo no es más productivo que entregar un informe. O una crema anti-age no rejuvenece más que una antiedad. Bueno, quizás en este caso tanto uno como otro no cumplen su enunciado a rajatabla. Una lavadora con detergente new formula no lavará mejor que uno con nueva fórmula. Pero sobre todo, unas gafas de sol blind effect, por muy bonito y elegante que suene el apodo, no sirven para nada. Sí, la permeabilidad de las lenguas siempre ha existido de forma natural en cualquier idioma, pero hace falta darse cuenta de que el español es nuestro patrimonio y nuestra lengua materna. Y “lengua madre no hay más que una”.
PD: Y a una tableta no hay que llamarla table.

18 abril 2016

Estampas universitarias en la era digital

11.35h. Un día lectivo. A través del pequeño ventanal circular de la puerta del aula se podía contemplar la siguiente escena: unos quince o veinte  alumnos están sentados en las filas traseras mientras la profesora imparte su docencia. Dos parejas de chicas charlan animadamente entre risitas; unos seis o siete alumnos, con el cuello inclinado hacia abajo, wasapean compulsivamente; otro estudiante se divierte con un videojuego de fútbol que tiene abierto en la pantalla de su portátil. Evasión en el aula. El tiempo de ocio se superpone al tiempo de formación sin solución de continuidad. El espacio académico es ahora, para algunos estudiantes universitarios, la prolongación del espacio de diversión. Las omnipresentes pantallas actúan como elementos de distracción. Parece que la predicción de Einstein ha terminado por cumplirse.

En la actualidad, si entra usted en una biblioteca universitaria, comprobará que aproximadamente la mitad de los estudiantes allí sentados están mirando la pantalla de su teléfono. Unos leen prensa deportiva, otros se entretienen con un juego online, algunos arrastran las actualizaciones de su facebook con el dedo, y la mayoría wasapea animadamente con amigos y familiares. La distracción es una tentación irresistible en estos tiempos en los que tanto cuesta mantener la concentración ante tanto estímulo exterior. ¿Salones recreativos 2.0? Muchos estudiantes se ven incapaces de desconectarse del mundo virtual y aplicarse a una tarea intelectual única. (Esta dificultad para la concentración también la observo en las salas de cine donde algunos espectadores ya no pueden mantener la atención para seguir una historia visual durante 90 minutos y chequean su móvil luminoso cada dos por tres.) cmg2016

11 abril 2016

Educación electrónica

Por CARLOS MARTÍN GAEBLER


Hoy en día, cualquiera que tenga en sus manos un dispositivo electrónico de telecomunicación sabe cómo usarlo, tan intuitivos son, pero no existe manual de instrucciones alguno que le enseñe cuándo usarlo y cuándo no. En esta columna reflexiono sobre nuestra forma actual de comunicarnos y relacionarnos socialmente.

Si bien es comprensible el uso simultáneo de sistemas de telecomunicación en momentos de ocio al aire libre, mientras cocinamos o hacemos alguna tarea del hogar, hay otros momentos en los que nuestro interlocutor requiere de nuestra atención en exclusiva, como cuando almorzamos con un amigo o familiar al que hace tiempo que no vemos, cuando ejercemos un trabajo de vigilancia o supervisión, cuando asistimos a una obra de teatro, escuchamos una orquesta de música clásica o prestamos atención a un profesor en el aula. Es una cuestión de respeto. Ultimamente he comprobado que, además de por el lógico y progresivo envejecimiento neuronal, otro de los motivos por los que en la actualidad algunos adultos tienen tanta dificultad para aprender un idioma extranjero es por el déficit atencional que les provoca el estar pendientes de recibir una llamada o un mensaje de texto durante una clase. Esta ansiedad hace que su cerebro esté distraído, falto de la necesaria concentración para asimilar lo que oye o que ve.

Familia empantallada
También está desapareciendo entre muchos jóvenes la capacidad de concentrarse en algo durante un tiempo, y esto los docentes lo percibimos a diario. Muchos usuarios de la red, en su dispersión, no pueden fijar la atención. Algunas nuevas tecnologías producen, de hecho, una pérdida de tiempo pues nos hacen excesivamente dependientes de lo inmediato. Los psicólogos hablan ya de la ansiedad producida por el miedo a perderse algo (MAPA) en el whatsapp o en las redes. ¡Qué difícil nos resulta prescindir del control de nuestro entorno y zafarnos del yugo de la conectividad permanente! Algunos viven enchufados, o empantallados, como diría Elvira Lindo, sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor ni a las personas que les rodean cuando comen o viajan, por ejemplo. Las compañías de telefonía móvil han conseguido finalmente que hayamos aprendido a vivir sin saber esperar y nos han creado la necesidad de consumir productos con los que se lucran.

No prestamos atención a la realidad circundante cuando vamos en el autobús o en el metro, y así no nos vemos impelimos a pensar en la sociedad injusta y defectuosa que nos rodea. Pensar es necesario para construir un mundo mejor. Y cuanto menos pensemos mejor para el poder establecido. Caminamos por la calle distraídos, sin alzar la vista, cual autómatas, absorta nuestra mirada en una minúscula pantallita centelleante de letras animadas en continuo movimiento. Nos sentimos frustrados porque nuestro interlocutor no nos preste la atención que merecemos. Vivimos en la era de la distracción.

Vivimos hipercomunicados a distancia con otras personas, pero desconectados de nosotros mismos. Nos conformamos con una interacción de bajo coste, tanto emocional como lingüística. Predomina la telecomunicación frente a lo que me gusta llamar cercacomunicación. Se chatea o teclea para evitar hablar por teléfono o ver cara a cara mediante videoconferencia.

¡PARE DE TECLEAR!
A su vez, esta sobreutilización de las tecnologías de la telecomunicación ha producido una evidente degradación de muchos oficios. A diario vemos cómo, por ejemplo, socorristas, vigilantes, conductores de autobuses, ambulancias o taxis, policías de patrulla, obreros de la construcción, dependientes de tiendas, cuidadores de ancianos, enfermeros, médicos, etc. no tienen reparo en mantener teleconversaciones textuales privadas con amigos o familiares durante su horario laboral o mientras conducen un vehículo. Parece haberse perdido también la paciencia contemplativa, fenómeno este que se observa sobre todo en museos, en exposiciones o en cines.

Quienes me conocen saben que no soy ningún tecnólogo, pues me sirvo a diario de las tecnologías de la telecomunicación, tanto en mi vida personal como profesional. Pero no me considero un esclavo de las mismas. Afortunadamente, vivo el día a día desenchufado y con la mirada atenta a lo que ocurre a mi alrededor y a las personas que me rodean. No considero la tecnología como la panacea para resolverlo todo, como ocurría en la pesadilla orwelliana.

Precisamos buenos modales tecnológicos para hacer frente a esta nomofobia (pánico a quedarse sin móvil). Un ejemplo ha sido la reciente conversión de algunos vagones del AVE en espacios silenciosos o la prohibición de conducir hablando o tecleando por el móvil. Estos días se publican libros sobre la dieta digital para no caer en excesos tecnológicos o vídeos que nos animan a levantar la mirada del teléfono móvil para apreciar la realidad circundante. 

Luis Aragonés le espetó un día al jugador Sergio Ramos en un entrenamiento de La Roja:“¡Haga usted el favor de dejar el móvil de los cojones y hable con sus compañeros!” La telecomunicación ha llegado para quedarse, de acuerdo, pero, ¿le estamos dando el mejor de los usos? ¿Tendrá algo que ver la desaparición de la asignatura Educación para la Ciudadanía con este no saber estar de algunos? ¿Quién nos educa para no abusar de la tecnología? cmg2014

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