28 marzo 2023

La lluvia en Sevilla es una maravilla, pero los paraguas...

La lluvia en Sevilla es una maravilla, pero los paraguas...

Si al Teatro de la Maestranza con paraguas has de llegar, unos sabios consejos le daría sin faltar.

Llegue tranquilo al vestíbulo,

salude educadamente.

Besos, abrazos, bla, bla, bla...

Pero cuando suene la música que el espectáculo suele anunciar,

apresúrese enseguida y encuentre raudo su localidad.

Ahora viene lo más fácil,

se lo digo de verdad.

Por todos los santos del cielo que rodeados de música están,

ponga el paraguas en el suelo tendidito y ya está.

Dispóngase relajado todo enterito a gozar, 

pues está visto y comprobado

que su querido paraguas de ahí no habrá de pasar.

Gracias le doy de antemano,

pues duda no ha de quedar que cumplirá con agrado

todo esto y mucho más.

Mire que estoy respaldada y represento a muchos, muchísimos más,

tantos que algunos ilustres, como Beethoven y Brahms,

me inspiraron este desesperado compás.

Deje el paraguas en el suelo

que nada le ha de pasar.

Me despido con cariño, confiada, una vez más,

en que el sentido común y la buena voluntad

deben siempre triunfar.

Melómana y sufridora

a sus pies rendida está.

Y en el próximo concierto,

¡todo el mundo a disfrutar!


REYES LÓPEZ HERNÁNDEZ (2000)

26 marzo 2023

Religión fuera de la escuela: respetar la libertad de conciencia de los menores

Por ENRIQUE JAVIER DÍEZ GUTIÉRREZ

El País, 25 de marzo de 2023

Es incomprensible cómo los distintos gobiernos en España siguen manteniendo los acuerdos posfranquistas con el Vaticano, la enseñanza confesional en la escuela y no frenan las inmatriculaciones de bienes públicos por parte de la iglesia católica, dejando que pervivan e incluso resurjan y se expandan muchos restos del nacionalcatolicismo de la dictadura en España. Como católico practicante coincido con el reconocido teólogo Juan José Tamayo quien analiza en su libro La Internacional del Odi el cristoneofascismo, la alianza entre el neofascismo legitimado por el capitalismo y el fundamentalismo integrista religioso apoyado por una parte de la jerarquía eclesiástica española.

Este impulso del cristoneofascismo hispano coincide con la acelerada expansión de las iglesias evangélicas neopentecostales. Sus pastores y telepredicadores, a través de emisoras de radio y televisión, son promotores del “voto evangélico” ultraconservador. En Latinoamérica, donde llevan años expandiéndose, se han situado en cargos legislativos y locales, vinculados casi siempre a espacios de derecha y ultraderecha, para combatir la ampliación de derechos como la interrupción voluntaria del embarazo o el matrimonio igualitario e impulsar una agenda claramente neofascista. Sus postulados, de hecho, coinciden con buena parte de la ideología neofascista más reaccionaria del nacionalcatolicismo español.

España, un país que desde la Constitución de 1978 es aconfesional, la jerarquía católica española no solo tiene el privilegio de sus púlpitos y sus parroquias para expandir su doctrina, sino que ha impuesto la exigencia, a través de un acuerdo del final de la dictadura con un Estado extranjero (el Vaticano), para que todo centro público educativo se vea obligado a impartir su adoctrinamiento religioso mediante la oferta obligada de la asignatura de religión en todas las etapas escolares. Un país extranjero (quien lo reconozca como tal) impone a nuestro Estado cómo y con qué contenidos educar a la población. A pesar estar consagrada la aconfesionalidad en la propia Constitución española, que es la legislación máxima a la cual deben estar sometidas las demás, ningún gobierno la ha aplicado derogando esos acuerdos anticonstitucionales con el Vaticano.

Cuestiona la convivencia y provoca segregación

La introducción de cualquier asignatura confesional en la escuela supone una grave vulneración de los Derechos de la Infancia y el Derecho a la libertad de conciencia, como recoge la Declaración de los Derechos del Niño y de la Niña de 1959 y la Convención de 1989, que rechazan el adoctrinamiento y el proselitismo religioso. Además, al separar a las niñas y a los niños que comparten toda la jornada escolar y sacar de su clase a quienes no reciben religión, se dificulta su convivencia, entendimiento y cohesión social.

La presencia de una religión en la escuela sea la que sea, de su enseñanza y sus símbolos, constituye un obstáculo para construir solidaridad en la diversidad, el mestizaje y la multiculturalidad. Y no se trata sólo de favorecer las buenas relaciones entre la diversidad de creencias sino de garantizar el respeto y la pluralidad también con las personas que no tienen religión, que no creen en ningún dios. Puesto que también podrían demandar que haya una asignatura evaluable de “ateísmo científico” desde infantil, con dos horas semanales como la de religión, y que para quienes no quisieran cursar ateísmo científico se imparta, como alternativa, la asignatura de agnosticismo.

Frente a ello, lo que parece lógico es que tanto las personas creyentes como las ateas y las agnósticas opten por vivir en la privacidad sus propias creencias, aplicando en todos los ámbitos la separación entre iglesia y estado.

Catequesis y dogmas

Habría que preguntarse por el empeño de la jerarquía católica en exigir una asignatura específica en todas las escuelas dedicada a su catequesis. Porque es indudable que el currículum de la enseñanza de la religión católica centrado en dogmas religiosos, diseñado por la conferencia episcopal, convierte la clase de religión en catequesis, pese a que explícitamente afirme que huye de “la finalidad catequética o del adoctrinamiento”. Enseñar dogmas religiosos no solo va en contra del pensamiento crítico y de la autonomía personal, sino que hay contenidos que entran en franca contradicción con la razón, la ciencia y con derechos humanos, como la libertad de orientación sexual y la igualdad y la libertad de las mujeres, entre otros.

No tenemos más que mirar los libros de texto aprobados en esa asignatura para cuestionarnos la constitucionalidad de algunas de sus enseñanzas. No aceptan la realidad de los nuevos modelos familiares y se empecinan en su retrógrada concepción de la sexualidad humana, negando la diversidad sexual reconocida ya por la legislación, o el derecho al propio cuerpo, a la libertad sexual y a la anticoncepción. Introducen enseñanzas que cuestionan la educación en igualdad entre hombres y mujeres y siguen defendiendo un modelo de familia patriarcal en la que los roles y estereotipos de mujeres y hombres nos recuerdan a épocas pasadas. El teólogo Juan José Tamayo constata que: “los contenidos son en su totalidad catequéticos con tendencia al fundamentalismo; el pensamiento que se transmite es androcéntrico; el lenguaje, patriarcal; la concepción del cristianismo, mítica; el planteamiento de la fe, dogmático; la exposición, anacrónica”.

Sin olvidar, por otra parte, que esas clases de religión están a cargo de una legión de catequistas. Han sido nombrados “a dedo” por la jerarquía eclesiástica según su fidelidad a la doctrina, pero con el mismo sueldo financiado públicamente (680 millones de euros al año) que un profesor o profesora que ha debido cursar una carrera y aprobar una prueba selectiva basada en los principios de igualdad, mérito y capacidad. Además, la jerarquía católica puede despedirlos cuando quiera y por razones ajenas completamente a su labor docente. Mientras en las demás asignaturas se fomenta el respeto a todas las personas al margen de su estado civil, la jerarquía católica despide, por ejemplo, a sus profesoras de religión porque se divorcian.

Más de quince mil verdaderos “delegados diocesanos” figuran como personal laboral en los centros escolares de titularidad pública (así lo estableció la ley educativa LOE y lo han mantenido las siguientes leyes). Además, no se limitan a impartir catecismo a los escolares que asisten a religión, sino que suelen hacer proselitismo católico en ocasiones muy integrista.

Pedagogía laica

Debemos abogar por una educación plenamente laica. La laicidad de las instituciones públicas es la mejor garantía para una convivencia plural en la que todas las personas sean acogidas en igualdad de condiciones, sin privilegios ni discriminaciones. Tanto las católicas como las musulmanas, las ateas, las agnósticas o las protestantes, etc.

La actitud laica tiene dos componentes: libertad de conciencia y neutralidad del Estado en materia religiosa. Cada persona es libre de ser o no religiosa y de abrazar la religión que quiera, mientras que el Estado debe abstenerse y mantenerse al margen de estas creencias y prácticas personales. En este sentido, el laicismo busca separar esferas (el saber de la fe, la política de la religión, el estado de las iglesias), para garantizar la libertad de conciencia y posibilitar la convivencia entre quienes no tienen las mismas convicciones.

La religión fuera de la escuela

Todas las religiones, incluida la católica, deben ocupar el lugar que les corresponde en democracia: la sociedad civil, no la escuela; que debe quedar libre de cualquier proselitismo religioso. El espacio adecuado para cultivar la fe en una sociedad en la que hay libertad religiosa son los lugares de culto: parroquias, mezquitas, sinagogas u otros.

La Escuela ha de ser laica para ser de todos y todas, para que en ella todas las personas nos reconozcamos, al margen de cuáles sean nuestras creencias, que son un asunto privado. Por eso, la religión no debe formar parte del currículo. No por motivos antirreligiosos, sino desde un planteamiento pedagógico y social beneficioso para el desarrollo de la racionalidad del menor de edad, de su independencia y autonomía personal, para la que debe ser educado libremente sin que le enseñen creencias que predispongan su mente a comportamientos o dogmas que condicionen su personalidad desde la infancia.

Además, la religión ya se explica e imparte en la mayor parte de las materias que se estudian a lo largo de la escolaridad (la católica en España y Latinoamérica, la judía en su zona de influencia, igual que la musulmana o la budista). En el currículum español, por ejemplo, se referencia y se explica la religión católica para analizar el estilo arquitectónico de un templo, para explicar el Camino de Santiago medieval o un cuadro de Velázquez o una partitura de Bach, para adentrarse en la literatura del siglo de oro o el origen de la lengua castellana y, sobre todo, para comprender la mayor parte de la historia de este país.

La religión católica actualmente tiene una carga horaria superior a la de contenidos tan importantes como la educación física o la educación artística. Es más, las clases de religión restan muchísimas horas lectivas a las demás asignaturas, que sí son importantes y acordadas por toda la comunidad educativa y social.

En un Estado aconfesional como el que hemos adoptado en la Constitución española, con libertad de culto, se debería impulsar y fortalecer una escuela laica, como instrumento plural, defensor de los derechos humanos y libertades. En todo caso el art. 27.3 de la Constitución española recoge el derecho de las familias a que sus hijas e hijos «reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones». Pero no a que esta formación sea impartida en los centros educativos, y menos financiada por el Estado.

Las familias que quieran que sus hijas e hijos reciban formación de religiosa son muy libres de hacerlo, pero evidentemente al margen del sistema educativo. Para eso están las parroquias, las mezquitas y los espacios de las diferentes religiones donde pueden recibir esa formación religiosa y moral y practicarla.

En definitiva, la Escuela debe superar esta forma de adoctrinamiento y ser el lugar para educar en conocimientos científicos universales, en valores cívicos y universales. Cada religión, que es una creencia entre otras muchas, debe difundirse en todo caso en el ámbito privado de la familia y los lugares de culto. Necesitamos una escuela laica, donde se sientan cómodos tanto las personas no creyentes como las creyentes. Por eso debemos negarnos a que con el dinero público se financie ningún tipo de adoctrinamiento religioso. La escuela un lugar para razonar y no para creer.

Enrique Javier Díez Gutiérrez es profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León.


23 marzo 2023

Patrick Gale reflexiona sobre discreción y vergüenza homosexual

Soy de la opinión de que la autohomofobia surge una y otra vez porque está grabada a fuego en el disco duro de las personas LGTB desde su infancia por el sentimiento de vergüenza, por la percepción de que son merecedores de menos respeto o de ser tratados de peor forma y por la sensación de que ellos necesitan trabajar más duro que los heteros para alcanzar la perfección. Sólo hace falta echar un vistazo a las aplicaciones de contactos para comprobar que la vergüenza por ser gay sigue viva y coleando –incluso en ciudades cosmopolitas hay innumerables hombres que ocultan su rostro y exigen “discreción.” Como hombre gay tuve un desarrollo precoz, con amigos gays en mi adolescencia y con una familia que no me rechazaba abiertamente. Sin embargo, mi sexualidad nunca fue reconocida ni discutida, y un pertinaz sentido de incomodidad, de vergüenza incluso, me causó un terrible eczema que me duró hasta que finalmente salí de la casa familiar para ir a la universidad. Fue esa carga de disgusto amoroso lo que quise explorar en la serie Looking, mi ficción situada en el siglo XXI, que es la historia de un hombre gay que parece funcionar en la sociedad gay, y, sin embargo, apenas funciona a nivel emocional porque hay tantos asuntos en su vida a los que no se ha enfrentado y por ello tiene tanto pavor a la intimidad y al compromiso.

Al escribir la serie no me interesaba hacerlo como celebración de lo gay. Deseaba retar tanto a gays como a heteros, y construí un segundo episodio que fuera profundamente incómodo de ver para cualquiera que piense que haber logrado la igualdad ante la ley es el final del camino. Efectivamente, hay miles de hombres gays normales y bien adaptados ahí fuera, que gozan del amor y del apoyo de sus familias, y que pueden hacer partícipes a sus compañeros de trabajo de su vida emocional. Pero también hay muchos que no se sienten capaces de ser ellos mismos en su centro de trabajo o ante sus padres, y que, con un gran coste para su estabilidad mental, se autoengañan a sí mismos creyendo que eso es perfectamente asumible.

Patrick Gale on Discretion and Homo Shame

I feel strongly that homophobia is enabled, time and again, by a sense of shame hardwired in childhood into most LGBT people, a sense that they are somehow deserving of less respect or of worse treatment and a sense that they need to work harder than straight people at being perfect. You need only glance at a gay dating app to see that gay shame is alive and well – even in a sophisticated metropolis there are countless men hiding their faces and asking for “discretion”. As gay men go, I was an early developer, with gay friends in my teens and a lucky one, with a family who didn’t overtly reject me. Yet my sexuality was never acknowledged or discussed and the abiding sense of discomfort, embarrassment even, caused me to develop terrible eczema which lasted until I finally left home for university. It was that burden of loving disgust that I wanted to explore in Looking, my 21st-century series, which is the story of a gay man who appears to be functioning in the gay world, and yet is barely functioning on an emotional level because there are so many things in his life that are going unacknowledged and he has such a terror of intimacy and commitment.

When writing Looking I wasn’t interested in writing anything straightforwardly celebratory. I wanted to challenge gay viewers as much as straight ones and I designed episode two to be profoundly uncomfortable watching for anyone tempted to believe that equality under the law is the end of the story. Yes, there are hundreds of well-adjusted gay people out there, truly loved and supported by their families and with emotional lives that are integrated into their work lives and so on. But there are also still a great many people who don’t feel able to be out at work, or to their parents and who – at great cost to their mental health – tell themselves that this is perfectly okay.


05 marzo 2023

La gran fragmentación, por Ricardo de Querol


Por BERNARDO MARÍN
Babelia, 4 de marzo de 2023

Hubo un tiempo en el que internet era solo una herramienta para acceder a muchísima información y el móvil un teléfono para llamar desde cualquier sitio. Después muchos supusieron que, además de facilitarnos la vida, estas innovaciones nos conducirían a una sociedad más libre, descentralizada, justa, y mejor informada. Pero un día, al levantar la vista de la pantalla, descubrieron un mundo dominado por compañías descomunales, más polarizado, donde la privacidad está amenazada e inventos fascinantes como la inteligencia artificial plantean desafíos existenciales. La vida conectada nos ha llevado a la gran fragmentación: la quiebra de los valores básicos y una vuelta a las tribus atrincheradas en grandes burbujas.

En ese tránsito del "ciberentusiasmo a la tecnopreocupación", en palabras del filósofo Daniel Innerarity, el ciudadano necesita guías para hacerse una idea cabal de este proceso, de sus riesgos y oportunidades. Pero encuentra una dificultad que tiene que ver con otro tipo de fragmentación: lo atomizada que está la información sobre un asunto tan complejo le hace sentir que necesitaría leer decenas de libros y miles de artículos. Pues bien, la impresión al leer La gran fragmentación es que Ricardo de Terol ha hecho en gran parte es trabajo. El ensayo, cimentado sobre una impresionante cantidad de lecturas, ofrece un destilado panorámico, con sus aristas y matices, de la gran revolución en marcha.

El libro de De Querol funciona como un exhaustivo manual de instrucciones de esta nueva era y un avance esperanzado de lo que puede llegar. El lector ávido de comprender por qué lee noticias diferentes a las de su vecino en la misma plataforma, qué peligros tiene invertir en criptomonedas o si es probable que su trabajo sea desempeñado por un robot, puede encontrar explicaciones claras. Sin excesivos tecnicismos, incidiendo en cómo afecta todo esto a su vida cotidiana.

Mo son pocos ni superficiales los cambios que analiza en La gran fragmentación. La economía se ha convertido en un juego de gigantes donde el ganador se lo lleva todo. La venta de discos se ha desplomado, pero se ha revitalizado la música en directo. Las series han pasado a ser la gran manifestación artística de nuestra época. Las audiencias de los medios se ha fragmentado y, de forma inquietante, se ha perdido incluso un relato compartido de los hechos. Pero también se ha demostrado que si algo puede salvar a los periódicos es la apuesta por la calidad y la recuperación de la confianza del lector.

Más allá de algunos celebérrimos protagonistas de esta revolución --Mark Zuckerberg, Bill Gates, Elon Musk--, el libro se fija además en historias como la de la ingeniera despedida or Google Timnit Gebru o Frances Haugen, la garganta profunda de Facebook. No tan conocidas por el gran público, merecerían estar algún día en los libros de historia como pioneras en abrir algunos debates que marcarán las próximas décadas.

También hay un apartado dedicado al gran superviviente de este seísmo. Un objeto que estuvo en el origen del éxito de uno de los nuevos titanes (Amazon) y que ha resistido, casi sin erosión y contra todo augurio: el libro físico. "La experiencia de leer en papel sigue siendo muy placentera, además de propicia para la concentración. Solo estás el libro y tu, nadie te molesta", recuerda De Querol. Sea en formato impreso o digital, la lectura de La gran fragmentación es una estimulante invitación a reflexionar sobre esta nueva era. Una experiencia de la que nadie, se sienta un ignorante digital o un gurú tecnológico, saldrá sin aprender cosas nuevas.