01 febrero 2016

Chulería

JULIO LLAMAZARES

La chulería, el chulo, el sobrao, que dicen ahora los jóvenes, siempre ha tenido predicamento en este país forjado en la prepotencia del señorito, el arabesco barroco, el andar flamenco, el clavel reventón entre los pechos de la chulapa o la bailaora y los desplantes taurinos mirando a la galería del literato o del actor de éxito o del politiquillo de tres al cuarto. Ya en el siglo pasado, Fernando Díaz-Plaja señaló que el pecado capital del español no es, contra lo que comúnmente se cree, la pereza, ni la lujuria representada por aquellos cómicos que perseguían a las turistas por las playas del desarrollismo hispano, sino la soberbia. Díaz-Plaja lo deducía del estudio pormenorizado de nuestro idioma, que está trufado de frases hechas forjadas en las barras de los bares y definitorias de nuestra concepción moral: “Te lo digo yo y punto”, “a mí me vas a decir…”, “pa cojones, yo”, “tú no sabes con quién estás hablando”…

Y eso que no reparó en la propia esencia del idioma, esa que sorprende tanto a los extranjeros, pues descubre a su luz que el español es soberbio por definición: un español no recibe clases de nadie, se las da él mismo (“estoy dando clases de inglés”), no necesita del dentista (“ayer me saqué una muela”) ni del peluquero (“vengo de cortarme el pelo”) y, ya en el colmo de la autosuficiencia, se opera él mismo: “El lunes me opero a corazón abierto”. Nada de “me sacó una muela el dentista”, “me cortó el pelo el peluquero” o “me operó un cirujano buenísimo”, que es como dicen en sus idiomas los extranjeros, tan educados y tan respetuosos.

¿A quién le puede extrañar, a la vista de esa concepción del mundo, que la arrogancia y la prepotencia no solo sean comunes entre nosotros, sino que despierten admiración entre mucha gente, que valora en los demás como virtud lo que a todas luces es un defecto? La psicología está llena de tratados sobre esa patología que afecta a muchas personas, incluso a países enteros, como es el caso del nuestro. Lo que me sorprende a mí es que esa patología infantil se dé entre gente mayor y presuntamente preparada y, sobre todo, que, siendo un sentimiento reaccionario como es (solo quien se cree más listo, más fuerte o más poderoso que los demás los desprecia), se dé lo mismo en la izquierda que en la derecha, incluso entre los indignados que han llegado a la política española con la regeneración moral y el cambio como banderas. Ver a su líder hablar en público hace dudar de que de verdad lo piense.
El País, jueves 28 de enero de 2016

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