FELIPE BENÍTEZ REYES
EL PAÍS Andalucía, 25-11-2005
Todo
el mundo tiene derecho a reclamar sus derechos, sobre todo cuando se
trata de derechos torcidos. Torcidos por el curso de la realidad, por
ejemplo. O de la historia. O de los azares pequeños de la vida. Pero hay
derechos adquiridos que no sólo pueden perderse, sino que deben
perderse para que gire la rueda de los derechos, que no siempre puede
detenerse en el mismo sitio.
La
iglesia católica exige su derecho a seguir en los programas educativos,
en calidad de secta infiltrada, con todas sus prerrogativas. Es uno de
sus derechos históricos, al margen de los cambios históricos. O eso
creen. Y eso defienden. Si los curas fuesen apartados de los planes de
enseñanza -cosa que no va a ocurrir-, España acabaría convirtiéndose en
una sucursal babilónica de ahí te espero, entre otras cosas porque ya no
podrían infectar la conciencia de los menores con recursos de novela
gótica: dioses ensangrentados, santos mártires, vírgenes milagrosas que
lloran sangre por la legalización del aborto o del matrimonio mariquita,
niños que prefieren morir antes que pecar, rosarios aurorales
protagonizados por ancianas insomnes y enlutadas que parecen haberse
fugado del sepulcro, y así.
Llegaba
uno al colegio y allí estaban, empeñados en meternos el miedo en el
cuerpo para que le cogiésemos asco a nuestro cuerpo, obligándonos a
confesar, a delatar nuestro pequeño mundo de prodigios y descubrimientos
sensoriales, mientras nos magreaban la nuca al son del relato de
nuestras abominaciones, empeñados en instruirnos sobre las penalidades
infinitas de los pecadores, bajo un crucifijo flanqueado por una foto
meliflua del Caudillo y otra de José Antonio Primo de Rivera, el siempre
presente, el repeinado. ¿Y ahora qué más quieren ustedes, por favor?
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