22 junio 2024
Los gays y los homosexuales
11 junio 2024
¿Qué saben los nativos digitales?
05 junio 2024
Monstruos del Rocío
El Mundo (Edición de Andalucía), 7 de mayo de 2001
Foto: Antonio Pérez |
“Y a ti, ¿qué más te da?”, me dicen. Frustración intelectual. Sufrimiento humanista. Se me parte por dentro un tronco de positivismo, que cruje como una costilla. El positivismo, ya estamos. ¿Se puede seguir siendo positivista? ¿Es que existe el progreso, aparte de en la electrónica? Qué más me da a mí lo que hace esa gente. Pero hay una humanidad zumbadora y bosquimana que sigue adorando a las piedras y me deja una extrañeza de explorador y una decepción de especie. Paisanos como afganos, gente descalza con el ganado, vino sudado y la lágrima seca de una madre postiza colgando del cuello como un diente. El Rocío, ese africanismo de las multitudes. Van a adorar a una diosa, pero su religión y su emoción son ellos mismos, su multitud y su sincronía. No puedo comprenderlos y se me ahoga todo lo humano como un buey muy cansado.
Tengo que hacer mi artículo del Rocío, pasadas todas las crecidas de la gente y sus lloros, no por costumbre, como decía el otro día Umbral, sino por un campanazo triste de desencanto. El Rocío me desencanta con esa ternura que tienen los monstruos de uno. Hablo, ahora, de mis monstruos, congregados todos en el Rocío.
Primer monstruo: la religiosidad popular, peor que todas las teodiceas de la filosofía. Ya distinguía Hume entre esa religiosidad del pueblo, que viene de milenios de cosechas, muertos y menstruos de las mujeres, y el armazón metafísico que sostiene a todas las iglesias sobre su légamo de miedo y poder. Nada tiene que ver el Rocío con el cristianismo, pese a que la Iglesia Católica intente domar tanto gentío para adoptarlo en sus números. La religiosidad popular es anterior a toda forma de filosofía y episteme. Es la infancia mítica. La teología puede ser ingenua, equivocada, simple. Pero aún tiene a Aristóteles. La religiosidad popular es una antorcha en la cueva, una piel de bisonte para echarse por los hombros, rezarle a la luna. Virgen del Rocío. Artemisa. Isis. Diosa virgen, diosa madre, fertilidad, mitos de cultivadores y paridoras. Primitivismo, más la unión inconsciente de lo femenino con lo emotivo, el pathos del pueblo (Jung).
Segundo monstruo: tradición. Sacralización de la repetición. El peso de una opinión o de una conducta no viene de su bondad, de su razón o de su belleza, sino de la insistencia del tiempo y la periodicidad. Las cosas se hacen así porque se han hecho siempre, y basta. Nada existe si no se repite (eterno retorno nietzscheano). Corolario: es suficiente que algo se repita para declararlo verdad. Insulto a la inteligencia humana, automatismo que nos convierte en una biela.
Tercer monstruo: kitsch. Horterada. Vulgaridad de bestias y personas con florones, exaltación de musiquillas horrendas. Cuarto monstruo: etnocentrismo, chauvinismo. Toda la cultura humana muere en la plaza del pueblo. El ser humano se amadeja en su ombligo y en su barrio. No hay más arte ni más pensamiento que el de la vecina y el barbero. Se extirpa el resto del mundo como un ojo ciego y feo. Quinto monstruo: el grupo. La persona sólo toma sentido en cuanto a que pertenece al grupo. Individualidad anulada, aborregamiento, uniformidad. Más la creación de una falsa moral: eres mejor persona, y hasta mejor andaluz, si perteneces a este grupo. La disidencia es inmoralidad y traición. Sexto monstruo: hipocresía. Excusas vergonzantes para el placer y la fiesta, que no necesitan excusas. Mentirosa fraternidad de señoritos a caballo, escalafones de vanidad en todos sus grupúsculos, violencias y odios entre sectas.
Todos mis monstruos están ahí, en el Rocío. Tenía que sacarlos, orearlos de cielo y razón, hacer exorcismo de esta tristeza. Han regresado ya todos mis monstruos, fatigados y sucios con la gente. Pero no pierden, nunca, su horror.
+ Vídeo completo del documental Rocío, de Fernando Ruiz Vergara, 1980
02 junio 2024
Te falta calle
Por ENRIQUE ALPAÑÉS, El País, 02.06.24
La década de los diez fue aquella en la que los adolescentes de los países desarrollados cambiaron sus teléfonos por smartphones y trasladaron gran parte de su vida social a internet. La coincidencia de ambos fenómenos hizo que muchos autores los relacionaran. Diversos estudios han refrendado esta idea, acusando a las redes sociales de empeorar la salud mental de la población, fomentando un debate social y cierta desconfianza hacia la tecnología. El último autor en hacerlo ha sido Jonathan Haidt en su libro La generación ansiosa (Editorial Deusto). Pero su éxito ha despertado a la vez un debate, académico y social, de quienes ponen en tela de juicio una idea que se había convertido en mantra.
Candice L. Odgers, profesora de psicología de la Universidad de California, publicó una crítica en Nature el pasado marzo, argumentando que culpar únicamente a los teléfonos es una idea muy sugerente, pero que “no está respaldada por la ciencia. Peor aún, (...) esta creciente histeria podría distraernos y hacer que no abordáramos las causas reales de la actual crisis de salud mental entre los jóvenes”, explicaba. Un estudio de la universidad Dragvoll de Noruega, realizado en 800 menores de 10 a 16 años, señalaba en la misma dirección. “La prevalencia de la ansiedad y la depresión ha aumentado. También lo ha hecho el uso de las redes sociales. Por eso mucha gente cree que tiene que haber una correlación. Pero este estudio indica que no es así”, afirmaba su autora principal, Silje Steinsbekk.
También hay mucha literatura científica que sugiere justo lo contrario. Las evidencias de un lado y de otro parecen multiplicarse, y solo hay un punto en el que toda la comunidad científica parece ponerse de acuerdo: la tecnología y las redes sociales tienen un efecto negativo cuando sustituyen al juego y las actividades al aire libre. No es el exceso de móvil, es la falta de calle.
Según un estudio de OnePoll, solo el 27% de los niños juegan regularmente en la calle. El dato es llamativo, pero cobra otra dimensión al compararlo con el de sus padres y sus abuelos. El 71% de los babyboomers (las personas nacidas entre 1946 y 1964) jugaban en la calle regularmente cuando tenían su edad. Además, los adultos que aseguraron haber jugado en la calle en su infancia tenían una salud mental autopercibida considerablemente mejor, según el estudio. “En la actualidad hay una sensación de peligro que, aunque no sea real, hace que los niños utilicen poco la calle. Hemos retirado a los niños y niñas de la ciudad para meterlos en las casas o en urbanizaciones cerradas”, explica Inma Marin, licenciada en magisterio y autora del libro Jugar (editorial Paidos). Así, los padres que en su momento jugaron al aire libre, prohíben ahora a sus hijos hacerlo sin supervisión. Las cosas han cambiado, argumentan, y tienen razón.
Las calles son mucho más seguras hoy en España que hace 30 años. Los asesinatos y homicidios han descendido un 30% (son cerca de 300 al año), la mortalidad vial se ha desplomado un 80% (1145 fallecidos en 2023) y los secuestros de menores permanecen como un fenómeno muy raro. En 2021, según la asociación ANAR, especializada en estos casos, hubo 18 en toda España. El año anterior fueron ocho. Pero la percepción es diferente. Un declive del capital social —el grado en que la gente conoce y confía en sus vecinos e instituciones— ha exacerbado los temores de los padres. Las redes sociales virtuales han ido cogiendo fuerza a medida que las redes sociales reales, las que nos vinculaban con el barrio y la ciudad, la perdían. La calle se ha empezado a ver como un lugar peligroso y se ha vaciado de niños.
Las nuevas urbanizaciones se construyeron con esta idea en mente, añadiendo un espacio de juego acotado y cerrado. Empezaron a popularizarse las actividades extraescolares para proporcionar un ocio productivo y seguro a los niños. En la década de 1990, los padres empezaron a meter a sus hijos en casa o en el polideportivo. Un informe del Ministerio de Cultura ya estableció en 2009 que el 90% de los alumnos de primaria (6-12 años) dedicaba sus tardes a actividades deportivas, idiomas, música o baile.