03 diciembre 2008

¡Cuestión de orgullo!

JOSE IGNACIO DIAZ CARVAJAL
O cómo construir una identidad gay saludable
Todavía hay gente homosexual a la que el hecho de que se les hable del Orgullo Gay les rechina, o les molesta. Como si no fuera necesario conmemorar un día de lucha por la causa homosexual. Igual lo asocian con una marchas en las que abundan gente con pluma, o disfrazada festivamente (“que escandalizan, y no ayudan a la normalización”, dirían estos), o consideran que ser gay es un asunto que solo tiene que ver con lo que haces en la cama, y, “eso, ¿a quién le importa?”
Creo que es muy importante hablar de Orgullo Gay, porque tenemos que tener en cuenta nuestra historia, y saber cómo hemos llegado al momento presente. Y que para llegar aquí han hecho falta décadas de lucha. Que hemos sufrido siglos de oprobio y violencia. Que nos han tratado como monstruos o seres de segunda.
Los logros actuales de tipo social o político, no han llegado llovidos del cielo, o por la gracia benefactora de nuestros últimos gobiernos. Los hemos conseguido luchando, siendo visibles y el terreno ganado hay que seguir manteniéndolo, firmemente, si no queremos que nos lo coman los reaccionarios o los desinformados.
Hay que insistir en estar orgullosos de ser gays, para potenciar una visión positiva de nosotros mismos, ante los demás y frente a la autonegatividad y la homofobia interiorizada. En general, y son muy pocos a los que no les ocurre esto, la gente acepta su homosexualidad a través de un proceso duro, de aclaramiento personal, de lucha contra la idea de ser de esta manera. Acompañados de sentimientos de vergüenza o de culpa, por ser así. Y cuesta aceptarse del todo.
Esta culpa y esta vergüenza, nos llevan a intentar mantener en secreto nuestras dudas o inquietudes sobre nuestra verdadera identidad. Y nos marcan una forma de comportamiento y estilos de ser, en los que predomina, usualmente, cierta desconfianza, cierta sensación de falta de derechos, la tendencia a complacer, tener miedos…
Nuestros adolescentes LGTB siguen sufriendo esta vergüenza y esta culpa, en un grado que parecería extraño, teniendo en cuenta los avances políticos o sociales. Pero no hay tanto avance, cuando vemos el grado de homofobia en nuestros centros escolares, o las tasas de suicidio entre adolescentes, por motivos de orientación sexual. Cada adolescente se plantea su vida como un ser único, y en principio, siente poca ayuda a sentirse seguro de su orientación sexual, y no está seguro de que va a seguir siendo querido y apoyado por la familia, los amigos, los profesores… La mayoría de los adolescentes se encuentran con la duda de si sus padres los aceptarán, o de si sus compañeros no les harán ostracismo. Ellos mismos saben que la familia puede estar políticamente de acuerdo con la homosexualidad, pero no van a estar de acuerdo si es la de un hijo o hija. Lo mismo los amigos.
Por eso, tras toda esa lucha por conseguir una identidad sana y segura, integrada en nuestro ambiente social, lo menos que podemos sentirnos es orgullosos de todo el proceso realizado, de haber conseguido logros que nos parecían imposibles (asumirnos como gays o lesbianas), y que no renunciamos a ser nosotros mismos, en todo lugar y situación. Sentir vergüenza o culpa sería darles la razón a aquellos que, a sabiendas (los reaccionarios), o sin mala voluntad (algunos familiares), nos han maltratado, han abusado de nosotros emocionalmente (al pretender que fuéramos de otra forma y al denigrarnos y desvalorizarnos por ser gays o lesbianas).
Lo que tenemos que sentir es orgullo de ser como somos, y no avergonzarnos ni un ápice, y menos culparnos de nada. Los que se tienen que sentir culpables o avergonzarse, son aquellos que nos han rechazado e insultado, fueran familiares, o los que pretendían ser nuestros amigos.
Cuando uno está orgulloso, se valora, se reivindica en cada gesto espontáneo de su comportamiento. Y si a alguien le molesta ese orgullo, es por su homofobia y no concibe que uno esté orgulloso de ser, naturalmente, como es: de una manera estupenda de ser, que uno no escoge nunca, que no es una “opción sexual”, sino una orientación, tan buena o tan sana como cualquier otra. Y que conforma un ejemplo de la diversidad del ser humano. Y dentro de los propios gays y lesbianas hay una inmensa diversidad que también hay que respetar, aunque a algunos les moleste, porque crean que no nos acerca a ser “normales”. Es preferible ser un “anormal” a ser un intolerante o un homófobo.
Revista Zero 109junio 2008

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