EDUARDO MENDICUTTI
Hoy se celebra en Madrid y en otras ciudades españolas el Día del Orgullo Gay. Lo cual significa que, por lo que respecta a Madrid, habrá a última hora de la tarde una manifestación festiva que comenzará en la Puerta de Alcalá y terminará en la Puerta del Sol, con exuberantes carrozas llenas de drag queens estrepitosas y musculosos chicos semidesnudos, música discotequera a toda pastilla, hombres y mujeres de aspecto convencional acompañando a pie a la cabalgata, y alguien que leerá al final, parece que por primera vez encima de una tarima --por deferencia del Ayuntamiento-- y no de una furgoneta, un texto supongo que vibrante. Después, por la noche, la juerga seguirá en Chueca y en locales de ambiente --qué expresión tan antigua, por Dios--, y se alargará hasta primeras horas de la tarde del domingo. Cualquiera que lea la descripción que acabo de hacer de este guirigay, y nunca mejor dicho, sacará la conclusión de que me parece mal, que lo considero una estridente caricatura andante de la condición homosexual, una imagen distorsionada y parcial hasta lo ofensivo de la homosexualidad. En absoluto. Es una fiesta, una bulla, un jolgorio, una expresión de vitalidad y ganas de pasarlo bien, un acontecimiento anual en el que gays y lesbianas sacan a la calle su lado juerguista y feliz y se comportan como cualquier colectivo ciudadano, generacional o profesional metido en fiesta: con una estimulante y destrozona apuesta por la risa y la exageración. Ya sé que aún quedan algunos convencidos de que lo que gays y lesbianas deberían organizar es una flagelación colectiva en la Plaza mayor. Otros optarían por un concierto de música clásica a cargo de un orfeón en el que estuviera representado, en aquilatados porcentajes, todo el abanico de la tipología homosexual, desde lo más explosivo a lo más discreto. Y también sé que para algún homosexual, o asimilado, partidario de ser reivindicativos sin interrupción, divertirse es siempre claudicar. A pesar de todos ellos, un número no desdeñable de gays y lesbianas ejercerá hoy su derecho al exceso público y a la visibilidad ruidosa y abigarrada --como en la Feria del Libro, como en los Carnavales, como en la Romería del Rocío-- y el mundo parecerá distinto al menos en un trozo de ciudad, al menos una tarde. Después volverá el día a día, y muchos de los que esta tarde tirarán la discreción por la ventana lucharán con gallardía por sus derechos y por su dignidad.
El Mundo, sábado 26 de junio de 1999
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