23 diciembre 2023

Madrid, quién te ha visto y quién te ve

Por Carlos Martín Gaebler

Vecinos funcionarios que retiran placas en el cementerio de la Almudena con los nombres de los represaliados por el franquismo; vecinos universitarios de un colegio mayor que insultan a sus compañeras de la residencia de enfrente al grito de “Sois unas putas”; vecinos homófobos que gritan por las calles “Maricas, fuera de nuestros barrios”; vecinos ultras que le gritan a un ministro “Marlaska, maricón”; vecinos LGTB que ven recortados sus derechos; vecinos pijos que reclaman la libertad de tomarse una cerveza en un bar a la hora que les plazca durante un pandemia mortal; vecinos incultos y rencorosos que no se suman al duelo por la pérdida de la mejor escritora local y española en todo un siglo; vecinos conductores que reclaman su derecho a contaminar circulando por zonas de acceso restringido; vecinos al volante poco o nada amables con los ciclistas; vecinos futboleros que blanden en estadios la bandera nacional contra los aficionados de otro equipo español; racistas madrileños que insultan desde la grada a futbolistas negros por el color de su piel; vecinos integristas que cortan el tráfico de una calle rosario en mano; vecinos nazis que muestran la esvástica en concentraciones de extrema derecha; vecinos militares que acuden a concentraciones políticas con un arma al cinto; vecinos machistas que no condenan la violencia contra las mujeres o se desmarcan de los minutos de silencio por las víctimas; vecinos ultras que, para hacerse oír, increpan a mujeres que van a abortar; y ayer, un vecino concejal agredió a otro concejal con intención intimidatoria durante el pleno del Ayuntamiento, y a esta hora aún no ha dimitido. Madrid, caverna de fascistas impunes, quién te ha visto y quién te ve. cmg2023

Esta columna fue publicada el 9 de enero de 2024 en elDiario.es. Puedes leerla aquí.

20 diciembre 2023

Sexo químico (chemsex): radiografía de un problema de salud pública

A las consecuencias clínicas de las fiestas que mezclan sexo y drogas (mayor riesgo de transmisión de VIH y otras ITS o graves efectos en la salud psíquica) se unen otras más invisibles enraizadas en un entramado de problemas emocionales, de aceptación y de autodestrucción.

MARÍA CORISCO
11 enero de 2021


Son muchas las capas que envuelven y conforman el fenómeno creciente de las fiestas con sexo químico (chemsex). La capa exterior, esa que nos habla de interminables sesiones de sexo y drogas, es tan estridente que eclipsa el fondo del problema y corremos el riesgo de quedarnos en la superficie. Pero, a no mucho que profundicemos, encontraremos un entramado de factores –desde el estigma del VIH a la homofobia interiorizada– que explican por qué esta práctica se ha convertido en un problema de salud pública.

El término, de origen anglosajón, es un acrónimo de las palabras chemical y sex, es decir, drogas químicas y sexo. Nada nuevo si se tiene en cuenta que, ya desde la Grecia clásica, se encuentran referencias a la utilización de sustancias psicoactivas en un contexto sexual. Pero el chemsex o sexo químico tiene un patrón de consumo característico, tanto en el tipo de sustancias como en el perfil de usuarios y en el desarrollo de los encuentros sexuales, que lo vincula a prácticas de riesgo que favorecen una mayor probabilidad de transmisión del VIH y otras infecciones de transmisión sexual (ITS), así como a diferentes problemas psicoemocionales y a complicaciones para la salud. Metanfetamina, mefedrona, pópers o GHB/GBL son de las más consumidas en el chemsex, pero también éxtasis, ketamina o cocaína, todas potenciadoras de la desinhibición y que disminuyen la percepción del riesgo.


El perfil de usuarios, principalmente el de hombres gays, bisexuales y otros hombres que tienen sexo con hombres (agrupados bajo las siglas GBO), es especialmente vulnerable a los riesgos y daños asociados a su práctica. Otro factor que se añade a la problemática es el de la proliferación de aplicaciones móviles que se utilizan tanto para buscar parejas sexuales como para la compraventa de las sustancias, lo que favorece que se viralice como conducta de ocio. Todo ello eclosiona en un tipo de fiestas sexuales –en grupo habitualmente, pero también en tríos, o en parejas– que se pueden prolongar durante días y en las que se desvanece fácilmente todo lo que tenga que ver con la prevención y el cuidado de la salud.

Profundizar más allá del cliché
Los expertos hablan de un desafío de proporciones aún desconocidas. “Se sabe que el sexo químico es predominantemente urbano, más frecuente en Madrid y Barcelona, así como en destinos turísticos populares entre los gays como Torremolinos, Sitges, Ibiza o Valencia”, explica Jorge Garrido, director de Apoyo Positivo, asociación dedicada a la asistencia y promoción de la salud y muy centrada en VIH y otras ITS. Pero es muy difícil conocer su verdadera magnitud porque se mueve en los circuitos clandestinos de las sustancias ilegales y en la opacidad de las aplicaciones con geolocalización. Para obtener una aproximación no queda otra que tirar de encuestas. La más reciente, la EMIS-2017 (encuesta europea online entre hombres que tienen sexo con hombres, y en la que participaron 10.652 residentes en España) revela que, de los que habían tenido relaciones sexuales en los doce meses anteriores, el 14,1% había practicado chemsex en ese periodo, y el 7,6% en las últimas cuatro semanas. La tasa se elevaba en algunos subgrupos, como el de hombres con VIH o el de quienes cobraron o pagaron a cambio de sexo.


Es la fotografía de un cliché. Pero la radiografía nos habla tanto de causas visibles como invisibles detrás del fenómeno. “Las aplicaciones proporcionan inmediatez, disponibilidad y accesibilidad a parejas y drogas, pero no son la causa”, puntualiza Garrido. Fueron las asociaciones, recuerda, las primeras en darse cuenta del viraje que estaban experimentando las juergas de sexo y drogas. “A medida que íbamos viendo cómo el consumo sexualizado de estas sustancias, que antes era puntual, terminaba convirtiéndose en una cultura del ocio, y cómo se iba permeabilizando dentro del colectivo gay, bisexual y de hombres que tienen sexo con hombres, quisimos entender por qué se estaba expandiendo”.

“Detectamos un número significativamente alto de pacientes con historial de abusos, de acoso por su orientación del deseo o por su identidad sexual”, explica Jorge Garrido desde Apoyo Positivo. Es entonces cuando ven que detrás hay un entramado de problemas emocionales y de salud mental. “Nos llamó la atención que no se trataba, en principio, de perfiles conflictivos: eran jóvenes de mediana edad, de entre 30 y 40 años, con un cierto nivel de estudios. No eran grupos en riesgo de exclusión social”, detalla Garrido. Se trataba de ver qué los llevaba a adentrarse en esa espiral de consumo autodestructivo: “Al hacer una intervención más en profundidad, detectamos una mala gestión emocional. Y aparecen también las fobias: “Vivimos una masculinidad tóxica, consecuencia de la cual encontramos en los propios GBO una homofobia interiorizada y, en los infectados por VIH, una serofobia latente. Hay traumas no gestionados, una no aceptación de la sexualidad. Se instaura la cultura del rechazo hacia lo que pueda parecer femenino, se condena la pluma”.

Ni prevención ni protección
Habla Garrido de autodestrucción. Como especialista en enfermedades infecciosas, el doctor Pablo Ryan, del Hospital Universitario Infanta Leonor (Madrid), ve a diario las consecuencias clínicas del chemsex. “Cada vez nos encontramos más ITS o ETS, sobre todo debido a la percepción disminuida del riesgo. Las drogas dan una sensación de euforia y de invulnerabilidad”. Al mismo tiempo, señala, se da la paradoja de que el control de la infección por VIH que proporcionan los tratamientos antirretrovirales ha propiciado una relajación de las precauciones: “Los tratamientos funcionan muy bien y los pacientes saben que no transmiten el virus; además, los practicantes de sexo químico que no tienen VIH tienen a su disposición la PrEP (profilaxis preexposición), por lo que saben que no van a infectarse. Así, disminuye la prevención y la protección, y el preservativo prácticamente no se utiliza”, expone Ryan. La consecuencia es un enorme incremento de otras enfermedades de transmisión sexual, como la gonorrea o la sífilis. “Tampoco ayuda que algunas de estas drogas se consuman por vía parenteral [es decir, no digestiva, como puede ser la intravenosa]. Es el llamado slamsex o slam, que favorece aún más la transmisión de infecciones”, añade.


Siguiendo en el contexto específico del VIH, existe en la comunidad médica una preocupación especial en torno al modo en el que algunos tratamientos antirretrovirales pueden interactuar con ciertas drogas utilizadas en el sexo químico. La información es limitada –lógicamente, no existen ensayos clínicos de pacientes que tomen  antirretrovirales y drogas–, pero se sabe que algunos antirretrovirales modifican la forma en la que se metabolizan las drogas, pudiendo provocar tanto un incremento de su toxicidad como una sobredosis. Asimismo, desde el GTT (ONG dedicada a elaborar información sobre tratamientos del VIH y el sida desde la perspectiva comunitaria) advierten: “Si una droga o sustancia disminuye las concentraciones de un medicamento antirretroviral, el tratamiento podría dejar de funcionar correctamente y, en consecuencia, perderse el control de la infección por VIH. Y, si una droga o sustancia aumenta las concentraciones de un medicamento del VIH, podría aumentar el riesgo de desarrollar efectos secundarios asociados al fármaco”.

Además, las drogas, en particular en el ámbito del sexo químico, pueden tener una influencia negativa en la adherencia al tratamiento antirretroviral. Esta pérdida de adherencia, según el estudio Impacto clínico del ‘chemsex’ en las personas con VIH, se puede producir por distintos motivos: por una percepción anormal de la importancia de la medicación; por una alteración del patrón del sueño; por la imposibilidad de ingerir al tener problemas con la masticación y la deglución, o porque algunos antirretrovirales se deben tomar con comida y estas drogas pueden reducir el apetito. El impacto más fuerte se prevé en quienes realizan consumos muy intensivos, que podrían llevar a la pérdida frecuente de tomas y, por tanto, comprometer la eficacia del tratamiento.


Pero las consecuencias clínicas, coinciden los expertos, van más allá y envuelven especialmente la esfera de la salud mental. “Muchas de estas personas parten de una vulnerabilidad previa que les hace estar más predispuestos a tener un consumo problemático con estas drogas”, explica el doctor Ryan, y Jorge Garrido lo corrobora: “El chemsex se ha asociado con sobredosis, suicidios, adicciones, problemas de salud mental, agresiones sexuales, etc. A lo que hay que sumar el impacto negativo en el rendimiento profesional y en la vida social y afectiva”. Volviendo a la EMIS-2017, el 5,9% de los participantes presentaba un grado severo de ansiedad y/o depresión y el 21,4% tuvo ideas suicidas en algún momento durante las dos últimas semanas previas a la encuesta.

Una estrategia de reducción de daños
El camino pasa por entender que se trata de un problema de salud pública. Así lo han entendido ciudades como Madrid y Barcelona, que han incluido el sexo químico dentro de sus planes municipales de adicciones. “Todos debemos involucrarnos”, advierte el doctor Ryan. “Los médicos debemos ser proactivos y preguntar a nuestros pacientes por su consumo de drogas. Y no podemos decirles que la droga es tóxica, que no la tomen, sino que hay que intentar una estrategia de reducción de daños; dentro de esta estrategia, en la que damos consejos para prevenir ITS o evitar la pérdida del control, procuramos que no utilicen la vía inyectada, porque hemos visto que se asocia a mayores síntomas psicopatológicos graves, como paranoias, conductas suicidas o psicosis”.

Jorge Garrido, desde Apoyo Positivo, concluye: “Hay que ir a ver qué está pasando con el consumo sexualizado de sustancias más allá del colectivo GBO. Ver cómo gestionamos nuestra sexualidad y nuestra vida erótica, cómo nos relacionamos emocionalmente. Es la asignatura pendiente”. (Fuente: VIHda positiva) 

Información y soporte
chemsex.info es un sitio web de información de la ONG stop. sobre reducción de riesgos cuando se consumen drogas y otras sustancias durante el sexo.

El Servicio ChemSex Support es anónimo, gratuito, confidencial y, sobre todo, respetuoso con la vivencia de la sexualidad de cada cual y su consumo de drogas y otras sustancias. Está gestionado por profesionales de la comunidad gay. No es necesario dejar de consumir ni es necesariamente el objetivo. El objetivo lo marca cada cual. Ofrecen atención psico-sanitaria y asesoramiento en reducción de riesgos, tanto de forma presencial como por videoconferencia. 

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21 noviembre 2023

Gonzalo Orquín: pintando las migraciones humanas


El Migratie Museum Migration de Bruselas presenta desde el 22 de noviembre de 2023 hasta el 15 de febrero de 2024 la exposición "Being Human - The sea at night is too big", del artista español residente en Roma Gonzalo Orquín, un evento colateral de la presidencia española de la Unión Europea. Comisionada por la Embajada de España en el Reino de Bélgica, la exposición nace de una idea de Francesca Paci, periodista de La Stampa, y tiene como objetivo contar historias y experiencias de migrantes y refugiados que llegan a Europa, centrándose en particular en dos de los principales puntos de llegada: por mar, en Lampedusa, Italia, a través del Mare Nostrum, y Bihac, en Bosnia, en la llamada "ruta balcánica”.

Filippo Grandi, Comisionado de Alto Comisionado de las Naciones Unidas para losRefugiados (ACNUR) : “Cada obra de arte en esta exposición actúa como un puente entre las personas, compartiendo historias de valentía. Cada una hablará al espectador a su manera. Al conocer las historias y reconocer algunos de los rostros, desempeñamos nuestro papel en poner a las personas en el centro de cómo abordamos la migración y el asilo.”

Amy Pope, Directora General de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) : “Las imágenes nos hablan directamente y cuentan una historia que trasciende las palabras. Esperamos que esta maravillosa exposición inspire a todos los que se encuentren con estas ventanas a la experiencia de los migrantes. Este arte es una herramienta poderosa para enriquecer las percepciones sobre uno de los temas más importantes de nuestro tiempo.”

"Being Human", explica Orquín, "es una exposición que, honrando la tradición española del retrato y el realismo, busca dar voz a aquellos que con demasiada frecuencia son invisibles. Un proyecto que, a través del arte, busca crear un puente de comprensión y empatía, recordándonos que detrás de cada migrante o refugiado, hay una historia única y valiosa que merece ser contada y celebrada. El nombre y la historia junto a cada cuadro aseguran que las historias de los migrantes, refugiados, jóvenes, adultos, madres, niños, perduren y se compartan”.

Las 16 obras expuestas describen a los migrantes como individuos únicos y no como una masa anónima. Son retratos a los que Gonzalo Orquín les da un nombre, un rostro y una historia, fruto de encuentros en los que el artista supo de sus historias de supervivencia. Los cuadros Incluyen tanto escenas duras y sombrías de intensidad dramática, como el desembarco nocturno de una patera en el Mar Egeo, o el momento en que llegan jóvenes de Afganistán después de seis meses de caminar con los pies destrozados por llagas que algunos voluntarios curan, como momentos de esperanza, particularmente en las pinturas que representan escenas de maternidad: historias contemporáneas que provienen de diferentes partes del mundo, como Nepal, Nigeria o Ghana.

La exposición también incluye una pintura que representa a un joven de espaldas, sin mostrar su rostro, que compartió su experiencia como refugiado LGTB. Una obra que busca destacar las dificultades enfrentadas por las personas homosexuales en su búsqueda de un futuro mejor en un mundo en el que 67 países aún consideran la homosexualidad un delito.

Para llevar a cabo el proyecto, el artista de Aracena colaboró con ARCI, ICS (Consorcio Italiano de Solidaridad - Oficina de Refugiados), OIM (Organización Internacional para las Migraciones) y ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), con la colaboración especial del fotoperiodista Francesco Malavolta.

Parte de los ingresos de la venta de las obras se donará a las asociaciones que hicieron posible el encuentro con los protagonistas de esta exposición. Cada pintura tiene un nombre ficticio, para respetar la privacidad de la persona retratada y una cartela que narra su historia. Utilizando diversas técnicas con gran maestría, óleo sobre lienzo o collage, Gonzalo Orquín busca representar la esencia de cada individuo a través de retratos detallados de sabor universal, en la secular tradición del realismo pictórico español.


27 octubre 2023

Solo prescribe lo que no se describe

Por CARLOS MARTÍN GAEBLER

 

Lugar de los hechosColegio San Estanislao de Kostka, de la Orden de los Jesuitas/Compañía de Jesús, sito en el barrio de Miraflores del Palo, Málaga

Fecha: primavera de 1972

Edad: 13 años


1. El traje. Don José Luis Alés Barrero, el monitor de comedor y de recreo durante los dos cursos (1970-71 y 1971-72) en los que estuve internado en el Colegio de los Jesuitas San Estanislao de Kostka de Málaga, era un maestro seglar que se ocupaba de los chavales internos durante y después del almuerzo. Era bajito, rechoncho, de ojos claros, repeinado e iba ridícula e impecablemente demasiado "bien trajeado" como para ocuparse del recreo de unos chavales de 12-13 años en un gigantesco patio polvoriento. Su nombre y apellidos figuraban, como profesor externo, en la página 7 del Anuario que el colegio imprimía cada año [un exhaustivo banco de datos personales de la época], y un ejemplar del curso 70/71 ha perdurado hasta nuestros días. Don José Luis, (que es como lo conocíamos los niños a su cargo y que nunca se dejaba fotografiar), tendría unos treinta y pocos años, y recuerdo que fumaba impasible delante de los críos. Años después, el escritor Juan Martínez de las Rivas, que por aquel entonces era uno de mis compañeros de clase, lo recuerda con memoria casi fotográfica: “Edad de unos treinta, cuerpo algo mantecoso, aspecto y rostro aniñados (un Tintín con sobrepeso), pelo rubio peinado crencha a un lado, estilo foto exterior de peluquería de la época, versión moderna, y ojos azules o verdes, y con cierto aire de indiferencia hacia las pequeñas cosas que nos agitaban. Más que atildado, salvo en su vestuario, yo lo percibía indiferente y narcisista. Poseía varios trajes cruzados (siempre vestido -armado- de botonadura cruzada, en mi recuerdo) que alternaba, y cuyos colores se salían de los grises habituales del profesorado: estoy creyendo ver un traje verde con brillos y un traje granate, lo mismo sus corbatas de seda. Además de vigilante, hacía las veces de profesor suplente de inglés.”

 

Efectivamente, de cuando en cuando, este individuo sustituía a la profesora de inglés, la señorita Yvonne, cuando ésta se ausentaba, y nos daba clase a las 4 de la tarde en un aula que estaba en la esquina del mismo patio de recreo que aparece en la foto anexa (tomada en torno a aquella época), situado en el ala noroeste del colegio. Aquel monitor de recreo, de corta estatura tanto física como moral, tenía, sin embargo, las manos muy largas.

 

Una tarde de la primavera de 1972, tras el almuerzo, sobre las 15 horas, don José Luis, vestido con uno de esos trajes-tapadera que él pensaba le aportaban respetabilidad, me invitó a ver televisión (o eso me dijo) a una hora en la que la sala de televisión permanecía cerrada para los internos. Ni recuerdo qué programa emitía la pantalla, seguramente un Telediario. Al poco de hacerme sentar junto a él en la estancia en penumbra, el profesor don José Luis Alés Barrero extendió su mano derecha hacia mi entrepierna y comenzó a sobarme. Yo estaba completamente aturdido y paralizado por su comportamiento. Pero no quedó ahí la cosa, pues a los pocos minutos agarró mi mano con su mano izquierda y me forzó a meterla en el interior de su bragueta, que él ya había abierto previamente, para que le agarrara su sexo erecto. Sentí un enorme asco por lo que estaba sucediendo, pero tras unos minutos, retiré mi mano de su bragueta, di un respingo y salí corriendo despavorido de la sala oscura. Me encaminé a paso ligero hacia el exterior del edificio (la salida del edificio está muy próxima a dicha sala) para respirar aire fresco e intentar recuperarme del shock. Era la mayor agresión contra mi persona que había sufrido nunca, y me ha perseguido durante 50 años. Hoy, cuando escribo esto aún experimento repulsión al tener que hacer retrospección para narrarlo.

 

Por aquel entonces (cursaba cuarto curso de enseñanza secundaria, grupo 4C), yo había comenzado la lectura del El Quijote, en una edición que la buena de mi tía Genoveva me había regalado unos meses antes por Navidad. Solía apostarme contra la base de una de las palmeras que había plantadas en el jardín situado delante del edificio del colegio, un lugar al aire libre orientado al sur y con vistas al mar al que sí nos dejaban acceder. Cada tarde después de comer, acudía con mi libro en mano a dicho lugar. Esto me permitía desconectar por un rato de aquel infierno e interponer una barrera física imaginaria con el edificio-cárcel para sumergirme en la maravillosa ficción de Cervantes. Solo tenía 13 años, pero la magia de aquella lectura me salvó literalmente. Leer sobre las aventuras de don Quijote y Sancho fue como un bálsamo para mi mente atormentada. Desde entonces, los libros me han ayudado a sobrellevar los peores tragos de mi vida. Verdaderamente la lectura nos hace mejores personas.

 

2. Impunidad. Por otro lado, me sentía tan agobiado por el continuo acoso de algunos de mis compañeros de internado, tan harto de sus insultos y humillaciones, que me armé de valor para acudir a denunciar la situación a quien pensaba (inocente de mí) que podría ayudarme, el llamado Padre Prefecto, don José Ruiz Vázquez. Este religioso aparece como Director Espiritual de los cursos 3º y 4º, en la página 5 del Anuario 70/71. Sentado en su despacho, situado en la primera planta del ala sureste del edificio, mirándome con una sonrisa curil, casi beatífica, a través de sus gafas grises, hizo oídos sordos a mis quejas y se limitó a sonreír aún más, sin casi mediar palabra. A continuación, se levantó de su escritorio y me hizo sentarme encima de él en una silla que había en la esquina de su amplio despacho. Mientras me agarraba por detrás empezó a mover acompasadamente las piernas y la cadera y a gemir cada vez con más intensidad en un jadeo que no se molestaba en disimular. Oía cómo iba alterándose el ritmo de su respiración, mientras iba manoseándome y restregándose el bulto de su entrepierna con movimientos acompasados contra mi culo hasta correrse dentro de sus pantalones, aprovechándose de mi vulnerabilidad para satisfacerse. El muy beato don José Ruiz Vázquez, sacerdote jesuita, se había corrido imaginándose follando por el culo a un niño indefenso. Yo estaba en estado de shock y tardé en darme cuenta de lo que estaba ocurriendo. Cuando dejó de agarrarme por la cintura, salí despavorido de la sala, corriendo escaleras abajo. No volvió a dirigirme la palabra, pero yo nunca olvidé su nombre, sus dos apellidos y el cargo que ostentaba en el colegio.

 

3. Contarlo. La Compañía de Jesús siempre ha despuntado por la formación de sus miembros, que deben conocer bien preceptos como: la rendición de cuentas y hacer justicia, fomentar la verdad y la memoria, y ofrecer reparación a las víctimas. Aquel colegio no enseñaba a respetar al diferente ni me garantizó un entorno seguro donde desarrollarme como persona en ciernes. Ningún responsable ponía orden ni protegía a los niños que fuimos víctimas de acoso (bullying) y de abusos sexuales.


Por tantoexijo una disculpa por escrito de la Compañía de Jesús como reparación moral (similar a la recibida por víctimas de los Salesianos) y una indemnización a dicha institución por el daño psicológico que estos abusos me causaron, que me privó de haber vivido una adolescencia feliz, pues me traumatizaron profundamente. Tan culpable y avergonzado me sentía por lo que me había ocurrido en aquel colegio que fui incapaz de contarle a mis padres lo sucedido. Tardé muchos años en perdonarle a mi padre que me internara durante dos años en aquel infierno, con el consiguiente desarraigo familiar, pero lo hice en su momento y me quedé muy aliviado.


Nadie ha descrito mejor mi sufrimiento de entonces que la escritora Elvira Lindo en un reciente artículo titulado “Predicar, pero no con el ejemplo”: Cuando un niño es manoseado por un adulto con el fin de procurarse placer sexual, sabe que algo extraño, inusual, prohibido, algo que vulnera como un hachazo su inocencia le está sucediendo. El niño no va a saber cómo llamarlo, está tan alarmado que lo mantendrá en silencio. Un niño con un secreto es un ser muy desgraciado. El depredador de niños conoce instintivamente la psicología infantil, pero, además, tras años de experiencia, se va a convertir en un verdadero experto. Tiene olfato de sabueso para identificar a la víctima adecuada. Sabe cómo hacer para que esa inmundicia que él genera avergüence a la criatura, sabe cómo cargar al pequeño con el peso de la culpa para que calle. El daño que se le hace a un niño no prescribe. La vida cicatriza muchas heridas, pero las consecuencias de un abuso son rocosas y persisten si el secreto se enquista, si no se encuentra una sociedad que escuche y comprenda. Cuando los abusadores pertenecen a una institución con el poder social que ha ostentado la Iglesia católica, las víctimas tienen derecho a una reparación pública por el daño recibido.” Durante toda mi adolescencia me hicieron creer que lo que me había pasado había sido por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa.


La Compañía de Jesús reconoció públicamente, el 21 de enero de 2021, que al menos 81 menores y 37 adultos han sufrido abusos sexuales a manos de 96 miembros de su orden desde 1927, en la primera investigación interna de una institución católica en España. Sin embargo, la congregación no ha querido revelar los nombres de los acusados, como reivindicamos las víctimas, lo que me indigna profundamente porque nos revictimiza a quienes ya fuimos víctimas una vez, ni otro dato decisivo, las parroquias, colegios, o seminarios donde tuvieron lugar los hechos (solo señala que 14 casos se cometieron en Andalucía). Un gran paso para los Jesuitas pero un pequeño paso para la humanidad, rezaba un titular. 

 

He tenido que esperar 50 largos años en silencio y en soledad, hasta la creación en nuestro país de una Comisión Estatal de Investigación de Abusos a Menores en la Iglesia Católica dependiente de la Oficina del Defensor del Pueblo, para interponer estas dos denuncias con nombres y apellidos de modo que éstos no queden ocultos en el olvido y para que otras posibles víctimas puedan reconocerlos y dar un paso adelante. Luis Cernuda escribió el siguiente verso "Recuérdalo tú y recuérdalo a otros." No creo haber sido la única víctima de abusos en aquel colegio. La investigación de la Comisión Estatal dictaminará si la pederastia era una práctica sistémica en dicho colegio de Jesuitas.

 

La jerarquía eclesiástica española haría bien en mirarse en el espejo de Irlanda, un país mayoritariamente católico como España, pero que, con una población cuatro veces menor, creó una Comisión para Investigar el Abuso Infantil y que publicó un demoledor informe - más de 800 abusadores conocidos en más de 200 instituciones católicas durante un período de 35 años -, comúnmente conocido como el Informe Ryan, el 20 de mayo de 2009. 

 

Como plantea la periodista Lydia Cacho, yo también me pregunto, ¿en qué momento los miembros de la Iglesia católica lograron alcanzar una excepcionalidad jurídica similar a la de los militares que cometen crímenes de guerra? A estos delitos debe aplicárseles la legislación vigente, no la ley divina, porque, en un Estado de derecho, el que la hace la paga. Y, aunque hayan prescrito y sus perpetradores fallecido, la Compañía de Jesús es responsable civil subsidiaria de lo ocurrido. Porque solo prescribe lo que no se describe.

 

La mujer que fue víctima de la Manada comunicó, a través de su abogado, una frase que me ha animado a relatar lo ocurrido y a hacer públicos estos abusos, con nombres y apellidos, 50 años después, por mucho que hayan prescrito, y sus perpetradores fallecido: Cuéntalo, que, si no, ganan ellos. Al publicarlas en la red, deseo que estas dos denuncias trasciendan para que estos crímenes no queden silenciados ni impunes, y porque, al igual que ha manifestado el escritor Alejandro Palomas, no quiero morirme sucio, con esta mierda dentro de mí.


Firmado: Carlos Martín Gaebler, PhD


Lo que precede es la doble denuncia que remití por escrito, el 3 de septiembre de 2022, a la Oficina del Defensor del Pueblo contra el Colegio San Estanislao de Kostka, de la Orden de los Jesuitas/Compañía de Jesús, sito en el barrio de Miraflores del Palo, Málaga, como responsable civil subsidiaria de los abusos sexuales que sufrí en dicho colegio, en la primavera de 1972, a la edad de 13 años, a manos del profesor seglar don José Luis Alés Barrero (fallecido) y del religioso José Ruiz Vázquez, S.J. (igualmente fallecido).

La Oficina del Defensor del Pueblo tiene abiertos diversos canales de contacto que pueden usar las víctimas de pederastia para trasladar sus testimonios: el correo electrónico atencionvictimas@defensordelpueblo.es, el teléfono gratuito 900 111 025, y la dirección postal del Defensor del Pueblo (Calle Zurbano, 42, 28010, Madrid).   




12 septiembre 2023

Por qué odio los aeropuertos

Me pregunto cómo lo hacen esas personas que van con el tiempo justo a la terminal y no sufren un ataque de ansiedad. Yo nunca corro porque siempre voy con margen más que suficiente para realizar un vuelo transoceánico, aunque vuele a Santander.




A pesar de volar con asiduidad, hasta que no me encajono en el asiento del avión, mi estado de ánimo no deja de ser el de El grito de Edvard Munch. Estado que empiezo a adoptar cuando compro el billete, no sin esfuerzo y sin estar seguro del todo si no me habré equivocado en la fecha de mi nacimiento o en la de la ida y la vuelta o en algún número del DNI y/o pasaporte, y que, en realidad, ahora que lo pienso bien, no desaparece hasta que regreso. El aeropuerto es el peaje que se paga por volar a ciertos destinos. Destinos que no siempre merecen la pena. El aeropuerto es una trampa. Cambias el título de la inquietante película Cubo por el de Aeropuerto y no pasa nada.

Ya solo el primer paso de llegar al aeropuerto supone elegir cómo ir al mismo; en taxi, en metro o en autobús —no siempre te puede acercar un familiar o un amigo en coche—. En mi caso, escojo un medio de transporte u otro en función de la hora de despegue y si viajo solo o acompañado. Cada opción tiene sus riesgos y costes, económicos y personales. Una vez en la terminal de salidas, trato de localizar en las pantallas informativas el mostrador de facturación y me aseguro que mi vuelo ni va con retraso ni se ha cancelado. Llegar con tiempo y confirmar que todo va según lo previsto equivale a dos resoplidos de alivio. Y todavía no se ha hecho nada.

Son muchos los que dicen que ya no facturan maleta, sin embargo, sigue habiendo colas largas en los mostradores de facturación. Las aerolíneas compiten por ver cuál de ellas se lo pone más difícil a los pasajeros. Nos quieren al borde de un ataque de nervios y que la maleta que no hemos facturado (por el coste económico y de tiempo que supone) viaje en la bodega del avión. Mientras la fila avanza me aseguro de llevar conmigo toda la documentación en regla, en vigor e impresa; DNI o pasaporte y tarjeta de embarque, y cruzo los dedos para que mi maleta siga midiendo y pesando lo mismo que medía y pesaba la última vez que la medí y pesé. Diez kilos, con unas medidas que se han convertido en un estribillo pegadizo, 55 x 40 x 20 cm. Exceder el peso máximo permitido de equipaje supone pagar una cantidad de dinero muchísimo mayor de lo que cuesta todo lo que contiene la maleta o ponerse a reorganizar en plena terminal y sacrificar algo de nuestro excesivo equipaje a la vista del resto de pasajeros. No pasar vergüenza en un aeropuerto está al alcance de muy poca gente.

Con dos tarjetas de embarque, una de papel y otra digital, y con una mochila como equipaje de mano, toca pasar el control de seguridad. Toca hacer otra fila más. Una fila en la que a cada paso aprovecho para sacar el ordenador portátil, quitarme el cinturón, la sudadera y el reloj, meter en una bolsa transparente los botes con líquidos, y guardar el teléfono móvil y la cartera en la mochila. Parece mentira que haya muchos más olvidos que robos en esas cintas por las que no dejan de pasar las pertenencias más valiosas de los pasajeros. Una vez estoy listo para cruzar ese marco sin puerta sin pitar, disfruto de ese placer culpable de ver y escuchar a las personas de seguridad dirigiéndose a unos pasajeros que o no les entienden o no les quieren entender. Pasajeros a quienes les da pereza descalzarse, reacios a desprenderse de su recién comprada botella de aceite de oliva virgen extra o que prefieren beberse un litro de lo que sea que contenga la botella que llevan consigo antes que verterlo. Cuando me toca pasar el control de seguridad, si pito me lo tomo como una derrota. Puede darse el caso de que no pite, pero que tenga que abrir la maleta para mostrar a la persona de seguridad que eran infundadas las sospechas que había con el objeto que el escáner no reconocía. Tampoco le culpo, todavía no sé cómo puede identificar nada en esa pantalla en la que hay más colores que formas.

Después, es el momento de transitar por la terminal. Un espacio comercial que funciona como Ikea. Tiene atajos, pero hay que pasar por tiendas en las que todo lo que se vende es caro, aunque no lo parezca por la cantidad de gente que compra. Corbatas, auriculares inalámbricos, alcohol, almohadas, chocolatinas, camisas, etcétera. Ni siquiera comprando o mirando, el estrés, la angustia y la ansiedad desaparecen. En un aeropuerto siempre hay que estar alerta. La puerta de embarque puede cambiar sin avisar. Lo único que se avisa por megafonía en todos los aeropuertos del mundo es que no se avisa del cambio de puerta de embarque. Hay que consultar las pantallas informativas. Algo que suelo hacer cada dos o tres minutos. Estaría bien que las pantallas indicasen los destinos en vez de por su nombre por pinturas. De esta manera, los cuadros de Antonio López se identificarían con Madrid, los de Joaquín Sorolla con Valencia, los de Paul Gauguin con la Polinesia Francesa, los de Katsushika Hokusai con alguna ciudad japonesa, los de Fernando Botero con Medellín o Bogotá, los de Henri de Toulouse-Lautrec con París, los de David Hockney con Los Ángeles y los de Edward Hopper con Nueva York, por citar varios ejemplos. Seguiríamos siendo pasajeros estresados, pero ilustradosCuando lo tengo todo controlado y, si tengo tiempo antes de embarcar, me suelo regalar un café del McDonald´s. El único sitio en el que no tengo que hacer una tabla Excel para saber si me lo puedo permitir o no. Mientras me lo tomo me pregunto cómo lo hacen esas personas que van con el tiempo justo al aeropuerto y no sufren un ataque de ansiedad. Yo nunca corro por una terminal porque siempre voy con margen más que suficiente para realizar un vuelo transoceánico, aunque vuele a Santander. Cuando embarco, vuelvo a resoplar de alivio.

La relajación me dura hasta que el avión aterriza y me dirijo a recoger mi maleta. Mientras espero a que aparezca en la cinta transportadora, busco con la mirada dónde se encuentra el mostrador del equipaje extraviado. Pienso en mi maleta y me la imagino abandonada y sola en el hangar de algún triste aeropuerto de un país al que no creo que viaje nunca. También pienso qué haré en caso de que me digan que han encontrado en su interior droga o dinero sin declarar. Cosas que seguro alguien me ha metido, a pesar de haber candado mi maleta, con un candado que se abre con cualquier llave y/o con un palillo. Sin recurrir ni a la fuerza, ni a la maña. Hasta ahora nunca me ha pasado, pero estoy casi seguro que me pasará. Es mi fatal destino, pienso.

Al ver aparecer mi maleta siento alivio y ganas de llorar. Lágrimas que pronto se convierten en algo de resquemor por no ser el motivo de la algarabía que hay al otro lado de la puerta en la terminal de llegadas. Ni soy el motivo de la alegría que suele haber en ese espacio, ni nadie me espera sosteniendo y mostrando una tableta con mi nombre y apellidos. A partir de ese momento somos mi maleta golpeada, en el mejor de los casos, o con una rueda que no gira, y yo. Tras el viaje, será momento de pasar de nuevo por todo este tránsito que, al final, siempre merece la pena, ya sea para descubrir un lugar o para regresar a casa.