Dedicado a Irene Vallejo
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Aunque pudiera parecer lo contrario, esta calle no fue rotulada a propuesta de la Asociación de Abogados Cristianos, guardianes de la ortodoxia reaccionaria. El rótulo en cuestión está colocado, desde tiempo inmemorial, a escasos metros de la salida de un colegio religioso, en el centro de una ciudad muy santa y muy beata de este Estado, supuestamente aconfesional, llamado España. Pero, ya se sabe, quienes adoctrinan son siempre los otros.
Me pregunto si esos buenos libros se refieren a libros de texto edificantes contra el machismo o la homofobia en las escuelas; o a manuales divulgativos de la diversidad afectivo-sexual y los tipos de familia; o a folletos pedagógicos sobre cómo evitar embarazos no deseados o cómo promover una sexualidad sana y segura. Póntelo. Pónselo. Buenos libros para la buena educación cívica. Quiero pensar que sí, pero no las tengo todas conmigo. cmg2022
2 comentarios:
Irene Lozano dijo...
Las llamadas “religiones del libro”, en distintos momentos de la historia, han creído que su libro solo podía triunfar imponiéndose sobre todos los demás y han hecho numerosas campañas violentas no solo para arramblar con los otros libros sagrados, sino también con los seculares. En realidad deberíamos llamarlas “religiones del libro único” para tener siempre presente que la lectura del libro único atenta contra los libros, del mismo modo que el sistema de partido único tritura los partidos. En última instancia, los fanáticos del libro único querrían extinguir la literatura, como el partido único quiere acabar con la democracia. Hasta ese punto están anudadas inseparablemente la libertad de la literatura con la de la vida, y el pluralismo político con el creativo. El libro único -más allá del orden religioso, también en el político- tiene el riesgo de estimular el dogmatismo y la violencia.
Los nombres de las calles nos retratan: muchas vírgenes, santos y nobles, pero poca ciencia y menos mujeres que hombres. Lo topónimos son parte de cómo creamos el mundo que vivimos y en el que creemos. No sólo están en las calles; con ellos estamos creando el significado de nosotros mismos. Las denominaciones de los lugares son un retrato de las sociedades, y su evolución muestran qué quieren ser.
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