31 octubre 2018

Franquismo residual



Por CARLOS MARTÍN GAEBLER

Dedicado a los maestros y maestras de la República Española

De forma periódica, escucho decirlo a mis mayores: este país todavía huele a Franco. Lo sentenciaba el gran Paco Rabal antes de morir. En actitudes y hábitos, parece como si no acabáramos de desprendernos de esa costra casposa de efecto retardado que nos inoculó a los españoles la larga noche del franquismo. El franquismo dura ya demasiado tiempo.

En su día escuché a Albert Boadella señalar que la peor herencia de la dictadura franquista fue imponer un desdén por las cosas bien hechas, una cierta indolencia en el trabajo y en la vida cotidiana. Me atrevo a añadir que este rasgo se manifiesta también en la baja calidad de nuestra democracia. En España no se ha instalado aún lo que a mí me gusta llamar la democracia de la calle, que antes se denominaba civismo, un valor que cada vez echo más en falta a mi vuelta de cualquier viaje por Europa. Educar en valores cívicos es la asignatura pendiente de la sociedad española, y, en este sentido, toda una generación de padres y madres ha fracasado.

El escritor gallego Suso de Toro, al echar la vista atrás, reconoce ahora que las movilizaciones contra la gestión medioambiental del desastre del Prestige no pasaron factura electoral a los responsables en Galicia porque “nuestra historia familiar, y nuestra cultura personal y cívica, están troqueladas por el franquismo. Vivimos en una sociedad educada para unas relaciones políticas sadomasoquistas y que tolera comportamientos que no toleraría una sociedad con una cultura democrática más profunda.” Esto es el franquismo sociológico del estás conmigo o contra mí.

El maestro Eduardo Haro Tecglen va incluso más lejos: “Siempre Franco; sin él no se entiende este país de hoy.” Y Juan Luis Cebrián piensa que Franco es una consecuencia de ver, entender y hacer España que todavía está viva y coleando. Hoy, muchos de nuestros jóvenes no conocen en qué medida el franquismo afectó a la vida de los españoles. La España actual no se puede entender sin saber qué fue el franquismo, una etapa muy compleja que duró cuarenta años y concluyó con el dictador muerto en la cama, una metáfora que significa que no pudimos echarlo ni eliminarlo. 

De aquella España negra quedan los rescoldos del sempiterno odio cainita, el machismo asesino, el nacionalismo patriotero y trasnochado que afecta a algunos sectores de nuestra sociedad, la generalización de la corrupción y del fraude fiscal, la ausencia de una ética social, la chulería individualista provocada por tantos años de autarquía, y, sobre todo, el preocupante desprecio por la educación. Pienso que es urgente poner en marcha una socialización o educación política en democracia; podríamos empezar por universalizar la educación medioambiental y sexual.

Para Ana María Moix, una de las tragedias de la Guerra Civil de nuestros abuelos fue la extinción de un espíritu que consistía, entre otras cosas, en saber, creer de verdad, y enseñar algo muy simple: que hay cosas que no se hacen. Tras unos años en que, dada la imagen, la actitud, los hechos y el discurso de cierta clase política, los ciudadanos no prestan ningún crédito a quienes se ocupan de la cosa pública, es imprescindible que existan personas que sepan y enseñen que hay cosas que no se hacen. Siempre me ha llamado poderosamente la atención la enorme permisividad de muchos de nuestros conciudadanos con los comportamientos incívicos.

Alejandro Pizarro, profesor del la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Complutense asegura que, en España, las élites culturales tenían más peso e influencia antes de la Guerra Civil que ahora. Estamos pagando el precio de cuarenta años de fascismo y la pérdida de esa oportunidad de oro para levantar el listón medio de cultura y civismo que fueron los 13 años de gobierno socialista para haber entroncado con la tradición ilustrada de instrucción pública de la Segunda República. Se podría decir que España es un país analfabeto funcional porque hemos logrado, afortunadamente, niveles de democracia (vamos a ser el quinto país del mundo en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo), de desarrollo económico y de infraestructuras semejantes a los países de nuestro entorno, pero no ocurre lo mismo con los niveles de cultura y civismo. Una sociedad que no lee es una sociedad enferma.

Por muy simplista que suene, estoy con Ortega y Gasset cuando dijo aquello de si España es el problema, Europa es la solución. No se puede decir más con menos. Hoy en día, Europa es el respeto al otro, la civilización de la convivencia. Por eso, necesitamos más Europa. Con todo, seamos optimistas pues los europeos nos aprestamos a refrendar la primera constitución genuinamente laica por la que se va a regir este país. Estoy seguro de que Azaña votaría sí. cmg2004


Artículo publicado en el número 3.830 de la revista El faro el 29 de octubre de 2004

24 octubre 2018

El abuelo desaparecido


Mi abuelo, Manuel Martín Rubio (Guijuelo, Salamanca, 29 de octubre de 1897 - Asturias, 20 de agosto de 1936), es uno de los 100.000 desaparecidos en la guerra civil española. Sus restos deben estar desintegrados en alguna cuneta asturiana de la carretera que va desde Siero a Gijón, según relata Francisco Sánchez Font en su monumental obra sobre el cerco de Oviedo, y queda también registrado en el Mapa de fosas y enterramientos de dicha región, actualizado por la Universidad de Oviedo en 2024.

Mi abuelo Manuel era brigada de la Guardia Civil al servicio de la República (Tarjeta de identidad: Serie A, número 03298) cuando estalló el conflicto fratricida en julio de 1936. En abril de aquel año fatídico, sus mandos lo habían trasladado desde Andalucía a la zona caliente que por aquel entonces era Asturias, tras la sangrienta Revolución de Octubre de 1934, como represalia por haberse señalado al pedir mejores condiciones laborales para sus compañeros guardias civiles del 17º Tercio en la Comandancia de Camas, Sevilla.

Cuando la Guardia Civil se pasó mayoritariamente al bando sublevado contra el gobierno del Estado legítimamente constituido, fue hecho prisionero de guerra y conducido a la cárcel de Siero, y el 20 de agosto de 1936 fue fusilado en una zona indeterminada del denominado Caño del Águila, en flagrante violación de la Convención de Ginebra. Posteriormente prendieron fuego a su cuerpo, apareciendo sus restos carbonizados en la carretera de Pola de Siero a Gijón. 
 
Por entonces residía en el pueblo minero de La Felguera (que hoy en día es un barrio de Langreo, Asturias), junto a su esposa (mi abuela Librada), su hijo (mi padre Manuel) y una de sus dos hijas (mi tía Isabel).

En su Libreta de haberes, que aún conservo, figura que fue ascendido de sargento a brigada el 22 de abril de 1936. Fue trasladado primero a Sama de Langreo en abril y posteriormente a La Felguera, Langreo, que fue su último destino en los meses de mayo y junio, ya como Comandante del Puesto. La hoja correspondiente al mes de julio aparece vacía.

Fue visto por última vez por su familiares en el campo a las afueras de La Felguera, cuando dos milicianos los condujeron una noche al lugar indeterminado donde estaba retenido para despedirse de él, el 19 de agosto de 1936. Tenía 38 años de edad.

Los tres objetos de escritorio que conservo de mi abuelo: un sujetapapeles
de latón dorado, un sello de bronce con su firma, y moldes de letras de latón

Por dignidad nacional es preciso remover los obstáculos que impiden rescatar de las cunetas y de las fosas perdidas a las víctimas de tanta tortura y de tanto crimen superpuesto para cerrar las heridas aún abiertas y para que nunca más los españoles nos matemos por nuestras diferencias ideológicas o religiosas. Lo reclama este bloguero, que es su nieto rojorepublicano y apóstata, para honrar su memoria, y porque todos los muertos son iguales. cmg2010

Mi padre ante la placa que recordaba a su padre
desaparecido, junto a una iglesia de su Guijuelo natal,
el único lugar físico a donde pudo acudir
para hacer su duelo muchos años después.