29 noviembre 2017
24 noviembre 2017
Daniel Canogar, el artista tecnológico
Del 29 de noviembre 2017 al 28 de febrero 2018 la
Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid presenta la exposición Fluctuaciones
de Daniel Canogar, una reflexión sobre los paradigmas de la sociedad de datos y
las transiciones entre el mundo virtual y el mundo real.
La exposición, comisariada por Sabine Himmelsbach, se articula en
torno al cambio tecnológico, presentando gráficamente la complejidad del mundo
digital de hoy. Canogar (Madrid, 1964) utiliza medios tecnológicos, poniéndolos al servicio de
una experiencia artística novedosa y entablando, al mismo tiempo, un diálogo
estético con los entornos digitales.
“Fluctuaciones” muestra un mundo en tránsito, de memorias pasajeras y fugaces, de cambios tecnológicos y de flujo de datos en constante crecimiento, evidenciando las inevitables transformaciones que las tecnologías continúan aportándonos.
"Fluctuations" explores the paradigm of our data society and reflects a world of changing media. Technological artist Canogar creates large-scale installations and generative video animations to investigate the interfaces and transitions between virtual and real worlds. Fluctuations stands for a world in flux -a world of transient, fleeting memories, shifting media and continuously increasing data streams- and searches for the individual person's impact and position in this hyperconnectivity.
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Hay otros mundos, pero están en éste
Por JOSÉ ANDRÉS ROJO

La peste de
las identidades está a la orden del día. Es necesario y urgente pertenecer a
algo, vestir las mismas camisetas, levantar las mismas banderas, aspirar a una
pureza intachable, ser auténticamente de izquierdas, tener raíces, no cometer
traición. De lo que se trata, antes que nada, es de compartir unas señas de
identidad y de tener localizado al enemigo. Cuando reflexiona sobre los afanes
de tantos por legitimar la propia causa en su último libro, La flecha (sin
blanco) de la historia, el filósofo Manuel Cruz cita unas
observaciones de un artículo de Tzvetan Todorov publicado en estas páginas:
“Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable,
está preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo,
adaptada a unas circunstancias inéditas. Comprender al enemigo quiere decir
también descubrir en qué nos parecemos a él”.
Nada más
alejado de la corriente que hoy se impone, donde lo que sobre todo importa es
ser de la manada, de la tribu, de la nación, del pueblo. Hay, sin embargo,
otros mundos y, por extraño que parezca, están en este.
Por ejemplo,
William Morris. Vivió en la Inglaterra victoriana y tuvo tiempo para hacer de
todo. Fue diseñador, artesano, empresario, poeta, ensayista traductor,
bordador, tejedor, impresor, tipógrafo, editor, agitador político, etcétera.
Una exposición recoge una amplia muestra de su obra en la Fundación Juan March
de Madrid, y en su sala de conferencias recordó el escritor Ignacio Peyró hace
unos días que uno de los caminos que exploró para forjar sus derroteros
espirituales fue el de regresar al medievo. En la Inglaterra cargada de humo y
manchada con el hollín de las fábricas de la era industrial, Morris eligió el
lustre de los ideales caballerescos y el esplendor de las catedrales góticas.
Procedía de
una buena familia, jamás tuvo dificultades económicas, tenía las antenas
puestas para atrapar cuanto contribuyera a conquistar más belleza. Pero las
injusticias lo exasperaban. Así que se metió en política, entregado a difundir
la causa socialista. Hay otros mundos, sí, pero están en este. Y frente a
cuantos reclaman las identidades sin mácula, confirman que las cosas son más
complejas, que somos mestizos y que, ay, también llevamos al enemigo dentro.
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14 noviembre 2017
Las manadas de animales son más humanas
Por BERNA GONZÁLEZ HARBOUR
Visto con ojos humanos, los delfines machos violan a las hembras en manada, cierto, pero, en general, la palabra “manada” sirve para definir un rebaño de ganado que está al cuidado de un pastor o un conjunto de animales de la misma especie que andan por ahí reunidos. En ganadería resulta práctico para el dueño y, en la naturaleza salvaje, para los animales, porque se agrupan para cazar, jugar, convivir y organizarse ante los depredadores. Es natural.
Visto con ojos humanos, los delfines machos violan a las hembras en manada, cierto, pero, en general, la palabra “manada” sirve para definir un rebaño de ganado que está al cuidado de un pastor o un conjunto de animales de la misma especie que andan por ahí reunidos. En ganadería resulta práctico para el dueño y, en la naturaleza salvaje, para los animales, porque se agrupan para cazar, jugar, convivir y organizarse ante los depredadores. Es natural.
Cualquier parecido de todo esto con los violadores de San Fermín podría ser pura coincidencia, pues se diría que en la mayoría de las especies animales los machos respetan a las hembras más que estos cinco amiguetes —uno de ellos soldado y otro guardia civil— que ya se sientan ante la justicia en Pamplona. Pero ellos se hacían llamar “la manada” y si nos paramos aquí a analizarlos es porque pueden ser ejemplares representativos de una subespecie humana de gran recorrido: los hombres que ejercen la violencia contra las mujeres. Se caracterizan por considerar a la hembra parte de su propiedad, por castigarla si no se somete a ellos e incluso matarla a ella o a sus propios cachorros si son contrariados. Documentemos algunos casos: Los cinco acusados de violación, robo con intimidación y delito contra la intimidad en Pamplona hicieron supuestamente algo aún peor que violar a una mujer indefensa. Y fue hacerlo colectivamente, grabarlo, compartir los vídeos y jactarse de ello en WhatsApp. “Follándonos a una los cinco”, “puta pasada de viaje”, relataba uno de ellos en su chat La Manada. “Cabrones, os envidio. Esos son los viajes guapos”, jaleaba un amigo desde Sevilla en el grupo Disfrutones SFC. Los cinco ejemplares analizados podrían haber reflexionado en el largo año que llevan en la cárcel para presentarse al juicio con algún resquicio de decencia. Pero además alegan que la chica de 18 años que solo pasaba por allí había dado su consentimiento, aunque quienes la encontraron llorando desconsoladamente, tumbada en posición fetal y con lesiones relataron una versión diferente. Aún sufre estrés postraumático.
En esta improvisada definición aparecen otros machos curiosos de los que no nos olvidamos: David Oubel mató a sus hijas, Amaia y Candela, de 4 y 9 años, con una sierra radial. Fue en Moraña (Pontevedra) en 2015 y él mismo reconoció los hechos. Al día siguiente tenía que devolvérselas a su madre, de la que se había separado, y claro. Un hombre degolló este fin de semana a su hija de dos años en Alzira (Valencia) tras una pelea con la madre. Otro asesinó a su expareja Jessica Bravo la semana pasada en presencia de su hijo de tres años ante su colegio en Elda. Después de suicidó. Ya son 23 los menores huérfanos por la violencia de género en lo que va de año en España.
Violadores, asesinos de mujeres, de sus hijos o de ambos. Hombres incapaces de afrontar la frustración, de aceptar la libertad de la mujer y que se creen sus dueños. En manada o en solitario. Es la triste definición nada científica de la subespecie humana que hoy nos ocupa, mucho más cavernaria que la animal.
El País, 14 de noviembre de 2017
27 septiembre 2017
WALTER, Peluquería de señoras
Aunque nunca llegué a conocer a mi abuelo alemán, que murió dieciocho meses antes de que yo naciera, guardo innumerables recuerdos de la peluquería de señoras que regentaba en el número 17 (actual número 11) de la céntrica calle Rioja de Sevilla, y que solía frecuentar de niño cuando visitaba a mi abuela María y a mis tíos Fernando y Pepi, quienes habían heredado el negocio familiar.
Mi abuelo Walter Gaebler [mi madre españolizó el apellido Gäbler, sin prever siquiera que así también se escribiría algún día en el lenguaje digital] nació en 1889 en la localidad de Eisleben, ciudad natal de Martín Lutero, un pequeño pueblo rural al este de Alemania. Empezó a trabajar en 1903, a la edad de 14 años, en Halle. Tras la hecatombe económica que para Alemania supuso la primera guerra mundial, se produjo una masiva emigración de alemanes que huían del caos financiero que había provocado la hiperinflación durante el periodo de la República de Weimar (1918-1933) y de la depresión económica causada en parte por las ingentes deudas que, en el Tratado de Versalles, Alemania fue obligada a pagar por las potencias vencedoras como compensación por los daños causados por la guerra. Mi abuelo Walter fue uno de tantos que, después de 1923, buscaron suerte más allá de su asolada tierra natal embarcándose en la marina mercante. Me contaron que tuvo que tirarse al mar desde un barco huyendo de los ingleses, llegando a nado hasta el puerto de Vigo. Después, durante los años veinte, vivió una temporada en Portugal, más tarde se trasladó a Madrid, y recaló finalmente en Sevilla, donde conoció a mi abuela María y montó el salón de peluquería Walter, que con el tiempo sería el más afamado de su época entre las damas de la alta sociedad. Walter podía presumir de haber peinado a Cayetana de Alba el día de su boda con Luis Martínez de Irujo en 1947.
La peluquería, que, según rezaba su publicidad, estaba especializada en "ondulación permanente, aplicación de tinturas y de henné legítimo, manicura y masaje," se hallaba ubicada en la entreplanta de un hermoso edificio regionalista que el arquitecto Aníbal González había construido entre 1917 y 1919 para la familia Sánchez Dalp, justo encima del legendario café Gran Britz, como puede observarse en una postal de aquella época. Hacía esquina con las calles Rioja y Tetuán. Mi abuelo era muy aficionado a asistir, sombrero en mano, a las tertulias que allí tenían lugar.
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Mi abuelo Walter Gaebler, mi abuela María Ojeda y su hija María Luisa (mi madre) en el salón hacia 1934. |
De él me contaron que había sido un consumado políglota pues, como hacía saber en su tarjeta profesional, hablaba alemán, inglés, francés, portugués, y castellano, éste con un fuerte acento germano del que nunca consiguió deshacerse. Era emprendedor, meticuloso y ordenado, como buen alemán, y tenía fama de cascarrabias.
Era bien sabido el temor que Franco tenía hacia cualquier diferencia cultural. En 1939 su gobierno, por entonces establecido en Burgos, aprobó un decreto por el que se consideraba ilegal cualquier nombre de persona que no se correspondiera con un santo o patrón católico. Por ese motivo, unos amigos falangistas de mi abuelo Walter, que era protestante, le obligaron a convertirse al catolicismo, y a adoptar el, al parecer, nada pecaminoso nombre de Francisco, aunque su peluquería en la calle Rioja continuó llamándose Walter, y con ese nombre siguió imprimiendo su tarjeta personal.
En el hall de entrada a la peluquería y en otras estancias de la casa de mis abuelos, había colgados numerosos cuadros de Baldomero Romero-Ressendi, pintor costumbrista muy amigo de la familia. Mi abuelo Walter solía comprarle lienzos y óleos para que éste dispusiera de fondos para pintar sus obras. Confieso que las obras de Ressendi que atesoraba mi familia, aunque pintadas con virtuosismo y gran técnica expresionista, nunca me encandilaron de niño pues me parecían que retrataban un mundo sórdido, y porque ya intuía que reflejaban la España oscura y tenebrista en la que fueron creados. Sin embargo, como ocurre siempre, hubo una excepción. En diciembre de 1960 Ressendi pintó una acuarela singular para felicitarles a mis padres la Navidad y desearles próspero año nuevo de una forma harto simpática: sentados bajo sendos secadores de pelo aparecemos mis padres y yo de niño en lo que constituye el único recuerdo (pues no se conservan fotos tras la reforma del salón) de aquellos secadores de casco verde agua (aquí pintados recordando la tetilla de un biberón) que en mi imaginación infantil yo asociaba con las escafandras de los astronautas que iban al espacio durante aquella década prodigiosa.
El salón de la peluquería que yo conocí tras la reforma que hizo mi tío Fernando era un espacio rectangular y diáfano, con varias ventanas que daban a la calle Rioja, enlosado con un sencillo diseño hidráulico de tablero de ajedrez (piso ajedrezado que perduró tras la reforma). En el centro de la estancia, mi tío que, como señalé antes, ya regentaba el negocio en los años 60, tenía colocado un hermoso macetero antiguo de hierro forjado, pintado de blanco, en cuyos múltiples brazos estaban colocados hermosos helechos de distintos rizos. Este macetero, que semejaba a un árbol con ramas, era la auténtica joya del salón. Mi tío los mimaba y vaporizaba él mismo con un tacto exquisito.
En una esquina se situaba un buró donde mi tío guardaba el efectivo y el libro de citas, que cogía con su característica letra superminúscula. Separados por un biombo del resto del salón, se situaban los tres lavaderos, en los que de pequeño a veces me lavaban el pelo (cuánta ternura la de mi tía Pepi al hacerlo). Frente a los cinco secadores había una pequeña mesita con revistas ilustradas; me encantaba hojear los ejemplares de Schöner Wohnen, La actualidad española y Sábado Gráfico, estas últimas con noticias y fotos de los Beatles y de la carrera espacial. Sobre todo me fascinaban las pequeñas jarras de cerámica antiguas que mi tío (aficionado al mercadillo del Jueves) coleccionaba y que tenía colocadas minuciosamente, de menor a mayor, en una hermosa estantería transparente, junto a bellísimas reproducciones de ídolos aztecas que solía adquirir en la Feria de Muestras Iberoamericana, que tenía lugar cada primavera en Sevilla, una de las cuales aún conservo.
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Reseña biográfica publicada por ABC de Sevilla el 30 de octubre de 1955 |
Puerta de la antigua Peluquería Walter. |
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Ressendi
31 julio 2017
Los abedules de mi abuelo

Y entre los recuerdos que debió traerse de su tierra natal figura esta cautivadora fotografía de unos abedules de tronco plateado en un campo germano, que adquirió, junto a otra de los mismos autores, los hermanos Hofmeister, en una galería de Munich (y por la que pagó 50 Pfennig de la época, según figura escrito a lápiz en el anverso). Casi un siglo después, ha llegado hasta mí y la emoción del hallazgo me ha llevado a publicarla en la red y compartirla con el público internauta y con los aficionados a la fotografía histórica. Tras escanearla, la versión digital resultante ha ganado luminosidad y aumentado su magia icónica. Mi abuelo la observaría con añoranza de sus lejanos bosques alemanes de cedros y abedules, tan diferentes de los naranjos y cipreses mediterráneos que le acompañaron en España hasta el final de su vida, unos años antes de yo nacer.
Esta foto, de gran valor emocional para quien esto escribe, me ha brindado la oportunidad de recuperar una parte de la memoria histórica familiar y de rendirle homenaje a ese abuelo que no conocí pero cuyo apellido le da nombre a este blog y del que me llegó parte de su ADN políglota y viajero. Danke, Opa. cmg2015
Birken im Moor (Abedules en la marisma), fotograbado de Theodor y Oskar Hofmeister, n.1868-1943, 1871-1957, publicada por la editorial Hermann A. Wiechmann en Munich alrededor de 1910. Los hermanos Hofmeister, que pertenecieron al grupo de fotógrafos del Pictorialismo alemán, se distinguieron por crear unos potentes cuadros bicromáticos, con logrados efectos de distanciamiento y desenfoque.
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30 julio 2017
12 julio 2017
Contemplación/Contemplation (Una exposición en línea)
En estos tiempos apresurados, me atrae especialmente la pausa en el mirar. Con esta serie de fotografías, que he titulado Contemplación, me interesa mostrar la interacción entre personas y obras pictóricas (esa conversación tan silenciosa como activa), captar el momento del goce humano ante la belleza creada por otros y visualizar la emoción sosegada que nos produce la contemplación de la belleza.
In this hurried age, I find pausing for gathering quite appealing. The main reason for publishing this photo series - which I have entitled Contemplation- is to show the interaction between individuals and paintings (a dialogue which is both silent and active), to capture the moment of human joy in the face of beauty created by others, and to visualize the peaceful emotion that aesthetic contemplation brings out in us.
Pinche en la palabra-enlace Contemplación para ver la serie./Click on the link-word Contemplation to see the series.
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06 julio 2017
24 junio 2017
07 junio 2017
Los cineclubes de Sevilla
Por ALFREDO VALENZUELA
El País, 16 de enero de 1987
Al cineclub se va como se va a misa. Desde luego, el que acude al cineclub es porque comulga con la séptima de las artes, de eso no hay duda. ¿Quién si no organizaría una esperada tarde de fin de semana en función del horario de un cineclub concreto? (la mayoría de ellos sólo tienen una sesión diaria, en sábados y domingos). ¿Quién si no prefiere la butaca de un vetusto salón de actos universitario a otra butaca cualquiera? ¿Quién está dispuesto a encontrarse de antemano con las mismas caras de siempre?, porque, no lo olvidemos, al cineclub, como a misa, siempre van los mismos.
Claro está que se trata de algo más que un rito. Hoy por hoy es el mejor modo de encontrar la añorada reposición. O mejor dicho, el único, al menos en una ciudad como Sevilla, donde las salas cinematográficas de reestreno desaparecen como víctimas de una conjura secreta. Es también una manera de recordar que cualquier tiempo pasado fue mejor. De ver cine barato. De no echar de menos las poco rentables salas de arte y ensayo. O de pasar la tarde del sábado si a nadie se le ha pasado por la cabeza marcar tu número de teléfono.
El cineclub, además de ser una de las manifestaciones socioculturales que aún perviven con un aire progre, es eminentemente estudiantil. Su actividad arranca con el curso escolar y muere con la convocatoria de junio. Sus días útiles coinciden con los no lectivos. Y, fundamentalmente, con el precio de la entrada de un cine de estreno cualquier aficionado puede acudir a dos sesiones de cineclub o, si se prefiere, como es la mayoría de los casos, ver una sola película y luego tomar unas cañas en un local cercano y acogedor, donde comparar opiniones y lamentarse por el pobre estado de la cinta.
Estas protestas también forman parte del protocolo, puesto que nadie recuerda de nadie que alguna vez viera una buena copia en un cineclub. Otros, haciendo gala de tener una memoria de universitario por licenciar, enumeran con todo lujo de detalles las siete veces que han visto la película y con quién fueron a verla cada una de ellas.
Otra prueba de la vocación estudiantil de este espectáculo, al menos en Sevilla, son los famosos maratones o sesiones de cine más o menos monográfico, de 24 horas de duración. Estas proyecciones gigantes se realizan en marzo, una vez concluido el amargo sorbo de la convocatoria de febrero y cuando la primavera ya despunta en la ciudad. Requisitos imprescindibles, ya que el maratón se plantea como una fiesta más a celebrar durante el curso. Es más, la razón de vida de algunos cineclubes no es otra que el viaje de fin de curso o del paso del ecuador de alguna promoción. Prueba ésta de que el cine podría seguir siendo un espectáculo rentable, principio que tanto público como empresarios se empeñan en desmentir en los tiempos que corren.
Del regusto progre sí queda mucho todavía. La mayoría de de los cineclubes conservan el encanto de ofrecer varios intermedios, el número de éstos es variable y depende de los rollos que tiene cada película. Los pocos minutos de estos intermedios, que hoy por hoy sólo conservan los cines de verano y algunos de pueblo, se aprovechan para estirar las piernas —recordemos las butacas de un vetusto salón de actos universitario—, echar un cigarro y comenzar una apasionada conversación en torno a la película.
Estas breves tertulias, que luego se pueden continuar a la salida, mientras se toman unas cañas para completar el presupuesto hasta lo que podría haber sido el pase de una sala de estreno, son parte de los últimos vestigios de otras décadas más prodigiosas. Hubo un tiempo en que la tertulia fue al cineclub lo que la charla de salón al teatro burgués, es decir, incluso más importante aún que el propio espectáculo, el elemento central que le dotaba de razón de existir.
Sevilla es una ciudad de honda tradición para el cineclub. El Vida, próximo a los jesuitas, y el Universitario, que hoy no funciona pero que aún está inscrito en los registros del Ministerio de Cultura, pueden alcanzar una edad de no menos de 20 años.
Muchos son los que recuerdan que entonces, creyéndose hacer la revolución, elegían el ámbito del cineclub para sus conspiraciones políticas y, por qué no, para irse a la cama en caliente, eso sí, sin dejar de discutir ni un momento sobre la moral reaccionaria que no les permitía ver algunos de los largometrajes que hacían furor en el extranjero.
Por aquel entonces, las salas se mantenían con los socios y los pases de cada sesión. Hoy, la media de 300 personas que cada fin de semana acude al cineclub no deja una cantidad suficiente para los gastos que comporta, la gran mayoría de ellos motivados por los alquileres de las películas. Así, la Federación Andaluza de Cineclubes, alma de la media docena de ellos que aun perviven en la ciudad, recibe ayuda económica de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
No se puede olvidar que la actividad cultural de la Universidad de Sevilla encuentra su máximo exponente en estos cineclubes. Al margen de lo puramente académico, las aulas de cultura son prácticamente inexistentes y las actividades culturales dejan mucho que desear, al menos en lo que se refiere a organización y participación estudiantil, y a cantidad y variedad de los programes ofertados por la propia institución.
Alfredo Valenzuela (Jaén, 1962) es redactor cultural de la agencia Efe en Sevilla, crítico literario, autor de una biografía sobre el rockero Silvio y coautor de una historia sobre la Cartuja sevillana.
Artículos relacionados:
Manuel Gómez, el caballero del cineclub
Apasionados por el séptimo arte
El País, 16 de enero de 1987
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Cineclub de Arquitectura El Cinematógrafo. Foto: Pérez Cabo1987 |
Al cineclub se va como se va a misa. Desde luego, el que acude al cineclub es porque comulga con la séptima de las artes, de eso no hay duda. ¿Quién si no organizaría una esperada tarde de fin de semana en función del horario de un cineclub concreto? (la mayoría de ellos sólo tienen una sesión diaria, en sábados y domingos). ¿Quién si no prefiere la butaca de un vetusto salón de actos universitario a otra butaca cualquiera? ¿Quién está dispuesto a encontrarse de antemano con las mismas caras de siempre?, porque, no lo olvidemos, al cineclub, como a misa, siempre van los mismos.
Claro está que se trata de algo más que un rito. Hoy por hoy es el mejor modo de encontrar la añorada reposición. O mejor dicho, el único, al menos en una ciudad como Sevilla, donde las salas cinematográficas de reestreno desaparecen como víctimas de una conjura secreta. Es también una manera de recordar que cualquier tiempo pasado fue mejor. De ver cine barato. De no echar de menos las poco rentables salas de arte y ensayo. O de pasar la tarde del sábado si a nadie se le ha pasado por la cabeza marcar tu número de teléfono.
El cineclub, además de ser una de las manifestaciones socioculturales que aún perviven con un aire progre, es eminentemente estudiantil. Su actividad arranca con el curso escolar y muere con la convocatoria de junio. Sus días útiles coinciden con los no lectivos. Y, fundamentalmente, con el precio de la entrada de un cine de estreno cualquier aficionado puede acudir a dos sesiones de cineclub o, si se prefiere, como es la mayoría de los casos, ver una sola película y luego tomar unas cañas en un local cercano y acogedor, donde comparar opiniones y lamentarse por el pobre estado de la cinta.
Estas protestas también forman parte del protocolo, puesto que nadie recuerda de nadie que alguna vez viera una buena copia en un cineclub. Otros, haciendo gala de tener una memoria de universitario por licenciar, enumeran con todo lujo de detalles las siete veces que han visto la película y con quién fueron a verla cada una de ellas.
Otra prueba de la vocación estudiantil de este espectáculo, al menos en Sevilla, son los famosos maratones o sesiones de cine más o menos monográfico, de 24 horas de duración. Estas proyecciones gigantes se realizan en marzo, una vez concluido el amargo sorbo de la convocatoria de febrero y cuando la primavera ya despunta en la ciudad. Requisitos imprescindibles, ya que el maratón se plantea como una fiesta más a celebrar durante el curso. Es más, la razón de vida de algunos cineclubes no es otra que el viaje de fin de curso o del paso del ecuador de alguna promoción. Prueba ésta de que el cine podría seguir siendo un espectáculo rentable, principio que tanto público como empresarios se empeñan en desmentir en los tiempos que corren.
Del regusto progre sí queda mucho todavía. La mayoría de de los cineclubes conservan el encanto de ofrecer varios intermedios, el número de éstos es variable y depende de los rollos que tiene cada película. Los pocos minutos de estos intermedios, que hoy por hoy sólo conservan los cines de verano y algunos de pueblo, se aprovechan para estirar las piernas —recordemos las butacas de un vetusto salón de actos universitario—, echar un cigarro y comenzar una apasionada conversación en torno a la película.
Estas breves tertulias, que luego se pueden continuar a la salida, mientras se toman unas cañas para completar el presupuesto hasta lo que podría haber sido el pase de una sala de estreno, son parte de los últimos vestigios de otras décadas más prodigiosas. Hubo un tiempo en que la tertulia fue al cineclub lo que la charla de salón al teatro burgués, es decir, incluso más importante aún que el propio espectáculo, el elemento central que le dotaba de razón de existir.
Sevilla es una ciudad de honda tradición para el cineclub. El Vida, próximo a los jesuitas, y el Universitario, que hoy no funciona pero que aún está inscrito en los registros del Ministerio de Cultura, pueden alcanzar una edad de no menos de 20 años.
Muchos son los que recuerdan que entonces, creyéndose hacer la revolución, elegían el ámbito del cineclub para sus conspiraciones políticas y, por qué no, para irse a la cama en caliente, eso sí, sin dejar de discutir ni un momento sobre la moral reaccionaria que no les permitía ver algunos de los largometrajes que hacían furor en el extranjero.
Por aquel entonces, las salas se mantenían con los socios y los pases de cada sesión. Hoy, la media de 300 personas que cada fin de semana acude al cineclub no deja una cantidad suficiente para los gastos que comporta, la gran mayoría de ellos motivados por los alquileres de las películas. Así, la Federación Andaluza de Cineclubes, alma de la media docena de ellos que aun perviven en la ciudad, recibe ayuda económica de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
No se puede olvidar que la actividad cultural de la Universidad de Sevilla encuentra su máximo exponente en estos cineclubes. Al margen de lo puramente académico, las aulas de cultura son prácticamente inexistentes y las actividades culturales dejan mucho que desear, al menos en lo que se refiere a organización y participación estudiantil, y a cantidad y variedad de los programes ofertados por la propia institución.
Alfredo Valenzuela (Jaén, 1962) es redactor cultural de la agencia Efe en Sevilla, crítico literario, autor de una biografía sobre el rockero Silvio y coautor de una historia sobre la Cartuja sevillana.
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04 junio 2017
Teoría del Sur
Por LUIS GARCÍA MONTERO
Los atardeceres en la playa de Punta Candor, situada en un extremo de
la Bahía de Cádiz, son lentos y no tienen prejuicios. Familias de aire
tradicional pasean entre mujeres y hombres desnudos sin que nadie pierda el
tiempo en indignarse con la piel, el deseo y las costumbres de los demás. Las
dunas asaltadas por los pinos son una lección de bienestar y de paciencia.
Perder el tiempo está bien, pero conviene elegir los motivos. No es lo mismo un
ataque de cólera que un cielo desteñido en rojo, deshilvanado en matices, con
la complicidad de alguna nube lejana. La tarde cae como una herencia, igual que
un esplendor fatigado, mientras el horizonte parece dispuesto a demostrar la
existencia de Dios. El pasado domingo vi a mucha gente cuidar en silencio el
espectáculo natural de la luz, el cielo y el mar. Cuando el sol se hundió por
fin en el agua, los bañistas rezagados y los paseantes empezaron a aplaudir.
Merece la pena tomar en serio ese aplauso. Como carezco de extremidades
religiosas, la plenitud no supone para mí un testimonio de la divinidad. Pero
los atardeceres de Punta Candor me han ayudado a recordar que el sol no es una
institución con ánimo de lucro y que el derecho a la belleza debería ser el
resumen último de los demás derechos humanos. No conviene confundir a Andalucía
con el Sur. Andalucía es una realidad geográfica y política, y el Sur es una
metáfora. Cuando Luis Cernuda se atrevió a elegir las características de un
territorio ideal, escribió una evocación romántica de Andalucía. Pero tuvo el
cuidado de advertir que su Andalucía no estaba en ningún sitio concreto, porque
sólo existía en las ilusiones y los sueños de algunos de sus amigos poetas.
Andalucía era una metáfora que Cernuda identificaba, por agradecimiento
personal, y porque siempre conviene darle a las metáforas una indicación geográfica,
con las playas de la costa malagueña. Claro que el poeta celebraba recuerdos de
los años veinte y treinta. Por eso digo que, en estos tiempos, conviene no
confundir a Andalucía con el Sur.
Andalucía es una realidad que puede llenarse de edificios sórdidos,
alcaldes corruptos y especuladores decididos a devorar cualquier resto de
belleza. Antonio Machado, otro poeta andaluz que buscaba realidades y metáforas,
ya nos avisó de que sólo el necio confunde valor y precio. A eso se ha dedicado
con una disciplina sombría la Costa del Sol durante los últimos 40 años, a
confundir el progreso con la especulación y los puestos de trabajo con las
concejalías de Urbanismo. La corrupción costera ha llegado a tales extremos de
notoriedad que las causas penales no suponen sólo un problema para los
delincuentes sorprendidos con las manos en el ladrillo, sino también para la
economía turística andaluza, que paga la factura de su mala fama. Dentro de los
cambios estructurales que debemos asumir los poderes públicos y los ciudadanos,
quizá no esté de más volver a tomarse en serio la metáfora del Sur. Una metáfora
resulta a veces una buena infraestructura, y en Andalucía quedan, más allá de
los escándalos urbanísticos, valores reales que considero imprescindibles en la
metáfora política del Sur. Me lo han recordado los atardeceres y los aplausos
de Punta Candor.
Aplaudir una puesta de sol implica comprender el valor ético de la
lentitud. La caricatura social de los andaluces se cebó durante años en su
propensión a la pereza. La ilusión paradisíaca de que, al juntarse demasiado,
la esencia y la existencia emiten una invitación a la quietud, se transformó en
chiste barato sobre la vagancia de unos jornaleros que, sin embargo,
demostraban su capacidad de trabajo si emigraban a las ciudades del Norte. El
chiste no sólo aludía a la situación histórica de una tierra limitada por la
falta de iniciativas económicas, sino a una idea de la existencia marcada por
el desarrollismo, la moral productiva, el vértigo triunfalista del dinero y las
prisas. Y con tantas prisas en la existencia, no hay esencia que resista.
Vivir con prisa es una peligrosa costumbre, porque nos hace dogmáticos
al mismo tiempo que nos impide ser dueños de nuestras opiniones. El dogmatismo
es la prisa de las ideas, el acomodo a discursos establecidos por encima de
nuestra conciencia, el sacrificio de la responsabilidad propia en el altar de
una verdad nacionalista, religiosa, partidista o mediática. Quien vive con
prisa dice lo primero que se le ocurre, lo que corre al lado de él. Así que
anda de cabeza y piensa con los pies. Si tuviéramos tiempo de pensar dos veces
lo que decimos y, sobre todo, lo que nos dicen, otro gallo cantaría en el
mundo. Sin caer en la caricatura de la pereza, por supuesto, conviene
reivindicar la lentitud del Sur como un ámbito de responsabilidad propia, el único
ámbito que permite los paseos largos y las buenas decisiones. En el Sur no
deben tener prisa ni los pensamientos, ni los coches, ni los desnudos. La
sensualidad y la belleza requieren su tiempo.
La falta de prisas resulta imprescindible también para el cuidado de
los otros. Cuidar, cuidarse, recibir cuidados, elegir con cuidado, son actos de
una vida incompatible con la velocidad. La prisa no hace bien sus tareas, sale
del paso por culpa de los acelerones de la ética productiva y del
individualismo exacerbado. Quien no quiere deberle nada a los demás, como si
los demás fuesen entidades financieras, no puede ser una buena persona. Hay que
cuidarse de él. Es verdad que en Andalucía el cuidado del otro nos lleva a las
barras de los bares, a los corros en la puerta de la calle, a lo que podemos
escuchar en la mesa de al lado, a lo que se ve detrás de los pinos y las dunas.
Pero del mismo modo que entre las prisas y la vagancia queda un punto intermedio
llamado lentitud, entre la curiosidad desmedida y la soledad calvinista hay un
valor importante para el Sur: el cuidado de los otros. Evitar la chismosería no
debe confundirse con el aislamiento. Pedir tiempo para pensar en uno mismo,
significa aprender a cuidar a los demás.
El buen humor es otro requisito imprescindible del Sur que puede
encontrarse también en Andalucía. En este caso, la caricatura ha desquiciado el
humor, presentándolo como gracia, salero o alegría costumbrista. Pero la
irritación que provocan los chistosos profesionales no debe hacernos comulgar
con obsesiones corrosivas, que no permiten ni una sonrisa. Hay territorios que,
por su historia, facilitan la conversión de los conflictos en obsesiones, hasta
el punto de que hacen perder la cabeza a los que llevan razón en las
discusiones. No quisieron caer en la mentira, pero son injustos desde su
verdad. En vez de cambiar de aires, los obsesionados cambian de condición, y
siempre para peor. El quiebro a tiempo, como una salida ingeniosa o un golpe
elegante de humor, ayuda a huir de los dogmas y de las identidades en favor de
un pensamiento mesurado. Entre la solemnidad de los sermones y la gracia
irritante, cabe una negociación discreta con la alegría.
La metáfora del Sur no es útil sólo en las habitaciones oscuras del
invierno, conviene reivindicar la lentitud del Sur como un ámbito de
responsabilidad propia. Al narcisismo del conflicto se le puede oponer la
sabiduría de vivir la vida. Las metáforas ayudan a buscar un futuro más habitable,
son una obra pública. Cuando Luis Cernuda llegó por primera vez a México, después
de muchos años de exilio en potentes ciudades anglosajonas, escribió el libro
Variaciones sobre tema mexicano, para dar testimonio de una experiencia en la
que se mezclaban las sorpresas y el recuerdo. Le dedicó un poema al español,
porque para un escritor es importante oír su idioma en la calle. Dedicó otro
poema a la pobreza, vivida de niño en Andalucía y reencontrada en México. Se
preguntó el poeta si alguna vez sería posible escapar de la miseria sin caer en
la prepotencia del lujo. Quizá la respuesta dependa de las metáforas que
busquemos. Conviene, en cualquier caso, saber aplaudir una puesta de sol.
El País, domingo 17 de agosto de 2008
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02 junio 2017
El mérito ministérico
Por NATALIA MARCOS
Qué mérito tienen los ministéricos. Los que están detrás de la
pantalla haciendo El Ministerio del Tiempo y los que están delante siguiendo la
serie a pesar de todo. Pero antes de lamentarnos, celebremos su regreso, que es
una gran noticia.
Y otra noticia todavía mejor: ha vuelto en muy buena forma. La
serie de TVE nunca ha dudado en tirarse a la piscina y salirse del camino
sencillo. Si hay que despedir a un personaje, se hace contando la Batalla de
Teruel en primera persona. Si se quiere hacer un homenaje a Hitchcock, se hace
una película de espías ex profeso. Y si incluyes como personaje al mítico
director, pues lo conviertes en el macguffin de tu historia en una divertida
vuelta de tuerca al elemento que él mismo acuñó, ese que en realidad solo sirve
para que la trama avance.
El Ministerio del Tiempo ha arrancado su tercera temporada
cambiando los guiños humorísticos (los hay, pero menos que en otros inicios)
por referencias cinéfilas. Y la cosa funciona tanto para quien sea capaz de
reconocerlas como para quien no lo haga. La dirección, el tono, el estilo... es
El Ministerio y es Hitchcock. Y una gozada para el espectador. Un gustazo muy
entretenido, por cierto. Que, al fin y al cabo, es a lo que hemos venido.
El reto que tiene ahora por delante no es sencillo. Sabe que
contará con esa importante base de fans cuyo entusiasmo no decae aunque pase el
tiempo, se vayan actores o caigan chuzos de punta. Pero la cadena pública ha
decidido estrenar los nuevos capítulos cuando el verano está casi encima y
tendrá un parón (que ya estaba previsto) en medio. Y, sobre todo, se ve
condenada a arrancar a una hora cercana a las 11 de la noche por la todavía
incomprensible presencia de Hora punta. Qué mérito el de aquellos que lo vemos
religiosamente en directo para poder participar de su visionado como un evento
televisivo compartiendo comentarios en redes sociales. Qué mérito el de los
ministéricos. El País, 2.6.17
01 junio 2017
El Roto, premio Mingote 2017
El dibujante Andrés Rábago, El Roto (Madrid, 1947) ha recibido el premio Mingote, que otorga el diario Abc, por esta viñeta que publicó en EL PAÍS, periódico del que es colaborador habitual, el 23 de enero de 2016. El jurado estuvo compuesto por Darío Villanueva, director de la Real Academia Española; Juan Manuel Bonet, director del Instituto Cervantes; Luis Alberto de Cuenca, Ignacio Sánchez Cámara y Ramón Pérez-Maura.
Dice Rábago que explicar algo que es por concepción "un resumen" es una elaboración a la contra, tomar la dirección opuesta a como suele trabajar. Aun así, compelido, dice de la viñeta galardonada que es "una síntesis del sistema económico vigente. Esos tres actores representan a las fuerzas económicas de cualquier lugar, que son muy parecidas en todas partes y aplican al fin y al cabo las mismas doctrinas".
Con Mingote guardó una amistad estrecha desde que se conocieron en La Codorniz en los 70 hasta que falleció en 2012, por ello no puede desligar el honor de este reconocimiento, que lleva su nombre, de la relación que unió a ambos. "Cada día tiene su afán", dice El Roto, y avisa de que él mira el presente como un tiempo dilatado y que no dibuja sobre lo que esté estrictamente de actualidad. Le preocupan el medioambiente —e incluye dentro el maltrato animal—, las guerras continuas, "sembradas y cosechadas de forma intencionada" y un panorama político absorto en la teatralidad y que se ha olvidado del bien común, que mira tan solo por su propio interés o el de su partido. "Andamos necesitados de una mirada más generosa al mundo".
De formación autodidacta, El Roto empezó a publicar viñetas e ilustraciones a finales de los años 60 bajo el seudónimo de OPS en las revistas Triunfo y Hermano Lobo, y más tarde lo hizo en Cuadernos para el Diálogo, Cambio 16, Tiempo y Madriz, entre otros medios. Ya con el sobrenombre de El Roto, comenzó a realizar una viñeta diaria en Diario 16, más tarde en El Independiente y, finalmente, en EL PAÍS. Autor de varios libros publicados en España, Francia e Italia, es también pintor y ha realizado numerosas exposiciones en nuestro país y en el extranjero. Entre otros galardones, Rábago ha recibido el Francisco Cerecedo de Periodismo (1993), el primer Premio Internacional de Dibujo en Prensa (Francia, 1999), el Julián Besteiro de las Artes y las Letras (2005), el Nacional de Ilustración (2012) y el premio Leyenda de los Libreros de Madrid (2015).
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