Ha llegado el momento de hacer unas preguntas incómodas sobre la relación del hombre con la tecnología. Repaso a todo lo que han conseguido los odiadores en la red. Por Ana G. Moreno
Revista BUENAVIDA, 13 de noviembre de 2016
Ángela llevaba 6 años en Twitter antes del incidente. La biotecnóloga había hecho uso de la herramienta con satisfacción: para informarse, entretenerse, opinar... Pero nunca, hasta el pasado mes de octubre, había bebido del jugo más amargo de la red. Ocurrió tras el reciente fallo de los premios Nobel. Ella solo aportó un dato: “Los Premios Nobel de este año han reconocido a siete científicos, dos economistas, un político y un músico. Once galardones = cero mujeres”. Tras darle al botón de ‘tuitear’, entró a una sala de cine a ver un documental. Al terminar y encender el móvil, su cuenta, de algo más de 4.000 seguidores, echaba humo. Entre las notificaciones, amenazas de muerte y violación, burlas machistas (“os darán un Nobel cuando inventen el de la fregona”) e imágenes intimidatorias. Decenas, cientos de ellas, emitidas desde el anonimato pero para un público masivo (en Twitter hay 500 millones de usuarios). La joven, abrumada, hizo fotos a cada uno de los mensajes e imprimió los más inquietantes. Con una pila de diez folios, se dirigió a la comisaría para poner una denuncia. “El policía que me atendió no daba crédito”, cuenta a BUENAVIDA. El caso está siendo investigado. Y Ángela no se ha marchado de Twitter: “Sería dejar ganar a este grupo de indeseables”.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La velocidad con la que prende el odio es solo uno de los grandes problemas que están arruinando la Red, un invento maravilloso que nació con la pretensión de poner el mundo patas arriba, para convertirlo en un espacio más creativo, participativo, igualitario y, en definitiva, mejor. Andy Stalman, autor del libro Humanonffon y ponente en las últimas jornadas de El Ser Creativo, asegura que estamos en un momento crítico donde todo aún es reconducible: “Internet es una herramienta neutra. De nosotros depende que sea de destrucción o construcción masiva. De momento, parece que hemos tomado el camino erróneo, al optar por la distracción y la comodidad. Es el miedo al cambio de paradigma. Hay que hacerse nuevas preguntas. Los mapas viejos no valen. Y aún estamos a tiempo. El hombre se bambolea entre trascender y la insignificancia. Debemos decidir qué legado queremos dejar”, cuenta el experto en márketing humanista. Estes es uno de los puntos clave que toca resolver con urgencia: un paseo por el lado más oscuro de la Red.
Los trolls nos invaden
El caso de Ángela no es un incidente aislado, sino el estatus quo del mundo ‘online’, según defiende Jaron Lanier, escritor e informático, autor del ensayo ‘Contra el rebaño digital’. Un estudio del Centro de Investigaciones Pew(Washington, EE UU) publicado en 2014 desveló que el 80% de los sujetos de entre 18 y 24 años habían sido avergonzados en algún momento en la Red, mientras que el 26% de las mujeres de esa edad se habían sentido acosadas en el mismo entorno. Las féminas son un blanco recurrente, hasta el punto de que escritoras feministas como Amanda Hess, de The New York Times, han llegado a declarar que las mujeres ya no son bienvenidas en Internet. Pero cualquier excusa es válida para que este ejército de ‘termitas’ humanas se ponga en pie de guerra, como recuerda Janier, que hace alusión al relato ‘La lotería’, de Shirley Jackson, la historia de un plácido pueblecito donde echan a suertes qué individuo será lapidado cada año. “La cultura del sadismo ‘online’ tiene su propio vocabulario y se ha popularizado. La palabra ‘lulz’, por ejemplo, alude a la satisfacción de ver sufrir a los demás en la nube”, cuenta en su manifiesto. Y puede cebarse con cualquiera.
“Internet es una herramienta neutra. De nosotros depende que sea de destrucción o construcción masiva". —Andy Stalman, experto en identidad y ‘branding’
La Universidad de Columbia (EE UU) ha investigado en la personalidad de estos acosadores para señalar tres características comunes: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía subclínica (sin síntomas evidentes). Como recuerda el experto en cultura digital Andrew Keen en Internet no es la respuesta, Tim Berners-Lee, creador de la web allá por 1990, no se ha inventado el odio y a sus transmisores, faltaría más. El ser humano odiaba mucho antes de la Red. Pero Internet ha amplificado cada uno de estos mensajes, para convertirse, en palabras del profesor de Periodismo de la Universidad de Nueva York Jeff Jarvis, en el refugio perfecto para “una plaga de troles, pedófilos, acosadores, locos, impostores y gilipollas online”. La causa de este auge podría ocultarse tras un estudio de 2013, realizado por laUniversidad de Beihang, en Pekín (China): la emoción que se propaga con mayor rapidez por las redes sociales es la ira, seguida, con mucha distancia, por la alegría. A juicio del profesor de psicología Ryan Martin, de la Universidad de Wisconsin, el odio es viral “porque somos más dados a compartir con desconocidos la indignación que la dicha”.
El anonimato es clave para que prenda la mecha. Olga Jubany, antropóloga e investigadora de la Universidad de Barcelona, que ha coordinado un estudio sobre el discurso de odio en la Red para varias instituciones europeas, afirma que si bien esta ocultación de la identidad ha permitido la complicidad positiva de muchas personas, es también una coraza de otros sujetos para disparar palabras sin responder por ellas. “El discurso de odio es un delito y el perpetrador no debería poder esconderse bajo un seudónimo”, afirma. Y señala uno de los problemas fundamentales con los que se encuentran los fiscales especializados en estos casos: la negativa de las grandes plataformas digitales de aportar los datos de sus usuarios. “Nosotros llevamos a cabo un ensayo, poniendo 100 denuncias en Facebook por mensajes que contenían palabras de odio inequívocas. La compañía respondió en menos de 24 horas, pero de los 100 mensajes racistas solo 9 fueron retirados”. La investigadora lamenta que esa dejación ha permitido que las víctimas del acoso online lo asuman como algo normal, y no denuncien. Lo corrobora un reciente estudio de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales: entre el 60 y el 90% de las víctimas de delitos motivados por sentimientos de odio no denuncian su caso ante ninguna organización.
Entidades como la Asociación Nacional de Afectados por Internet en España asesoran a las víctimas en esta odisea. Manuel Carlos Merino, director su equipo legal, recuerda que el insulto no está amparado por la libertad de opinión ni expresión, y anima a denunciar siempre que se sea objeto de este comportamiento delictivo. “Representamos a amas de casa, abogados, médicos, estudiantes, deportistas, empresarios… Cualquier persona está expuesta”, asegura, con especial vulnerabilidad de los niños y adolescentes. “Es importante una labor de supervisión y control de los padres sobre lo que su hijo hace en Internet, pues es una etapa sensible para el desarrollo en la que importa mucho la opinión de los demás”, alerta. Casos tan lúgubres como la ola de suicidios sucedida en 2013 entre usuarios de la red púber de preguntas y respuestas Ask.fm le dan la razón. Entre las últimas víctimas, una joven de 14 años de la comunidad inglesa de Leicestershire, que se ahorcó tras recibir este espeluznante comentario: “Muérete, todos nos alegraríamos”...