14 mayo 2023

Localismos y aprendizaje de idiomas

Por CARLOS MARTÍN GAEBLER

La curiosidad por conocer al otro, la cultura del otro, la lengua del otro es requisito imprescindible para el aprendizaje de un idioma diferente al nuestro materno.  Una visión cosmopolita de nuestro entorno facilita la adquisición de habilidades idiomáticas diferentes de las propias. A la inversa, sucede que cuanto mayor sea el apego por la cultura local menor será el interés por conocer una lengua extranjera. Tras tres décadas dedicado a la enseñanza de idiomas, he podido constatar que, cuando un individuo está involucrado únicamente en su cultura autóctona, éste se ve incapaz de adquirir destreza en el uso de una lengua extranjera. Se trata de una relación causa-efecto. Sin embargo, aquellos individuos que viajan a otros lugares, ven y escuchan películas de otras partes del mundo, o leen sobre otros asuntos además de sobre su cultura local, muestran una disposición natural al aprendizaje de una lengua extranjera, pues consideran que ésta les enriquece como personas y les hace sentirse ciudadanos del mundo, sentimiento que no ansían quienes, en su obsesión identitaria, sólo se enorgullecen de una cultura autóctona que, por su riqueza y omnipresencia en la vida colectiva, perciben como autosuficiente.

Por lo general, quienes simplemente se conforman con sus tradiciones, con la foto fija de liturgias locales, siempre idénticas y periódicas, carecen de la curiosidad por ver, a través de la ventana del cine, imágenes en movimiento de historias multiculturales localizadas en otras latitudes de la sociedad global. En su narcisismo no son capaces de apreciar otros acentos, otros idiomas, ni sienten la necesidad de aprenderlos. Dice Antonio Muñoz Molina que una cultura personal se adquiere con mucho tesón y esfuerzo a lo largo de la vida, igual que se adquiere la destreza para hablar un idioma extranjero; una cultura autóctona se posee tan solo por nacer en ella. Sentirse exageradamente orgulloso de haber nacido en tal o cual sitio es un acto empobrecedor y ridículo, como lo es también creerse el ombligo del mundo. El localismo es una forma primigenia de nacionalismo, o, como dijo Karl Popper, una regresión a la tribu.

Estudiar y escuchar un idioma extranjero requiere un esfuerzo intelectual que es incompatible con la práctica de cualquier forma de fanatismo. Algunos se ven incapaces de abandonar su zona de confort, fascinados de por vida por la contemplación de la patrona local, una pequeña estatua articulada de madera a la que adoran, entre otros motivos, porque representa a una mujer que, dicen, "engendró" sin sexo previo.

Una vez conocí a un universitario de una población del sur de España, narcisista como ninguna otra, que confesaba que sólo le interesaban los arquitectos nacidos en su ciudad y no entendía el entusiasmo que sus compañeros de la Escuela de Arquitectura sentían tras anunciarse un taller que iba a ser impartido por dos reputados arquitectos portugueses. A quienes durante gran parte del año ocupan su pensamiento en perpetuar las tradiciones locales o nacionales poco tiempo les queda para ocuparse de estudiar una lengua extranjera que ven ajena a su propio grupo social, no creen necesitar, y a la que consideran una asignatura maría. Un estudiante de secundaria me confesó en cierta ocasión que, en lugar de irse de crucero en el viaje de fin de curso con sus compañeros para conocer el Mediterráneo esa primavera, había preferido peregrinar al Rocío, ¡por décimo año consecutivo! Ninguno de los dos habla una segunda lengua. cmg2014

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Carlos: Excelente contraposición de dos perspectivas tan presentes en tus aulas así como en las mías: ese fuerte orgullo local que impide el ver más allá del ombligo; por otra parte, esa visión tan clara de qué lejos estamos en la actualidad de una sociedad fundada en valores universales. A ver si los estudiantes que están hartos logran contagiar a los que están encerrados en su mismo ser.... GH

christoph dijo...

Muy bien Carlos. Es un aspecto que no se tiene mucho en cuenta, difícil de cuantificar por otro lado. Es verdad, cuanto más autorreferencial y encerrada en sus tradiciones sea una cultura, menos curiosidad y motivación por lo ajeno. Me parece observar esto en una parte considerable de mi alumnado. Por otro lado, hay que considerar de dónde venimos, aquí en este rinconcito andaluz. Y una aporía: el localismo es universal. Macondo es el mundo. Enhorabuena por el blog!

LUISGÉ MARTÍN dijo...

Las personas monógamas o que han tenido una vida sexual muy limitada, las que no han viajado y las que no leen, en el fondo, han vivido a medias. Uno tiene que hacer lo que le apetezca. Si a uno no le gusta el queso, no tiene sentido comerlo, pero tiene que ser consciente de los placeres que se está perdiendo. En la vida hay tres quesos: el sexo, viajar y leer. Son tres espacios que a uno le abren la cabeza, los sentidos y la propia vida.

Michael Reid dijo...

Paradójicamente, mientras que España se ha integrado más internacionalmente y se ha conectado más al resto del mundo, de algún modo los españoles se sienten más ligados que nunca a su terruño. Muchos observadores extranjeros han señalado este rasgo desde hace mucho tiempo. Ya en 1845, Richard Ford afirmó que "Spain is today, as it always has been, a collection of small bodies tied to a string of sand which lacking union lacks strength." Y señaló que desde tiempo inmemorial hasta la actualidad, a todos los observadores foráneos les ha chocado este localismo, un rasgo prominente del carácter ibérico... Pero los localismos también debilitan el Estado nación. El empuje que el Estado autonómico ha supuesto para el localismo también ha generado una estrechez de miras, una mentalidad provinciana... A menudo, la prioridad es enfatizar lo que divide en lugar de lo que une, lo que Sigmund Freud llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias. Y este foco constante sobre lo local y lo regional se produce a costa de los intereses nacionales e internacionales de España.