25 enero 2014

¿Fútbol?

Me gusta tanto el buen fútbol que siendo socio del Real Madrid me desplazaba con frecuencia al Camp Nou para ver jugar al Barcelona. Aclaro, para disfrutar en el campo con el impresionante juego de aquel equipo que entrenaba Guardiola. Ya no iría, no es lo mismo. Esa admiración y esa fe también me ofrecieron recompensas prácticas. Aposté una cantidad importante a que el Barcelona ganaría la Champions en el año 2009. Me pagaron tres veces y media lo apostado. Y, por supuesto, no he cambiado de equipo. Supongo que te mueres militando en lo que te inscribiste en la infancia, aunque a veces no lo soportes. Pero siempre me he llevado bien con la paradoja y con el fervor hacia el talento ajeno.
Admitiendo mi ancestral deleite hacia esa cosa llamada fútbol (solo los habitantes del limbo siguen creyendo que es un juego y entiendes que los que dirigen ese negocio salvaje se partan de risa con la angelical definición de juego o deporte), desde hace bastante tiempo la sobredosis que ha implantado el mercado empieza a provocarme náuseas, vértigo, hastío, vergüenza. No existe un solo día en el fútbol español sin partidos, es imposible encender la televisión o la radio sin que te lleguen machacantes e ininterrumpidas noticias de él.
El estratégico y planificado enloquecimiento es universal. La noticia de que el principal informativo de la televisión colombiana ha dedicado 45 minutos de su metraje a la lamentable pero no apocalíptica lesión de Falcao, bastante más tiempo del que dedicaron a la firma de la paz entre el Gobierno y las FARC, puede provocar el escalofrío y el estupor en cualquier persona mínimamente racional, en posesión de más de dos neuronas, ligeramente civilizada.
También resulta entre escandaloso y vomitivo, aunque muy consecuente si te molestas en buscar la coherencia, la petición de indulto para José María del Nido que han formulado una treintena de presidentes de clubes de fútbol españoles, a partir de la solidaria y conmovedora iniciativa de Villar y Javier Tebas, los peces gordos del gran tinglado, esos hombres épicos que pierden el sueño por engrandecer la marca España gracias al fútbol. Tiene sentido. Los hombres de honor nunca dejan tirado al colega en apuros, aunque le hayan condenado por delitos ajenos al fútbol.
CARLOS BOYERO, El País, 25 de enero de 2014

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