Insultar en las redes sociales no es libertad de expresión, sino
una manera de difamar de gente que se nutre, como parásitos, de la fama de los
demás y no construye una sociedad más sincera, sino peor.
Roberto Saviano
El País, 25 de mayo de 2013
Ha nacido un nuevo derecho. El derecho a las redes sociales. El
derecho de poder tener una cuenta, de poder publicar, de leer y de comentar. En
países como China, Cuba, Corea del Norte e Irán, el acceso a las redes sociales
está restringido o es incluso negado. A menudo puede tener lugar solo de forma
clandestina. Los regímenes represores de las primaveras árabes prohibían las
redes sociales, las cuales se convirtieron en vectores de las informaciones que
sustentaban las protestas y en símbolos de un renacer democrático.
Pero todo derecho tiene sus reglas. Y nadie debiera sentirse fuera
de lugar al ejercerlo, nadie debiera verse obligado a hacer un slalom entre
insultos y difamaciones. Y, sin embargo, eso es lo que sucede cada vez con
mayor frecuencia. El periodista y presentador italiano Enrico Mentana anuncia
que se quiere ir de Twitter por los muchos insultos recibidos. Utiliza la metáfora
del bar. Si el bar que sueles frecuentar empieza a ser un lugar de encuentro de
personas que no te gustan ¿qué haces, te quedas o cambias de bar? Davide
Valentini, un joven documentalista, hace una reflexión interesante. En su opinión,
Twitter provoca el efecto Gialappa’s Band (trío de comentaristas radiofónicos
italianos). Muchos comentarios pretenden llamar la atención de sus propios
seguidores sobre lo que se considera estúpido más que interesante, lo cual se
hace con palabras cargadas de sarcasmo. El efecto deseado, y obtenido, es el de
hacer que esos seguidores se sientan inteligentes mientras disfrutan de un
contenido considerado de bajo nivel. ¿Cuántos hay que no han visto nunca Gran
Hermano pero que adoraban Nunca digas ‘Gran Hermano’, el programa en el que
Gialappa’s Band lo satirizaba?
En Twitter hay un esfuerzo por dar con la ocurrencia brillante,
que a menudo es feroz. O el tuit es cínico o se da por descartado. Lo que no es
cruel, desencantado, se convierte en blanco del desprecio colectivo. Lo políticamente
incorrecto dicta su ley, la aberración se considera de culto, cada provocación
es cool porque rompe los esquemas. Una lógica neocínica parece llevar las de
ganar.
Pero se trata de una degeneración del medio, ya que Twitter nace
para comunicar: es una plataforma que pone en conexión a cualquiera con
cualquiera. Todo está abierto. Puedes seguir a quien quieras, puedes leer lo
que escribe Obama, Lady Gaga o tu colega, el de la mesa de al lado en la
oficina. Es la capacidad de poder asistir en tiempo real a lo que sucede
diariamente y de comprender los puntos de vista de los otros, de compartir sus
conocimientos. Retuiteas si encuentras interesante una noticia y crees que vale
la pena proporcionársela a tu comunidad. Creas tus topics, y puedes hacerlo
quienquiera que seas. Luego puede pasarte que te retuitee alguien que tiene
centenares de miles de seguidores y tu pensamiento comienza a viajar.
Pero también puede suceder que en una plaza atestada, si estás
falto de contenidos o se carece de capacidad de síntesis, se grite para hacerse
oír. Cuando el pensamiento se simplifica, a veces solo hay lugar para la
expresión radical o la ocurrencia extrema. La seriedad es banal, razonar está
descartado. Por tanto, a insultar. El que te insulta en Facebook no es capaz de
hacer lo mismo, sin embargo, cuando te tiene delante en persona, porque no
tiene el valor de ponerle cara a un desahogo personal que se alimenta de
lugares comunes y de leyendas urbanas. He leído que si un post presenta cierto
número de comentarios negativos, el que lo lea se verá influenciado por esos
comentarios. Las críticas son siempre bienvenidas, los insultos no.
Depende de nosotros darles o no derecho de ciudadanía. Facebook y
Twitter permiten poder eliminar el insulto baneándolo, es decir, dejándolo
fuera. Ello forma parte de las reglas del juego. No creo que sea correcto
excluir al que hace un razonamiento diverso del propuesto; el que critica con
lenguaje respetuoso siempre supone un recurso. Pero es justo banear a quien
utiliza sus comentarios para hacer propaganda, a quien repite siempre el mismo
concepto hasta el punto del acoso, a quien —por ejemplo— dice guardar una
botella de champán que abrirá el día de mi muerte, a quien dice haberme visto a
bordo de un Twingo rojo o de un Panda verde en Caivano o en Maddaloni,
sobreentendiendo con ello que no vivo bajo protección. A los extremistas de la
red que objetan —“pero eso es censura”—, respondo que quien quiera puede
abrirse una página en la que insultarme. Y es que en realidad el insultador
quiere vivir de la luz reflejada por el insultado. Sin embargo, es sencillo
comprender cómo no hay nada más dañino que el insulto: nada garantiza más
seguridad al poder si todo el lenguaje de la crítica se reduce al habla soez, a
la tempestad de mierda de los mensajes sin contenido relevante.
Esa es la razón de que la necesidad de reglas no puede tomarse por
censura. Comprendo que la libertad de las redes no puede quedar estrangulada
por restricciones, comprendo que las restricciones pueden resultar peligrosas
puesto que peligrosa es su valoración: ¿Qué es crítica legítima y qué es difamación?
Pero la gestión de las reglas no es una restricción, es funcional para el
medio, para su supervivencia, para los intereses que los usuarios continuarán o
no nutriendo. Por eso creo que Enrico Mentana se equivoca cuando dice que o estás
dentro o fuera y que no hay que banear. Pero banear es decidir dar una impronta
al espacio propio: es ejercer un derecho propio.
La educación en la web, mejor dicho, la educación para la web,
todavía está naciendo. La elección de utilizar un lenguaje en vez de otro es
fundamental. Cada contexto tiene su lenguaje y el de las redes sociales, por
directo que sea no es en absoluto coloquial. Se nutre de la ficción de hablar
confidencialmente a cuatro amigos, pero en realidad todo lo que se dice se
multiplica inmediatamente hasta el infinito, y resulta ser por tanto el más público
de los discursos. No se trata de ser hipócritas o políticamente correctos, sino
de comprender que utilizar un lenguaje disciplinado, no agresivo, es construir
un modo de estar en el mundo. Los lingüistas Edward Sapir y Benjamin Whorf han
teorizado la relatividad lingüística según la cual las formas del lenguaje
modifican, permean, plasman las formas del pensamiento. El modo en que hablo,
las cosas que digo, y sobre todo cómo las digo, las palabras que utilizo, harán
del mundo en el que vivo uno idéntico al que está conectado a mis palabras. Si
utilizo (no si conozco, sino simplemente si utilizo) 100 palabras, mi mundo se
reducirá a esas 100 palabras. Nosotros somos lo que decimos. Por tanto el lenguaje
soez, el insulto o la agresividad no construyen una sociedad más sincera sino
una sociedad peor. Seguramente, más violenta. Los comentarios biliosos de los
usuarios de Facebook y Twitter solo aportan bilis y veneno a las vidas de quien
los escribe y de quien los lee. Por desgracia, esta entropía del lenguaje está
contagiando a la comunicación política, siempre en busca de la gran
simplificación, de la cháchara divertida y ligera, de la ocurrencia
resolutoria. Con frecuencia palabras liberadas sin mediar reflexión, continuas
meteduras de pata a las que es preciso poner remedio. La verdad es que si
repites en público las sandeces dichas en privado no es que seas sincero y los
demás hipócritas, eres sencillamente maleducado y, en muchos casos, irresponsable.
No es libertad —ni mucho menos libertad de expresión— insultar. Es
difamación. Algunos intérpretes talmúdicos, parangonan la calumnia con el
homicidio. Y si pienso en Enzo Tortora (periodista y presentador víctima de
graves calumnias) no creo que se equivocaran mucho. La democracia es
responsabilidad y estoy convencido de que las reglas y la marginalización —no
la represión— de la violencia y de la trivialidad salvarán la comunicación en
las redes sociales. El que quiera usar la red social solo para hacer matonismo
mediático podrá abrir su fight club personal, sin nutrirse —como un parásito—
de la fama de los demás.
Roberto Saviano es periodista y escritor italiano. © 2013, Roberto
Saviano.