JORDI COSTA
Uno de los dos personajes principales de esta película, que oculta bajo su naturalidad y su discreción expresiva su verdadera importancia, es un estudiante de arte, Glen (un debutante Chris New, versión British, gay y algo jíbara de Ryan Gosling), que graba los testimonios de sus ocasionales compañeros de cama para un proyecto artístico. Cuando, en una cita posterior, su último ligue, Russell (un Tom Cullen impecable), le pregunta sobre la relevancia artística de su proyecto, Glen suelta una argumentación que funciona perfectamente como agenda oculta de la propia Weekend: “Los gays nunca hablan en público (de su actividad sexual) a menos que sean indirectas baratas. Creo que es porque se avergüenzan. (…) ¿Sabes cuando duermes por primera vez con alguien que no conoces? Te conviertes en un lienzo en blanco y tienes la oportunidad de proyectar sobre ese lienzo quién quieres ser. Y eso es lo interesante porque todo el mundo lo hace. (…) Lo que ocurre es que mientras proyectas quién quieres ser, se abre un hueco entre quién quieres ser y quién eres realmente, y ese hueco te enseña qué te impide ser quién quieres ser”.
Segundo trabajo de Andrew Haigh, ayudante de montaje de Ridley Scott que acabó participando en la edición de Manolete (2008) y debutó en la dirección de largos con Greek Pete (2009) –película sobre las perplejidades sentimentales en la relación entre un chapero y su pareja estable-, Weekend es una película sobresaliente que, a primera vista, no parece una obra únicamente dirigida al público gay: habla de algo tan universal como el amor y de las subterráneas corrientes emocionales que acaban convirtiendo el ligue de una noche en algo que, cuaje o no, acabará resonando en el futuro. La homosexualidad y su representación no son el tabú a superar, pero la película acaba revelando, sutilmente, su carácter reivindicativo al señalar con el dedo la asumida homofobia en nuestros protocolos de comportamiento: por superada que creamos tener, sobre el papel, la idea de la relación entre personas del mismo sexo, ¿por qué sigue siendo problemático que las parejas homosexuales expresen su afecto en público?, ¿somos conscientes de las veces en que, a lo largo del día, una pareja homosexual escucha un comentario intolerante al fondo, una mirada reprobatoria, un atisbo de incomodidad grupal?
Weekend no crispa su discurso: habla de algo en lo que todos nos podemos reconocer, propone dos sólidos retratos de personajes hechos de contradicciones y vulnerabilidades y describe una cotidianidad donde la homofobia es inercia, piel invisible de los comportamientos de quienes nunca se considerarían intolerantes. (El País, 28 de febrero de 2013)
Artículo relacionado> Breve encuentro, Javier Pérez Martín, Revista Magnolia
Uno de los dos personajes principales de esta película, que oculta bajo su naturalidad y su discreción expresiva su verdadera importancia, es un estudiante de arte, Glen (un debutante Chris New, versión British, gay y algo jíbara de Ryan Gosling), que graba los testimonios de sus ocasionales compañeros de cama para un proyecto artístico. Cuando, en una cita posterior, su último ligue, Russell (un Tom Cullen impecable), le pregunta sobre la relevancia artística de su proyecto, Glen suelta una argumentación que funciona perfectamente como agenda oculta de la propia Weekend: “Los gays nunca hablan en público (de su actividad sexual) a menos que sean indirectas baratas. Creo que es porque se avergüenzan. (…) ¿Sabes cuando duermes por primera vez con alguien que no conoces? Te conviertes en un lienzo en blanco y tienes la oportunidad de proyectar sobre ese lienzo quién quieres ser. Y eso es lo interesante porque todo el mundo lo hace. (…) Lo que ocurre es que mientras proyectas quién quieres ser, se abre un hueco entre quién quieres ser y quién eres realmente, y ese hueco te enseña qué te impide ser quién quieres ser”.
Segundo trabajo de Andrew Haigh, ayudante de montaje de Ridley Scott que acabó participando en la edición de Manolete (2008) y debutó en la dirección de largos con Greek Pete (2009) –película sobre las perplejidades sentimentales en la relación entre un chapero y su pareja estable-, Weekend es una película sobresaliente que, a primera vista, no parece una obra únicamente dirigida al público gay: habla de algo tan universal como el amor y de las subterráneas corrientes emocionales que acaban convirtiendo el ligue de una noche en algo que, cuaje o no, acabará resonando en el futuro. La homosexualidad y su representación no son el tabú a superar, pero la película acaba revelando, sutilmente, su carácter reivindicativo al señalar con el dedo la asumida homofobia en nuestros protocolos de comportamiento: por superada que creamos tener, sobre el papel, la idea de la relación entre personas del mismo sexo, ¿por qué sigue siendo problemático que las parejas homosexuales expresen su afecto en público?, ¿somos conscientes de las veces en que, a lo largo del día, una pareja homosexual escucha un comentario intolerante al fondo, una mirada reprobatoria, un atisbo de incomodidad grupal?
Weekend no crispa su discurso: habla de algo en lo que todos nos podemos reconocer, propone dos sólidos retratos de personajes hechos de contradicciones y vulnerabilidades y describe una cotidianidad donde la homofobia es inercia, piel invisible de los comportamientos de quienes nunca se considerarían intolerantes. (El País, 28 de febrero de 2013)
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