19 enero 2024

Iconos que un joven (gay) cosmopolita debe conocer

Por Carlos Martín Gaebler
SE LEE EN 9 MINUTOS

El gay contemporáneo, el homosexual salido del armario, vive, le guste o no, en una sociedad globalizada, no sólo en lo económico sino también en lo cultural. Si en nuestra era digital la cultura es un fenómeno internacionalizado, para el hombre gay moderno lo es aún más pues éste se construye a sí mismo sobre la obra o el legado de figuras mundiales cuya contribución a la libertad de las personas gays les ha convertido en iconos que aquél debe conocer. En este hipertexto me propongo presentar al lector personas eminentes y logros artísticos que han moldeado la vida y la cultura occidentales a partir de 1969, el año en el que algunos armarios empezaron a abrirse de par en par.

Empezar por Harvey Milk no es sino hacer justicia al primer cargo público electo en EEUU abiertamente gay. Su valentía para defender la causa de la igualdad de derechos le costó la vida, pues murió asesinado por un homófobo ultra tras ganar el escaño de concejal por San Francisco. Activistas como él inauguraron la lucha política contra las legislaciones homófobas. Su vida fue llevada al cine en la excelente cinta Milk, protagonizada por Sean Penn.
Si Marilyn Monroe se erigió en el símbolo sexual femenino para el hombre hetero de la segunda mitad del siglo XX, el actor Joe D’Allesandro fue sin duda el primer mito erótico occidental para generaciones de gays a partir de los años 70. Su participación en la trilogía fílmica del alternativo Paul Morrissey (Flesh, Trash y Heat) catapultó a este joven italo-americano como el primer chulazo de la historia del cine. Su rubia naturalidad y su generosidad epidérmica ante la cámara (desnudos integrales incluidos) siguen hoy cautivando a todo aquel ávido de contemplar la hermosura viril. Joe era el canon de belleza masculina sin necesidad de musculación, depilaciones ni demás marikonadas, con perdón.

El artista neoyorquino Keith Haring revolucionó el diseño gráfico en la década de los 80. Su obra, pletórica de alegría y colorido, parecía ilustrar aquel mantra del “Gay Is Good,” y su estilo particular creó escuela por doquier. Fue un creador comprometido con la denuncia de las injusticias sociales desde el apartheid hasta la homofobia, y sus grafismos, copiados hasta el infinito, forman hoy parte del imaginario de la sociedad globalizada.

En Europa la obra de los franceses Pierre et Gilles representa la apoteosis del kitsch como objeto estético y jovial.  Como resulta patente en su célebre retrato pacifista “Un monde parfait,” contribuyeron a crear un mundo idealizado pero posible, al menos en la imaginación del espectador. Sus barrocas fotografías retocadas son una de las más importantes aportaciones a la cultura popular de nuestro tiempo. Por otro lado, la obra fotográfica del norteamericano Robert Mapplethorpe ha sido fuente de inspiración para generaciones de artistas plásticos. Sus retratos, desnudos y bodegones son una celebración de la vida en blanco y negro y forman parte del acervo cultural del siglo XX. Mapplethorpe fue el pionero en retratar al hombre negro en todo su esplendor, más allá de rancias controversias moralizantes. Su legado hedonista pertenece por derecho propio al imaginario contemporáneo.

En la que podríamos denominar prehistoria gay hay que situar al brillante científico británico Alan Turing, el matemático e informático homosexual que durante la Segunda Guerra Mundial fue capaz de descifrar los códigos secretos de la aviación nazi, salvando así miles de vidas humanas. Imaginó la inteligencia artificial y creó una máquina precursora de los ordenadores actuales. Más tarde fue condenado a la exclusión social y denostado públicamente por su condición sexual. Las autoridades de su tiempo le aplicaron un “tratamiento” profundamente agresivo para “curar” su homosexualidad que acabó provocándole la muerte.

Beautiful Thing es la película que todos hubiéramos deseado y necesitado ver cuando éramos unos adolescentes invadidos por dudas y temores. Esta cinta británica de 1996 es hoy de obligado visionado para jóvenes en formación, pues ilustra el logro de la visibilidad pública y la belleza de la valentía gay. Otra historia de amor imprescindible es la magistralmente narrada por Ang Lee en Brokeback Mountain (2006): los vaqueros Jack Twist y Ennis del Mar son ya iconos del cine universal. Probablemente la mejor historia de amor entre hombres jamás filmada, Brokeback Mountain ayudó a cambiar la vida de muchos hombres armarizados en todo el mundo. La excelente película británica God's Own Country (2017), deudora de la anterior, ofrece un novedosa reflexión sobre la nueva masculinidad basada en la empatía, la ternura y la inteligencia emocional, en un historia situada medio siglo después de la ambientada en la America profunda de 1963.

La cultura pop arranca con la música electrónica de club que los británicos Pet Shop Boys empezaron a tocar allá por los años 80, cuando su primer éxito, West End Girls, les catapultó al estrellato. Con el tiempo, y con su casi himno gay Go West, el dúo formado por Chris Lowe y Neil Tennant, se han convertido en uno de los iconos musicales de la sociedad global, igual que le ocurrió al cantante George Michael, el blanco que bailaba como los negros, convertido en luchador institucional contra la homofobia en el Tercer Mundo. Sus vídeos hedonistas y rompedores contribuyeron a engrosar la imaginería visual de la cultura pop internacional.

Finalmente, debo mencionar dos novelas imprescindibles en el imaginario homosexual: The Swimming Pool Library, del escritor británico Allan Hollinghurst, y The Lost Language of Cranes, del novelista norteamericano David Leavitt, quizás dos de los textos mejor narrados y más cautivadores que ha producido la literatura occidental de temática gay. Incluso traducidos, son dos títulos para disfrutar de la lectura en estos aciagos tiempos de prisas y gratificación inmediata. Los amantes de la belleza más intimista deben leer los sublimes Sonetos del amor oscuro, de Federico García Lorca, cumbre de la poesía homoerótica en lengua española.

Y como guindas deportivas sobre el pastel, deseo mencionar a varios deportistas que hoy en día son un referente de tesón y lucha para los jóvenes de todo el mundo: el saltador Greg Louganis, el deportista gay más laureado de la historia olímpica, y la tenista Martina Navratilova, la más grande de todos los tiempos, ganadora de 18 títulos (individuales y mixtos) en Wimbledon. Ambos tuvieron que luchar denodadamente contra la homofobia y el machismo enquistados en el deporte de alta competición y en al actualidad son un modelo a seguir por muchos y muchas atletas gays y lesbianas en su esfuerzo por visibilizarse y salir del armario. Ellos abrieron la puerta para que grandes deportistas contemporáneos dieran la cara transmitiendo valores como el respeto por la diversidad y facilitar así la visibilidad de deportistas gays, como hicieron el waterpolista español Víctor Gutiérrez o el saltador británico Tom Daley (saliendo del armario mediante un vídeo en YouTube).

La contemporaneidad nos ofrece compañías de danza tan innovadoras como la neoyorquina Madboots Dance, una compañía de hombres que celebran la identidad masculina en todos sus bailes. Fragmentos de sus hermosísimas piezas de danza contemporánea se pueden visionar en su sitio web. Puro gozo.

The Boys in the Band (Los chicos de la banda), la obra teatral de Mart Crowley y la posterior película de William Friedkin, es una obra seminal dentro de la ficción sobre la homosexualidad, pues plantea una catarsis colectiva, al estilo de la tragedia griega, que pone al espectador frente a distintos prototipos humanos que pululan por la sociedad homosexual: el católico atormentado por la culpa, el judío cínico, el afeminado ingenioso, el gay normal, el negro gay, el chulazo ignorante, la pareja de amantes en crisis, y el homosexual reprimido que se cree heterosexual. La pieza teatral de 1968 se estrenó tan solo meses antes del estallido de Stonewall, que inauguró el movimiento de liberación de gays y lesbianas en junio de 1969, y medio siglo después mantiene toda su vigencia. The Boys in the Band es una ficción para ser apreciada especialmente por personas leídas y cultas, capaces de mantener la atención durante dos horas sin sucumbir a distracciones tecnológicas. Verla es redescubrir un clásico del cine y del teatro norteamericanos del pasado siglo.

Man in an Orange Shirt (El hombre de la camisa naranja) es una de las ficciones más elegantes y hermosas que he visto jamás en una pantalla. Escrita por el novelista británico Patrick Gale, narra (en sendos episodios de una hora producidos por la BBC) dos historias de amor entre hombres en dos tiempos, que permanecerán en la memoria imaginaria del espectador de por vida. Disponible en Filmin. 
Es imprescindible ver la película de 2015 Stonewall, que narra, a través de un joven forzado al sexilio, los acontecimientos que desembocaron en la histórica revuelta en el Greenwich Village neoyorquino el 28 de junio de 1969, cuando un grupo de homosexuales se cansaron de sufrir las constantes humillaciones y redadas de la policía y devolvieron el golpe, dando origen al movimiento de liberación gay. 

La miniserie norteamericana FELLOW TRAVELERS (Compañeros de viaje), narra de forma minuciosa y sobrecogedora la persecución de homosexuales y comunistas instigada por el funesto senador McCarthy, quien promovió una caza de brujas institucionalizada durante los años 50 en EEUU. Contemplamos un friso de la política norteamericana, y en concreto de este periodo negro de su historia, precursor, sin duda, del neofascismo actual de medio país, y por la historia de gays y lesbianas desde 1952 hasta 1986. A lo largo de más de tres décadas, la serie navega entre amoríos clandestinos, Vietnam, los Kennedy, el catolicismo, la hipocresía sexual, el periodismo de investigación, los derechos civiles recién conquistados, el asesinato de Harvey Milk, el hedonismo de la cultura disco setentera, Fire Island, y la crisis del sida. Enormemente instructiva para las jóvenes generaciones. CMG

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta entrada en tu blog me ha alegrado la noche. Es magnífica, muchas gracias por escribirla.

Anónimo dijo...

...muy chulo, Carlos..., dinámico, informativo y divertido...

Anónimo dijo...

Un bonito repaso mari-cultural; me lo he tomado como un juego-test y... ¡he aprobado con nota! :-)) No sé si están todos los que son, pero desde luego son todos los que están, y es un hermoso camino desde mi d'Allesandro del alma hasta mi Brokeback Mountain pasando por mi Pierre et Gilles. El que yo pueda echar en falta queridísimos nombres como Querelle/Brad Davis, Tom of Finland... no hace sino subrayar que me voy haciendo mayorcito, igual que el mundo oscuro y mágico-sórdido donde me fui haciendo persona, y trae a la superficie lo luminoso y positivo de tu selección.

Pedro dijo...

Magnífico, Carlos. Sólo le hace falta especificar que hablas de homosexualidad masculina sobre todo. La cita a la Navratilova se agradece.

Jesús Casado dijo...

Buscando y surfeando me he topado en tu blog con esta entrada sobre iconos gays de obligado cumplimiento para las neo-mariquitas. Me da mucha ternura ver juntas las referencias de muchos de esos nombres que nos sabemos de memoria hace décadas, de Pierre et Gilles a Brokeback Mountain, pasando por Pet Shop Boys, Louganis, Dalessandro o Mapplethorpe... Muy pedagógico eso de ponerlos todos juntos para instrucción de las nuevas generaciones. Genial.

Anónimo dijo...

Un artículo fenomenal e imprescindible.

Luisgé Martín dijo...

La desmemoria histórica no oprime, pero es más fácil oprimir a quien no sabe. Esta es la diferencia entre sentirse parte de un colectivo marginal a saberse dentro de una comunidad que ha superado adversidades históricas inimaginables. Un número cada día mayor de activistas se obsesiona en reconstruir, pedazo a pedazo, la deslavazada historia LGTB, una asignatura hasta ahora olvidada. Ha habido poca literatura, y ésta se ha centrado más en ensayos que en novelas. Poca atención académica, poco cine, poca transmisión. Un chaval de 20 años hoy no sé si sabe quién es Pedro Zerolo y hablamos de algo que ha ocurrido hace solo 15 años.

Juanjo Roldán dijo...

Vi la película Los chicos de la banda por primera vez cuando aún era muy joven para comprender el universo que retrataba. La he vuelto a ver ahora y me he rendido a sus méritos, tanto cinematográficos como extracinematográficos. Parece mentira que ya en 1970 una obra teatral, en la que está basada la celebrada película, pudiera ser tan explícita y encajar tantos personajes homosexuales y sus distintas problemáticas. Un variopinto grupo de amigos se reúne en el ático neoyorquino de uno de ellos para celebrar el cumpleaños de otro, a los que se unen un joven chapero que contratan como regalo especial para el homenajeado y el excompañero universitario del dueño del piso, que parece esconder un secreto que le atormenta y pudiera estar relacionado con una potencial homosexualidad. En ese contexto conocemos al afeminado sarcástico, el dandy incómodo con su condición, la pareja que afronta ya entonces el poliamor, siendo uno de ellos un padre de familia divorciado tras asumir su condición, y el nada amanerado que vive su homosexualidad con total naturalidad, en el que quizás es el personaje que redime toda la ensalada de traumas reincidentes en este tipo de producciones, aunque la que tratamos sea absolutamente pionera. Un trabajo actoral de primera, un guion brillante y una puesta en escena sobria capaz de afrontar su origen teatral sin complejos, consiguen un film apasionante tanto por la clarividencia con la que aborda temas todavía candentes y que preocupan a mucha gente aun en la actualidad, cincuenta años después, como por el documento histórico que representa.

Anónimo dijo...

Ya leí la columna, me gustó mucho. Me parece muy bien redactado y enseña mucho sobre la historia de nosotros, los gays. Ojalá llegar a ser alguien reconocido mundialmente aporte algo de prestigio a nuestra comunidad, a los hombres apasionados por los hombres. Ningún gay debería tener miedo de expresar sus gustos sexuales.