Federico García Lorca es –con Cervantes– el autor más universal de la literatura española y un símbolo auténtico de nuestra historia cultural y civil. En su obra se funden de tal forma lo popular y lo cosmopolita, lo tradicional y lo vanguardista que se le considera con frecuencia –junto a Lope de Vega o a Picasso– el exponente de lo español más vivo, la expresión más lograda de lo hispánico. Los nombres de Goethe, de Schubert, de Shakespeare salen a relucir para explicar su afán proteico de creación, su facilidad retadora, su ingenua conciencia de artista por destino.
Quienes le conocieron han comparado su persona con un río caudaloso, fértil en la conversación y profundo en el silencio; con una montaña andaluza anclada en los siglos; con un sorprendente ciclón de alegría y de ánimo que a nadie dejaba indiferente. Para muchos hombres y mujeres haber conocido a Federico García Lorca en persona ha sido un acontecimiento indeleble en sus vidas. Vino al mundo en una familia liberal y emprendedora, vivió rodeado de las excepcionales generaciones de una época decisiva, murió junto a muchos miles de españoles en aras de la libertad. Fue artista por herencia asumida, por esfuerzo de formación, por contagio amistoso, por abierta solidaridad. Cultura y naturaleza se unieron en él como sólo ocurre cada mucho tiempo, en ocasiones que celebra la humanidad.
Federico García Lorca nació hace un 5 de junio como hoy en Fuentevaqueros, un pueblo de la vega de Granada. La conmemoración de ese hecho no podrá devolvernos su risa desatada, ni su voz de sangre junto al piano; no podremos asistir al espectáculo del trazo de alguno de sus dibujos imprevisibles ni a la representación de las voces que hablaban por él tejiendo la trama de los sueños y las desdichas de todos. Pero sus dramas y poemas, su música y sus dibujos sí van a poder hacer –una vez más, cada vez para más gentes– más dichosa la melancolía, más completa la felicidad, más humana nuestra propia vida. Para eso fueron creados, para eso nació, hace 113 años, Federico García Lorca. ©Jorge de Persia
1 comentario:
La máscara es un elemento recurrente en la obra de Federico García Lorca porque la tenía cosida a la cara en aquella España rancia y casposa. Tenía que quitársela, por eso en Cuba, donde se le cayó, fue libre y feliz. Mostrarlo fue uno de los objetivos del documental "Lorca en La Habana," que he codirigido con José Antonio Torres en una producción de Plano Katharsis participada por Canal Sur. Además, en Cuba tomó una decisión que creemos trascendental en su vida: no volver a ponérsela nunca más. Regresar a España era su deber de poeta porque luchar por los valores de la República era luchar por sí mismo, para que nadie más tuviera que llevar la máscara.
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