08 octubre 2025

Gracias, Portugal, por descansarnos de España

Por IGNACIO PEYRÓ

El País, 5 de julio de 2025


Quienes nacimos en el lado difícil de los Pirineos siempre hemos tenido Portugal para aliviarnos de ese trabajo suplementario que ser español aporta a la vida. Portugal nos da el mejor de los mundos: lo familiar con lo distinto. Algunos comentan: “En Portugal no me siento en otro país”. Por el contrario, es pasar la raya y —en cuestión de metros— han cambiado las huertas y los bares, cambia la sentimentalidad y cambian los horarios. Somos distintos: hace ocho siglos que nuestras fronteras son tenaces. Cuando Ramalho Ortigão sube al tren en Portugal, el revisor dice: “¿Los señores quieren quedar en tierra?”. Cuando sube en España, los revisores gritan: “¡Viajeros al tren!”. Somos distintos.

A Portugal no le hemos dado nuestro perfil bueno. Tenemos la inercia de quedarnos Iberia —como nos quedamos Hispania— para nosotros. A cada poco nos referimos a Portugal como “país mediterráneo”. Los mismos españoles que entran en Francia con la cabeza gacha parecen manejarse en Portugal como si entraran a caballo. Y es mejor no preguntarse cuántos entre nosotros saben que Aljubarrota es una batalla y no una sopa regional. Con todo, quizá ha sido peor nuestro afecto que nuestra arrogancia. Lisboa sobrevivió a un terremoto, pero por poco no sobrevive a nuestros poetas: el amor a Portugal se ha resentido de tantas veces como hemos pronunciado la palabra saudade en vano. Así, igual que de cuando en cuando dejamos de pescar anchoa para que se recuperen los bancos, quizá estaría bien una moratoria pessoana y suspender por cinco años la venta del Libro del desasosiego. Entre apegos y desapegos, como fuere, el escepticismo del portugués es sólido: en otros siglos, algunos bajaban la persiana de la carroza hasta la frontera con Francia; en este, siempre ceñidos a los transportes, evitan el AVE Lisboa-Madrid.

Lo llamativo es lo bien que le ha ido de esta manera a Portugal. Siempre “alcanzó el favor del cielo sereno”, según Camoes, en sus pugnas con nosotros. España era un paria internacional mientras Portugal fundaba la OTAN. Magallanes fue el personaje más odioso del siglo de los conquistadores, pero ¿quién ha oído hablar mal de Magallanes? A ojos anglosajones, el imperio español consistió en saquear el oro mientras el portugués enseñaba al mundo comercio y ciencia: el hecho de mantener colonias hasta los años setenta no se ha explicado por rapiña imperialista, sino con el argumento de que algo bueno harían para durar tanto. Tuvieron la revolución más telegénica del siglo XX, mientras que Franco murió en un hospital adecuadamente llamado La Paz. Hoy manda un portugués en la UE, otro en la ONU, y hasta hace poco mandaba un tercero en la Champions.

Durante años he pensado que la lusofilia española era una manera de no estar donde tenemos que estar. A veces, una vanidad: el amor a un objeto que nos devuelve nuestro reflejo mejorado. Otras veces, una condescendencia: tenemos una molesta tendencia a que los portugueses nos parezcan muy monos. Y, en casi todos los casos, una trola. Por supuesto, en Portugal siempre había una redención estética: quizá la fraternidad nos deje fríos, pero por la fraternidade entran ganas de hacer una revolución. Como país, es un destino manifiesto para cuantos amamos la hiedra con la piedra. Permite la ensoñación estética de los palacios que se pierden entre la niebla —Buçaco— y de los que se encuentran —tanta arquitectura de veraneio— junto al mar. Portugal, en fin, ha sido reino del ocaso para tantos exiliados, que a nosotros al menos nos podrá ofrecer una rua da misericórdia, un sorbo de bucelas viejo, e incluso, si alguno fuma todavía, uno de los pitillos con el nombre más hermoso de la tierra: Português suave.

Durante años, sí, uno creyó que la lusofilia era una pasión que racionarse. Pero los años lo que hacen es pasar y al final uno se replantea las cosas. Quién tuvo más suerte. Quién lo hizo mejor. Quién cayó del lado bueno de la Península. En Portugal están preocupados: la política, el partido Chega!, etcétera. Pero, dada la situación de España, a veces tienta pensar que la solución no está en la unión sino —directamente— en la subordinación ibérica: ser un Estado títere de Portugal. Es la única solución que no probamos, cuando a saber si la clave para desbloquear el laberinto español no será una mente paternal en Lisboa que piense por nosotros y que llene de cilantro hasta nuestra vida pública. Es, claro, una broma. Pero por momentos uno quisiera que, al menos, fuera un sueño.

05 octubre 2025

“Escribir a mano sigue siendo insustituible”: por qué seguimos usando lápiz y papel en 2025




Leonard Cohen en 1967. Jack Robinson (Getty Images)


Por IANKO LÓPEZ
El País, 5 de octubre de 2025

Tecleamos más que nunca, pero el placer de tomar notas con libreta y bolígrafo no envejece. Varios escritores hablan sobre la magia de escribir a mano en un mundo atestado de ruido digital

Durante mucho tiempo escribí a mano. Al hacer entrevistas, además de usar la app de grabadora del móvil, tomaba notas a boli con una letra frenética, tan ilegible que ni a mí me habrían servido en caso de fallo del archivo de audio. Desde hace un par de años, sigo tomando notas en las entrevistas, pero lo hago con un ordenador portátil. A medida que habla la persona entrevistada, voy recogiendo en el documento solo la información relevante, descartando redundancias o titubeos. Lo que resulta una opción mucho más práctica, ya que estas notas ya no se limitan a constituir una alternativa a la grabación: al ahorrarme las tareas de transcripción y depurado, casi siempre acaban convirtiéndose en el plan A, la base de la que parto para elaborar la entrevista o el artículo definitivo.

Este cambio ilustra bien la diferencia entre la escritura manual y la que realizamos ante una pantalla. La segunda se acomoda mejor al paradigma utilitarista de la sociedad contemporánea, en el que la información escrita, inserta desde su nacimiento en el entorno digital, debe estar siempre lista para transformarse y ser difundida. Lo que convierte la antigua escritura manual en un teórico anacronismo, o en un ejercicio íntimo que no prolonga su alcance más allá de la propia persona que está escribiendo. Y, sin embargo, el bolígrafo y los cuadernos siguen perviviendo, como si los medios digitales a nuestro alcance –teléfonos móviles, tabletas, ordenadores portátiles o de sobremesa-, que cada día utilizamos de forma intensiva para generar información escrita, no fueran capaces de desplazar por completo ese otro acto cotidiano y al parecer necesario. Cabe preguntarse por qué.

Entre quienes se dedican a escribir como actividad profesional –que, al igual que el resto, suelen utilizar el ordenador como herramienta profesional de escritura–, no es raro que lo manual intervenga en algunas partes del proceso. Es el caso del escritor, articulista y académico Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 69 años), que responde a ICON por escrito con un e-mail (“no a mano”, especifica socarrón) sobre sus costumbres en cuanto a escritura. “Los artículos los escribo directamente en el ordenador, por la contabilidad exacta de palabras que requieren, y por supuesto el trabajo de escritura definitiva (por así decirlo) de un libro es en el ordenador”, explica. Y, sin embargo, lo complementa escribiendo “continuamente” a mano: “Notas y borradores completos de novelas, un diario, apuntes sueltos de cosas que se me ocurren, postales”. De este ejercicio valora sobre todo la sensación de libertad: “Puedo tirar p’alante sin pararme a pensar, como un músico que tiene un atisbo de algo y se pone a explorar a ver qué sale”.

Como él, su pareja, la también escritora y columnista Elvira Lindo (Cádiz 63 años) acostumbra a escribir a mano. En su caso, como parte de un proyecto que posee una dimensión funcional y otra estética: “Siempre tomo notas cuando estoy escribiendo una novela. Dedico un cuaderno especial a cada proyecto. También pego recortes sugerentes para embellecer mis apuntes. En mi última novela, En la boca del lobo, como la acción se situaba en un pueblo, pegaba los envoltorios de las magdalenas, las servilletas de los bares, alguna foto, dibujos de pájaros, incluso alguna receta del lugar. Luego se queda como recuerdo. También uso cuadernos para mis intervenciones en la radio o para los artículos, pero esos ya no los guardo”.

Cristóbal Polo (Cádiz, 42 años), que ha publicado un ensayo sobre la escritura en cuadernos titulado Cuadernística (Ed. WunderKammer), por el que desfilan desde poetas (Emily Dickinson) hasta novelistas (Franz Kafka) y cineastas (Jonas Mekas), también emplea un ordenador, pero parte del soporte material antes de ponerse al teclado. “Cuando escribo con una finalidad literaria, me cuesta teclear un texto que no haya pasado antes por el papel”, asegura. “¿Una simple manía adquirida en la infancia? Puede ser. Lo cierto es que cuando lo hago a mano, escribir me resulta más sencillo, más natural: la imperfección no me pesa y el error no me termina inmovilizando. Puedo seguir avanzando para tantear nuevas combinaciones hasta palpar la estructura y el ritmo del texto. En mis cuadernos hay de todo: instantáneas, conversaciones imaginarias, gérmenes de ideas o historias, notas de lectura, ocurrencias bizarras, dibujos y bocetos de poemas o narraciones. Y luego no quedan arrumbados en un rincón. Vuelvo a ellos con frecuencia y marco aquellas anotaciones que puedan serme útiles en el futuro. Cuando regreso a un cuaderno terminado, no soy ya la misma persona que lo escribió, y siempre me sorprende algo nuevo”.

La escritora madrileña Mercedes Cebrián (54 años), que además de publicar ensayos (el último, Estimada clientela, sobre la actividad de ir de compras, en la editorial Siruela) escribe artículos en medios de comunicación como EL PAÍS, también acostumbra a tomar notas preparatorias de sus trabajos, que termina mezclando con otro tipo de apuntes, también manuales. “Todas las listas de tareas y la agenda, los quehaceres, los levo a mano, porque si no, no los visualizo. Es como si en formato digital esas tareas no existieran o se las llevara el viento. Una vez hechas, las tacho, lo que es muy placentero para ciertas mentes. Llevo siempre un cuadernito para anotar lo que sea: desde este 2025 llevo un solo cuaderno que me dure todo el año y donde quepa todo, en lugar de llevar distintos cuadernos o agendas según el tipo de contenido”.

Podría pensarse que la costumbre de escribir a mano va desvaneciéndose a medida que disminuye la edad de los autores. Al fin y al cabo, los procesadores de textos ya estaban más que implantados cuando nacieron quienes conforman las nuevas generaciones de escritores. Pero el poeta, editor y crítico de arte Juan Gallego Benot (Sevilla, 27 años), también acostumbra a tomar apuntes manuales, según cuenta: “Tomo notas a mano y voy con mil cuadernos, aunque luego siempre escribo el texto a ordenador, o bien con el móvil. Los poemas tienen una cosa visual, y la tipografía de la máquina aporta claridad. Pero luego siempre corrijo a mano sobre lo impreso. Con el ordenador veo muy bien la estructura y la forma que tienen los poemas, y a mano pienso más en el ritmo, y también en cómo funciona de forma individual cada palabra”.

Conviene apuntar que, cuando llegó el ordenador, no fue al bolígrafo y la libreta a lo que reemplazó, sino a la máquina de escribir, que se había popularizado a finales del siglo XIX y que fue el instrumento mayoritariamente asociado con la escritura profesional durante gran parte del XX. Es célebre, por ejemplo, que Javier Marías (1951-2022) siguió utilizando hasta el final una máquina de escribir (una Olympia Carrera de Luxe eléctrica), lo que posiblemente constituía un anacronismo mayor que el que hoy pueda suponer escribir a mano.

La escritura manual favorece las manías y rituales, que por lo general adoptan la forma de un tipo específico de papel, de cuaderno o, con más frecuencia, de dispositivo de escritura. Cristóbal Polo utiliza unos cuadernos artesanales y personalizados, “pero en realidad vale cualquier cuaderno que decidamos convertir en un objeto con entidad propia que reclama ser completado. Por eso me parece tan importante que tenga un nombre, porque cada cuaderno es un mundo”. Por su parte, para Antonio Muñoz Molina los tarjetones de invitaciones a eventos sociales –menos habituales desde el advenimiento del email- presentan un reverso en el que ha escrito particularmente bien: “guardaba todas las tarjetas para eso”, asegura.

Mercedes Cebrián admite haber desarrollado “una filia o, mejor dicho, una parafilia hacia las papelerías y ciertas marcas de rotuladores finos, porque encuentro mucho placer en escribir a mano cuando el material responde bien”. Lo compara con el patinaje sobre hielo, por las “filigranas fluidas” que hacen los patinadores. También le gusta escribir con pluma, lo que acaso sí introduzca cierto elemento anacrónico en el asunto. Las plumas estilográficas de cartuchos, cuyo uso se extendió y consolidó en el último tercio del siglo XIX (antes de eso se escribía con plumas de ave o con plumillas metálicas, mojadas en un tintero), fueron sustituidas a gran velocidad por los bolígrafos desde su patente por el húngaro-argentino László Bíró en 1938.

Caracterizado por la pequeña bola en la punta que dispensa la tinta, el bolígrafo es hoy el instrumento de escritura manual más común. Antonio Muñoz Molina también emplea la estilográfica, por preocupaciones mediambientales: “Antes usaba rotuladores Pilot, pero volví a la pluma por no usar cosas desechables, que pueden acabar tristemente en el estómago de un delfín o de una tortuga marina”. Y aporta más detalles sobre su relación con los materiales: “Me gusta usar buenos cuadernos, de hoja en blanco o raya fina, y unas veces escribo con pluma y otras con lápiz. Me gustan casi todos los lápices, pero tengo debilidad por los amarillos y pequeños que hay en las bibliotecas de Estados Unidos. El lápiz te da más libertad todavía, y tiene también algo de sentido estético. El cuaderno mismo puede ser una incitación a escribir algo: un impulso nacido no de una inspiración previa, sino del atractivo del papel en blanco”.

La escritura es una actividad al mismo tiempo manual e intelectual, como recuerda Cristóbal Polo: “Bachelard escribió que la mano, que tiene sus propios sueños, nos permite imaginar nuevas formas de materia. No es solo un medio o un vehículo; de algún modo, la mano también nos ayuda a pensar. En esa misma línea, se han publicado recientemente algunos estudios científicos que sugieren que escribir a mano implica una mayor actividad cerebral que teclear, lo que favorecería la memoria, la atención y el aprendizaje”. Así lo expresa también Mercedes Cebrián: “Siento que la conexión mano-cerebro es muy importante. Además, creo que la escritura manual se acerca más a la lectura en voz alta que la escritura en ordenador. No solo se te queda mejor el contenido, sino que paladeas más el sonido de las palabras”.

De modo que el factor de disfrute sensorial debe también entrar en la ecuación. En su texto Variaciones sobre la escritura, el filósofo estructuralista y semiólogo francés Roland Barthes escribía que “hay quien siente (¿sentía) una voluptuosidad al escribir, al deslizar la pluma, al trazar el arabesco de las palabras sin ninguna consideración a lo que quieren decir”, lo que vuelve a llevarnos a la figura del patinador de hielo, para el que la ejecución de la pirueta que dibuja su rastro efímero sobre el hielo o en el aire es fin en sí mismo. De hecho, la caligrafía, la tradicional “buena letra”, habilidad cada vez menos valorada debido a los condicionantes del mundo contemporáneo, puede constituir un hilo invisible que enlace distintas generaciones, como le ocurre a Elvira Lindo: “Procuro esmerarme en la letra, que sea armoniosa. Mi madre tenía una letra muy bonita. Mi hermana mayor se la copió, yo copié a mi hermana, y mi hijo copió mi estilo escribiendo. Nuestras letras se parecen, y es bonito que hayamos heredado no ya un rasgo genético, sino algo aprendido en la escuela”.


El manual es también, en su caso, el medio escrito de preferencia para recoger y transmitir el afecto familiar: “En casa siempre nos escribimos postales para los cumpleaños o por Navidad. Tengo una caja con todas esas notas manuscritas que están llenas de amor y de anécdotas del momento. En Nueva York teníamos una pizarra en la cocina y ahí nos dejábamos recados con mucho humor”.

Los afectos intervienen en el elemento fetichista que también puede desplegarse ante la escritura manual, y explican el interés que siempre despiertan los manuscritos de los grandes autores de la historia de la literatura. Un aficionado a la obra de Marcel Proust, por ejemplo, puede permanecer como hipnotizado ante las páginas garabateadas de los folios que contienen los originales de En busca del tiempo perdido, con sus expansivas notas al margen, o de otros textos del autor, como pudo apreciarse en las exposiciones que se le dedicaron con motivo del centenario de su muerte en París, en 2022. Naturalmente, sería imposible reproducir esa aura en un conjunto de ficheros de Word.

Así pues, ¿es escribir a mano y en el ordenador esencialmente lo mismo, o se distinguen lo suficiente como para que podamos considerarlas actividades diferenciadas? Para Muñoz Molina la diferencia está en la libertad y la ligereza, mucho mayores en el caso de la escritura manual. “El cuaderno me permite escribir en cualquier parte, sin miedo a que se acabe la batería, y escribir aquello mismo que estoy viendo. Tiene algo de cámara de fotos”. Y Cristóbal Polo reivindica su carácter único e irremplazable en tiempos en los que nos bombardea un exceso de estímulos: “Creo que, más allá de la nostalgia, hay algo en el ritmo de la escritura a mano, en esa fusión entre palabra, pensamiento y trazo, que sigue siendo insustituible. Reivindicar esta forma de expresión es la mejor manera de proteger algo tan elemental como escaso en nuestros días: la atención. De hecho, podría decirse que experimenta un cierto renacimiento, más como un camino paralelo que como una oposición a lo digital”.

A lo que añade Antonio Muñoz Molina: “También disfruto mucho del ordenador, igual que en su momento disfruté de las máquinas de escribir portátiles. Con las herramientas me pasa como con los medios de transporte: me gusta caminar, correr, montar en bicicleta, conducir, ir en autobús, en metro... Se trata de disfrutar y de lograr no ya eficiencia, sino puro sentido común”.

Por una Dehesa de Tablada verde y pública


La Mesa Ciudadana por Tablada, plataforma que agrupa a más de 40 entidades
cívicas, vecinales, ecologistas, culturales y sociales de Sevilla (ver Anexo II),
presenta el documento Tablada 2030. Nuestro objetivo fundamental e
irrenunciable es la recuperación de la Dehesa de Tablada como propiedad
pública, su preservación como un gran espacio verde prestador de servicios
ecosistémicos, destinado a la conservación del medio y al disfrute de la
ciudadanía.

La Dehesa de Tablada, con sus aproximadamente 360 hectáreas de llanura
aluvial junto al río Guadalquivir, representa un valioso tesoro para Sevilla y su
área metropolitana. El devenir histórico ha dado lugar a la afortunada
singularidad de que junto a una gran ciudad como de Sevilla, y en el centro de
un área metropolitana intensamente urbanizada, haya llegado hasta nuestros
días un enorme territorio libre contiguo al cauce histórico del río Guadalquivir.
Es una enorme oportunidad ambiental y social, en un contexto de emergencia
climática y creciente necesidad de espacios naturales accesibles. Tablada
emerge como un enclave estratégico para mejorar la calidad de vida y la salud,
proteger la biodiversidad y fortalecer la identidad cultural y paisajística de
nuestro territorio.

Este documento-propuesta Tablada 2030 se dirige públicamente a las
Administraciones competentes – Estado, Junta de Andalucía, Diputación
Provincial de Sevilla y Ayuntamiento de Sevilla – con una doble finalidad:
• Exponer de manera argumentada tanto a la ciudadanía como a las
autoridades responsables los incalculables valores históricos,
ambientales y sociales que atesora la Dehesa de Tablada, así como la
trayectoria de lucha ciudadana e intentos previos por asegurar su
protección y uso público.

• Proponer una hoja de ruta clara y viable para la adquisición pública de
los terrenos y la creación de un gran parque metropolitano, gestionado
a través de un Consorcio Público que garantice su conservación,
disfrute y legado para las futuras generaciones.

Creemos firmemente que la colaboración interadministrativa y la implicación
y participación de la ciudadanía son la clave para convertir el anhelo de una
"Tablada Verde y Pública" en una realidad tangible antes del final de esta
década. Este documento es una invitación al diálogo, al compromiso y a la
acción conjunta por un futuro más sostenible y saludable para Sevilla.

La presente propuesta ha sido aprobada en la asamblea de la Mesa Ciudadana
por Tablada celebrada el día 16 de Julio de 2025 en Sevilla.





26 septiembre 2025

El amor ya no está en el aire, está en nuestros teléfonos

Por INMA BENEDITO

elDiario.es 25 de septiembre de 2025

Para cuando Ana se quiso dar cuenta, llevaba siete años usando Tinder y jamás había ligado en persona con un tío. Ana González tiene 29 años y, hasta hace un par, todos sus rollos procedían de un match en pantalla. “Me di cuenta de que solo había tenido encuentros sexuales con chicos que salían de Tinder, Bumble, Adopta un tío, Hinge… Lo iba probando todo”. Fue entonces cuando decidió que no podía seguir así y, literalmente, hizo clic. Adiós, Tinder.

Aunque en los últimos años cada vez más personas se manifiestan desencantadas con esta forma de ligar, las aplicaciones de citas han colonizado el ecosistema del flirteo, expandiéndose más allá de su propia interfaz, hasta el punto de que ya hay gente de toda una generación que nunca ha conocido el amor en persona.

A finales de los años 70, la mayoría de parejas se conocían entre amigos y amigas: un 26,4%, según el estudio "How couples meet and stay together," de la Universidad de Stanford. Otro 15,5% lo hacía a través de familiares, el 14,4% en bares o restaurantes y un 13,9% en el trabajo. Por aquel entonces, John Paul Young cantaba Love is in the air, y la friolera de cero parejas surgían de Internet (entre otras cosas, porque los router ni siquiera se habían popularizado). Hoy, el 39% de las parejas heterosexuales y el 60% de las homosexuales se conocen en línea. En 2025, el amor ya no está en el aire. A lo sumo… en el algoritmo.

“La costumbre ha cambiado. Hoy es más probable que pienses ‘qué aplicación me descargo’ que ‘adónde voy’ para conocer a gente nueva”, explica Montse Cazcarra, psicóloga sanitaria y autora de Amor sano, amor del bueno (Grijalbo, 2023). El éxito de los bares como celestina, por ejemplo, ya había caído hasta el 4,9% en 2017, según el mismo informe de Stanford.

“Prefiero ligar en persona y flirtear. Pero hoy en día es muy complicado”, comenta Laura, que empezó a usar aplicaciones de citas con 21 años. Hoy, tiene 33 y ha conocido a todas sus parejas, chicas y chicos, en la red: “Al final, Tinder o Bumble son como entrar a un bar o discoteca y tener treinta opciones para elegir”.

Aunque insiste en la magia de conocer a alguien en persona, para Laura, la forma de encontrar pareja en la actualidad es a través de aplicaciones: “Ya no creo en eso de encontrar al amor de tu vida en el vagón del metro porque compartís el mismo libro, ni tampoco en el supermercado”. Guarden las piñas.

En España, un estudio de la empresa de ciberseguridad Kaspersky realizada en 2022 revelaba que el 40% de la población utiliza aplicaciones para ligar, y un 18,6% ha conocido a su pareja por Internet.

“Esa cosa de ‘voy a salir a tomar algo con amigos y a ver si conozco a alguien’ ha quedado descartada para muchas personas”, coincide Carlos González Tardón, psicólogo, diseñador de videojuegos y profesor especializado en gamificación y aplicaciones, que ha asesorado a varias de estas aplicaciones de citas en su implantación en España. “En la Universidad mis alumnos ni se lo plantean. Solo ligan así y, en los círculos en los que me muevo yo, ocurre lo mismo; las nuevas parejas nacen de aplicaciones de citas. No conozco a casi ninguna reciente que no se haya encontrado de esa forma”, dice.

Es cierto que buena parte de la gente joven se declara quemada con este tipo de aplicaciones; el 79% de la generación Z y el 80% de los millennials, según una encuesta de Forbes de 2025. Pero eso no significa que hayan regresado al método tradicional.

El uso de estas aplicaciones de citas está descendiendo porque la generación que las empezó a usar ha encontrado pareja, y las nuevas están usando Instagram para ligar, afirma Carlos González Tardón — psicólogo y profesor especializado en gamificación y aplicaciones.

Mercedes conoció a su primera novia, una novia de infancia, cuando tenía cinco años. Todo presencial, muy a la vieja escuela. Después, se perdieron la pista. Pasaron los años, hoy tiene 20 y no ha vuelto a ligar en persona. Hace dos años, se reencontraron por Instagram: “Empezamos a hablar por DM y acabamos saliendo juntas”.

Cuando Tinder nació en 2012, la cohorte más mayor de la generación Z cumplía 15 años y entraba en el ecuador de la adolescencia. Nueve años más tarde, en 2021, la empresa matriz de Tinder, Match Group, tocaba techo con su máximo histórico en Bolsa. Pero los años de vino y rosas habían terminado, y Tinder empezó a presentar pérdidas poco después.

El augurio, de hecho, había llegado en 2019, cuando varios medios se hicieron eco del titular: Instagram es el nuevo Tinder. Luego vinieron las referencias musicales, como Yonaguni, donde Bad Bunny canta “Vi que viste mi story, y subiste una pa’ mí…”, y la hegemonía social de Instagram terminó de sedimentar en el imaginario colectivo.

“Para qué van a querer estar en Tinder cuando Instagram ya se ha convertido en un mercado de carne”, responde González Tardón. “En las aplicaciones de citas la gente pone fotos casi de cuando hicieron la primera comunión. Instagram es mucho más fiable: en tres minutos puedes ver crecer a una persona haciendo deslizando el dedo por su feed, ver si fuma, con quién queda, predecir su comportamiento…”.

El cruce de miradas ha sido sustituido por el intercambio de megustas; la sonrisa chispeante, por el fueguito; y la conversación intrascendente  amortiguada por el electro latino de la discoteca se ha convertido en una conversación que puede durar meses, antes de un primer encuentro.

Isabel, de 27 años, y Julia, de 28, estuvieron dos meses enviándose mensajes por Instagram antes de tener una primera cita. “A mí me salió un vídeo de ella paseando a su perro por Madrid, y me pareció guapísima”, cuenta Julia. “La seguí, a los cinco minutos me siguió de vuelta, y dije: mira, no pierdo nada, le voy a hablar. A la semana siguiente contestó a una de mis historias, luego empezamos a enviarnos audios… y así hasta que quedamos”.

Para Cazcarra, son dos las generaciones nativas del flirteo en línea. Por un lado, están aquellas personas de entre 20 y 25 años, acostumbradas a la mediación social de las pantallas, que han desarrollado cierta urticaria a las llamadas telefónicas: “No han tenido la oportunidad de desarrollar ciertas habilidades y es natural que prefieran el medio cibernético”, aclara.

Sin embargo, los grupos de edad más activos en aplicaciones de citas tienen entre 28 y 43 años, según el informe de EAE Business School Dating Apps: ¿apogeo o declive? Esta es la otra generación que menciona Cazcarra, compuesta por quienes, en una etapa más tardía de la adultez, “necesitan ampliar el abanico de posibilidades porque sienten que su red social no logra ofrecerles aquello que buscan”.

“Yo entré en el mundo de las aplicaciones porque quería conocer chicos y personas más afines a mí, no solo a nivel sexo-afectivo”, explica Pitu Marín, de 32 años, que lamenta que “también he intentado ligar en persona, pero no me ha funcionado”.

Matías tiene 27 años y creció con el algoritmo: “Yo con 15 años ya estaba en Badoo para conocer chicos. Es lo peor que puedes hacer siendo menor de edad, pero al ser de un pueblo de Murcia, donde no tienes referentes, ni amigos LGTB, ni nada, terminas buscando contacto de esa forma”.

Las aplicaciones de citas, de hecho, constituyen un facilitador de vínculos para el colectivo LGTB. En primer lugar, porque aumentan la visibilidad, acentuando la sensación de que ‘no estás solo/a’. “A mí me resulta más cómodo ligar por internet. Como bisexual, me ayuda a entender mejor qué busca la gente. A veces, uno sufre bifobia, no sabes si la otra persona está dispuesta a estar con un chico bisexual”, comenta José, de 34 años, que empezó entrando en foros de Internet y ha tenido parejas tanto de OkCupid como de Tinder.

“Hay gente a la que le molesta y que ve las aplicaciones de ligoteo, como Amazon, como un mercado donde consumir personas. Pero para quienes no tenemos esa facilidad para relacionarnos con mucha gente en espacios públicos, es algo que ayuda. Más que encasillarme, diría que me ha ayudado a aprender habilidades para conocer a gente cara a cara”, matiza José.

Para María, que tiene 32 años y lleva 12 conociendo a otras mujeres por la red, ligar en línea te permite conocer a alguien ‘a fuego lento’: “Relacionarse en entornos sin alcohol y sin estar de fiesta dice mucho de la gente… Es verdad que hablando por una aplicación puedes ver muchas cosas, pero yo me fijo en sus respuestas, sus pensamientos e ideas, sus ambiciones, en su forma de escribir…”.

Pero eso de poder ligar las 24 horas del día en cualquier lugar, incluso desde la comodidad del sofá o el baño, refugiados detrás de una pantalla, puede tener un impacto en la calidad de las relaciones.

“Para la gente acostumbrada a estas aplicaciones resulta muy insatisfactorio ligar como lo hacíamos antes. Las relaciones no mediadas por la tecnología les cuestan horrores, hay menos tolerancia a la incomodidad… Cuesta entender que esa perfección de que, si te enfadas, dejas de seguirlo, deshaces el match o bloqueas el móvil y ya está, en el mundo real no funciona así”, comenta González Tardón.

Cazcarra coincide en que, aunque anhelamos la magia de los encuentros en persona, “estamos perdiendo habilidades sociales que nos ayudarían a desenvolvernos mejor, y hemos podido desconectar de la sensación de ‘ser capaces de’ interactuar de forma presencial”.

No en vano, Instagram se ha llenado de anuncios de empresas que publicitan cenas entre desconocidos y desconocidas como una innovadora forma de volver a lo mismo, aquello a lo que parecemos habernos vuelto incapaces de retomar, como si necesitáramos pagar por algún tipo de intermediación para hacer realidad la primitiva experiencia de conocerse en un bar.

La paradójica sensación de que no hace falta conocer gente en persona para, de hecho, conocer a gente, hace que nos sintamos menos motivados/as a apuntarnos a ciertos planes sociales: “En una aplicación de citas sé que las personas que hay buscan lo mismo o tengo la posibilidad de saber qué buscan. Nos ofrecen un primer filtro. En cambio, sentimos que conocer en persona es más arriesgado”, aclara Cazcarra.

Una se siente menos expuesta cuando puede ocultarse detrás de una pantalla. “El rechazo sigue existiendo, pero queda amortiguado. No significa que no duela, pero no hay una exposición social; esa posibilidad de que los demás nos vean, y eso hace que la vergüenza y el ridículo se vean mitigados”, añade la psicóloga.

Podemos revolvernos, podemos sentarnos a demonizar las aplicaciones de ligoteo y repetir con melancolía que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero lo cierto es que, más que una herramienta para ligar, el universo digital se ha confeccionado su propio escenario de acción para el flirteo. Un tablero de juego donde todas y todos, queramos o no, tenemos fichas.

Según el estudio de EAE Business School citado, un 33% de la población española considera que las parejas del futuro serán predominantemente digitales frente a un 16% que confía en una vuelta a las formas tradicionales de ligar. “Esto supone un cambio radical en el modelo de las relaciones humanas”, asegura González Tardón.

Una mutación a la hora de concebir el amor e, incluso, el deseo, donde la intermediación del alcohol y del lenguaje no verbal se ven desbancadas por un algoritmo y la cognición racional. Un cambio que, comparado con antaño, podría parecer antinatural: “No es natural, es cierto, pero es que el ser humano no es natural”, matiza. Hace tiempo que dejamos de serlo.

24 septiembre 2025

El lujo nos hará pobres

Por Lucía Lijtmaer

El País, 24 de septiembre de 2025

En España se está acelerando la oferta de consumo para multimillonarios, y eso tiene consecuencias para toda la ciudadanía.

Bocadillo de salmón ahumado y copita de champán. Colas en las boutiques por un luisvi. Manicura con oro y caviar. Algunos barrios de las metrópolis más importantes del mundo ofrecen prácticamente lo mismo y a los mismos desorbitados precios. Y las ciudades españolas —especialmente Barcelona y Madrid— se han apuntado al tren del lujo, ya sea ostentoso o silencioso.

No es una novedad: el posicionamiento de España ofertando opciones para la élite que consume lujo no es nuevo, pero hay señales que demuestran su aceleración. En 2014, el aeropuerto Adolfo Suarez Madrid-Barajas abrió la mayor tienda de Europa de artículos de lujo en aeropuertos, y la quinta del mundo. En 2021 reabrió el hotel Ritz, ahora Mandarin Oriental Ritz, uno de los pocos hoteles del mundo que podría entrar en la categoría de superlujo. ¿Y eso qué es? El superlujo es una categoría social relativamente nueva en España: exclusividad, privacidad y estatus, algo supuestamente imposible de replicar y que parece ser que no se compra solo con dinero. Al mismo tiempo, en Barcelona y según el sector, la capital se ha posicionado como un destino de compras a escala internacional a la altura de ciudades como Milán, Londres o París.

Las ciudades mutan a esta nueva realidad, algunos la disfrutan y todos la contemplamos. En algunos casos esta nueva existencia parece deudora de la estética bling bling de Dubai —bien lo sabe Georgina, que nos muestra un diamante del tamaño de una nuez en su Instagram— y otras veces lo es del monocromático y sobrio color café con leche de Park Avenue. Pero lo cierto es que el lujo o el super lujo traen consecuencias para toda la ciudadanía. Aunque no nos importe lo más mínimo, el lujo nos afecta.

Como explica el economista Thomas Pikkety, tras la Segunda Guerra Mundial, la desigualdad se redujo gracias a impuestos altos a las grandes fortunas, las políticas de bienestar y crecimiento económico compartido. Pero desde los años 80, con la desregulación y la globalización financiera, los ingresos del capital, ya sea en acciones, rentas o herencias, han vuelto a crecer mucho más rápido que los salarios. Esto ha provocado que una minoría —el 1% más rico— concentre cada vez más riqueza.

El fenómeno se entiende como plutocracia, una oligarquía de los ricos. En Plutocrats, la académica y política canadiense Chrystia Freeland analiza el auge de una nueva élite global: los multimillonarios que concentran poder económico y político sin precedentes. A diferencia de las viejas aristocracias, estos plutócratas no dependen de títulos nobiliarios ni de herencias tradicionales, sino de la globalización financiera, la tecnología y la capacidad de aprovechar redes internacionales. Freeland muestra cómo esta élite comparte más intereses entre sí que con las clases medias de sus propios países, configurando un mundo donde las fronteras importan menos que el acceso a capital y a círculos exclusivos.

La cultura pop reconoce a esta élite como un nuevo fenómeno y retrata sus internas vitales. El auge de los superricos nos llega en la ficción a través de las cascadas noruegas y los mega yates en Succession, en la telerrealidad a través de la franquicia The Real Housewives, una interminable saga de esposas ricas, o incluso en su faceta más existencial en estrenos cinematográficos como The Materialists: ¿debe Dakota Johnson casarse con el chico al que ama y es pobre o con el multimillonario (bautizado como “unicornio”) Pedro Pascal?

Esa es la consecuencia más anecdótica del lujo. Hay, por supuesto,consecuencias sociales y políticas de esta concentración de riqueza. La creciente brecha entre los ultrarricos y el resto, como demuestran los datos, alimenta tensiones democráticas, debilita las instituciones públicas y erosiona la convivencia ciudadana. El capitalismo contemporáneo ha mutado: los beneficios están cada vez más concentrados en esa plutocracia, mientras el resto de la sociedad enfrenta cada vez más precariedad y pobreza. El ejemplo más claro es el de la ciudad de Nueva York, la que acumula más ricos del mundo y que en 2013 una de cada cuatro familias vivía en albergues incluyendo a adultos con empleo. Diez años después, un millón y medio de personas en la ciudad vive por debajo del nivel oficial de pobreza federal.

Lo cierto es que la política de incentivar a las grandes fortunas a gastar en nuestras ciudades no implica necesariamente que la riqueza milagrosamente riegue nuestras aceras. Pese a venderse como imán para el turismo “de calidad”, un eufemismo común para hablar de lujo, con grandes construcciones hoteleras y promocionar la milla de oro o grandes regatas internacionales, Madrid y Barcelona sobresalen como las ciudades más desiguales en términos de brecha económica urbana. El índice Gini, que cuantifica la desigualdad de ingresos en una población, en la ciudad de Madrid alcanza aproximadamente el 31%, el más alto de España, mientras que más de 1,3 millones de madrileños están en riesgo de pobreza, y uno de cada cinco gana menos de 500 euros al mes. En Barcelona, la tasa de riesgo de pobreza infantil es del 28%, y si se descuentan los gastos de vivienda de los ingresos de las familias con niños, la pobreza infantil se dispara, ya que alcanzaría el 45%.

Sí, el gasto en vivienda. Si las ciudades optan por un lujo desorbitado y son cada vez más desiguales, nadie puede habitarlas. Cada vez es más común que aquellos con rentas más bajas tarden una entre una y dos horas en llegar a su puesto de trabajo, ya que no pueden residir en zona urbana. El tiempo y el techo han pasado de ser un derecho a un lujo.

Conocemos de sobra los principales problemas de acceso a la vivienda de la población en España: los precios elevadísimos tanto en compra como en alquiler, la falta de vivienda pública y la especulación con el suelo, entre otros. Pero no se habla tanto de este pez que se muerde la cola: la desigualdad estructural genera desigualdad entre generaciones, y una nueva estirpe, la del rentista por herencia y el pobre por falta de suelo heredado. Ante eso, las nuevas ciudades del lujo solo son habitables para los primeros.

Frente a estos fenómenos, resulta impactante la actitud de algunos políticos que no parecen gobernar para todos sino solo para algunos. Recientemente, la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, atacó a la Agencia Tributaria, tildando a la institución como “máquina de expulsar fortunas, inversiones y propiedad”. Ese relato, construido para desviar la atención sobre los escándalos financieros que persiguen a su pareja, deja de lado que la manera de atraer capital de la Comunidad de Madrid en la última década ha pasado por perdonar más de 10.000 millones de euros a las grandes fortunas. Tal es así que el Instituto de Estudios Fiscales alertaba de que casi la mitad de los más ricos de nuestro país que se mudan decide irse a vivir a la Comunidad de Madrid por sus ventajas fiscales. El cuento de la derecha de que España representa un “infierno fiscal”, por tanto, no se sostiene.

Aún así, pervive la narración de que ante la pobreza y el lujo desorbitado existe un método de inclusión: la del mago criptobro, especulador y libertario, que te ofrece rentabilidad rápida a ti, solo a ti. La cultura del esfuerzo y el logro se sustituye por la volatilidad tecnológica. Ahora ves la bolita, ahora no la ves. Por supuesto, hay otras salidas. Habrá que ir desgranándolas antes de que el lodazal nos ahogue y el brillo de oropeles nos ciegue.

08 septiembre 2025

Ansiedad, insomnio o aislamiento: los síntomas del acoso escolar reaparecen en las víctimas tras el verano


Las líneas telefónicas de ayuda a niños y adolescentes reciben un pico de llamadas en septiembre, cuando hay un reencuentro físico.

Por DOMITILA DÍEZ

El País, 8 de septiembre de 2025

Para algunos niños y adolescentes, los días previos a empezar las clases están marcados por la incertidumbre de cómo serán los nuevos profesores, sus nuevos compañeros de pupitre o la nostalgia del verano. Para aquellos que sufren acoso escolar, estas fechas despiertan el temor de volver a sufrir agresión y maltrato. El dolor de estómago, el insomnio o la ansiedad son señales que hay que atender, según asociaciones de prevención del bullying. La Fundación ANAR, dedicada a la defensa de los derechos de la infancia y la adolescencia, registra en septiembre el pico anual de llamadas a su línea gratuita de apoyo. La tendencia también se repite en el número contra el acoso del Ministerio de Educación, gestionado por la misma ONG.

Los síntomas ya aparecen al final de las vacaciones. La psicóloga especializada en trauma y apego Gala Secchi ha observado que entre sus pacientes “empiezan a subir muchísimo los picos de ansiedad, porque hay una huella de memoria de lo que pasó el año anterior”. Los afectados se aíslan, tienen problemas para dormir, cambios abruptos de conducta o ánimo. No quieren volver. Además, en algunos casos, la hostilidad se ha mantenido activa durante el verano a través de las redes sociales. Secchi resalta que “muchas familias entienden que no quieren ir al colegio porque no les gusta estudiar, pero no quieren ir porque les están pasando cosas”. La terapeuta anima a crear espacios confianza para que los chicos cuenten cómo se sienten e intentar detectar esos malestares a los que les cuesta poner en palabras.

La directora de la línea de atención permanente de ANAR, Diana Díaz, confirma: “Sabemos que en el momento que se inicie el curso, como todos los años, va a haber un repunte de llamadas”. Quienes vivieron cierto alivio durante las vacaciones vuelven a sentir la indefensión aprendida: la sensación de que, hagan lo que hagan, no podrán escapar del acoso. El año pasado, la fundación acompañó a 4.786 niños y adolescentes en este tipo de casos, un 26% del total de atendidos. El equipo brinda asistencia psicológica, social o jurídica a los menores y a sus familias.

Insultos, motes y hacer el vacío son las formas más frecuentes del hostigamiento, que afecta a uno de cada diez alumnos en España, según el último estudio de ANAR. Diana Díaz resalta que “el acoso escolar es una situación de estrés sostenido y por eso es tan importante actuar desde el primer indicio, para que no se cronifique”. El último informe de Save The Children recoge que los menores que son víctimas de bullying tienen 2,5 veces más riesgo de intentos de suicidio.

Carmen Cabestany, presidenta de Asociación no al acoso escolar (NACE), que trata unos 500 casos al año, compara la experiencia con atravesar un túnel oscuro: “Al principio, sienten desconcierto; a medida que se adentran en ese pasaje viene el miedo, la impotencia, la rabia y hay un punto en el que traspasan una línea roja”. Las consecuencias emocionales se agravan con el tiempo y pueden derivar en estrés postraumático, autolesiones o ideación suicida. También puede desencadenar fobia escolar (un terror irracional al colegio). “No es que no quieran ir; no pueden ir. Se desesperan porque saben que tienen que volver al lugar del martirio”, incide Cabestany. En estos casos se debe contar con una orden médica para no asistir a clases y recibir un profesor a domicilio.

María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación, señala que “los centros educativos deben extremar la atención las primeras semanas”. La experta insiste en que deben “transmitir a las víctimas que va a ser un lugar seguro, y a los matones que la escuela no va a tolerar el abuso”. Eso exige que haya figuras de autoridad presentes en espacios como el patio o la entrada del colegio, donde con más frecuencia se puede producir.

Según un estudio de la Unidad de Psicología Preventiva en la Universidad Complutense en colaboración con la Fundación ColaCao —que ha dirigido Díaz-Aguado—, casi 4 de cada 10 víctimas no le ha contado a nadie lo que vive y el 66% de los matones no ha tenido ninguna conversación con el profesorado sobre su comportamiento. “No es la víctima quien tiene que renunciar a ir a la escuela, es la escuela la que tiene que cambiar para que la víctima se sienta segura”, enfatiza la especialista.

La Asociación española de prevención de acoso escolar (AEPAE) también ha recibido consultas de familias preocupadas por la vuelta al colegio. Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva, su presidente, explica que la decisión de cambiar al alumno de centro educativo “puede ser una solución de emergencia, pero no lo protege”. Según el experto, el cambio “le revictimiza, porque percibe que el problema es él”. Advierte de que, si ingresa al nuevo con una actitud inhibida, fruto de su experiencia anterior, puede volver a ser agredido.

Para preparar el regreso a clase, los expertos coinciden en que se puede trabajar con los menores la autoestima y la seguridad, así la indefensión aprendida se va diluyendo. Carmen Cabestany recomienda “enseñar a la víctima a decir que no con la mano, con la voz y con la mirada; es decir, utilizar el lenguaje verbal y no verbal para expresarse frente a sus agresores”. Sin embargo, la también docente advierte de que “en ningún caso, los adultos deben presionar a la víctima para que haga eso. Si no se siente segura, los padres no deberían decirle: ‘Oye, que no me entere de que tú te dejas pegar’. Es absolutamente contraproducente”. Por más de que la víctima requiera herramientas, los especialistas insisten en no focalizar el trabajo únicamente en ella, sino en el victimario y los compañeros testigos, claves para intervenir.

04 septiembre 2025

Desespectacularizar la vida

Por REMEDIOS ZAFRA

Bajo el espejismo de un espacio público ‘online’, proporcionamos a los más jóvenes un mundo boicoteado que expulsa de antemano la reflexión y la justicia. Su contrapeso está en la escuela pública.

La duda es la grieta que permite poner las cosas bajo interrogación, preguntarnos por las razones, conocer más y mejor. El paso que permite pasar de la afirmación “yo soy” a “yo creo” requiere de algo tan esencial como la duda. La duda siempre está cuando el propósito que nos mueve es saber más de un asunto, comprenderlo. No sorprende que el vestido de la creciente ola de extrema derecha sea justamente lo opuesto a la duda. La arrogancia con que muchos afirman y sentencian hoy parece propia de quien no se hace preguntas, porque asume directamente las respuestas que otros le lanzan, como herramientas o como armas.

Diría que hay un contexto propicio para todo ello en las pantallas. Llevamos tiempo viendo cómo la apariencia de sentido amenaza con comerse el sentido, empujando a la espectacularización de la vida en ellas. Me refiero al espectáculo como una forma de organización de la vida social basada en la apariencia, que de manera preocupante no busca diálogo ni pregunta, aval científico ni información contrastada. Que sí busca audiencia y monetización de números. Ese valor tan fácilmente hackeable como poderoso que lleva tiempo ocultando los valores que más importan como humanos y como sociedad y que precisan duda, ética y educación.

Recientemente conocí a un joven que afirmaba no dudar. También era un joven enfadado. Me pregunto si una y otra cosa no tenían que ver. Sin apenas conocernos, el joven comenzó a insultar al presidente del Gobierno con un odio llamativo para un casi-adolescente. Le pregunté de dónde sacaba la información que le hacía pensar así y me hablaba de vídeos y podcasts que, según él, demostraban sus afirmaciones. Decía querer pasarme los enlaces, convencido de que al verlos también yo cambiaría de opinión. Insistía en que los números que avalaban a los streamers que protagonizaban esos vídeos eran muy altos y tanta gente no podía estar equivocada. Que estaba claro. Vaya, la claridad y los números altos.

Me pregunto por qué los medios de comunicación plurales no llegan a este joven o este joven no llega a ellos; de qué maneras muchos han dejado de usar sus conocimientos y dudas, lo que estudian, para valorar el mundo, en qué momento han quedado fuera de los medios donde no te dicen qué pensar arropándote al abrigo de una comunidad descaradamente homogénea. Qué importante sería que se incentivara ese encuentro. Porque asusta observar que las fuentes de las que muchos beben ahora tienen como único valor la audiencia a costa de la verdad.

En algún momento cercano perdimos de vista que en el mundo conectado el valor de “lo muy visto” se posicionó como máximo valor, paradójicamente desprovisto de los valores humanísticos que nos sostienen como sociedad y dificultando una democracia sana. Porque en el valor de la mayor audiencia, ¿acaso no se congrega lo más morboso con lo más frívolo cuando “lo más” solo empuja a la competición y al espectáculo?

Al preguntar cómo llegamos a esto, cabe mirar la más reciente historia de internet y la cesión de grandísimo poder a las empresas digitales. En estas décadas se ha ido dificultando algo importante: el contexto y tiempo necesarios para pensar y poner las cosas en duda. Ante la tentación y la inercia de lograr respuestas inmediatas a golpe de botón, el proceso reflexivo se simplifica o anula, llevando a posicionamientos rápidos y más emocionales, retroalimentando lo muy visto, arropándose con ello.

Las redes sociales llevan tiempo nutriendo estilos que refuerzan primero, homogeneidad interna, y después, polarización en el señalamiento del otro. Como efecto triunfan dos extremos: la impostura propia de quien rentabiliza apariencia y escaparate, y el exabrupto propio del hartazgo de la pose, valiéndose del discurso espectacularizado que hoy define a los más reaccionarios.

A todas luces diría que estamos proporcionado, especialmente a los más jóvenes, un mundo previamente boicoteado. Un mundo donde se pasó por alto la premeditación adictiva escondida bajo el espejismo de espacio público online. Porque las plataformas y redes regidas por el capital han sido y siguen siendo ante todo campo de acción mercantil, instrumentalizadas por las fuerzas del “más”, acogiendo a la multitud de solos conectados que hoy derivan, a menudo con resentimiento engordado, buscando arropo comunitario y luz entre las sombras de la precariedad y la confusión de muchos.

Ante la tentación de deshumanizar al joven del que les hablo, de la misma manera que ese joven deshumaniza a los que insulta, no puede perderse de vista este contexto saboteado para espectacularizar la vida. Porque se rige por valores que expulsan la reflexión, la justicia y el sentido, proyectando al mundo material las lógicas que dominan internet, como un espejo invertido donde internet ya no refleja, sino que proyecta. Valores que se apoyan en visiones antiintelectuales y que desprecian y maltratan el conocimiento.

Como riesgo añadido en la conversión del mundo en espectáculo, es fácil legitimar que el más payaso sea el rey, porque la dinámica se distorsiona buscando no ya un buen gobierno, sino seguir el juego competitivo del espectáculo, apoyar determinada audiencia en contra de otra. Es fácil que en la búsqueda de más fama, audiencia y dinero se devalúe el conocimiento y se frivolicen nuestras vidas, porque estos sujetos espectacularizados han convertido toda comunicación en publicidad de sí mismos. La oscilación de la época anuncia cómo, frente a la importancia que el estudio y el pensamiento han tenido para argumentar la diversidad y las políticas de igualdad que tantos logros sociales han culminado, el contrapeso del espectáculo de ahora encumbra la audiencia desde la contundencia de fuerzas emocionales y antiintelectuales que primero te arropan y después te convierten en soldado.

Desespectacularizar precisaría salir de las poses y rabias de las pantallas que jalean el insulto y la guerra, restaurar una renovada confianza en el conocimiento para comprender y comprendernos; recuperar emociones positivas, la potencia y la esperanza en la educación y en las personas que educan para ayudar a manejar nuestras dudas, para respetar nuestras diferencias.

Ahora que comienzan las clases, recuperar la ilusión en lo que la educación puede se hace imprescindible para una vida desespectacularizada. No se supera la lógica bélica y simplificadora que hoy aprieta ni con la aterradora claridad con que se deshumaniza al otro, ni delegando en que las personas se eduquen solas en las redes. No imagino mayor cuidado como humanos que cuidar la educación pública y fortalecerla. Como profesores, recuperar la verdadera pasión por construir valor y sentido desde ella. Aquí habita la íntima sensación de que lo que hacemos vale la pena, que es bueno no solo para el aquí y ahora, sino para comprometernos con quienes estarán mañana.

El País, 4 de septiembre de 2025


31 agosto 2025

Besos a escondidas en el siglo XXI

"Hace unos meses estuve con un chico. Una de esas relaciones líquidas, relaciones de sí pero no, de colegueo, y de todas esas infinitas formas de nombrar y que nos obsesiona a los jóvenes —o casi jóvenes como yo— hoy en día. En la despedida, en la penumbra del salón de su casa, a 400 kilómetros de la mía, me dijo: 'Te beso aquí, fuera no me gusta que me vean'. Y en ese momento, me lo replanteé todo. 

¿Vivimos realmente en una sociedad sana? ¿Plural? ¿Abierta a la diversidad? ¿Merezco yo, que me entrego libre y disponible, ser relegado a la sombra? ¿Es él libre de ocultar a quien le entrega su intimidad? Quizá. Pero comprendí que, aunque en parte es víctima, también es verdugo. Y decidí quedarme con lo segundo. Porque ya tenemos una edad. Porque la vida pasa. Y nadie, absolutamente nadie, merece vivir en lo oculto. Menos aún en una sociedad que presume de ser libre, diversa, plural… y está llena de banderas arcoíris. ¿O no?"

RICARDO RODRÍGUEZ (Carta a la Directora, El País, 24.08.25)

18 agosto 2025

‘Nuestras costumbres’ son aprender a convivir con el otro

Una de las lecciones que se pueden sacar de la historia de Europa es que clasificar a las poblaciones por su etnia, su lengua o su religión siempre lleva a la tragedia.

Por GUILLERMO ALTARES

El País, 17 de agosto de 2025

Uno de los muchos misterios que esconde la prehistoria son las venus, pequeñas esculturas que han aparecido en yacimientos desde los Pirineos hasta Siberia. Se trata de tallas de mujeres desnudas, de apenas unos centímetros, la mayoría de ellas sin rostro. La intriga no está tanto en su significado —nunca podremos saber lo que querían decir con sus dibujos o signos aquellos seres humanos--, sino en la comunicación. ¿Cómo es posible que pueblos separados por miles de kilómetros, en plena Edad de Hielo, compartieran los mismos símbolos hace decenas de miles de años? ¿Qué tipo de transmisión cultural existía? ¿Cómo viajaba la información?

La más famosa de ellas es la de Willendorf, una estatuilla de unos 28.000 años (muy anterior, por ejemplo, a los bisontes de Altamira, que tienen unos 14.000 años), que se expone en el museo de Historia Natural de Viena. A solo una hora y media en tren, en la ciudad checa de Brno se puede contemplar otra figura, la Venus de Dolní Věstonice, una de las esculturas de terracota más antiguas del mundo (unos 29.000 años). el parecido entre las dos es muy sorprendente.

Brno, una plácida ciudad que cada mañana alberga un mercado en su plaza principal desde la Edad Media, es uno de esos lugares por los que pasan muchos ejes de la historia de Europa. A 10 kilómetros se produjo en 1805 la batalla de Austerlitz, una de las grandes victorias de Napoleón; y allí Gregor Mendel se dedicó a investigar las leyes de la herencia con guisantes. Capital de Moravia, Brno es también la ciudad natal de Milan Kundera, y alberga el legado del autor de La insoportable levedad del ser. Y allí construyó en los años veinte Mies van der Rohe la Villa Tugendhat, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

La ciudad, como tantos otros lugares del continente, tiene también un pasado terrible: las deportaciones y el terror durante la ocupación nazi; y la invasión soviética de 1968 para reprimir un movimiento democrático en Checoslovaquia. Y fue también el escenario de la Marcha de la Muerte, a la que fueron sometidos los 60.000 alemanes, expulsados en masa después de la Segunda Guerra Mundial. La protección de los alemanes de Checoslovaquia fue el pretexto que utilizó Hitler para anexionarse estos territorios, con permiso de la comunidad internacional tras el vergonzoso Acuerdo de Munich. Cientos o miles de civiles de Brno murieron en su camino a pie hacia Austria: siglos de historia, incluso el dialecto local que mezclaba el alemán y el checo, fueron borrados en unos días.

Una de las lecciones que se pueden sacar de la historia de Brno --y de toda Europa-- es que calificar a las poblaciones por su etnia, su lengua o su religión siempre conduce a la tragedia, siempre es un error. Estigmatizar a los musulmanes, como trata de hacer la ultraderecha con indisimulada xenofobia --y la colaboración de partidos conservadores, como ha hecho el Partido Popular con los ultras de Vox en Murcia-- solo puede llevar al conflicto y a la división. 

Desde mucho antes de que existiese algo parecido a una conciencia europea, desde las venus de la Edad de Hielo, Europa ha sido una tierra de intercambios y viajes, un territorio de diversidad en el que se mezclan las culturas, las religiones y las lenguas. Nuestras tan cacareadas costumbres son precisamente esas: aprender a convivir con el otro, respetando las mismas leyes. Lo demás es un error, un peligro y el anuncio de que pueden venir tiempos oscuros.

14 agosto 2025

El verdadero poder de las caricias

El verdadero poder de las caricias frente al auge de las relaciones sexuales robotizadas y utilitaristas

Estos mensajes codificados de intimidad no solo potencian las relaciones sexuales y el placer, sino que establecen una sutil y profunda comunicación con uno mismo y con el otro. Pero no todo el mundo está dispuesto a abrirse y mostrarse vulnerable

Caricias frente al auge de las relaciones sexuales robotizadas y utilitaristas

Las piezas del puzzle de una buena relación sexual son siempre las caricias, porque son las que desatan o aumentan el deseo, al mismo tiempo que crean complicidad y un vínculo. Son una danza silenciosa de pasión, ternura, erotismo, sexualidad, afecto y conexión que trasciende las limitaciones del lenguaje hablado. Cada caricia es un mensaje codificado de intimidad más allá de las palabras, que no siempre son suficientes para transmitir la profundidad de los sentimientos. Estos gestos hablan por sí solos y no solo estimulan el cuerpo, sino también el alma.

No hay que creer que las caricias son cosa menor, simples muestras de afecto. Hay todo un vasto territorio por descubrir respecto a la relación entre la piel, que nos aísla del mundo y nos conecta con él, y el sistema nervioso, las sensaciones, las emociones y, en definitiva, la manera personal de percibir e interpretar las señales que llegan del exterior.

Investigadores de las universidades de Gotemburgo (Suecia) y Carolina del Norte (EE UU), junto a personal de la empresa Unilever, realizaron un estudio que tenía como objetivo descubrir los mecanismos del placer en el ser humano y que publicó la revista Nature Neuroscience en 2002. Para ello examinaron cómo las personas respondían a caricias sobre la piel del antebrazo a diferentes velocidades e identificaron a las fibras nerviosas, llamadas C-táctiles, que las registran y que solo están presentes en la piel con vellosidades.

En el estudio se descubrió que estas fibras nerviosas solo se activan cuando la caricia se produce a una velocidad y en un espacio determinados. Concretamente, entre cuatro y cinco centímetros por segundo. Si la caricia se hace más deprisa o más despacio, el tejido no la registra. Esto parece estar “diseñado a propósito”, explicaba el profesor Francis McGlone, que representaba a la empresa en el estudio. “Creemos que puede ser la manera en que la madre naturaleza se asegura que no se envíen mensajes cruzados al cerebro como cuando la mano se utiliza como una herramienta funcional”, expresó. También recalcó que la velocidad con la que las caricias del antebrazo son placenteras es la misma que utiliza una madre para consolar a su bebé o la que las parejas usan para demostrar afecto.

Si el órgano sexual, por excelencia, es el cerebro; el sensual y más extenso es la piel”, cuenta Francisca Molero, ginecóloga, sexóloga clínica y terapeuta del centro Máxima, en Barcelona. “El estudio anterior es la demostración empírica de que lo más importante en una caricia es la intención con la que se hace y que esa intención que tiene el emisor llega siempre al receptor. Eso es patente en los masajes eróticos, en la focalización sensorial que los sexólogos prescribimos a nuestros pacientes y en todo lo relacionado con el sentido del tacto”, explica la también directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, miembro de la Academia Internacional de Sexología Médica (AISM) y presidenta de honor de la Federación Española de Sociedades de Sexología (FESS).

Las caricias liberan oxitocina y endorfinas, refuerzan los vínculos de confianza, reducen el estrés, hacen que respiremos más despacio, bajan las pulsaciones y la presión sanguínea.

Las caricias no se quedan solo en meras señales, son una terapia que libera oxitocina (conocida popularmente como la “hormona del amor”), refuerza los vínculos de confianza, reduce el estrés, hace que respiremos más despacio, baja las pulsaciones y la presión sanguínea, y libera endorfinas, que reducen el dolor y el malestar. Visto así parece algo a lo que nadie podría resistirse, pero las caricias no siempre abundan en las relaciones sexuales (como el porno se encarga de mostrar), y no todos son capaces de aceptarlas porque, en ocasiones, la mente censura lo que el cuerpo más necesita.

La dificultad de aceptar caricias

Como explica Bárbara Montes Saiz, especialista en sexología clínica y terapia de pareja: “Algunas personas pueden reprimir las ganas de acariciar o tocar al otro porque todavía existe la idea de que si empiezas este juego tienes que llegar hasta el final [el coito] y, si se ha decidido por cualquier razón que hoy no toca, creen que es mejor no echar leña al fuego”. La también directora de marketing y comunicación de la tienda de erótica online Diversual añade: “En mi consulta, muchas veces propongo el ejercicio de acariciar el cuerpo de la pareja sin llegar más lejos. Simplemente por el placer de tocar y ser tocado. Erotizar sin expectativas de ningún tipo, porque el deseo surge cuando no estás esperando nada”.

Las caricias sin ánimo de lucro, sin perseguir la rentabilidad, son, según Gloria Arancibia Clavel, psicóloga y sexóloga con consulta en Madrid, “una excelente manera de erotizar el día a día, de trabajar el deseo y la sensualidad, que son la base de la sexualidad. Porque si no trabajamos la erótica, luego es más difícil pasar de cero a cien. Si estamos abiertos a la sensualidad, la práctica sexual será más intensa y placentera. Por eso no debemos renunciar a los besos, a los gestos de cariño, a las caricias porque son preliminares (aunque no me gusta mucho usar esa palabra) que podemos hacer durante el día y en público”.

Un ejemplo de caricias desinteresadas son las que se hacen justo después de la relación sexual. Como apunta la sexóloga clínica Francisca Molero: “Son fundamentales para consolidar la relación, afianzar la confianza, crear intimidad y abrirse al otro".

Otro ejemplo de caricias desinteresadas son las que se hacen justo después de la relación sexual: “Son fundamentales para consolidar la relación, afianzar la confianza, crear intimidad y abrirse al otro. En este punto hay que aclarar que la tendencia al sueño, generalmente en los hombres, es algo fisiológico, producto de la relajación, que no hay que interpretar necesariamente como falta de interés”, apunta Molero.

Para algunas personas abandonarse al placer de las caricias puede ser algo cursi, y si se está en una relación ni definida ni estable, como puede ser una situationship o follamigos (nótese que se llaman ‘amigos con derecho a roce’, no con derecho a caricias), profundizar o tomarse la libertad de ser más cariñoso puede llegar a ser inconveniente o malinterpretado por el otro.

Abrirse al lenguaje del amor

Las caricias son, como cuenta Montes, uno de los cinco lenguajes del amor. “Es la forma de comunicación más sencilla y directa para decirle a alguien que lo queremos”. Pero la experiencia piel con piel también desencadena cambios en la manera en que nuestro cuerpo segrega hormonas, especialmente aquellas ligadas a la satisfacción, la relajación y la confianza en el otro.

Para algunos de los que están en una relación ni definida ni estable, profundizar o tomarse la libertad de ser más cariñoso puede llegar a ser inconveniente o malinterpretado por el otro.

Desgraciadamente, no siempre hay tiempo para el tacto con intención. En muchos casos, la aceleración de la vida ha robotizado no solo las relaciones, sino también las manos, que se han convertido en pinzas o interruptores con el único objetivo de accionar las teclas indicadas para llegar más rápido al éxtasis. Las caricias pueden haber quedado en la nostalgia, pueden incluso suponer un reto o algo intimidante, porque verdaderamente conectan con la intimidad y vulnerabilidad, y no todo el mundo está dispuesto a desnudarse emocionalmente. Ni siquiera con uno mismo. ¿Cuántos se recrean con las caricias durante la masturbación y cuántos van directos al grano?

No hay que olvidar que el cuerpo es muy agradecido y cualquier cosa que hagamos a su favor la aprovechará al máximo en nuestro beneficio. Las caricias mejoran la consciencia corporal, propia y ajena, lo que es muy útil para vivir el placer de manera más presente y precisa, recreándose en las sensaciones, sintiéndose más seguro en la propia piel y, por lo tanto, abandonándose durante el encuentro con el otro. En el caso de los hombres, son bastante eróticas las caricias en el cuello, tórax, estómago y zona lumbar porque se despierta en estos lugares una sensualidad que magnetiza el cuerpo entero. Para ellas lo más indicado son las caricias de la periferia hacia dentro.

En el caso de los hombres, son bastante eróticas las caricias en el cuello, tórax, estómago y zona lumbar.

La tendencia sexual conocida como cuddlegasm —la experiencia de placer y bienestar a través de abrazos y caricias, especialmente al inicio de una relación o encuentro íntimo— puede ser interpretada como una necesidad de reivindicar la importancia del contacto físico en las relaciones íntimas, para fortalecer la conexión emocional y la intimidad. Como subraya Montes: “En este momento de relaciones tan rápidas y líquidas, las caricias son una forma de resistencia, un ancla a nuestra dimensión corporal y una manera de estar presentes y volver a reconectarnos”.