15 febrero 2025

L'estaca (subtitulada en castellano)

La canción L'estaca, del cantautor catalán Lluís Llach, es un himno de resistencia y esperanza que ha trascendido su contexto original. Escrita en 1968, durante la dictadura de Franco en España, la letra utiliza la metáfora de una estaca a la que todos están atados para representar la opresión y la lucha por la libertad. El abuelo Siset, personaje central de la canción, dialoga con el narrador, instándole a unirse al esfuerzo colectivo para derribar la estaca, símbolo de la represión. La repetición del estribillo 'Si estirem tots, ella caurà' ('Si tiramos todos, ella caerá') refuerza la idea de que la unión hace la fuerza y que la persistencia es clave para superar la adversidad.

A pesar del paso del tiempo y del desgaste físico que representa el esfuerzo constante, la canción transmite un mensaje de resistencia inquebrantable. La estaca, aunque podrida y a punto de caer, sigue en pie debido al peso de la opresión, simbolizada en la dificultad de Siset para mantener la lucha. La canción termina con una nota de continuidad generacional, donde el narrador, a pesar de la ausencia del abuelo Siset, sigue cantando y transmitiendo el mensaje de resistencia a las nuevas generaciones que pasan por el portal.

L'estaca se ha convertido en un símbolo de lucha y esperanza en diversos contextos, no solo en Cataluña o en España, sino en todo el mundo, y forma ya parte de nuestra memoria democrática. La canción ha sido adaptada y cantada en múltiples idiomas y situaciones, convirtiéndose en un himno universal de la lucha contra la opresión y la búsqueda de la libertad. La obra de Llach, con su estilo musical que combina elementos del folk, la canción de autor y la música mediterránea, sigue inspirando a quienes buscan un mundo más justo y libre.

Palau dels Esports de Barcelona, 1976

11 febrero 2025

Tecnopaletismo y cocaína

La proliferación de estímulos y pantallas provoca en el cerebro efectos similares a los de ciertas drogas estimulantes. El ajetreo puede ser placentero y queda bien cuando la prisa, y no el ocio, es lo que da estatus.

Una pantalla de la estación de metro de Sol, en Madrid, desde la que David
Beckham nos invita a comprar unos calzoncillos como los suyos. 

Por SERGIO FANJUL

El País, 11 de febrero de 2025

David Beckham, medio en bolas, repantigado con todos los tatus, tratando de venderme unos calzoncillos. Me apela insistentemente desde las tropecientas pantallas que hay en la estación de Sol. Al parecer, el futuro era esto.

(Todavía no me he comprado los calzoncillos, aunque no lo descarto, porque soy de voluntad débil).

Hace casi un año se anunció a bombo y platillo la creciente “digitalización” del Metro de Madrid. Llegaban unos dispositivos “muy atractivos para los usuarios”, dijo el consejero de la Comunidad, Jorge Rodrigo. “Una imagen vanguardista”, añadió. “Lugares totalmente inmersivos con columnas LED y mupis digitales”, volvió a añadir. “El metropolitano más digitalizado de Europa”, concluyó, triunfal. Qué gran época para estar vivo.

¿Para qué servía ese prodigio? Para poner anuncios. Deslumbrante, pero en el mal sentido.

El prometido provenir era esto: la publicidad masiva. El ciberpunk como profecía autocumplida. El gran progreso eran 500 pantallas más, como si hubiera pocas, como si nos rodearan pocas, para vendernos todo tipo de artículos y experiencias. Como si tuviéramos necesidad de tenerlas, dinero para comprarlas o tiempo para disfrutarlas. La gente quiere irse a currar tranquila, que ya tiene bastante, y que no le coman la cabeza con mierdas en cualquier milímetro de realidad donde pose la vista.

Podríamos definir el tecnopaletismo radical como la furia porque el metro, la plaza de Callao, el salón de tu casa o tu cerebro sean el nuevo Times Square neoyorquino. La percepción de cualquier innovación tecnológica como progreso. Pantallas que nos atacan por doquier, que nos agarran por el cuello y nos atraen con sus cantos de sirena. Mira esto, flipa mucho, esto es épico. Donde podría haber un simple papel, un cartoncillo, una pizarra garabateada con el menú del día, ya hay una pantalla. Un teléfono que es más inteligente que tú y que se ha convertido en un órgano más de tu cuerpo, pero que lo domina entero. Los cíborgs no vienen, somos nosotros. Aquel chip controlador de los conspiranoicos, lo llevamos con gusto. Detrás de cada trémula notificación se esconde la promesa de una vida mejor que nunca llega.

“Vive usted su vida en un estado de excitación que sus antepasados solo conocieron en la batalla”, escribe el autor Mark Helprin, según recoge Stefan Klein en El tiempo. Los secretos de nuestro bien más preciado (Península). Es una sobrecarga de estímulos que, dice Klein, actúa sobre nuestras vías nerviosas de la misma manera que algunas drogas, como la cocaína. Y no es solo que la cocaína sea tan ampliamente denostada como consumida (los restos de droga en los billetes o en los baños de los parlamentos), sino que la sensación general de la población, se ponga o no se ponga, es de estar puesta. “Seguimos los acontecimientos del mundo exterior como un perrito adiestrado que obedece al silbato”, añade Klein.

Quien viene de sitios más plácidos lo dice: es que vais todos como un tiro. Aquí, sin contraste, tampoco nos damos cuenta. Lo paradójico es que esa sensación drogadicta, como saben los consumidores, resulta placentera. Y como todas las drogas, no sale gratis: nuestra atención es puré, nuestro estrés aumenta, pero ni tan mal. El ajetreo y la falta de tiempo se consideran males distinguidos, propios de quien parte el bacalao. La tradicional ociosidad de las clases altas, la indolencia aristócrata, el dolce far niente, ya no están bien vistos en tiempos acelerados.

Probablemente, alguna vez, haya usted sentido cierto regusto aristocrático al decir eso de: “Joder, es que no me da la vida”.

08 febrero 2025

Cine español y plurilingüismo


Por CARLOS MARTÍN GAEBLER

Las películas o series españolas bilingües me devuelven un poco la confianza en este raro y crispado país. La riqueza idiomática de nuestro cine, no siempre apreciada, ya forma parte de la marca España por todo el mundo. Un ejemplo: adentrarse en la excepcional serie “Merlí” y su sequela “Sapere Aude” (Atrévete a saber) nos regala la sensación de vivir y escuchar la Barcelona de nuestro tiempo, moderna, bilingüe y cosmopolita. Una ficción sobre la diversidad humana, escrita, dirigida e interpretada con inteligencia natural, que no artificial.

Todo debió empezar con la elegancia donostiarra de Edurne Ormazabal presentando en tres lenguas el Festival Internacional de Cine de San Sebastián o Donostia Zinemaldia, hábito que se fue repitiendo después año tras año. Continuó la costumbre multilingüe la espléndida Sardá presentando los Goya desde Barcelona. Y debió ser a partir de entonces cuando empezamos a oír a presentadores y a artistas premiados utilizar las cuatro lenguas españolas para saludar o agradecer los galardones: Boas noites, bona nit, gabon, buenas noches, moltes gracies, eskerrik asko, grazas, muchas gracias. 

Los títulos de películas relevantes de nuestro cine (también los nombres propios) nos permiten aprender, casi sin darnos cuenta, sustantivos, adjetivos, artículos o fonemas de otras lenguas españolas, y generar lo que podríamos llamar multiespañol. Así, logramos incorporar a nuestro vocabulario las flores y la desinencia de plural en vasco (Loreak), el pan negro (Pa negre), el verano (Estiu 93), la luna y la conjunción “y” en catalán (La teta i la lluna), el hermano y el posesivo masculino catalán (Pau i el seu germà), un gigante (Handia), la luna roja (Lúa vermella), las bestias y el artículo plural femenino gallego (As bestas), o la pronunciación de una consonante seguida de “s” en final de sílaba (Els dies que vindran), del sonido /ks/ al final de palabra (Unax), o el sonido fricativo /sh/ (kaixo, caixa, Xavi), similar al del inglés (she), como lo es también el sonido de la “s” sonora /z/ en catalán (De nens). Y no se rompe España por ello, sino que se vertebra.

Reconforta observar que cada vez son más los españoles que gustan de oír películas o series en otras lenguas, y en su versión original subtitulada, lo que está contribuyendo a ampliar su reducido abanico fonético (el castellano apenas cuenta con 24 fonemas o sonidos) y a mejorar su pronunciación de otros idiomas. 

Como sentenció Javier Calvo en la ceremonia vallisoletana de los Goya: “Amar el cine español es una de las formas más bonitas de amar nuestro país porque habla de nuestra cultura, de nuestra gente, de nuestros problemas y en nuestros idiomas.” Los españoles deberíamos mirarnos en el espejo de nuestros vecinos franceses y entender nuestra industria del cine como un asunto de Estado. Agur a tothom. cmg2024


05 febrero 2025

En siete años me matarán

Por DAVID UCLÉS

La Vanguardia, 4 de febrero de 2025

Siete años antes de morir, Lorca describió en Fábula y rueda de los tres amigos su propia muerte. ¿Hablaba de tres amigos ausentes o de él mismo? ¿Podía Lorca imaginar desde Nueva York que en unos años lo asesinarían? Acabo de colgar el teléfono; Ian Gibson intuye que el poeta lo presentía, que presagiaba el fatal destino que se cernía sobre él, y sobre el resto del país.

Hasta hace muy poco he mantenido que, si la mar se eriza, Europa sabrá llenar el flotador con sus vertebrados pulmones y se salvará de la ola retrógrada. Quizás Saramago no solo me infundió el iberismo, sino también la convicción de que Europa es una realidad. Pero hoy aguzo la vista y observo a un pelícano picar el pilar fundacional de Norteamérica; la indiferencia política ante Gaza y Ucrania; el fascismo de vuelta en países vecinos…, y a mi padre, que ha sido guardiacivil toda su vida —aparte de aceitunero— suplicándome que no escriba la continuación de La península de las casas vacías, y no porque él sienta apego hacia Franco, sino porque conoce el mundo militar y sabe que parte de este añora al dictador, y teme que se ensañen conmigo. ¿Cómo va a sentir miedo mi padre y yo no? Me erizo cuando me amenazan en redes por decir en un podcast, ojo al insulto, que Franco era “tonto”. Qué pedazo de bujarra eres, so mierda, me escriben. Ten cuidado que cada vez somos más grandes, me regurgitan. ¡Menos mal que no dije que Franco era un ser sin escrúpulos, vil, asqueroso, de moral pútrida y deshonesto con su patria!

David Uclés es autor de la novela La península de las casas vacías (Siruela, 2024), para este bloguero, la revelación literaria del año en España.

04 febrero 2025

arte.tv

El prestigioso canal franco-alemán ARTE, dedicado desde 1991 a promover y difundir cine de calidad, ha lanzado recientemente el sitio
arte.tv, una plataforma de streaming europea en abierto y sin necesidad de registrarse o suscribirse, que ofrece documentales excepcionales narrados en francés o en alemán, con subtítulos en diversos idiomas [cliquear en pestaña Versión] y cortometrajes, que hacen llegar la cultura, de forma gratuita, a todos los rincones del mundo. También es un recurso didáctico formidable para quienes quieren mejorar su francés o su alemán.
Entre el vasto catálogo de arte.tv, recomiendo el documental Breaking Social, un ambicioso proyecto del cineasta sueco Frederik Gretten, filmado en 2023 entre Chile, París, Malta, West Virginia, Países Bajos, Surrey, y Nueva York. Está producido entre Noruega, Suecia, Finlandia y los Países Bajos, y ha contado con el apoyo del programa Creative Media de la UE.  
Todas las sociedades se basan en la idea de un contrato social. Se nos dice que si trabajamos afanosamente, si tratamos a los demás con respeto, si jugamos conforme a las normas, seremos recompensados. Pero después están los rompedores de reglas. Aquellos que utilizan paraísos fiscales y obtienen beneficios sin devolver nada a la sociedad. ¿Podemos permitirnos a los ricos? Breaking Social analiza los patrones globales de cleptocracia y extractivismo. Un periodista de investigación asesinado en Malta. Un río sin agua en Chile. Cuando la gente llega a un punto de inflexión, empiezan a organizarse y a protestar. Vemos a aquellos que ya luchan en los frentes de las revueltas sociales en todo el mundo (como el estallido social chileno). La película explora las posibilidades de superar la injusticia y la corrupción que acechan en cualquier lugar del mundo. 92 min.


25 enero 2025

Invitación a una revuelta

El daño que han hecho los señores de la droga se queda en poco comparado con la pandemia de trastornos mentales promovida por las redes sociales




Por ANTONIO MUÑOZ MOLINA
El País, 25 de enero de 2025

El remordimiento por algunas tonterías cometidas en el pasado puede no ser estéril si nos sirve para actuar con más cabeza en el presente. Una tontería puede ser también un error, pero en ella hay algo añadido de banal y de superfluo que agrava el daño que produce en vez de aliviarlo. Una disculpa parcial es que los aciertos, los actos de nobleza, el esfuerzo en el trabajo, llevan el sello de lo mejor que cada uno es. La tontería tiende a ser colectiva, no producto de la elección consciente, sino de la sumisión atolondrada o cobarde a una consigna de moda. Algunas de las mayores tonterías de las que me arrepiento en mi vida surgieron no de una apetencia puramente mía, sino del miedo a quedarme atrás en algo que otros celebraban, de la ansiedad por compartir algo prestigioso que flotaba en el aire.


Cuando yo rondaba los 18 años las drogas empezaron a llegar al mundo provinciano en el que me movía, con una leyenda peligrosa y tentadora de clandestinidad que las hacía más atractivas. Asociar la emancipación al consumo de hachís era una tontería colosal, más aún si se la adornaba con la facultad de abrir las “puertas de la percepción” o desatar la creatividad. También se suponía entonces que el alcohol y el tabaco eran herramientas tan necesarias para la literatura como el papel, la pluma y la máquina de escribir. Yo me quedaba hasta las tantas escribiendo a máquina en la mesa camilla de mi casa, al calor declinante del brasero de orujo, y por la mañana mi madre encontraba junto a la máquina y los folios un cenicero lleno de colillas. Con tal método no era probable escribir una obra maestra precoz, aunque sí adquirir una meritoria tos bronquítica antes de los 20 años.


Siendo medroso por naturaleza, el hachís me daba miedo. Empecé a fumarlo por la misma razón por la que había empezado a fumar tabaco unos años antes, por imitar a otros más audaces que yo, y porque de repente todo el mundo lo hacía. Todo el mundo hablaba usando los nuevos términos carcelarios como contraseñas —el costo, el pasote, el talego, etc.— y a mí me daba vergüenza quedarme antiguo, como se quedaron antiguos de repente unos años más tarde las chaquetas de pana, las botas de montañero o metalúrgico y las melenas y las barbas. Eran los últimos setenta, los primeros ochenta, y todo iba muy rápido. Tan rápido que también el hachís se pasó de moda, porque de repente lo nuevo y lo último y reglamentario era la cocaína. Ahora las chaquetas tenían hombreras como de cine negro y los pantalones colgaban flojos y anchos bajo el cinturón, y algunos de los héroes barbudos del zurrón y la pana se habían afeitado hasta dejarse las patillas a la altura de la sien y hacían el gesto coqueto de taparse un orificio de la nariz con el dedo índice y respirar hacia adentro, para indicar que les quedaba algún resto de cocaína esnifada poco antes.


El hachís, la marihuana eran ya antiguallas de tardohippies, o de lo que luego se dio en llamar perroflautas. Lo moderno era la coca. La coca era un símbolo de estatus, como el diseño o los restaurantes de nueva gastronomía en los que celebraban sus grandes o pequeños pelotazos los beneficiarios de aquellos vendavales de dinero público sin freno que traían consigo los magnos proyectos de la era socialista, culminados en las olimpiadas y la Expo de 1992 como despliegues galácticos de fuego de artificio.


Decían que la coca te animaba la vida y exaltaba todas tus facultades, incluidas las eróticas, y además no era adictiva. Partícipe de la tontería de mi época, también la consumí de vez en cuando, sobre todo si me invitaban. En ningún momento pensé por entonces que estaba alimentando un negocio criminal que ya entonces ahogaba en sangre, terror y corrupción a una parte del mundo. A lo que ni yo ni nadie pudo cerrar los ojos fue a los efectos atroces que empezó a tener sobre muchas personas aquella sustancia al parecer tan beneficiosa como inocua, que no dejaba olores cabezones ni muermos como los de hachís, ni rastros de sangre y jeringuillas pisoteadas en algún retrete.


Quizás fue el escarmiento de aquellas antiguas tonterías y adicciones lo que me dejó vacunado contra la que se puso de moda muchos años después y está llegado ahora a su paroxismo destructivo, la de las redes sociales. Como el hachís o la cocaína, vino con el prestigio de una novedad que uno no podía perderse, en la gran ola del mesianismo tecnológico, que también traía su vocabulario, sus propagandistas y gurús, todos ellos disfrazados como jóvenes benefactores bohemios. Ahora parece que Facebook es una distracción de jubilados, como la brisca o el ganchillo, pero hace unos 15 años no abrirse una cuenta o perfil o como ahora se llame era tan imperdonable como no inclinarse a esnifar una raya de coca en una reunión de mangantes de la política o del dinero. Hombre de mi época, pasé unas horas en esa red, y me di cuenta de inmediato de lo fácilmente que podría convertirme en adicto, y de la extraordinaria cantidad de tiempo que me robaba sin darme cuenta y sin fruto alguno. El fundador era por entonces un muchacho majete, con aire de adolescente atolondrado y algo gamberro pero un buenazo, con su sudadera y su desparpajo de recién llegado al college y su simpática consigna, “muévete rápido y rompe cosas”. Vaya si rompieron. El daño que han hecho los señores de la droga se queda en poco comparado con la pandemia de trastornos mentales entre niños y adolescentes que la compañía de este individuo viene fomentando en sus diversas plataformas, cada una más adictiva, más propagadoras a conciencia de ansiedad y mentira.


La droga de Zuckerberg la probé un rato y me dejó el desagrado de los primeros porros. La que ahora trafica con tanto éxito Elon Musk tengo la modesta satisfacción de no haberla probado nunca. Ni una sola vez en mi vida he entrado en Twitter o X, aunque el veneno que expande es tan tóxico que puede dañarlo a uno hasta de lejos. Había que estar en ese sumidero para no perderse nada, para estar informado, porque era lo cool. Siempre el mismo anzuelo. Puedo asegurar que recibo toda la información que necesito, sobre todo en periódicos impresos y digitales y en emisoras de radio. Y además me ahorro la crispación, la agresividad y la inmundicia de ese pozo ciego del que solo me llegan ecos lejanos, aunque desagradables. Habrá quien participe en esa red con honestidad y decencia. Pero la centrifugadora de mentira y de odio que está infectando el mundo por culpa de su influjo, al mismo tiempo que enriquece más inmensamente al botarate aterrador de su dueño, me parece que ahoga cualquier resto de utilidad que quedara en ella. Leo con agrado que la ministra de Trabajo y los responsables de El Mundo Today anuncian su retirada, y me pregunto hasta cuándo periódicos serios, instituciones públicas, servicios esenciales, dirigentes políticos de nuestro país, y de Europa, van a permanecer en ese muladar. Es como si el sistema de comunicaciones de un país, de todo un continente soberano, se le confiara al Chapo Guzmán. El Chapo Guzmán está en una prisión de máxima seguridad, pero Zuckerberg, Bezos y Musk y otros cuantos como ellos forman parte de la corte de babosos oligarcas y bufones de Trump. No hay revuelta liberadora y colectiva que no sea una reacción en cadena de decisiones individuales. En este mundo dominado por fuerzas sobrehumanas y déspotas sin frenos, una de las pocas libertades efectivas que nos quedan es la de cortar de un tajo nuestra dependencia de esos fabricantes de adicciones, hoy mismo, ahora mismo. No hacía falta que Musk alzara compulsivamente el brazo en el saludo nazi para saber a qué atenernos.

13 enero 2025

Dena Asmatuta Dago_cortometraje


Dena Asmatuta Dago (Todo está inventado) (2023) es un cortometraje de Jone Arriola. Un cuarto de baño con estética antigua y de color rosa. En medio del baño hay una bañera donde dos jóvenes, Lur (Xanti Agirrezabala) y Martín (Jon Ander Urresti), se relajan mientras se fuman un porro. A medida que el porro va haciendo su efecto, comienzan a filosofar sobre el origen y la creación de los elementos, hasta que la conversación, en un alarde de honestidad, deriva a asuntos más personales. (En vasco con subtítulos en castellano.) 12 min.

Recomiendo leer esta entrevista con la directora Jone Arriola, solo después de ver su cortometraje.






12 enero 2025

Los secretos del guionista (de ‘Querer’)

Eduard Solà reflexiona sobre la relación bidireccional entre la ficción y la realidad en el mundo audiovisual, y cómo se construye la sociedad en este sentido.

Aunque solo sea por una serie tan perturbadora y perfecta como Querer y una película tan calculadamente ambigua como Casa en flames, dirigida la primera por Alauda Ruiz de Azúa y la segunda por Dani de la Orden, Eduard Solà se ha consagrado como uno de los nombres mayores del cine español de los últimos tiempos. Su enigmático tempo narrativo, su sutileza verbal, su don para la elipsis y su aptitud para la alusión sin señalamiento nos invitaron a preguntarle por alguno de sus secretos como profesional, y este espléndido y franco cuento es lo que nos ha contado el guionista. (El País, 12 de enero de 2024)


Me preguntan cómo hago lo que hago y no tengo respuesta alguna que ofrecer. Hace años que me dedico a esto de escribir guiones para cine y televisión y todavía no sé cómo se hace. Quizás nunca lo sepa. Al parecer, cuando era crío no me contaban historias para irme a dormir, sino para despertarme. La diferencia es interesante. Las historias no me acompañaban en el sueño sino en la vida. Dice mi padre que de hacerlo como todos —para dormirme— conseguía lo contrario, tenerme en vela. Dice que, al empezar él el cuento a las siete y pico de la mañana notaba cómo mis oídos se despertaban primero y yo tras ellos, casi como una víctima de mi propio interés por lo narrado. Cree mi padre que yo tenía “algo especial”, pero la verdad es que ese “algo” lo tienen las historias. Todavía no éramos humanos que ya nos las contábamos y aquí seguimos, miles de años después, fascinados ante ellas. Ante tal evidencia incuestionable me pregunto cuándo descubrimos que la mentira también valía como historia, que la fantasía también nos cuenta, que la ficción es también una forma de contarnos la verdad.


Hace años que me obsesiona el concepto de ficcialidad. La ficcialidad es la relación entre la ficción y la realidad y lo maravilloso de esta relación es que es bidireccional: la ficción vive de la realidad para construirse, pero la realidad también se construye mediante la ficción. ¿Serían las monarquías europeas tan aceptadas entre el pueblo si no existieran las princesas Disney? La ficción nos enseña a mirar el mundo, a comprenderlo, a interpretarlo. Funciona como guía. Por eso, a mi entender, esto de contar historias tiene cierta trascendencia. Es cierto que quienes las contamos no salvamos vidas, pero sí tenemos que ir con cuidado con lo que decimos y dejamos de decir. En uno de los últimos informes ODA del Observatorio de la Diversidad en los Medios Audiovisuales se indica que el 92,4% de los personajes de la ficción española son blancos. Parece que desde el cine y la tele estamos obstinados en decirle al mundo que lo normal y habitual es ser blanco. Cuando salgo a la calle, sin embargo, veo muchísima más diversidad. Que en nuestra ficción casi solo haya blancos tiene una incidencia directa en la vida de las personas racializadas, que son automáticamente interpretadas como una anomalía, a pesar de no ser así —tampoco— a nivel cuantitativo. Creo necesario que los creadores generen sus historias libres de cualquier responsabilidad para con el mundo, pero me parece una insensatez crear de espaldas a él, pensando que lo que hacemos no tiene incidencia alguna sobre nada. Hagamos lo que nos dé la gana en nuestras mentiras, pero admitamos que con ellas estamos articulando las verdades que nos rodean. Un servidor este año ha estrenado la serie Querer (dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, coescrita junto a ella y Júlia de Paz) y me consta que con ella hemos motivado cientos de conversaciones sobre el consentimiento. No sé exactamente qué pasará con estas conversaciones, pero no es una locura pensar que habrán cambiado la forma de relacionarse sexualmente de —al menos— algunas parejas que conozco. En un ámbito muy distinto, después del estreno de Casa en flames (dirigida por Dani de la Orden) me ha escrito mucha gente diciendo que, al salir del cine, han llamado a sus madres para preguntarles cómo están. Montse, interpretada por Emma Vilarasau, es un personaje de ficción, no existe, no es de verdad… pero esas llamadas a esas madres sí lo son.


Estos últimos meses me he hartado de decir por activa y por pasiva que tan solo soy un artesano. Lo creo de verdad. Estoy lejos de ser un artista. No tengo la más mínima intención de serlo. A mí me llaman, me cuentan una idea, quizás me prestan algún libro, y me preguntan si querría desarrollarla o adaptarlo. Y qué maravilla de trabajo. Cuál carpintero, con sus maderas y sus sierras, yo trabajo con acciones y diálogos, con tramas, con personajes, con emociones, al fin y al cabo. El símil con el carpintero me gusta especialmente por aquello de hacer mesas: todo el mundo come en una mesa y todo el mundo se siente capaz de hacerse la suya. Al fin y al cabo no es tan difícil; una tabla y cuatro patas. La gente se va al Leroy Merlin, compra cuatro maderas y se hace su mesa para la terraza sin demasiada dificultad. Los problemas vienen después, cuando al cabo de tres días la mesa baila, cuando el sol escarcha la tabla, cuando la lluvia pudre cada una de las patas. Y esto, a un carpintero, no le pasa. Todo el mundo se cree que sabe hacer mesas, igual que todo el mundo se cree que sabe escribir guiones. Estamos rodeados de tantas ficciones que no debe ser tan difícil escribir una, ¿no? No sé si un servidor sabe escribir un buen guion, pero me esfuerzo en conocer mi oficio y mis herramientas para hacer la mejor mesa posible.


Algunos piensan que esta condición de artesano, de guionista de encargo, me distancia de lo que escribo. Pudiera parecer que el carpintero toma sus decisiones en función única y exclusivamente de las necesidades de su cliente, pero ese carpintero es indisociable de su propio gusto, de sus valores, de su experiencia… y eso es algo innegablemente subjetivo. Todos y cada uno de los guiones que he escrito están atravesados por mi propia existencia. Es absurdo pensar lo contrario. No sabría cómo hacerlo para construir una madre como la de Casa en flames sin que fuera mi madre. Tampoco una madre como la que interpreta Najwa Nimri en La virgen roja, aunque sean muy distantes entre sí.


Esta ineludible relación entre las historias que escribimos y las personas que las escriben se traslada, también, a la forma de los escritos. Es sabido que los guiones tienen una forma muy concreta (os invito a buscar alguno por internet si no la conocéis). La escritura de los guiones está regida por unas fórmulas que intentan hacer más sencilla la producción. Con este objetivo existen los encabezados que indican noche o día o, por ejemplo, ponemos el nombre de los personajes en mayúsculas (así es más fácil saber qué personajes están en cada escena con un simple vistazo). Aun así, y recuperando la idea que antes defendía, es interesante comprobar cómo —a pesar de las rígidas convenciones— cada guion emana el espíritu de su autor. Los hay más poéticos, más racionales, más progres, más clásicos… Cuando estudiaba guion creía que esconder nuestra personalidad formaba parte de nuestro trabajo. A día de hoy, sé que es imposible.

Decía al comienzo de estas líneas que no sé cómo hago lo que hago. Lo que sí sé es que sigo queriendo dormirme en silencio y despertarme a golpe de historias.

10 enero 2025

Casablanca at the Cameo


Casablanca en el cine Cameo, es un magnífico lienzo al óleo (102 x 122 cm) pintado por el artista británico Henry Kondracki (1953) en 2023. El centenario Cameo Cinema (38, Home Street) es una de las instituciones culturales más importantes de Edimburgo, y templo de los cinéfilos locales.

08 enero 2025

50 años sin Franco

La democracia española no solo tiene el derecho sino la obligación de explicar a los jóvenes qué fue el franquismo



Este miércoles el Gobierno pone en marcha el programa de actos destinado a conmemorar los 50 años de la muerte de Francisco Franco en noviembre de 1975 y el reestreno de las libertades en nuestro país. Acertarán los organizadores si las actividades conmemorativas ponen en valor la trascendencia de nuestra democracia y la desgraciada condición histórica previa: la desaparición de un general del Ejército que ejerció el poder dictatorial hasta el final, incluidas cinco penas de muerte firmadas dos meses antes de morir. Errarán si los actos del aniversario se utilizan para la lucha partidista o para acrecentar la polarización.


Desde la victoria en la Guerra Civil, en 1939, Franco mantuvo bajo sus manos la dirección del poder ejecutivo, legislativo y judicial ajeno a cualquier forma de control político o democrático de las instituciones del Estado: una dictadura unipersonal con la existencia de un único partido tolerado, el de los vencedores de la guerra: primero Falange, después renombrado como Movimiento Nacional. Esa fue toda la libertad política de la que disfrutaron los españoles durante las cuatro décadas del franquismo. Un régimen que aprendió a adaptarse a las circunstancias históricas cambiantes y apenas se vio dañado por las actividades clandestinas de los distintos grupos de la oposición política y el exilio, pese a la perseverancia en la lucha de muchos de ellos a lo largo de décadas, sin rendirse ante la persecución sufrida con el ensañamiento propio de dictaduras militares y con una prensa literalmente amordazada.


Recordar medio siglo después de la muerte del dictador cosas tan obvias no es una redundancia ni debería provocar división alguna entre los españoles, que son hoy, muy mayoritaria y felizmente, conscientes de su ciudadanía democrática. Recordarlo constituye un deber democrático en particular hacia aquellas generaciones que ni conocieron ni tienen por qué conocer el origen complejísimo de la democracia que hoy habitan. Los inquietantes datos de las últimas encuestas, tanto del CIS como la de 40dB., muestran una creciente tolerancia de los jóvenes a regímenes autoritarios —como lo fue la dictadura aquí— y una cierta banalización de lo que significó el franquismo.


Entre los jóvenes, más del 20% tiene como opción preferible a Vox, un partido político que definió en las Cortes al franquismo como una etapa de progreso y reconciliación. El régimen que impuso Franco a partir 1939 y hasta su muerte en 1975 extinguió la libertad de prensa y la libertad de expresión —prohibidas por ley—, situó a la mujer en un lugar subsidiario en la sociedad, asfixió cultural y lingüísticamente a las comunidades con una lengua distinta del español, persiguió con ferocidad cualquier alternativa a la heterosexualidad, canceló la vida civil y profesional de los derrotados que sobrevivieron a la victoria franquista en el interior y mantuvo en el exilio a decenas de miles de españoles bajo la acusación de ser antiespañoles, mientras la enseñanza estuvo monopolizada por el catolicismo más preilustrado de la Europa contemporánea.


Ante la corriente autoritaria que vuelve a recorrer el mundo occidental usando las reglas de la democracia para dinamitarla desde dentro, es una obligación propiamente democrática la explicación veraz de las condiciones de existencia bajo la dictadura franquista. La añoranza que expresan los líderes de Vox o el blanqueamiento tentativo que otras derechas operan sobre el franquismo constituye una carcoma civil que desdibuja a un régimen que puso por encima de cualquier cosa su perpetuación a través de la persecución, el encarcelamiento y el asesinato de quienes aspiraban a restituir en España unas libertades homologables con la Europa que surgió de la posguerra mundial y como las que hoy disfrutamos.


Las críticas iracundas a una conmemoración tan redonda en cifra, y tan desgraciadamente necesaria dado el contexto global, son puro oportunismo partidista. Recordar el franquismo les viene mal ahora a los aspirantes a La Moncloa y a sus sherpas mediáticos porque los resultados electorales y todas las encuestas anticipan que el PP necesitará de Vox para gobernar, y Vox no condena el franquismo. Editorial de El País, miércoles 8 de enero de 2024

05 enero 2025

La belleza cruda

Por CARLOS MARTÍN GAEBLER

El canon de belleza masculina ha cambiado sustancialmente desde finales del siglo XX hasta nuestros días. En la actualidad, imperan los cuerpos masculinos depilados, tatuados o perforados (cuando no hipermusculados), las cejas delineadas, la piel sobrebronceada. La lengua inglesa, tan capaz para denominar lo novedoso, ha acuñado el híbrido manscaping. Hay, además, un trasfondo exhibicionista/narcisista innegable (algunos se miran y remiran en espejos varios). En playas, gimnasios, saunas o en perfiles de contactos ya apenas se observa la belleza cruda de antaño: hombres naturales de la cabeza a los pies, sin cosmetizar, en armonía con sus atributos. En los años 80 y 90 los varones lucían sus axilas sin afeitar, sus piernas y brazos peludos, la mata del pubis intacta, su vello corporal tal cual. Hoy en día, el modelo de belleza se ha visto transformado/manipulado por la presión grupal y por la homogeneizante insistencia publicitaria, que ha creado cuerpos feminizados, desprovistos de rasgos varoniles. Los depilados parecen zombis de la moda. La única excepción a este desierto piloso son las sensuales barbas recortadas que algunos se dejan crecer. Alguien, con acierto y con retranca, ha llamado a este fenómeno la venganza del travesti. Aunque, a juzgar por lo que muestra el hombre del autorretrato, no todo está perdido. ¡Ojalá pase pronto esta moda tan globalizada como absurda y los hombres vuelvan a parecer hombres! Donde hay pelo hay alegría, y mariconadas, las justas. Saludos peludos. cmg2017


Hombre anónimo autorretratándose en bañador

06 diciembre 2024

Ética de la ficción

Por Najat El Hachmi

Las obras “basadas en hechos reales” tiene hoy una dimensión industrial. Tanto en literatura como en el entorno audiovisual parece que tal etiqueta constituya un sello de autenticidad y, sin embargo, resulta poco verosímil que los autores del presente podamos tener un conocimiento omnipotente sobre hechos que no hemos vivido directamente. Diría que incluso la propia experiencia pasa por un proceso de elaboración a través de los elementos de la narración y el lenguaje que hacen arriesgada la consideración de que un texto sea pura autobiografía. La transformación a la que sometemos los hechos cuando nos ponemos delante de la página en blanco con intención literaria es por fuerza una manipulación al servicio de nuestros propios objetivos creadores más que de la copia fidedigna de “la realidad”. Desconfíen del escritor que no albergue duda alguna sobre la veracidad de lo que cuenta, una veracidad que además es secundaria cuando de lo que se trata es de contar una historia y que el lector se la crea. A menudo, hay que mentir mucho para llegar a alguna certeza, y ese tipo de mentiras son buenas y deseables, porque la ordenación narrativa puede ser más útil que la simple observación del mundo.


A pesar de que haya sido desterrada a la inutilidad del puro entretenimiento espectacular, la ficción sigue vertebrando nuestro imaginario colectivo, y el proceso de reelaboración del pasado mediante novelas históricas o biografías que encajan en el molde de lo comercial tiene muchos peligros. Uno de ellos es leer todo lo que nos precede con la sensibilidad del presente, empañando así la posibilidad de conocer nuestras raíces reales, sumiéndonos en una especie de nebulosa llena de engaños y distorsiones. Como autora, puedo hacer suposiciones, imaginar, añadir y quitar elementos, pero no puedo decir que no estoy mintiendo en nada. No es ético hacer pasar por verdadero lo que es ficción solo para conseguir esa validación del “basado en hechos reales”, que está más al servicio de las ventas que de la creación en sí misma. Hay disciplinas que indagan con rigor en el pasado siguiendo unas directrices claras basadas en datos demostrables. Los escritores y los guionistas no somos historiadores, y si viajamos en el tiempo debería ser para desplegar las alas de la imaginación. Para mí, defender a ultranza que un texto es solamente real es renunciar a la ficción, hoy más necesaria que nunca por tratarse de una forma de comprensión del mundo compleja y matizada, mucho más reconfortante, quizás más auténtica, que la realidad pura y dura.

El País, 6 de diciembre de 2024