"Hace unos meses estuve con un chico. Una de esas relaciones líquidas, relaciones de sí pero no, de colegueo, y de todas esas infinitas formas de nombrar y que nos obsesiona a los jóvenes —o casi jóvenes como yo— hoy en día. En la despedida, en la penumbra del salón de su casa, a 400 kilómetros de la mía, me dijo: 'Te beso aquí, fuera no me gusta que me vean'. Y en ese momento, me lo replanteé todo.
¿Vivimos realmente en una sociedad sana? ¿Plural? ¿Abierta a la diversidad? ¿Merezco yo, que me entrego libre y disponible, ser relegado a la sombra? ¿Es él libre de ocultar a quien le entrega su intimidad? Quizá. Pero comprendí que, aunque en parte es víctima, también es verdugo. Y decidí quedarme con lo segundo. Porque ya tenemos una edad. Porque la vida pasa. Y nadie, absolutamente nadie, merece vivir en lo oculto. Menos aún en una sociedad que presume de ser libre, diversa, plural… y está llena de banderas arcoíris. ¿O no?"
RICARDO RODRÍGUEZ (Carta a la Directora, El País, 24.08.25)
10 comentarios:
Los besos de amor oscuro mejor los dejamos estar en los tiempos de Lorca, ocultos en el armario de la historia. Los nuestros son otros tiempos.
Concordo plenamente. O amor no séc.XXI não deve ser obscuro.
Muy buena reflexión, pues entiendo que, para el gay que esté totalmente liberado, el tener que volver atrás a esconderse no es una situación cómoda.
Esta es una realidad todavía demasiado presente en nuestra sociedad.
Cuanto más nos escondemos más frustrados somos en lo que queremos ser y hacer, y más débiles parecemos a los demás, que luego nos desprecian.
Sevilla, la ciudad donde vivo, sigue siendo muy conservadora, muy arraigada a sus tradiciones religiosas. Hay ciudades más permisiva.
Absolutamente realista. Desgraciadamente aún se vive en el oscurantismo.
El respeto por como cada persona vive y expresa su sexualidad no debería suponer que otras den pasos atrás en tan costosa lucha por nuestros derechos. Está en nuestras manos.
No me ha sorprendido la actitud del reprimido -hay tantos!- pero me ha encantado la carta y el hecho de que la hubiese enviado como carta al director. Bravo, chico!
Hace unos días, en una moderna ciudad europea, experimenté un caso similar al que relata Ricardo Rodríguez. Ligué con un hombre mexicano por una aplicación de citas, un hombre maduro y cosmopolita, al que invité a mi hotel. Nos habíamos comido a besos entre las cuatro paredes de mi habitación. Tras un par de horas de conversación, intimidad y sexo, le acompañé hasta la puerta del cibercafé donde nos diríamos "adiós, que te vaya bonito". Cuando me disponía a darle un beso de despedida, su rostro se tensó, perdió la sonrisa y, avergonzado, echó el cuerpo atrás para rechazar mi muestra de cariño. Debió pensar que todas y cada una de las personas que transitaban por la acera en ese momento, para quienes era un perfecto desconocido, le estarían observando precisamente a él, y no querría ser reconocido como maricón en la vía pública, a miles de kilómetros de su país natal. Ese momento de rechazo fue doloroso para mí y lo viví como si me hubiera dado una bofetada sin manos, como si el reprimido me hubiera forzado a volver a ocultarme en el armario de la invisibilidad para que él no pareciera, ante los ojos del mundo, como lo que es, simplemente un hombre que desea/ama a otro hombre.
El choque emocional del rechazo me resultó brutal, ya que en pocos minutos habíamos pasado de besarnos y disfrutarnos apasionadamente entre cuatro paredes a tratarnos como desconocidos por la vergüenza que le ocasionaba hacerse visible en un espacio público. No hemos luchado durante décadas para esto.
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