Por XAVIER VIDAL-FOLCH
Si queréis seguir la invitación evangélica de que los niños se acerquen a Él, impedid que los niños se acerquen a “ellos”
El escándalo de pederastia en un colegio barcelonés de los Hermanos Maristas es singular. Porque involucra a profesores seglares, ya no solo curas. Porque evidencia un fallo administrativo múltiple —del Departamento de Enseñaza, los Mossos, la Justicia...— pues había sido denunciado, sin éxito, hace tiempo. Por sus ramificaciones, pues uno de los abusadores fue luego protegido por el Obispado de Girona. Por el alcance del síndrome de Estocolmo —el que que afecta a los secuestrados, que se entregan sentimentalmente al secuestrador—, pues algunos padres se han manifestado en la calle, en defensa del colegio.
Para explicar tanto desmán, conviene a veces mirar lejos. Miremos los casos descubiertos por The Boston Globe en 2002, magníficamente relatados en Spotlight, un filme de bandera.
No eran casos aislados, sino hasta 87, un 6% del clero local. No se trata pues de alguna excepción aislada, sino de un problema sistémico. Que se ceba sobre las familias más débiles, desestructuradas, necesitadas de apoyo para sobrevivir, de un clavo ardiente para ascender. Que se basa en la confianza que inspiran los representantes de la divinidad (“no vas a negar algo a Dios...”). Que se propaga favoreciendo una indebida presunción de inocencia, en favor de los culpables reconocidos, desde la sociedad (“o sea, que esto funciona así: uno presiona otro y este a otro hasta que toda la ciudad mira hacia otro lado...”).
Esa complacencia llegó hasta el Vaticano, cuando el Papa polaco, conocedor de tanto delito, buscó un retiro dorado en Roma al cardenal Law, sabedor de tanto delito en su diócesis. Delito, prescrito o no: eso que ellos llaman pecado.
Algunos expertos sostienen que la epidemia de pederastia florece gracias al celibato. Al ser la castidad obligatoria, la naturaleza inclinaría a muchos a conculcarla (con adultos/as), y ese clima de transgresión clandestina favorecería también abusar de niños. En favor de esa tesis milita el hecho de que en la escuela francesa (pública, laica) o la ortodoxa (donde los popes no se obligan al celibato) no se ha detectado esta plaga.
De modo que si queréis seguir la invitación evangélica de que los niños se acerquen a Él, impedid que los niños se acerquen a “ellos”. O lo evita la Iglesia (católica). O lo imponemos por ley.
El País, 16 de febrero de 2016