Hace no tantos años, en los inicios de las nuevas tecnologías digitales, a Steve Jobs y otros grandes emprendedores les costaba convencer a los empresarios de que regalaran ordenadores portátiles y teléfonos móviles a sus empleados. Pensaban que lo que querían era vender más aparatos. "Una buena idea puede surgir en la ducha”, decía Jobs. Pronto se convencieron de las ventajas de la propuesta: facilitarles la conexión ponía a cualquier empleado en disposición de producir las 24 horas del día.
Ahora son algunos empleados los que tratan de liberarse del yugo de la conectividad. Tienen todas las facilidades, todo cuanto necesitan para trabajar al alcance de un clic, pero ya no hay límites a su jornada laboral. Mejor dicho, toda la jornada es laboral. Un alto número de empresas ha aprovechado esa mayor disponibilidad para aumentar la carga de trabajo, especialmente en los niveles directivos y de gestión, de modo que no desconectan, literalmente. Así es como hemos llegado a una reivindicación insólita: definir la jornada laboral, no por el tiempo de trabajo, sino por el tiempo de descanso. Por primera vez se ha plantado en Francia el derecho a la desconexión como una reivindicación laboral.
La patronal y los sindicatos de los sectores de asesoría técnica, ingeniería, informática, recursos humanos y consultoría han llegado a un acuerdo por el que los empleados desconectarán sus aparatos al menos 11 horas al día y los fines de semana. El acuerdo surge después de constatar que la conexión permanente tiene un coste en términos de salud: aumenta el estrés y la ansiedad. El sociólogo Daniel Cohen ya advirtió en Nuestros tiempos modernos que el estrés es la enfermedad laboral de este momento.
El trabajo por objetivos y la competitividad extrema han creado tal clima de tensión en algunas empresas que ha llegado a ser acusado de causar suicidios. El expresidente de France Télécom, Didier Lombard, fue procesado el año pasado por acoso moral tras el suicidio de una treintena de empleados entre 2008 y 2009.
El acuerdo puede aportar cierta mejora, pero no será fácil que se cumpla y tampoco aborda el problema de la exigencia de disponibilidad absoluta y de las cargas de trabajo excesivas. (El País, 12.04.14)
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