08 junio 2025

La internacional grosera

Cuando Donald y Elon comenzaron su apasionado romance a la vista de todo el planeta algunos escribimos que tan gigantescos egos no tenían cabida en la misma jaula. Ya lo decía la canción de Cole Porter, todo calentón tiene el peligro de enfriarse. Pero aun habiendo estado en boca de todos la certeza de que aquella desatada calentura estaba condenada al fracaso no dejan de sorprendernos las formas. A pesar de haber asistido a sus grotescas demostraciones de complicidad (Elon con el pequeño X Æ A-Xii en el despacho oval, Donald promocionando coches de Elon, Elon siendo llamando tío Elon) su ruptura encarnizada asombra.

Siempre he pensado que hay algo en la devoción ciega que algunos machos sienten por otros que hace sospechar que su relación con las mujeres es puramente funcionarial, porque la auténtica pasión testosterónica la experimentan con sus pares. Hay hombres embriagados por otros hombres y les encanta que las mujeres presencien ese cortejo: la manera en que se escuchan, comparan su potencial, por decirlo finamente, y muestran una camaradería tan arrebatada que si de pronto interrumpiéramos el embeleso y preguntáramos, “vosotros, ¿estáis enamorados?”, responderían con asombro e indignación.

Hay hoy en el mundo hombres que se sienten inspirados por la hombría gorilesca de otros, a veces se dan palmadotas amistosas en la espalda, otras, como varones pasionales que son, enfurecen, embisten al homólogo por rencor o celos y se llevan por delante, sin mala conciencia alguna, a pueblos enteros. Si algo les llena de orgullo es carecer de modales, gustan de hacer alarde de grosería, y no les importa provocar situaciones incómodas. Las buscan. No es que carezcan de habilidad diplomática, es que piensan que la violencia es el motor que hace girar el mundo. El espectáculo que más les excita es el de la humillación, por eso quieren representarlo ante los ojos de una audiencia planetaria. Tienen afán por demostrar que carecen de escrúpulos, y ajustan su grosería al historial del invitado: si es alemán se le recuerda el pasado nazi, si se enfrentan a un negro sudafricano se le cuenta el bulo del linchamiento a los blancos, si de un ucraniano bajo la zarpa rusa se trata lo ridiculizan como al mugriento que va a pedir limosna.

En este sistema de individualismo extremo los groseros juegan con ventaja. Libres de remordimientos, palabra absurdamente denostada por considerarse religiosa, pero esencial para el reconocimiento del daño causado, los líderes celebrados por haber hecho de la grosería un estilo político actúan sin reparar en daños y no les pesa enturbiar la convivencia, muy al contrario, son conscientes de que su éxito depende de la confrontación. Su falta de modales es contagiosa y esa parte del pueblo que los apoya se siente invitada a actuar con agresividad.

El día del apagón contemplé una escena desagradable en la calle: pasaba un periodista, Jesús Maraña, delante de mi portal, seguramente camino del Pirulí. Un joven trajeado le gritó algo que yo no entendí. Maraña se volvió y dijo, “¿qué, has dicho que te doy asco?”, y el tipo le contestó, “he dicho que me estoy poniendo los cascos”. Cuando quise acercarme a Maraña éste ya corría calle abajo. Es obvio que el insulto estaba calcado del ya mítico “hijo de puta” de Ayuso.

La mala educación es contagiosa, y gracias a la inmediatez de la comunicación se respira hoy una grosería sin fronteras. De momento, funciona. Ayuso consiguió que algo tan naturalizado como el uso de lenguas cooficiales en un acto institucional se convirtiera en una afrenta. ¿Conseguirá gobernar esta España con semejante rechazo? El aturdido Feijóo la sigue sin resuello en la actual carrera de malotes. Dirán ustedes que Ayuso es mujer y que yo sostengo que la internacional de la mala educación es masculina. No se contradice: se trata de un sistema testosterónico y a veces algunas mujeres quieren ser una más entre los chicos, the first guy in the pool.

Versátil_cortometraje

 


01 junio 2025

Curtis Yarvin, el profeta de la nueva reacción

El bloguero Curtis Yarvin es el referente de un Gobierno de ejecutivos y ‘chatbots’ que anhelan “hacer a Estados Unidos grande otra vez” mientras aplican a los asuntos públicos el tecnodogma de “romper cosas.” Así se abre paso el tecnofascismo actual.


Por Naief Yehya 
Publicado en ctxt (Contexto y Acción) 30/05/2025

Desde hace varios años, se viene fermentando una nueva derecha en el mapa político planetario que de muchas formas es similar a las antiguas derechas en el sentido de que su principal objetivo es el regreso a viejos sistemas de privilegios y segregación, pero a la vez está sobreacelerada debido a su carga tecnológica. El neorreaccionarismo estadounidense (abreviado en adelante como NRx) se funda en el deseo de reinstalar un orden pasado donde las clases altas más conservadoras vuelvan a dominar a la sociedad al eliminar a las élites progresistas contemporáneas, a las que en esencia perciben como una aristocracia decadente, producto de la educación de las universidades de la Ivy League y otras instituciones de prestigio que han sido infectadas con los virus del idealismo en materia de justicia social y de un discurso liberal prodiversidad (aunque sea meramente performativo). Uno de los intelectuales responsables de la proliferación de esta ideología es Curtis Yarvin, un ex niño prodigio matemático. Sus padres eran judíos inmigrantes en Brooklyn, estalinistas, con doctorados y trabajaban para el Gobierno Federal. Cuando él era joven lo llevaron a viajar por el mundo. En 1992 Yarvin se graduó como ingeniero de software en la Universidad Brown, saltándose tres años (no es difícil imaginar el bullying del que fue víctima), y más tarde abandonó sus estudios de doctorado en Berkeley. Actualmente, a los 52 años, este bloguero y fundador del movimiento Dark Enlightenment (‘Ilustración oscura’) ha alcanzado gran influencia en la Casa Blanca, al seducir con sus ideas al vicepresidente J.D. Vance, entre otros miembros, asesores y cortesanos del gabinete.

Este ideólogo piensa que “un gobierno es tan sólo una corporación que es dueña de un país”, y ve legítimo utilizar el “poder popular” para presionar, amenazar, demandar y extorsionar a los jueces, a los medios de comunicación y al Congreso para obligarlos a aceptar las decisiones del líder supremo. La nueva reacción es la ilusión de que millonarios, oligarcas y la clase corporativa impongan a un monarca o CEO (director ejecutivo en jefe) que elimine ese adefesio ruinoso y decadente que es la democracia y se deshaga de la onerosa y caótica necesidad de buscar el consenso popular mediante políticas inclusionistas, socialistas y globalistas. El alcance del discurso de esta derecha radical, que hasta hace poco se limitaba a la blogosfera, los sitios de la extrema derecha en línea y el fétido alt right, se ha extendido a nuevos dominios, dispuesto como está a roer la cultura popular y, lo más importante, a conquistar el oído de líderes como Donald Trump y otros populistas.

Yarvin comenzó a hacer públicas sus ideas en 2007, en un blog, Unqualified Reservations, que pretendía divulgar “la mentalidad de la ingeniería moderna y el gran legado histórico del pensamiento predemocrático antiguo, clásico y victoriano”. Yarvin y sus seguidores no tienen el menor pudor al reconocer que los ideales de su ‘Ilustración oscura’ –autoritarismo, segregación y simple crueldad– representan lo opuesto que los de la Ilustración francesa: libertad, igualdad y solidaridad. Desde 2012, Yarvin ha estado promoviendo el desmantelamiento del Estado y, ahora que su influencia es apabullante, Trump y su séquito repiten sus declaraciones provocadoras y están llevando a cabo las acciones que él venía proponiendo para el proceso de demolición del estado de bienestar, la seguridad social, la economía, el Departamento de Justicia y las agencias de ayuda internacional, entre otros blancos que la exestrella del reality show ‘El Aprendiz’ y su patrocinador favorito del momento, Elon Musk, desprecian. Yarvin cultiva un odio particular a las instituciones educativas. En 2021 escribió: “Es absolutamente esencial para el éxito de cualquier cambio de régimen que todas las universidades acreditadas sean liquidadas física y económicamente”. Este mensaje ha tenido especial resonancia en el vicepresidente Vance, quien se refiere a la educación superior como “el corazón de la bestia”. 

El talento de Yarvin, quien comenzó a difundir sus ideas bajo el seudónimo Mencius Moldbug, radica en su capacidad de troleo y en saber vender sus ideas a los tecnócratas de Silicon Valley y a una generación educada políticamente en Reddit y 4Chan, que se describe a sí misma como libertaria e incluso anarquista (en el sentido de abolir al Estado para poder explotar recursos sin pagar impuestos, sueldos justos o respetar los derechos e intereses de los menos afortunados). La Ilustración oscura es una especie de versión contemporánea del manifiesto futurista de Filippo Tommaso Marinetti. Ambos comparten la fascinación por la tecnología, el desprecio por la cultura, la obsesión con los monarcas todopoderosos que no tienen que responder al pueblo ni al Congreso ni a nadie, y adoran la guerra. Probablemente, la única diferencia es que Marinetti, aunque era irritante, sabía al menos escribir.

Uno de los alegatos más conocidos de Yarvin fue comparar a Anders Behring Breivik, el multihomicida noruego que asesinó a 77 personas en un campamento de jóvenes, con Nelson Mandela, señalando que ambos eran terroristas. Así la lucha desquiciada de un ultraderechista contra el Gobierno “comunista” noruego es equivalente, en la mente de Yarvin, a la batalla contra el apartheid. Este presunto conocedor de la historia no parece entender lo ridículo de su comparación ni reconocer el flagrante racismo de este disparate, que intenta ver paralelos entre un gobierno escandinavo de centro izquierda y la brutalidad del despojo de tierras, riquezas naturales y poder político de la población nativa que llevó a cabo la minoría afrikáner que llegó a Sudáfrica en 1652. Yarvin escribió: “Si me pides que condene a Anders Breivik pero adore a Nelson Mandela, tal vez es que tienes una madre a la que te gustaría follarte”. Pero una afirmación semejante no sorprende en alguien que escribió en 2009 al respecto de los programas sociales para ayudar a minorías étnicas: “Cuando se aplican a poblaciones con una ascendencia reciente de cazadores-recolectores y sin una gran reputación de sólida fibra moral, tales iniciativas son una receta para la producción de absoluta basura humana”. Hoy Yarvin dice que esa afirmación tenía algo de paródica, pero es perfectamente coherente con sus escritos más recientes, que son ligeramente más cautelosos. Como buen provocador, sabe que la repetición de estas bufonadas agresivas es esencial para consolidar su personaje.

Sus dogmas giran en torno a la presunta amenaza que representan las ideas liberales impuestas por burócratas corruptos, “que nadie eligió”, para dictar los destinos de la nación. Para él la retórica liberal tan sólo sirve para enmascarar la forma en que la izquierda (y por izquierda este hombre entiende cualquier cosa) oculta su egoísmo para mantener y expandir su poder. La perspectiva de combatir la corrupción e ineficiencia de los burócratas reemplazándolos con otras élites igualmente egoístas muestra la pobreza de su razonamiento. La enfebrecida campaña de Musk y sus diletantes del DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental) para llevar a cabo grandes purgas de trabajadores del Estado está inspirada en la estrategia que Yarvin llamó RAGE (Retire All Government Employees: ‘Retirar a todos los trabajadores del Gobierno’). En sus delirios, la eliminación de estos estorbosos burócratas que están contaminados con la perfidia liberal dará lugar a una nueva clase de empleados tecnologizados y orientados hacia la optimización de los sistemas de control y administración con mecanismos y herramientas tecnológicas (léase inteligencia artificial). Y si bien Yarvin debería celebrar que sus planes estén siendo llevados a cabo por Musk y sus subalternos, quienes se han lanzado a saquear información en su beneficio, a despedir a trabajadores masivamente (más de 30.000 de momento), a eliminar departamentos y a destruir agencias gubernamentales, ha optado por distanciarse, criticando estas acciones como si se tratara de “una orquesta de chimpancés tratando de tocar Wagner” (difícil no percatarse de la elección del compositor favorito de Hitler para la metáfora).

El DOGE es demasiado agresivo y a la vez no lo suficiente, según Yarvin. Sus acciones son “suficientemente grandes para ser disruptivas pero realmente no tienen ningún sentido de propósito profundo y constructivo detrás”. Parte de los elementos que rechaza de la estrategia de Musk ha sido la ofensiva anticientífica (es interesante el odio a la ciencia que pueden tener los tecnócratas más rabiosos) que ha llevado a recortes brutales de presupuesto, despidos y cancelaciones de proyectos. Esto se ha hecho con una clara obsesión de venganza ideológica que se ofrece a las bases MAGA como una guerra de clases, considerando que los científicos, como la mayor parte de los universitarios, son elitistas, progresistas y a menudo demócratas. Es claro, en cualquier caso, que Yarvin busca distanciarse del DOGE para protegerse de las inevitables consecuencias que tendrán estas acciones.

La propuesta yarviniana es un “cesarismo autocrático”, el gobierno de un solo hombre, un sistema “entre la monarquía y la tiranía” que se quiere definir como una especie de dictadura amable, que viene a rescatar a la república que ha perdido la dirección y voluntad para gobernarse a sí misma. Para Yarvin, el problema de “elegir a un dictador benevolente es un problema de ingeniería”. El despotismo corporativo garantizaría, según él y sus correligionarios, estabilidad y continuidad. Por supuesto que Yarvin tiene razón al dictaminar que la democracia estadounidense es profundamente deficiente. Sin embargo, el problema no radica en la “corrección política”, la “epidemia woke”, la inmigración ni en el sufragio popular y la pluralidad que implica, sino en la forma en que el sistema bipartidista depende de poderosos donantes. Estados Unidos no padece de una debilidad causada por su democracia sino de un capitalismo primitivo galopante (que hace de la salud y la educación un negocio cruel), de una explotación indiscriminada de recursos, de corrupción, de hipocresía e inconsistencia al aplicar la ley y de un desproporcionado dispendio en armas, guerras e intervencionismo.

Para cualquiera con una ligera noción o recuerdo de las consecuencias dejadas por los regímenes dictatoriales, la idea de entregar a la nación a una “estricta jerarquía liderada por un monarca o un CEO” parece burda y casi cómica, por lo que resulta difícil tomarla en serio. Pero es claro que las ideas de Yarvin se han extendido desde las cúpulas corporativas de Silicon Valley hacia las bases resentidas del movimiento MAGA y la Casa Blanca. En sus primeros cien días en el poder, Trump ha seguido ese guión al pie de la letra e incluso ha ido más lejos, al atacar a los despachos de abogados que lo ofendieron en el pasado.

Otro de los profetas reaccionarios cibernéticos, el filósofo británico Nick Land, imagina un futuro en que inteligencia artificial y capitalismo se fusionarán para crear nuevos sistemas que harán obsoleta a la democracia. La filósofa Mckenzie Wark lo define como “la antena de la cultura que lo rodea. Uno lo lee para conocer los síntomas de nuestro tiempo”. Land, un misántropo nihilista con la firme creencia de que nuestra especie no tiene futuro si no es mediante algoritmos, inteligencia artificial y hombres fuertes sin escrúpulos en el poder, desprecia profundamente a los proletarios y es uno de los representantes más notables del tecnoaceleracionismo. El aceleracionismo, aparentemente, deriva de la noción marxista de que las contradicciones del capitalismo llevadas al extremo detonarán la revolución proletaria. El tecnoaceleracionismo de estos nuevos reaccionarios consiste, en cambio, en precipitar la destrucción del orden existente para crear uno tecnologizado, corporativo y jerárquico. En palabras del filósofo Mark Carrigan, el ideal de Land es “la alianza de conveniencia entre la élite tecnológica y la intransigente política de identidad blanca” y “empieza a parecerse mucho a la coalición nazi entre industriales alemanes y una clase media en decadencia”.

Este es el tecnofascismo o tecnofeudalismo del que se nos ofrece amablemente ser vasallos. En esta lógica el ciudadano se convierte en usuario o cliente y las elites en accionistas. La historiadora Janis Mimura, autora del libro Planning for Empire (Cornell University Press, 2011), propone que al invadir Manchuria el imperio japonés experimentó con la aplicación de un tecnofascismo en forma de un desarrollo forzado basado en la explotación de la población local. El control recaía en oficiales que no tenían que rendir cuentas a sus superiores. Los nazis tenían su propio tecnofascismo, que fue fundamental en su genocidio, ya que emplearon los avances de la tecnología para optimizar el Holocausto, desde el empleo de computadoras IBM para identificar a la población judía hasta la maquinaria necesaria para asesinar masivamente y deshacerse de los restos humanos. Algo semejante sucede con el Estado de Israel, que ha empujado su industria hacia la tecnología de punta bélica, de información y de espionaje. Así han convertido Gaza en un laboratorio de armas para su industria, han empleado herramientas de inteligencia artificial, drones y robótica para masacrar civiles y llevar a cabo un genocidio que ellos mismos han transmitido en streaming en redes sociales como entretenimiento.

Las ideas de Yarvin no tienen originalidad alguna, derivan del viejo nacionalismo blanco, sobrecargado por la autovictimación, paranoia y nostalgia por el viejo orden; consideran la esclavitud “una relación humana natural, semejante a la de patrón y cliente”, y apoyan abiertamente el apartheid y la más feroz islamofobia. Su “filosofía” es una colección de regurgitaciones y viejos dogmas simplistas que disimulan mal fantasías autoritarias y delirios adolescentes de venganza, que son el cimiento de algo que podemos llamar la oligarquía de la hermandad de los tecnócratas o tech broligarchy. Buena parte del empuje que han tenido sus ideas en la política de la derecha se debe al apoyo del financiero Peter Thiel, cofundador de PayPal y de Palantir (término tomado de El señor de los anillos que se refiere a poderosas esferas de cristal indestructibles usadas para la adivinación y las comunicaciones telepáticas), quien ha declarado que “la democracia y la libertad han dejado de ser compatibles”. También al apoyo del multimillonario Marc Andreesen, coautor del navegador Mosaic y cofundador de Netscape. Otro aliado es Alexander Karp, el CEO de la mencionada Palantir, la empresa que crea herramientas de espionaje para ejércitos y agencias de inteligencia. Sin olvidar a Steve Bannon, quien no está a favor de la tecnologización del poder pero apoya a Yarvin.

La transgresión política y radical de Yarvin es un berrinche patético con citas culteranas, lastimero incelismo (la cultura misógina en línea del resentimiento de aquellos que se sienten incapaces de tener una vida romántica y que culpan a las mujeres por su rechazo) conspiratorio con pretensiones de intelectualismo político. Sus referencias son selecciones convenientes de textos diversos (su autor favorito, a quien compara con Shakespeare, es Scot Thomas Carlyle, famoso también por su apología de la esclavitud), apabullantes distorsiones y simplificaciones, comparaciones exóticas, citas de J.R.R. Tolkien, Frank Herbert y George Lucas, así como una descontrolada reverencia por The Matrix, de las hermanas Wachowski (con su concepto de la píldora roja). Asimismo, Yarvin tiene una necia obsesión por querer ver a ciertos gobiernos del pasado y presente como si se tratara de start-ups (o empresas emergentes) que tomaban riesgos poco ortodoxos y sin precedentes en beneficio de sus ciudadanos/inversionistas.

Yarvin es hoy el profeta de un Gobierno de ejecutivos y chatbots que, por un lado, anhelan melancólicamente “hacer a Estados Unidos grande otra vez”, y a la vez aplican a los asuntos públicos el tecnodogma de “moverse rápidamente y romper cosas”. Aunque resulta un poco difícil de entender, los neorreacionarios han lanzado una era esencialmente contradictoria de progreso frenético conservador. Los nuevos reaccionarios están llevando a cabo su revolución, su toma de la Bastilla y su era de terror. Rodarán más cabezas.

Bienvenidos a la tecnoutopía.

Naief Yehya es ensayista y narrador. @nyehya