29 noviembre 2021

Almudena y la alegría

Por PEDRO SÁNCHEZ CASTEJÓN

Hemos perdido muy temprano a una de nuestras mejores escritoras. Almudena Grandes ha sido una autora fundamental para nuestras letras, pero también para comprendernos como país y para atender a su cicatriz más compleja. Una narradora tenaz y muy valiente, una lectora insaciable y una ciudadana comprometida.


Comprometida con la historia. Su empeño por no olvidar a los caídos, a los que resistieron, a todas aquellas y aquellos a los que el relato dejó atrás. Almudena, con el rigor de la historiadora y la libertad de la creadora, escribió sobre quiénes fuimos para contarnos quiénes somos ahora. Un esfuerzo literario titánico, titulado Episodios de una guerra interminable, por recordarnos que la memoria no tiene que ver únicamente con el pasado, sino con nuestro presente y, más aún, con nuestro futuro. La literatura de Almudena Grandes ha hecho la memoria de España más digna.


Comprometida con la izquierda. Desde unos ideales con los que se enfrentó al mundo y desde los que siempre tuvo una mirada crítica, valiosa y combativa. Una mirada, muchas veces, incómoda, que atravesaba nuestra vida cotidiana buscando siempre la justicia y desvelando lo falso, lo inservible. Comprometida, sobre todo, con la vida. Y con la alegría.


Porque Almudena hizo de la literatura algo más que un oficio, algo más que una pasión, algo más que un compromiso. Escribió sus libros junto a los pucheros de la cocina, escribió junto a los atardeceres de Rota, escribió desde el corazón de su ciudad, Madrid. Escribió a través de las hemerotecas, de los libros de historia, escribió nuestro país a través de los corazones de los desaparecidos, de sus vidas invisibles y únicas. Escribió a través de los ojos de varias generaciones de mujeres. Descifró las derrotas de nuestros vivos y las de nuestros muertos. Escribió con alegría y con belleza, puso en pie una guerra, una posguerra, un país herido y levantado.


Una voz que nunca podremos olvidar, leyéndonos de mañana sus columnas en la Cadena Ser, retratando a la gente de la calle, a la gente de verdad, a las mujeres y a los hombres que habitan nuestro país, retratándonos a todos, en su empeño por hacer de lo cotidiano la gran batalla de la vida. Almudena Grandes le va a faltar a España. Nos va a faltar a todos y a todas en las páginas de este periódico, en su Escalera interior y en sus columnas de los lunes. Y nos va a faltar a los lectores de sus novelas.


Pero en todas las librerías y en nuestras casas sus libros seguirán vivos. Nuestras hijas e hijos y las siguientes generaciones sabrán cómo fue la historia de los vencidos y de las vencidas, las pequeñas historias que sucedieron en los márgenes, las grandes preguntas que sostienen todavía esos nombres anónimos derrotados por una historia implacable.


Decía Almudena en una de sus últimas columnas que los lectores y lectoras éramos su libertad. Y que la escritura era su vida. Tenemos la suerte de que sus palabras nos seguirán hablando. Igual que sigue narrando España su admirado Galdós. Igual que volvemos una y otra vez, como ella volvía, a la Odisea para encontrar el camino. Y todos tendremos que aprender a recordarla, como escribía Luis García Montero en aquel libro que el poeta tituló con su nombre: Almudena. (El País, 29 de noviembre de 2021)


Lectores de Almudena Grandes despidiéndola en el Cementerio Civil de Madrid con un libro suyo en la mano.


27 noviembre 2021

Almudena Grandes, la escritora que noveló la épica de los perdedores

Por TEREIXA CONSTENLA

Nadie como Almudena Grandes, la escritora madrileña fallecida este sábado a los 61 años por un cáncer, ha tenido la fuerza y la constancia para darle a los derrotados del siglo XX español la épica literaria que les faltaba. A partir de 2007, cuando publicó El corazón helado, la carrera de Grandes encontró un sentido que trascendía lo literario. Ella ya era una autora de éxito y de prosa sólida (algunas de sus novelas anteriores como Los aires difíciles o Atlas de geografía humana fueron celebradas por la crítica especialmente), pero cuando acabó El corazón helado, donde por primera vez se detenía en las vidas de aquellos exiliados republicanos y sus generaciones de inadaptados posteriores, vio el agujero negro por el que se perdían una buena parte de los españoles del siglo XX.

Sensibilizada y conectada con el movimiento de memoria histórica, Grandes comenzó en 2010 uno de los proyectos literarios de más largo alcance de la narrativa en español contemporánea: los Episodios de una guerra interminable, una saga de seis novelas que atravesaban lo peor de la historia del siglo XX. Antes de sacar el primer título a la calle, Inés y la alegría, Grandes ya sabía qué iba a contar en los cinco siguientes. Era ese tipo de escritores que monta los andamios y delinea planos antes de empezar el edificio. Su objetivo era lograr un fresco histórico, al estilo de Galdós con el XIX, que permitiese retratar lo micro y lo macro, la atmósfera de un país cuarteado por una guerra y las historias reales que habían sido ocultadas. Si gracias al primer título los lectores descubrieron aquella tentativa fracasada de los comunistas exiliados en Francia, que invadieron el Valle de Arán en el Pirineo de Lérida en octubre de 1944, en el que le valió el premio Nacional de Narrativa, Los pacientes del doctor García (2017), saca a la luz la red montada por Clara Stauffer en Madrid para refugiar a nazis en una dictadura que tanta simpatía había mostrado hacia Hitler.En el último publicado hasta ahora, La madre de Frankenstein, indagó en la biografía de Aurora Rodríguez Carballeira, acaso la parricida más famosa del siglo XX español, que tiroteó a su hija Hildegart Rodríguez Carballeira para evitar perder su control sobre ella, a la que había moldeado para convertirla en un modelo de mujer ideal. Aurora, que acabaría ingresada en el manicomio de Ciempozuelos, atrapó a la escritora, que la eligió para novelar de su mano los crudos años cincuenta. “Yo comprendo que hay que odiarla, que es fácil que a la gente le parezca odiosa, pero a mí me parece más fascinante que odiosa”, explicaba la novelista a EL PAÍS en enero de 2020, durante una visita por las instalaciones de Ciempozuelos donde transcurría la obra.

Grandes tenía la curiosidad de la historiadora y la potencia de la novelista. Ambas cualidades le permitían construir unos artefactos redondos, donde el rigor científico y la documentación estaban al servicio de una trama pensada para emocionar y remover. La literatura nació para eso, para vivir otras vidas y llorar otras penas. La historia lo hizo para acreditar que otras vidas y otras penas existieron. Almudena Grandes, desde luego, no inventó la novela histórica, pero sí una manera de hacer novela histórica singular, marcada por su propia formación como historiadora, que la empujaba a acreditar cada detalle real (no hay más que ver las notas finales de libros, donde expone cuáles fueron los hechos y cuáles las elucubraciones literarias), sin que nada de esto empañase su pulso narrativo.

El pulso estaba ahí desde siempre, desde que protagonizó uno de los estrenos más exitosos de la joven literatura de la joven democracia. Con Las edades de Lulú (1990), su primer libro, se convirtió en un fenómeno. El erotismo, narrado desde una óptica femenina, arrasó en ventas. Pero fue uno de esos libros que no solo medían su impacto en cifras, de alguna manera conectó y retrató el espíritu de una época, donde el deseo y la sexualidad de las mujeres estaban en plena transformación. (El País, 27 de noviembre de 2021)

El poder y la alegría de Almudena Grandes

Un cáncer se lleva a los 61 años a una novelista fundamental de la literatura de la democracia

Las conmociones son egoístas pero este periódico quiere contar a sus lectores por qué Almudena Grandes ha sido una pieza esencial de su arquitectura íntima desde hace más de 20 años. Tanto en el pequeño espacio que ocupaba físicamente su columna en la contraportada como en su artículo en El País Semanal, la escritora y novelista ha proyectado una visión del mundo incapaz de ser neutral, esquiva o cobarde. Su concepción de la literatura ha crecido en el arraigo social y la sensibilidad hacia el sufrimiento de los más débiles, los derrotados por las guerras o por la vida misma. No solo por la envergadura es relevante su último ciclo de seis novelas en torno a la posguerra española, titulado Episodios de una guerra interminable (la quinta entrega aparecida en 2020, La madre de Frankenstein). Lo es también por la voluntad de rescatar entre la ficción y la realidad la peripecia íntima de un país plagado de derrotados en silencio. Ese compromiso estuvo de forma todavía muy leve en Los aires difíciles, donde exploraba los vericuetos emocionales del pasado enredados en una pareja que los vive en el presente y en Cádiz. Pero con El corazón helado sancionaba un nuevo horizonte literario que la emparentaba con la alta tradición de Pérez Galdós y un realismo omniabarcador. Nada escapaba del empuje hacia la exploración de una historia de España vivida por dentro y desde dentro, con emociones recreadas con la delicadeza del médico experto, y adelanto de la aventura que tantos lectores han disfrutado desde entonces con su ciclo más reciente.

Pero sería un error sucumbir a la tristeza y dejar de ver a Almudena Grandes como la mujer expansiva, alegre, hedonista, solidaria y combativa con aquellas causas que la sublevaban como persona y también como mujer. Fue valiente en la discrepancia y nunca se refugió en la arrogancia de un éxito de lectores que disfrutó desde muy joven. Su primera novela en 1989, Las edades de Lulú, se publicó ya en la editorial del resto de su obra, Tusquets, y le ofreció las condiciones para seguir haciendo lo que nunca creyó que podría hacer: dedicar la vida a los demás a través de la ficción y antes que sobre nadie, sobre sí misma, como en Malena es un nombre de tango. Sus artículos fueron muchas veces pequeños relatos o ficciones de proximidad con un lector que sabía de la interlocución directa que Almudena Grandes ofrecía y buscaba. Lo que más echará de menos la cultura española es el empuje moral de una narradora dispuesta a sumergirse en la pluralidad ingobernable de las peripecias de una sociedad compleja. Hoy quedan un puñado de poderosas novelas donde la virtud de la emoción y la inmersión irresistible en las vidas ajenas, inventadas o reales, acaba hablando de la vida posible de cada uno de nosotros.