Por IÑIGO ERREJÓN
Un país es un conjunto de memorias e
historias compartidas, una narración contada mil veces, adaptada a cada uno.
Forges, en ese sentido, es un narrador y hacedor indispensable de la España que
venimos siendo y, yo añadiría, de sus mejores potencias.
Sería injusto y metálico escribir un
análisis generalista sobre alguien que está en tantas mañanas, en tantas
expresiones, en tantas risas compartidas. Yo escribiré sólo sobre mi Forges.
Los grandes son aquellos que conectan nuestra vida cotidiana con el rumbo de
nuestro país.
Le pregunto a mi madre qué es para ella
Forges. Me cuenta que mientras mi padre estaba haciendo la mili en Ceuta, en un
batallón de castigo por su militancia contra la dictadura, ella le escribía una
carta diaria. Y en todas metía la última viñeta de Forges para recordarle,
entre toda la brutalidad, que seguían siendo parte de algo. Una comunidad de
sentido que Forges ilustraba con un humor inteligente, tierno, esperanzado, que
conjuraba el dolor y les reconciliaba con un país que se negaban a dar por
perdido.
Ese Forges, el del sentido de pertenencia y
la sonrisa cómplice entre la generación que luchó por la libertad en España, me
llega a mí primero como un cariñoso referente de la familia, uno de los
nuestros. Pero pronto habla también de mi generación. Con más olfato y rapidez
que la mayoría de analistas o ensayistas, Forges dio cuenta de la precariedad
laboral, el machismo, el cambio climático o la corrupción como burla de los privilegiados.
En un país desmemoriado, en el que se va perdiendo la capacidad del intercambio
y la deliberación, supo ser un puente entre generaciones, un regalo que ha
pasado de madres a hijos, un referente compartido. Y no andamos sobrados de
ellos.
La mayor parte del humor político
tradicional retrata a los protagonistas de la actualidad mediática. Es la
actualidad vista “desde arriba”. Forges ilustró toda una historia política
“desde abajo”: la política vista desde los ojos de los cualquiera, que es para
Jacques Rancière la tensión democrática. Por eso su gran capacidad de dibujar
personajes con los que identificarse, por contribuir a un lenguaje de época,
por ser un narrador de la vida cotidiana. Los personajes de Forges son finitos,
llenos de límites, agobiados por problemas inmediatos, a veces impotentes
frente al poder y el despotismo de los demasiado poderosos. Y aun así,
graciosos, tozudamente irónicos, conscientes de lo que los cualquiera tienen en
común, como anunciando que algún día las cosas estarán en su sitio. Por eso hay
en sus viñetas un amor por la gente corriente y trabajadora, sin estridencias
ni insultos, que apunta a un patriotismo sencillo y humilde, que nos recuerda
lo que podemos ser, lo que tenemos por delante si comenzamos a creer en ello y
a cuidarnos. Hay muchos Forges. Este es, al menos, el mío.
El País, 24.02.18
El País, 24.02.18