30 abril 2013
23 abril 2013
Versión original: el cine de todos
Por Daniel Martorell
Revista Yorokobu, 19 de abril 2013
Hace aproximadamente un año, la sala Renoir de Palma de Mallorca echaba el cierre tras 15 años de programación y ocho de pérdidas. La ciudad se quedaba así sin su única cartelera en versión original. El cine más independiente y con subtítulos ya no era negocio y el mercado dictaba sentencia de muerte. O eso parecía.
Al poco de conocerse la noticia, cerca de 2.000 cinéfilos se movilizaron para rescatar las cuatro salas, hacerlas suyas y mantener encendida —con romanticismo y tesón— la bombilla del proyector. El antiguo propietario puso el primer granito de arena —regalarles las máquinas de proyección—, y la loca idea de que la ciudadanía se adueñara del cine empezó a tomar forma.
Liderado por gente que venía del mundo de la televisión, productoras y amantes del cine en general, y respaldado por el entusiasmo de 2.000 activistas soñadores, el proyecto se hizo realidad y echó a andar en pocos meses. El grito original de ‘Salvem els Renoir!’ dio paso a una red organizada Asociació Xarxa Cinema, con diversas comisiones de trabajo, un sistema de cuotas para asegurar la viabilidad del proyecto, y la convicción de que el mercado se había equivocado y que la voluntad popular podía triunfar. Querían cine de calidad y en versión original. Y a día de hoy lo tienen.
En S’Escorxador, el antiguo matadero de Palma, Cineciutat enciende sus bombillas a diario con una programación elegida en asamblea y por sus socios. Títulos menos comerciales que en las salas generalistas y reposiciones del cine de toda la vida. Esta pequeña familia está formada por seis empleados (la taquillera, el portero, el encargado del bar, dos proyeccionistas y el gerente), cien personas al frente de las comisiones y algo más de 1.600 socios que aportan 100 euros al año a cambio de entradas a 4 euros —para ellos y un acompañante— y una invitación al mes.
Sufriendo y haciendo innumerables cábalas, el modelo de autogestión resiste a los envites de la industria. Pero no es fácil. Uno de los grandes escollos es lograr la confianza de las distribuidoras para que cedan copias de las películas. “Cuando hablamos con ellas —explica Javier Pachón, el gerente— les tenemos que repetir una y otra vez que no somos una comunidad ‘hippie’. Tenemos que enamorarlas con este proyecto. Seducirlas usando el romanticismo también”.
Si algo tienen claro los responsables de la asociación es que el cine debe adaptarse a los nuevos tiempos y aportar algo más que dos horas de entretenimiento con el estreno de turno. “Si no hay espectadores esto se hunde. Por eso no nos queda otra que dinamizar las proyecciones. Ofrecer algo más, como, por ejemplo, invitar a los directores para que charlen con los espectadores después de la película, o montar talleres de guión y dirección para escolares. O simplemente pensar que quizás haya 500 personas tan frikis como tú, que les encantaría ver Los Goonies o El halcón maltés en pantalla grande. Y eso es lo que hacemos”.
La cartelera de Cineciutat ha logrado, de momento, un cambio en la oferta cultural de la ciudad: el cine en versión original y el de reposición empiezan a ofertarse también en otras salas, cuando hasta ahora los exhibidores palmesanos jamás habían apostado por ello. Pese a vivir con la soga el cuello por cuestiones de financiación, el sueño de un grupo de ciudadanos amantes del cine sigue vivo. “Sé que es una batalla perdida —confiesa Carles Llull, miembro de la comisión de Educación—, por eso me encanta todo esto”. Javier Pachón sonríe, en una mezcla de resignación y satisfacción por lo conseguido. Y lanza la reflexión: “¿Todo se basa en el dinero? No. ¿El mercado manda? Depende… El mercado cerró un cine aquí, pero la sociedad le dijo que no”.
Revista Yorokobu, 19 de abril 2013
Hace aproximadamente un año, la sala Renoir de Palma de Mallorca echaba el cierre tras 15 años de programación y ocho de pérdidas. La ciudad se quedaba así sin su única cartelera en versión original. El cine más independiente y con subtítulos ya no era negocio y el mercado dictaba sentencia de muerte. O eso parecía.
Al poco de conocerse la noticia, cerca de 2.000 cinéfilos se movilizaron para rescatar las cuatro salas, hacerlas suyas y mantener encendida —con romanticismo y tesón— la bombilla del proyector. El antiguo propietario puso el primer granito de arena —regalarles las máquinas de proyección—, y la loca idea de que la ciudadanía se adueñara del cine empezó a tomar forma.
Liderado por gente que venía del mundo de la televisión, productoras y amantes del cine en general, y respaldado por el entusiasmo de 2.000 activistas soñadores, el proyecto se hizo realidad y echó a andar en pocos meses. El grito original de ‘Salvem els Renoir!’ dio paso a una red organizada Asociació Xarxa Cinema, con diversas comisiones de trabajo, un sistema de cuotas para asegurar la viabilidad del proyecto, y la convicción de que el mercado se había equivocado y que la voluntad popular podía triunfar. Querían cine de calidad y en versión original. Y a día de hoy lo tienen.
En S’Escorxador, el antiguo matadero de Palma, Cineciutat enciende sus bombillas a diario con una programación elegida en asamblea y por sus socios. Títulos menos comerciales que en las salas generalistas y reposiciones del cine de toda la vida. Esta pequeña familia está formada por seis empleados (la taquillera, el portero, el encargado del bar, dos proyeccionistas y el gerente), cien personas al frente de las comisiones y algo más de 1.600 socios que aportan 100 euros al año a cambio de entradas a 4 euros —para ellos y un acompañante— y una invitación al mes.
Sufriendo y haciendo innumerables cábalas, el modelo de autogestión resiste a los envites de la industria. Pero no es fácil. Uno de los grandes escollos es lograr la confianza de las distribuidoras para que cedan copias de las películas. “Cuando hablamos con ellas —explica Javier Pachón, el gerente— les tenemos que repetir una y otra vez que no somos una comunidad ‘hippie’. Tenemos que enamorarlas con este proyecto. Seducirlas usando el romanticismo también”.
Si algo tienen claro los responsables de la asociación es que el cine debe adaptarse a los nuevos tiempos y aportar algo más que dos horas de entretenimiento con el estreno de turno. “Si no hay espectadores esto se hunde. Por eso no nos queda otra que dinamizar las proyecciones. Ofrecer algo más, como, por ejemplo, invitar a los directores para que charlen con los espectadores después de la película, o montar talleres de guión y dirección para escolares. O simplemente pensar que quizás haya 500 personas tan frikis como tú, que les encantaría ver Los Goonies o El halcón maltés en pantalla grande. Y eso es lo que hacemos”.
La cartelera de Cineciutat ha logrado, de momento, un cambio en la oferta cultural de la ciudad: el cine en versión original y el de reposición empiezan a ofertarse también en otras salas, cuando hasta ahora los exhibidores palmesanos jamás habían apostado por ello. Pese a vivir con la soga el cuello por cuestiones de financiación, el sueño de un grupo de ciudadanos amantes del cine sigue vivo. “Sé que es una batalla perdida —confiesa Carles Llull, miembro de la comisión de Educación—, por eso me encanta todo esto”. Javier Pachón sonríe, en una mezcla de resignación y satisfacción por lo conseguido. Y lanza la reflexión: “¿Todo se basa en el dinero? No. ¿El mercado manda? Depende… El mercado cerró un cine aquí, pero la sociedad le dijo que no”.
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