23 agosto 2020

Un cuarto propio conectado: hace mucho que soñaba con el teletrabajo

Desde que me recuerdo 'habitando' en Internet, he deseado fórmulas que no implicaran, como hasta hace poco, duplicar los tiempos y las energías desplazándonos y contaminando

Por REMEDIOS ZAFRA
El País, 23 de agosto de 2020



Si lo primero que necesita un cuarto propio conectado es conexión y una puerta, lo que necesita un cuerpo propio conectado son párpados. Un cierre que ayude a pensar y a frenar la inercia del mundo online intrusivo en requerimientos, disponible todo el tiempo, donde aparecemos juntos pero habitualmente desactivados en lo colectivo, con las compuertas de la intimidad en riesgo de quedar abiertas, más libres aquí o allí, pero difuminando la desigualdad de muchos escenarios donde la conciliación y la materialidad de las vidas pueden pasar inadvertidas.

Escribo este párrafo mientras recibo cuatro mensajes de trabajo, aplazo una videollamada y gestiono con el carpintero la instalación de una puerta que me permita dividir y acondicionar mi casa-habitación para que las personas que aquí habitamos podamos teletrabajar hablando al mismo tiempo. La casa, sea habitación o sea casa, es el lugar donde vivimos y ahora es además el lugar donde muchos trabajamos. No es algo nuevo, aunque sí el grado en que se está asentando. Claro que no todo el mundo puede teletrabajar, ni en todos los espacios podemos hacerlo. Probablemente quienes cuentan con múltiples habitaciones, jardín y caseta para el perro no tengan dificultad para encontrar un espacio tranquilo y con puerta, pero sí quienes viven en comprimidas estancias urbanas o quienes se plantean ahora regresar a pueblos donde Internet no está asegurado. Estos condicionantes materiales en los usos de espacios y tiempos se derivan de un cambio de modelo laboral anunciado, pero ahora apremiante y forzoso. Las dificultades vienen no solo de la mutación tecnológica y cultural acelerada por la pandemia, sino del andamiaje social. Porque, teóricamente, el teletrabajo podría hacernos más libres no atándonos a un lugar, ayudarnos a conciliar, permitirnos habitar los pueblos y repensar las ciudades, implicarnos más profundamente con el cuidado del planeta, incluso, y desde un abordaje en este caso personal, contrarrestar las dificultades de los cuerpos enfermos, cansados o tímidos. Pienso en mí misma, en las condiciones que la pantalla me brinda con un cuerpo deficitario que ve poco y oye peor. Si estas mermas me empequeñecen cuando el cuerpo va conmigo y estoy con usted, pongamos en una oficina, se diluyen en la pantalla donde los contrastes, lupas y altavoces de mi cuarto conectado me amplifican e igualan llamativamente.

Por muy cansados que los afortunados de teletrabajar estemos de la saturación de reuniones virtuales y de ver a los otros como fotografías de cabezas parlantes entre cuadrículas, recuerdo nuestra vida de antes, rodando por carreteras y calles recalentadas, nuestro trasiego entrando y saliendo en vagones de tren y despachos, besando a los virus con las manos, montándolos desde los pomos de las puertas, abrazándolos en la despedida con dedos, aliento y nariz. La globalización ha normalizado la sensación de que ser productivos era estar activos y moviéndonos, desplazándonos, incluso cuando no era necesario.

¿Ha tenido que pasar todo esto para que muchos confíen en la responsabilidad de los trabajadores y dejen de entender el trabajo de manera acomplejada confundiéndolo con “ese lugar al que se va” y no con “esa práctica que se realiza”? Cierto que las condiciones de digitalización y teletrabajo son aún muy mejorables, pero son modificables y su alternativa es imprescindible para humanos y planeta.

Desde que me recuerdo habitando en Internet he soñado con fórmulas de teletrabajo que no implicaran, como hasta hace poco, duplicar los tiempos y las energías desplazándonos y contaminando calles y ciudades hasta los lugares de trabajo parapetados detrás de máquinas para fichar. “Fichar, firmar y fichar” y, al volver a casa, a nuestro cuarto propio conectado, seguir (o empezar) con los trabajos que exigían la mayor concentración del “espacio propio”. Tiempos duplicados y trabajo que a menudo implicaba noches, fines de semana o vacaciones. De hecho, es altamente probable que usted que lee estas líneas siga manteniendo esta inercia, y también dedique parte de sus vacaciones de ahora a recuperar tareas que requerían silencio y concentración.

Suspiro al recordar que un tiempo de concentración y silencio es el regalo empaquetado que habría querido recibir yo en mis últimos cumpleaños. Tanto es así que, aunque para muchos el confinamiento haya sido un periodo de parálisis y miedo, para algunos de nosotros este tiempo de reclusión ha sido también la oportunidad de recuperar una atención degradada por la vida contemporánea, cada vez más teñida por la ansiedad, la contingencia y la precariedad, esos lenguajes afectivos de la economía global que caracterizan especialmente los trabajos inmateriales de ahora. Duró poco. Pronto la concentración derivó en rebosamiento de tareas y telepresencia, dándonos la sensación de no poder parar, de que, conectados y en casa, siempre quedan cosas por hacer, demandas que atender. Desde que la tecnología nos permite llevar el trabajo con nosotros, siempre está disponible a golpe de botón y no está siendo fácil gestionar los tiempos de desconexión y descanso. Puede que nos estemos liberando de la duplicidad de trabajar en oficina y en casa, pero estamos perdiendo los tiempos de tránsito, asumiendo el riesgo de permanecer siempre enganchados, como sin párpados.

Ocurre además que no siempre las potencialidades del teletrabajo se sostienen en un contexto social con garantías. El caso más claro es la conciliación, para la que el teletrabajo podría ser una herramienta transgresora, pero tal como hemos vivido el confinamiento se ha convertido en una durísima mochila para muchas personas, en su mayoría mujeres. Esta situación las ha hecho especialmente vulnerables, incentivándolas a cargar con la responsabilidad de gestionar el cuidado de los niños (sin escuelas) y de los ancianos (sin residencias). ¿Cómo teletrabajar cuando los dependientes van en tu espalda o se agarran a tu mano?, ¿cómo evitar pedir media jornada, o una excedencia para a partir de ahí quedarte más y más atrás hasta decidir, como antes, como tantas, dejar el trabajo?

Urge imaginar y planificar colectivamente esta transformación social y tecnológica en sus desafíos en ciernes, antes de que solo primen máximos beneficios y mínimos costes acallando a los trabajadores en la normalidad que no queremos. Las formas de teletrabajo por venir no deben resignarse a un mero cambio de ubicación, es un cambio de cultura lo que estamos gestando.

Remedios Zafra es ensayista. Su último libro es ‘El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital’ (Anagrama).

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