26 octubre 2014

Nicolás y los papanatas

Por JOSÉ MANUEL ATENCIA

A veces una noticia menor tiene la capacidad de convertirse en una enorme metáfora de todo lo que estamos viviendo en este país. Admito que hace mucho tiempo que no leía en la prensa una historia más extraordinaria que la protagonizada por ese joven de 20 años, el pequeño Nicolás. Un hábil Lazarillo de Tormes con aires de grandeza que llegó a codearse con las más altas esferas de este país y culminó su carrera asistiendo a la recepción que ofreció el Rey tras su proclamación.

Sólo en un país de papanatas es posible una historia como la de Nicolás. Un estudiante barbilampiño que pone en vilo a los servicios secretos del Estado y que es capaz de sacarles una pasta gansa a curtidos empresarios con un puñado de fotos y un inventado cargo de asesor de la vicepresidencia del Gobierno. ¿En qué país vivimos para que un joven de cara aniñada y con aspecto de no haber terminado la ESO consiga impartir una conferencia con el expresidente del Gobierno? ¿O que se reúna con un abogado para que retire una denuncia contra, nada más y nada menos, que una Infanta de España?

Este país de charanga y papanatas, devoto del dinero y de la nadería, resulta, a veces, de risa, de no ser por la triste realidad que hay detrás de esta historia. Un chico se mete en un partido político, se hace de las juventudes y a partir de entonces empieza a medrar a base de engaños y mentiras. Sólo precisó de una cosa: que la gente creyera lo que no era. Y nada mejor para ello que lograr hacerse fotos con los que son. Los empresarios no se reunían con Nicolás, que no era nadie. Se reunían con el chico que aparecía en la foto con Aznar o Aguirre, con el que saludaba a Rato o con el que se sentaba en el palco del Real Madrid. En una sociedad donde nadie es lo que es, sino lo que aparenta ser, se le abrieron todas las puertas del engaño.

Padecemos un país donde todo camino se puede recorrer más fácil con la ayuda de alguna persona próxima al poder. Y eso está tan metido en el ADN de los españoles, que un empresario sexagenario le entrega 25.000 euros a un chico que parece haber salido del recreo, tan sólo porque este joven le enseña una foto donde aparece con exministros o personajes públicos. Este es el nivel. Nicolás, en vez de tarjeta, tenía fotos con poderosos: el mayor reclamo para embaucar a tanto papanata que anda suelto.

Todo caso de corrupción requiere de muchos papanatas. Urdangarín montó el Instituto Nóos con todos los papanatas que querían quedar bien con el Rey. Y la familia Pujol se hizo de oro gracias a los papanatas que morían por estrechar la mano del honorable president. Qué triste lo de Nicolás, al que le han cortado una carrera meteórica. Con 20 años, ya era un maestro del engaño. Para saber en España que otros también lo eran, hemos tenido que esperar que estuvieran décadas en el poder. Qué gran metáfora de este país, esta pequeña historia de Nicolás. @jmatencia

07 octubre 2014

La fiebre nacionalista

Por Rosa Montero
El País, 7 de octubre de 2014

Hace unos días, en Barcelona, escuché el bello discurso de Muñoz Molina agradeciendo el premio del Liber: enumeró lo que amaba de Cataluña y renegó de los nacionalismos. Yo también recuerdo los años que trabajé en revistas catalanas; la época en que Barcelona era un prodigio, una isla de modernidad dentro de la casposa sociedad española de los setenta. Siempre he admirado a los catalanes. Siempre los he querido. Empezando por la escritora Montserrat Roig, que falleció tan joven, y que ocupa un lugar en mi corazón. Después de tanta vida juntos, de tantas emociones compartidas, es natural que a muchos españoles nos apene separarnos de Cataluña. Y a mí, que entiendo bien el catalán y que tanto he aprendido en mi juventud de esa sociedad tan vanguardista, también me apena que ahora se entregue al nacionalismo. Porque sigo creyendo que los nacionalismos son un atraso; todos ellos, diré una vez más tediosamente (ya se sabe que para poder criticar el catalanismo hay que repetir que también detestas el españolismo), me parecen un impulso retrógrado, un regreso a la horda, a la demonización del otro para crear una identidad protectora de tribu. Y lo peor es que todos llevamos este anhelo primitivo a flor de piel y podemos potenciarnos unos a otros la parte nacionalista más feroz. Ya lo estamos haciendo. No veo una solución fácil a esta fiebre fatal, a esta siembra de odio. Me preocupa la cerrazón del PP, no ya ante el órdago del 9-N, sino de antes, de siempre, porque habrá que ofrecer una verdadera salida; pero, sobre todo, no puedo evitar pensar que esta crispación ha sido fomentada por los políticos catalanes por intereses propios. Porque hace muy pocos años Cataluña no sentía esto, aunque ahora intenten inventarse otra cosa. Que cada cual aguante su responsabilidad frente a la historia.