Son hechos de distinta gravedad; pero su simultaneidad, como Jung nos enseñó, indican una grave perturbación en el entorno del fútbol. La exasperación social conduce a grupos de jóvenes a utilizar el fútbol como pretexto para desatar la violencia. Las tribus de ultras se citan para atacarse como animales o merodean para tender una emboscada salvaje a los seguidores rivales. Las instituciones, preparadores y entrenadores de los futbolistas rehuyen prestar cualquier tipo de instrucción vital a los jugadores que no sea el señuelo del dinero (Koke: “Eres un maricón”. Cristiano Ronaldo: “Sí, pero forrado de pasta, cabrón”; en este diálogo de besugos está todo, la elegancia de unos y la ostentosa finalidad del deporte para otros).
La violencia tribal en el fútbol se combate en España con un remedio secular: una baba espesa de palabrería que se condueles del delito salvaje pero que nunca consigue evitarlo. Cuando murió el hincha del Deportivo en Madrid (Francisco José Moreno Taboada) los ciudadanos fueron obsequiados con una retahila interminable de promesas de intervención, medidas inmediatas y enfáticos compromisos de acción política. Pero esto no mejora. Después de que una manada de bestias enviarán a tres personas al hospital y a una de ellas a la UVI, la Liga de fútbol todavía se pregunta si debe presentar una denuncia en Comisaría y el presidente del Sevilla retoliquea: “Hemos mostrado nuestra repulsa por lo acontecido en estos incidentes”.
¿Es esto todo lo que se puede hacer? Una respuesta afirmativa significaría entregar las ciudades en fechas fijas a bandas de cretinos vesánicos que en otros tiempos hubieran sido lectores del Volkischer Beobachter. La violencia ultra en el fútbol es un problema de Estado. Exige una acción policial competente y clubes implicados en la persecución de los violentos. ¡Ah! y dar de leer a los (las) futbolistas. Si es necesario, se les enseña antes. (Jesús Mota, El País, 24.11.16)
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