Por MILAGROS PÉREZ OLIVA
Es difícil que pueda surgir hoy un liderazgo político potente al margen de los medios de comunicación. Donald Trump no era un desconocido. Tenía ya una imagen pública consolidada, su relación con los medios había sido tan intensa que hasta había salvado su imperio gracias a ellos. Sabía cómo utilizarlos y lo hizo. Ya en las primeras fases, las primarias republicanas, Trump se hizo con un lugar preeminente en el espacio mediático a base de romper las reglas de corrección política y desafiar al statu quo con propuestas que ponían en cuestión consensos de amplias mayorías, como el cambio climático. Faltó al respeto, insultó y mintió, y cuanto más histriónico y más transgresor se mostraba, más espacio ocupaba en los medios. Que hablen de mí aunque sea mal. En esa estrategia colaboraron tanto los medios y programas serios como los sensacionalistas. Todos contribuyeron a construir el personaje.
Algunos analistas y responsables de medios han lamentado retrospectivamente no haberse dado cuenta de que dando tanta cobertura a sus excentricidades le ayudaban a proyectar la imagen que él quería: la del que se atreve a pegar la patada al tablero. Pero, en la sociedad de la información, el silencio ni siquiera es una opción. Difícilmente podían dejar de hablar de Trump. Las dinámicas informativas que genera la competencia por la audiencia llevan a primar lo que se sale del cauce, de la norma, lo más impactante o delirante, y en política siempre sacan más rendimiento de los extremismos que de la moderación. Trump era el mejor candidato para la dinámica de la política espectáculo. Incluso cuando lo criticaban lo estaban legitimando ante quienes lo que les pide el cuerpo es darle una patada al tablero. Y todos los que les despreciaban contemplaron atónitos cómo desbancaba uno a uno al resto de candidatos republicanos, cómo se hacía con la nominación y cómo iba subiendo en las encuestas hasta igualarse con Hillary Clinton.
Cuando se vio que era una amenaza, la prensa seria reaccionó. Los diarios de referencia se lanzaron a desenmascarar al personaje, su machismo, sus mentiras, sus bravuconadas racistas. Publicaron algunas de las mejores muestras del mejor periodismo. Pero ya era demasiado tarde. En esta campaña hemos visto cómo están cambiando los mecanismos de creación de opinión pública. Los medios de referencia siguen teniendo una gran influencia sobre el establishment, pero generan desconfianza en sectores cada vez más amplios que los rechazan porque los consideran parte de las élites económicas y políticas que los ignoran.
Trump ha explotado como nadie la desconfianza de la gente que tiene miedo al futuro, que prefiere a alguien que le hable en su lenguaje, con ideas simples y contundentes, aunque sean falsas, que afrontar la complejidad del mundo cambiante que aparece en los medios. Y para eso, las redes sociales son el complemento ideal porque permiten procesos de identificación tribal, mundos compactos, cerrados, con enemigos que combatir y líderes arrogantes con los que identificarse. Solo hay que hacerse de la tribu para escuchar lo que se quiere oír.
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