Más de 200 niñas han sido raptadas de las escuelas nigerianas por grupos islamistas rebeldes para ser forzadas a comportarse como “buenas musulmanas”. La relación histórica entre religión y violencia resulta innegable. Podemos partir de los sacrificios rituales, seguir con la ley judía del Talión (Ojo, por ojo...), pasando por la conquista de América con la Cruz y la Espada, las guerras de religión contra los Protestantes hasta llegar al concepto de Yihad o Guerra Santa, compartido tanto por los antiguos Cruzados como por los modernos yihadistas.
El hecho religioso, en sí mismo, no tiene por qué inducir a la violencia. Sin embargo, es utilizado con harta frecuencia para enmascarar fines políticos y económicos subyacentes, lo mismo que ocurre con el concepto de patria para los nacionalismos. Las guerras religiosas y/o nacionalistas implican luchas de poder más allá de pretextos de dioses y banderas. Se induce a los fieles a matar y morir por Dios y por la Patria, buscando aglutinar a los creyentes mediante la fe ciega y la pasión irreflexiva en la lucha contra los infieles, contra los extranjeros opresores, el enemigo externo al que se hace responsable de todas nuestras desdichas. La violencia, pues, deviene el argumento último de quien no tiene otros argumentos que aportar. Es la lucha de la fuerza contra la razón, el odio y la xenofobia contra la tolerancia y el diálogo. Es, en definitiva, la ley de la selva contra el progreso humano y la civilización. Luciano López Nieto, Badajoz (El País, 15 de mayo de 2014)
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